Nos habéis preguntado por una imagen que está circulando por Facebook que hace referencia a un supuesto estudio atribuido a la Universidad de Stanford y que afirma que “las mascarillas son ineficaces para bloquear la transmisión de COVID-19” y, en realidad, “pueden causar deterioro de la salud y muerte prematura”. Los enunciados sí proceden de un documento publicado en la revista Medical Hypotheses. Sin embargo, su autor no tiene relación con Stanford, según la propia universidad. Como ya hemos explicado en Maldita Ciencia, el uso de mascarilla sí es efectivo en la reducción de transmisión del SARS-CoV-2 y no causa hipoxia, hipercapnia, acidificación ni consecuencias similares.
El autor del supuesto estudio no tiene relación con la Universidad de Stanford: la propia institución ha negado ese vínculo
En la captura del tuit que circula por redes sociales se adjunta una imagen del titular de la web Gateway Pundit que afirma que “las mascarillas son ineficaces para evitar la transmisión de la COVID-19” y que, de hecho, “pueden causar problemas de salud y muerte prematura”. En él se hace referencia a un supuesto estudio atribuido a la Universidad de Stanford y llevado a cabo por una persona llamada Baruch Vainshelboim.
En la plataforma PubMed, el artículo describe a Vainshelboim como afiliado a la División de Cardiología del Hospital de veteranos de Palo Alto, en California (Estados Unidos), centro vinculado a la Universidad de Stanford. Sin embargo, esto no quiere decir que Vainshelboim también lo esté. La universidad ha negado la actual relación con el autor: ni pertenece a Stanford ni está de ninguna manera asociado a la institución. Únicamente tuvo una breve vinculación de un año que terminó en 2016 y que no tuvo nada que ver con el documento.
De hecho, la institución emitió un comunicado el pasado 21 de abril negando la relación con Vainshelboim y “apoyando el uso de mascarilla facial para controlar la transmisión de la COVID-19”. Recalcaba que el estudio publicado en Medical Hypotheses “no es un estudio de Stanford” y que “la afiliación del autor está erróneamente atribuída a Stanford”, por lo que se había requerido una corrección.
“El autor, Baruch Vainshelboim, no tenía afiliación con el hospital de Palo Alto ni con Stanford en el momento de la publicación, ni la tiene desde 2016, cuando terminó su periodo de un año como visitante académico sobre asuntos no relacionados con este documento”, puede leerse en cuenta oficial de Twitter de la Universidad. Tampoco el propio Vainshelboim menciona relación con la institución en su perfil de LinkedIn donde, además de no aportar información sobre su profesión actual, se define como fisiólogo del ejercicio clínico.
Como explicó a The Associated Press la portavoz de la Facultad de Medicina de Stanford, “la Universidad de Stanford nunca contrató a Baruch Vainshelboim”: “Hace algunos años (en 2015) fue investigador invitado en Stanford durante un año, sobre temas no relacionados con este artículo”.
Además, Medical Hypotheses no se trata de una revista científica al uso. Según Elsevier, la empresa de información y análisis a la que pertenece la publicación, “el propósito de Medical Hypotheses es publicar artículos teóricos interesantes” y “se considerarán ideas científicas radicales, especulativas y no convencionales siempre que se expresen de manera coherente”.
Añade que “no se trata de una revista para publicar reseñas diarias de la literatura, ni de datos primarios (excepto cuando se utilizan datos preliminares para apoyar la hipótesis principal presentada)” y que “muchos de los artículos presentados no identifican claramente la hipótesis y simplemente se leen como reseñas”.
De hecho, ya en 2009, la comunidad científica cuestionó la seriedad de esta revista por la publicación de artículos que cuestionaban el vínculo entre el virus del VIH y el SIDA.
El documento en realidad no es un estudio sino una recopilación de efectos supuestamente demostrados de los que no hay evidencias
El documento al que se refiere la imagen que se mueve por redes sociales no proporciona datos propios sobre experimentos u otros métodos de investigación. Simplemente hace un recorrido por los supuestos efectos y consecuencias negativas que, en teoría, supondría el uso de mascarilla. Sin embargo, la mayor parte de la bibliografía que aporta o bien procede de organismos que han cambiado su postura tras la evolución de la pandemia o bien se han sacado de contexto fragmentos de sus conclusiones.
El texto afirma que el SARS-CoV-2, afecta en primer lugar al sistema respiratorio y puede causar complicaciones como síndrome de dificultad respiratoria aguda, fallo respiratorio y la muerte. El autor añade que, “sin embargo, no está claro cuál es la base científica y clínica del uso de mascarillas como estrategia protectora, dado que las mascarillas restringen la respiración, provocan hipoxemia e hipercapnia y aumentan el riesgo de complicaciones respiratorias, autocontaminación y exacerbación de enfermedades crónicas existentes”. Como hemos explicado en Maldita Ciencia, esto no es cierto.
Aunque Vainshelboim hace referencia a recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para sostener tales afirmaciones (que no es necesario el uso generalizado de mascarilla), estas en realidad son las propuestas al inicio de la pandemia (enero de 2020), cuando el mecanismo de transmisión y actuación del SARS-CoV-2 todavía era poco conocido. Hoy la OMS recomienda el uso de mascarillas para minimizar su transmisión.
Lo mismo ocurre con las referencias que Vainshelboim hace a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC). Estos a día de hoy afirman que “las mascarillas son una de las armas más importantes que tenemos para ralentizar y parar la transmisión del virus, especialmente cuando se utilizan universalmente dentro de una comunidad”.
Además, el documento afirma que “no hay evidencias que demuestren la eficacia del uso de mascarilla en la reducción de morbilidad o la mortalidad asociada con enfermedades infecciosas o virales”. Sin embargo, la bibliografía a la que hace referencia, de nuevo se trata de recomendaciones de la OMS que ya han sido actualizadas, así como un estudio que habla de las mascarillas de tela, no de las mascarillas en general.
En relación a las consecuencias negativas del uso de mascarilla que propone el autor, otra de sus afirmaciones es que “el déficit agudo significativo de O2 (hipoxemia) y el aumento de los niveles de CO2 (hipercapnia), incluso durante unos minutos, pueden ser muy dañinos y letales, mientras que la hipoxemia y la hipercapnia crónicas causan deterioro de la salud, exacerbación de las condiciones existentes, morbilidad y, en última instancia, mortalidad”.
Como hemos explicado en Maldita Ciencia, el uso de mascarilla no está relacionado con estas dos consecuencias: “Los tejidos utilizados dejan pasar el gas y el oxígeno es un gas. Respiramos oxígeno mezclado con nitrógeno y espiramos CO2, que también es un gas. Si fuera cierto, los cirujanos que intervienen durante varias horas, estarían muertos y no solo cansados”, afirmaba a Maldita Ciencia María Elisa Calle, experta en Epidemiología y Salud Pública y profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid Calle, que además forma parte de la Asociación de mujeres investigadoras y tecnólogas (AMIT).
Por otro lado, Vainshelboim pone en duda la eficacia del uso de mascarillas por su incapacidad de filtrar el aire que respiramos. Las mascarillas sí son útiles en este cometido: existen estudios que demuestran la reducción de la emisión de virus con el uso de mascarilla, tanto para coronavirus humanos estacionales como para virus de la gripe, en aerosoles mayores y menores de 5 µm. De nuevo, la bibliografía que propone hace una comparación entre mascarillas de diferentes materiales y, de hecho, concluye que “el uso de máscaras de tela puede potencialmente proporcionar una protección significativa contra la transmisión de partículas en el rango de tamaño de aerosol”.
Uno de los estudios que utiliza como bibliografía para sostener las afirmaciones falsas que plantea el autor señala que, durante los experimentos para su elaboración, “se detectó coronavirus en gotitas respiratorias y aerosoles en 3 y 4 de cada 10 muestras recolectadas sin mascarilla (30-40%). “Pero no detectamos ningún virus en gotitas respiratorias o aerosoles recolectados de participantes con mascarillas”.
Otra de las afirmaciones falsas que realiza el autor a lo largo del texto es que “la respiración a través de los residuos de la mascarilla contiene componentes bacterianos y gérmenes en la capa interna y externa de la mascarilla. Estos componentes tóxicos se vuelven a respirar repetidamente en el cuerpo, causando autocontaminación”.
Miguel Barrueco Ferrero, jefe de Servicio de Neumología del Hospital Clínico de Salamanca, ya ha explicado a Maldita Ciencia que esto “no tiene ningún sentido si se aplica a las mascarillas las normas elementales de higiene”. Es decir, si las mascarillas se utilizan del modo adecuado. “Hay que prestar especial atención en prevenir la autocontaminación (manipulación continua), no sobrepasar la duración de uso (unas 6 u 8 horas) y tratar eventos adversos como molestias y problemas respiratorios en el caso de que se produzcan”, indicaba Barrueco.
De todo lo anterior podemos concluir que las “hipótesis” que plantea Vainshelboim al inicio del documento no se sostienen en ningún criterio ni evidencia científica. La realidad es que ni usar mascarilla compromete la seguridad, ni son inefectivas reduciendo la transmisión del SARS-CoV-2, ni tienen consecuencias fisiológicas o psicológicas ni perjudican la salud a largo plazo.
Las mascarillas sí son efectivas para frenar la transmisión y no tienen efectos negativos sobre la salud
Según las conclusiones del texto, “las mascarillas no son efectivas para evitar la transmisión entre humanos de enfermedades víricas infecciosas como la producida por el SARS-CoV-2”. Sin embargo, esto no es cierto: las evidencias científicas muestran que el uso de estas sí disminuye el riesgo de contagio de COVID-19, al filtrar el aire que respiramos (de hecho, ya hemos desmentido publicaciones similares como este estudio danés en relación a las mascarillas). De ahí la importancia de su colocación y de que se ajusten correctamente a la cara: para evitar posibles huecos.
El texto también dice que “se ha demostrado que llevar mascarillas tiene sustanciales efectos adversos, tanto fisiológicos como psicológicos”, como hipoxia, la hipercapnia, el aumento de acidificación y toxicidad, fatiga, dolores de cabeza, inmunosupresión, el estrés crónico y la depresión, entre otros. Como ya os contamos en Maldita Ciencia no hay evidencias científicas sobre que las mascarillas ocasionen tales efectos.
A largo plazo, según las conclusiones del texto, las consecuencias del uso de mascarilla podrían “causar el deterioro de la salud, el desarrollo y progresión de enfermedades crónicas y una muerte prematura”. Esto tampoco es cierto: no hay ningún estudio que afirme ni demuestre tales consecuencias.
Como decimos, el uso de mascarilla no causa cambios sustanciales en la cantidad de oxígeno que respiramos ni hace que volvamos a inhalar el dióxido de carbono que expulsamos, que es la causa primera a la que apuntan sus detractores como origen del resto de supuestas consecuencias.