La ciencia ficción lleva haciéndonos soñar con la tecnología futurista desde hace varias décadas: coches voladores, taxis autónomos o un mundo dominado por robots e inteligencia artificial. Algunas se han cumplido, como el control por voz de dispositivos, otras están a medio camino, como los coches autónomos o la robótica, y a algunas no se las espera a corto plazo, como el uso generalizado de las patinetas voladoras.
Pero fuera de la pantalla, en la propia realidad, muchas empresas y emprendedores tecnológicos han anunciado a bombo y platillo ideas que podían sonar de película y que, al llevarlas a la práctica, se han quedado en nada. Quédate y las repasamos.
Theranos: la empresa de Elizabeth Holmes que prometía diagnósticos médicos a partir de un pinchazo en el dedo
Una de las decepciones más grandes es el caso de la compañía Theranos, que no sólo prometió desarrollar una tecnología que nunca llegó a funcionar, sino que, además, sus responsables han pasado por los tribunales de Estados Unidos acusados de fraude. ¿Qué proyectaba Theranos?
Theranos fue una empresa que se fundó en 2003, en pleno auge de Internet. Lo hizo Elizabeth Holmes, una joven de 19 años que dejó la universidad para fundar la organización. Holmes se ganó enseguida la confianza y la popularidad en el apogeo de Silicon Valley, lo que llevó a que se refiriesen a ella como la “nueva Steve Jobs”, el fundador de Apple, quien además era la referencia absoluta de Holmes.
Theranos prometía un avance en el campo de la detección de enfermedades: diagnosticar patologías o trastornos, como el cáncer, a través de muestras de fluidos corporales. Aseguraba poder detectar prematuramente si tenías gripe y de qué tipo, o algo más grave como un cáncer, con el análisis de una sola gota de sangre obtenida con un simple pinchazo en el dedo. Esto eliminaría (en teoría) los molestos análisis de sangre intravenosos. También patentaron métodos para hacerlo a través de la saliva o las lágrimas.
Con esta promesa, Theranos logró 9 mil millones de dólares de valoración, incluso antes de salir a Bolsa. Lo consiguió con grandes rondas de inversión en las que personajes públicos como Carlos Slim, una de las personas más ricas del mundo, aportaron millones de dólares. Incluso, Holmes apareció en ruedas de prensa conjuntas con el por aquel entonces vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, o el expresidente Bill Clinton. En su Consejo de Administración llegó a estar Henry Kissinger, exsecretario de Estado de Estados Unidos, quien además actuaba como una especie de “paciente” para la empresa.
La realidad es que su sistema no se correspondía con lo que prometía. Una investigación de The Wall Street Journal en 2015 reveló que la gran mayoría de máquinas que empleaban para analizar los resultados ya existían y no eran propias, sino del fabricante Siemens, por lo que la tecnología no era novedosa. Es más, también se supo que las máquinas no podían hacer el análisis de varias muestras a la vez, al contrario de lo que prometía Holmes.
A partir de ahí, con el modus operandi revelado, diversos fiscales comenzaron a reunir pruebas y, ahora, tras varios meses de proceso judicial Elizabeth Holmes ha sido declarada culpable de cuatro de los once cargos por fraude de los que se le acusaba y hasta 20 años de prisión por cada uno, después de haberse enriquecido en 750 millones de dólares con una tecnología que no existía. *
Seguir una ruta desde tus gafas inteligentes con las Google Glass
Un proyecto tecnológico muy sonado que se quedó por el camino fueron las Google Glass, unas gafas inteligentes con conexión a Internet incorporadas que prometían funcionalidades, como seguir rutas en Google Maps, que harían que prescindiésemos de nuestro teléfono, con cierto parecido a la que presentó Facebook hace apenas unos meses. Julián Beltrán, ingeniero de software, participó en la creación de las de Google en 2012, como nos contó en la Maldita Twitchería tecnológica sobre ‘wearables’. También nos dio algunas claves de por qué el proyecto no llegó a funcionar:
Pero a pesar de lo llamativo del proyecto, no tuvo el éxito que se esperaba: el precio de las gafas se elevaba hasta los 1.500 dólares y la tecnología no estaba lo suficientemente avanzada como para suponer un cambio respecto a los teléfonos inteligentes. Además de levantar suspicacias, como las de Facebook, por la invasión de la privacidad que supone llevar una cámara en unas gafas que pueda grabar y subir a la red todo lo que ve una persona.
Así que en 2017, Google, para evitar la paralización total del producto, las relanzó, pero esta vez enfocadas al mundo empresarial. En lugar de centrarse en un uso generalista, como son los smartphones, la compañía estadounidense prefirió optar por adaptarlas a las empresas para que las usasen durante procesos como la fabricación o el testeo de prototipos.
Inteligencia artificial basada en pseudociencia: el reconocimiento de emociones
Pero no sólo de hardware va la cosa. La inteligencia artificial (IA) nos está prometiendo muchas cosas a día de hoy. A muchas aplicaciones basadas en algoritmos (que no tienen por qué usar inteligencia artificial) se les llama con ese nombre y eso crea confusión. Una de las aplicaciones de IA que se está explotando en distintos campos como el de la educación o el de la contratación laboral es el reconocimiento de emociones.
¿En qué consiste? Básicamente, en diseñar y entrenar programas informáticos para que de forma automática digan cómo se siente una persona. A partir de ahí, las personas que manejan esos sistemas pueden tomar ciertas decisiones en base a lo que ven o que directamente la tome el propio programa informático. Con esto se trata de predecir rasgos de la personalidad, las emociones o las aptitudes de una persona a la hora de desempeñar diferentes acciones, como ya te contamos a fondo en Maldita.es.
La cuestión es que estos programas informáticos están basados en una teoría psicológica de los años 70 que ya ha sido rebatida. Grupos de investigación más recientes han calificado el reconocimiento de emociones como “pseudociencia” porque aseguran que no es posible asumir que de manera universal las personas expresan sus emociones de la misma forma, contando además con que en muchas ocasiones estas se reprimen. Aun así, esta tecnología se sigue usando.
La (no) criptomoneda de Facebook: de Libra a Diem
Muchas compañías tecnológicas también han lanzado aplicaciones, programas o servicios que luego han quedado en el olvido. Facebook anunció en 2019 su intención de incorporarse al ecosistema de las criptomonedas con Libra, una especie de criptomoneda vinculada a divisas estatales como el dólar o el euro, y que permitiese el intercambio de dinero a través de sus aplicaciones de forma rápida y fácil.
Pero el proyecto comenzó a recibir críticas que hicieron que el desarrollo fuese ralentizándose. Por un lado, algunos expertos en criptomonedas matizaban a Libra, al especificar que “no era una moneda digital al uso, como puede ser el ‘bitcoin’”. Por otro, algunas organizaciones económicas y reguladores expresaron sus dudas acerca del proyecto “por el gran poder que tiene Facebook y el impacto que podría provocar en el mercado financiero y en los consumidores”. De hecho, responsables de Facebook, ahora Meta, tuvieron que testificar en el Senado de Estados Unidos para responder a las preguntas de los políticos estadounidenses sobre las implicaciones del proyecto.
Así que a Facebook no le quedó más remedio que paralizar el proyecto, pero sólo para relanzarlo con otro objetivo. Para ello, rebautizó el proyecto a Diem y constituyó una organización sin ánimo de lucro independiente, la Asociación Diem. Después de haber perdido a socios como PayPal, Visa, MasterCard o Vodafone, la CNBC adelantó que “el piloto estaría listo a finales de 2021”, un hecho que todavía no se ha producido.
Según refleja la página de Diem, quieren desarrollar dos apartados. El primero es el de crear una plataforma que permita pagos y transferencias entre usuarios, al estilo de PayPal. El otro, una stablecoin, una criptomoneda que está sujeta a una moneda física, como el euro o el dólar, pero que sigue registrando sus movimientos en la cadena de bloques o blockchain.
No sabremos en qué quedará este proyecto, pero a pocos días de finalizar 2021, todavía no se ha lanzado el piloto de Diem, tras el fracaso de su antecesora Libra.
Los coches sin conductor que nos llevarían a lo largo y ancho de la ciudad
Los coches autónomos existen. Hay que empezar dejando ese dato claro. Tesla, la empresa de vehículos de Elon Musk, vende coches con grados de autonomía a nivel comercial desde hace al menos un año. Eso sí, lo que no vende son las promesas que su fundador lleva haciendo desde hace años: entre ellas, que para 2020 tendría un millón de “robotaxis” operativos o que este año comercializaría camiones eléctricos.
La sonada promesa de que entrado 2022 sería lo más normal del mundo ver coches sin conductor llevando a gente de un lado a otro de una ciudad como Madrid no se ha cumplido. ¿Por qué? Principalmente, porque todavía no se han resuelto trabas que hacen imposible que un coche inteligente pueda moverse con autonomía.
Entre ellas hay dos principales: por un lado está el asunto de la regulación, ya que no es lo mismo hablar de conducción autónoma en Europa que en Estados Unidos o China, donde el mercado es más experimental y no hay tanta regulación. Por otro, igual de importante, está el problema de la tecnología, y es que la inteligencia artificial que hace que estos coches tengan autonomía no está todavía lo suficientemente madura.
Para lo que sí se usan vehículos (que no coches como puedes estar pensando) es para hacer algunas tareas de reparto en países como China. Durante el confinamiento por COVID-19, se utilizaban para llevar compras y productos a gente que no podía salir de casa. Funcionan en ciudades donde tienen los mapas “memorizados” y se mueven por ellas siguiendo un recorrido constante. Esto significa que el coche no es “inteligente” como para poder sortear obstáculos y encontronazos que tenga en cualquier ubicación, sino que sigue un recorrido fijo del que ya conoce las condiciones.
Robots con forma humana y “con cerebro”: el caso de Sophia
Las películas de ciencia ficción llevan muchos años queriendo vender la idea del robot inteligente. Bueno, el cine, y empresas como Hanson Robotics. Esta compañía es la creadora del Sophia, un robot humanoide que promocionan como “el robot humanoide más avanzado del mundo” porque puede interactuar con personas de la manera en la que supuestamente haría otra persona.
Aseguran que es “inteligente” y que cuenta con la tecnología más avanzada en el campo de la robótica, pero la realidad es que lo más parecido que hay a la tecnología que hay detrás de Sophia son los asistentes de voz que usamos en casa o en el móvil, como Alexa o Siri. Muchas de las cosas que dice están diseñadas por un equipo de personas en función del tema que vaya a tratar y que luego son incorporadas a su sistema, es decir, que el robot no entiende lo que dice o lo que le decimos.
Si bien el conjunto de tecnologías que incorpora el robot Sophia sí supone un gran avance en el campo de la robótica, por el momento los especialistas consideran que no podemos hablar de este producto como un “robot inteligente”. Incluso uno de sus creadores, Ben Goertzel, que trabajaba en el equipo de datos e inteligencia artificial de Hanson Robotics, admitía en una entrevista que sus capacidades se sobreestimaban.
* Hemos actualizado este artículo a 10 de enero de 2022 para incluir que Elizabeth Holmes ya ha sido condenada por cuatro de los once cargos de los que se le acusaba.