Nos habéis preguntado por un vídeo que está circulando por Facebook en el que Ricardo Delgado Martín, que se presenta como bioestadístico, y Ana María Oliva (cuyas afirmaciones negacionistas sobre la pandemia ya desmentimos), hablan sobre diferentes teoría de la conspiración, casi todas basadas en la relación entre los campos electromagnéticos, la 5G y la COVID-19. Su conclusión es que la actual pandemia no es consecuencia de un virus, el SARS-CoV-2, como tal, sino de nuestra continua exposición a campos electromagnéticos.
Según afirma Alberto Nájera, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y vocal del Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS), a Maldita Ciencia, este vídeo “está plagado de falsedades, imprecisiones, desinformaciones y barbaridades”. “Demuestra un profundo desconocimiento por parte de quien lo graba y, sin duda, mucha imaginación”, afirma Nájera. “Estos mensajes negacionistas parecen más propios de auténticos predicadores que de personas con un mínimo de espíritu crítico y formación científica”, añade.
El origen de la sintomatología asociada a la COVID-19 no son los campos electromagnéticos, es el SARS-CoV-2
La teoría ambiental de la COVID-19, a la que tanto Martín como Oliva se refieren y defienden durante las dos horas que duró su conversación, señala sin ningún tipo de fundamento científico que es la influencia en el organismo de determinados campos electromagnéticos lo que ocasiona los cuadros y síntomas típicos de la COVID-19, y no el virus SARS-COV-2. Es decir, que “el agente causal perturbador no es necesariamente un agente biológico o vírico [...], sino un agente de claro corte electromagnético”.
“Afirmar que existe una relación entre campos electromagnéticos y la COVID-19 supone pegar varias patadas a la Física y a la Biología, pasando por la Fisiología y la Medicina, pero también por la Historia”, incide Nájera. El experto añade que los campos electromagnéticos utilizados en telecomunicaciones no tienen capacidad de producir efectos biológicos sobre el ser humano a los niveles habituales de exposición.
Además, su capacidad de penetración en nuestro cuerpo es muy limitada. “A niveles muy elevados, los efectos serían térmicos, pero nada que pudiera condicionar o interactuar con agentes biológicos al nivel o de la manera que pretenden difundir estos negacionistas”, señala Nájera, y apunta que el porqué es sencillo: “Sabemos que se trata de un virus del tipo coronavirus denominado SARS-CoV-2, por lo que esas afirmaciones no tienen ningún sentido ni sustento científico”. Las investigaciones científicas han demostrado que el SARS-CoV-2 es el origen de la COVID-19.
Esta entrevista con Oliva no es el único momento en el que Delgado hace afirmaciones similares. También nos habéis preguntado por otra charla virtual durante la cual se relacionan diferentes síntomas de la COVID-19 (disnea, inmunodepresión, trombos coagulares, inflamaciones, tormenta de citoquinas, neumonía bilateral o afecciones en las interfases fisiológicas) con la exposición a campos electromagnéticos. Sin embargo estos no son consecuencia a la exposición a este tipo de campos.
La razón, según Nájera, es la misma: “Es físicamente imposible”. No hay ninguna evidencia de esos efectos en condiciones normales y, en la mayoría, no tienen ningún fundamento físico ni biológico.
Como ya explicamos en Maldita Ciencia, este tipo de discursos se basan en lo que se llama cherry picking o falacia de la evidencia incompleta, una táctica habitual de este tipo de movimientos en la que se selecciona aquellos artículos que son acordes a la hipótesis que defienden. Las revisiones sistemáticas y los metaanálisis hacen justo lo contrario: a partir de unos criterios de búsqueda, se incluyen todos los estudios, estén a favor o en contra de la hipótesis inicial. "Las que se han hecho sobre este tema dicen que no existen estos efectos", puntualiza Nájera.
Además, los estudios científicos independientes sobre los efectos de las radiaciones afirman que estas no son dañinas, como ya explicamos aquí. “Lo dicho, emiten bulos, se alimentan de bulos, sin formación científica, sin razón y pateando conceptos básicos de la Física y a la Biología sin ningún pudor”, afirma Nájera.
Los campos electromagnéticos no influyen en el pH
Otra de las afirmaciones falsas que se hace a lo largo de los vídeos por los que nos habéis preguntado es que “el pH o la acidez es una concentración de cargas eléctricas”, que “por tanto, de algún modo, es un voltaje”. “Si hay una fuerza sobre los electrones, estos se empiezan a mover a otra frecuencia [...] y entonces las cosas ya no funcionan de la manera que tendrían que funcionar. Los electrones se vuelven más lentos y, con ello, tu metabolismo se vuelve lento y pesado. Entonces, las cosas no llegan a tiempo y enfermas”, afirma Oliva.
Como ya hemos explicado en Maldita Ciencia en otras ocasiones y como recuerda Nájera, hay varios movimientos pseudocientíficos que pretenden convencernos de que el pH de nuestra sangre es modificable por agentes externos o por la alimentación. Pero esto no es cierto.
“Todo lo afirmado sobre el pH, los electrones su velocidad o la frecuencia de oscilación no existe, es una invención sin base científica. Estaría al nivel de la Tierra plana o los chemtrails. La respuesta es rotunda: no, los campos electromagnéticos no modifican el pH de nuestro cuerpo. Para empezar, este no funciona como se describe en el vídeo: ni los electrones modifican el pH, ni su velocidad ni la forma en la que el oxígeno se transporta. Esencialmente es todo mentira y no funciona así, como puede comprobarse en cualquier libro de Física, Biología o Fisiología básica”, afirma Nájera.
Radiación ionizante y no ionizante
En los vídeos también se hace referencia a la radiación ionizante, aquellas partículas, incluidos los fotones, que causan la separación de electrones de átomos y moléculas. “Pero nosotros no hablamos de desplazarlos [...] Aunque [las radiaciones de nuestro entorno] no puede desplazar electrones, lo que sí puede hacer es acelerar o decelerar el ritmo de esa danza de electrones, lo que trae consecuencias desde el punto de vista biológico”, propone Oliva. A lo largo del vídeo, añade un ejemplo: que, ante este tipo de exposición, “en nuestro cuerpo el oxígeno no es bien acogido por la hemoglobina porque no encaja, porque vibra a otra frecuencia”. Esto tampoco es cierto.
Como recuerda y explica Nájera, la radiación ionizante es aquella que tiene energía suficiente para “ionizar”, es decir, interactuar con los átomos e ionizarlos, modificar su estructura.
En primer lugar, hay que recordar que la energía de la radiación viene dada por su frecuencia: cuanto mayor sea ésta, mayor será la energía que porta.
Así, podemos clasificar las radiaciones de la naturaleza en dos grandes tipos: las no ionizantes (FM, TV, microondas, infrarrojo o la luz que vemos con nuestros ojos) y las ionizantes (rayos X, gamma, cósmica...). Los ultravioletas (UV), como explica Nájera, están justo en medio.
Hay que tener en cuenta otra variable que suelen olvidar: la intensidad. “Por ejemplo, la radiación del microondas es un millón de veces más intensa que la de nuestra WiFi, pero energéticamente es igual, porque son de la misma frecuencia”, incide el experto. “Lo que pasa que un haz del microondas en su conjunto, al ser más intenso, transmite más energía que la WiFi. Pero, a nivel de ionización, lo que importa es la frecuencia que es la que expresa la energía”, continúa.
Podemos entender la radiación como un flujo de fotones: partículas sin masa que portan energía. Como hemos indicado, depende de su frecuencia. Nájera propone que pensemos en los fotones como en pelotas: una de FM sería una pelotita de ping pong (5 gramos); por otro lado, una pelota de rayos X sería una “pelotita” de 5 mil millones de toneladas.
“Si lanzamos millones de pelotitas de ping-pong, cada una de ellas no será capaz de romper el átomo. Pero, además, su efecto no se acumula. Por eso nunca podremos romperlo. En cambio, con una única pelotita de rayos X sí que podríamos hacerlo”, explica el experto. De ahí la postura de Nájera: lo que se afirma en el vídeo no tiene ningún sentido.
“No tiene sentido hablar de desplazar electrones o de “danzar” electrones. La radiación ionizante produce unos efectos dada su energía. La no ionizante sí podría hacer que los electrones libres de un material se muevan generando corrientes y, por tanto, calor. Como vemos, en el vídeo se mezclan conceptos de forma incorrecta demostrando un profundo desconocimiento pero con un fin concreto, utilizar un lenguaje pseudocientífico para intentar dar credibilidad”, afirma.
Es cierto que la radiación ionizante, como decimos, puede romper átomos, moléculas y, por tanto, inducir problemas en nuestras células o cáncer. Pero la radiación no ionizante, en condiciones normales de exposición, no ha demostrado capacidad para inducir síntomas o enfermedades en humanos. “En condiciones de laboratorio, con animales o sobre cultivos celulares, sí podríamos hablar de efectos, pero en ningún caso los descritos en el vídeo”, añade Nájera.
Los campos electromagnéticos no causan interferencias o ruido en el organismo ni suciedad en el ambiente
Durante el vídeo también se dice que, “cuando estamos en un entorno electromagnético que es artificial y muy fuerte, se genera mucho ruido dentro del sistema” y que “esto causa interferencias”, refiriéndose al correcto funcionamiento de nuestro organismo y, con ello, a nuestro estado de salud. “Lo que más sufre es la capacidad de adaptación. El cuerpo está siempre adaptándose a lo que ocurre dentro y fuera”, afirma. Así expresado, es falso.
En el ambiente estamos expuestos a múltiples fuentes de campos electromagnéticos. También a los que nosotros mismos emitimos, como los infrarrojos, o a la luz visible, también emitimos radiación ionizante. “Pero, al parecer, estas no tienen ningún problema (según el vídeo, al no mencionarse), cuando energéticamente son muy superiores a las de radiofrecuencia”, apunta Nájera.
Añade que, si nos centramos en las de radiofrecuencia, no sólo existen fuentes artificiales. De hecho, sin ir más lejos, el recientemente desaparecido radiotelescopio de Arecibo “escuchaba” la radiación de radiofrecuencia del espacio. “Si pensamos en fuentes artificiales como WiFi, móviles y demás, su capacidad de penetración e intensidad habituales no tienen ninguna capacidad de producir efectos. Hablar de interferencias con nuestro sistema, no tiene ningún sentido”, señala Nájera.
En opinión del experto, la afirmación de que “el cuerpo se adapta a su entorno” puede ser muy evocadora, pero no es como la pintan en el vídeo.
“Nos adaptamos a aquellos factores de nuestro entorno a los que podemos responder, como la humedad o falta de ella, el calor o el frío. En el caso de los campos electromagnéticos, pensar que nuestro cuerpo puede reaccionar a su presencia no tiene fundamento científico: estos no producen efectos (dada su extremadamente baja intensidad, su limitadísima capacidad de penetración en el cuerpo y la ausencia en nuestro interior de receptores específicos). Hace más de 100 años que convivimos con estas radiaciones y no se ha observado ningún cataclismo epidemiológico. Quien intente vincular la COVID-19 a las radiaciones está olvidando mucha Física y mucha Biología, pero también mucha Historia”, explica Nájera.
Oliva, además, afirma que “cuando el ambiente es muy sucio, de la misma forma que no puedes respirar y te ahogas si hace mucho viento y se levanta una polvareda; si estás en un entorno electromagnético [las radiaciones] inciden en los sistemas de regulación del cuerpo: en el sistema nervioso, el endocrino y el inmunológico, lo que repercute en el eslabón más débil del organismo”.
De nuevo, según Nájera, hablar de ruido, de polvareda o contaminación, de ahogamiento o el símil de dificultad respiratoria no tiene ningún sentido ya que, repite, “a los niveles habituales de exposición, los efectos que estas pueden generar son despreciables”.
“A pesar de que hace décadas que los movimientos anti antenas alertan de ello, no hemos vivido una epidemia de enfermedades asociadas a ellas ni nada parecido. Lo que sí son recurrentes son estos mensajes alarmistas con cada lanzamiento de una nueva generación. Ahora, la COVID-19 ha venido a alimentar estas relaciones, pero con más sinsentido todavía, pues obvian la existencia de un virus descrito, aislado y secuenciado. Es como negar que la Tierra es redonda”, concluye el experto.
El 5G no absorbe el oxígeno
Otra de las afirmaciones que se hace a lo largo del vídeo es que la frecuencia de 60 GHz estaría dentro del ancho de banda de la nueva 5G, y que esta “consigue absorber el 98% del oxígeno atmosférico”. “De ahí la disnea de algunos antenistas, de los que tenemos testimonios”, relaciona Oliva. Esto no es cierto.
En Maldita Ciencia ya hablamos de la relación entre la 5G y el oxígeno y explicamos que la banda de 60 GHz no se corresponde con ninguna de las que usará esta tecnología.
"Ni las utilizadas ni las que utilizará la 5G u otras radiofrecuencias similares 'absorben' el oxígeno ni interfieren en el metabolismo de la hemoglobina de manera perjudicial y tampoco 'rompen' el flujo habitual de oxígeno en la sangre ni producen shock respiratorio o hipoxia cerebral", explicaba a Maldita Ciencia Francisco Vargas, médico epidemiólogo y director científico del CCARS. "El Gobierno de España [o la Organización Mundial de la Salud (OMS)] no reconocen en ninguna publicación técnica, legal, científica o sanitaria estas ideas irracionales y disparatadas, sin ningún fundamento científico", añade.
No es necesario huir de los aparatos inalámbricos
Entre las recomendaciones sin fundamento que proporciona Oliva durante la conversación vía Facebook es que se debe evitar al máximo posible el uso de aquellos aparatos cuyo funcionamiento dependa de una conexión sin cables, inalámbrica. Por ejemplo, propone hablar por el móvil siempre con cascos, no mantenerlo cerca del cuerpo, desconectar la WiFi durante la noche o usar internet por cable siempre que se pueda.
Como decimos, estas recomendaciones no están basadas en ningún fundamento científico. En Maldita Ciencia ya explicamos por qué no hay ninguna evidencia de que las ondas WiFi sean nocivas para la salud, ni tampoco de que dormir con el móvil cerca o las microondas lo sean.
Otras teorías de la conspiración propuestas por Oliva y Delgado
A pesar de que el grueso de la conversación entre Oliva y Delgado gira en torno a los supuestos efectos que los campos electromagnéticos tienen en nuestra salud o la relación entre estos y la COVID-19, también mencionan otras teorías de la conspiración.
Entre otras, como decíamos, que la COVID-19 no es causa de un virus (cuando sí lo es); que las vacunas tienen componentes tóxicos, nanopartículas y metales pesados perjudiciales para la salud (cuestión que ya desmentimos en Maldita Ciencia); que la de la COVID-19 causará esterilidad generalizada en la población (lo que también hemos desmentido); que las medidas establecidas para minimizar el riesgo de contagio, como el uso de mascarillas, no son efectivas (aquí lo desmentimos) o que los chemtrails son una táctica para hacernos enfermar y beneficiar así a las farmacéuticas (tampoco es cierto).
Este artículo es una colaboración mensual entre Maldita Ciencia y el Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud.