Es probablemente el denominador común más común de todas las dudas y consultas que nos enviáis: "¿Es verdad que X da cáncer?", donde X puede ser las ondas del móvil, calentar la comida en recipientes de plástico, comer bacon o usar sujetador negro.
Vamos a intentar explicar en este artículo qué significa que un estudio científico o una agencia sanitaria digan que algo "da cáncer".
¿Qué es un carcinógeno?
El cáncer es una enfermedad que aparece cuando se producen determinados cambios en el ADN de una célula y esta empieza a comportarse de forma extraña. Uno de esos comportamientos puede ser que empiece a replicarse de forma descontrolada, formando un tumor y con ello un cáncer.
Distintos factores pueden provocar esa mutación. Algunos son genéticos y hereditarios y otros son ambientales. Es lo que llamamos carcinógenos, y tal y como explica la Sociedad Americana del Cáncer, los carcinógenos pueden ser de distintos tipos: asociados al estilo de vida como el alcohol o el tabaco; de exposición natural, como la radiación solar o algunos virus; algunos tratamientos médicos como la quimioterapia; la contaminación...
Cómo se sabe si algo es carcinógeno
Ya explicamos en otro artículo sobre la eterna conspiranoia de la cura secreta del cáncer que aunque hablemos del cáncer en singular, de hecho hay un centenar de enfermedades que entran dentro de esa definición, y cada una tiene sus causas y su forma de desarrollarse. Esto, unido a las miles de sustancias con las que estamos en contacto cada día, sus distintos efectos y lo que puede tardar en producirse la enfermedad (no es inmediato, no te fumas un cigarro y ¡pum! cáncer de pulmón) hace difícil saber qué sustancias producen cáncer y cuánto riesgo supone cada una.
Como no sería ético exponer a las personas a sustancias potencialmente cancerígenas y esperar a que desarrollen o no un cáncer, hay dos formas de estudiar este tema, normalmente son complementarias.
Por un lado, experimentos en el laboratorio para averiguar el efecto de un compuesto sobre cultivos celulares (lo que se llama in vitro) o sobre animales. Otra forma son los estudios epidemiológicos, en los que se analiza a una población lo más amplia posible y se estudia la frecuencia de una enfermedad, en este caso, cáncer, en un periodo de tiempo amplio y en relación con una sustancia o factor. Así es, por ejemplo, como algunos estudios han descartado un efecto directo entre el uso del móvil y el cáncer cerebral: en los años en los que se ha generalizado su uso no ha aumentado el número de casos de forma significativa.
Ambos métodos tienen sus limitaciones. Por un lado, lo que afecta a células y animales no siempre nos afecta igual a las personas. Además, la exposición a sustancias en esos experimentos es más directa e intensa que la que experimentamos en la vida real. Por otro, muchos estudios epidemiológicos se basan en los datos que dan los participantes, y los seres humanos nos despistamos, olvidamos y mentimos constantemente.
La mejor forma entonces de sacar conclusiones es combinar ambos tipos de investigación y con toda la información posible hacer un juicio razonable. La principal agencia mundial encargada de hacer ese juicio es el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC por sus siglas en inglés), perteneciente a la Organización Mundial de la Salud, y de la que volveremos a hablar más adelante en este artículo.
Las cosas que sí dan cáncer
Curiosamente, muchas de las cosas con mayor relación con el riesgo de cáncer no nos dan demasiado miedo: el consumo de alcohol, el tabaco, la obesidad, la radiación solar... Con estos factores de riesgo los científicos no tienen dudas, y aun así hay quien ignora las recomendaciones sanitarias y se expone a ellas constantemente sin pensarlo dos veces.
Piensa en la cervecita del aperitivo a diario o en las horas que has pasado tostándote al sol como un lagarto la próxima vez que un titular te asuste asegurando que esto o aquello da cáncer...
La incertidumbre alumbra bulos y miedos
Pero para muchas cosas, las conclusiones no están tan claras. La incertidumbre es algo habitual en la ciencia, que requiere de evidencias sólidas que cumplan requisitos estrictos para asegurar cualquier cosa; e incluso cuando algo se considera probado, la puerta a desmentirlo se mantiene abierta siempre que el que la cruce venga con evidencias aun más sólidas bajo el brazo. Mientras tanto, un "posible" o un "probable" son niveles de certeza aceptables.
Pero en nuestra vida cotidiana no gestionamos la incertidumbre con la misma tranquilidad...
Necesitamos saber si algo es completamente seguro, y si no obtenemos esa seguridad ya no nos quedamos tranquilos. Da igual que el riesgo sea posible o probable, grande o pequeño, da igual que simplemente no haya suficiente información para determinar el nivel de seguridad en ese riesgo. Si nadie puede prometernos que algo que no da cáncer, es que puede dar cáncer. Y de ahí salen esos titulares escandalosos que nos asustan periódicamente, las campañas de boicot a algunos productos y la idea de que, de pronto, todo da cáncer.
La clasificación de la IARC
Como resultado de su trabajo e investigaciones, la IARC clasifica todas las sustancias analizadas y las divide en cuatro grupos y un subgrupo según lo sólidas que son las evidencias que relacionan a una sustancia concreta con el riesgo de cáncer, pero no según lo mucho o poco que aumentan ese riesgo. Por cómo están organizados esos grupos, algunos están muy claros pero otros pueden dar pie a confusión.
Los grupos más claros: el 1 y el 4
No hay incertidumbre con el primer grupo, el de las sustancias cancerígenas, compuesto por 120 sustancias, entre ellas el acetaldehído (presente en el tabaco y las bebidas alcohólicas), el asbestos, los estrógenos, algunos virus, la radiación ionizante (a diferencia de la no ionizante, que es la que emiten los móviles o el wifi)... Para todos estos elementos hay suficientes evidencias de sus efectos en humanos y se ha establecido la relación causa-efecto por la que aumentan el riesgo de padecer cáncer.
Tampoco habría problema con el último grupo, el 4, el de las sustancias que probablemente no son cancerígenas. Si bien el riesgo nunca se puede descartar completamente, las evidencias sugieren que no tiene un efecto carcinogénico en animales ni humanos. Mejor dicho, inocua, porque solo contiene una sustancia, llamada caprolactama, una molécula clave en la síntesis del nylon que se utiliza principalmente en la industria textil.
Los grupos más confusos: el 2A, el 2B y el 3
Pero con algunas sustancias, los científicos no lo tienen tan claro. Estas son las que entran en los grupos 2A, 2B y 3. Las diferencias entre ellos son sutiles pero importantes.
2A) Se llama probable carcinógeno a las sustancias para las que hay suficientes evidencias en animales pero limitadas en humanos. En este grupo se incluyen, entre otros el DDT, trabajar como peluquero o barbero, la carne roja y el consumo de bebidas muy calientes (por encima de 66 grados).
2B) Se llama posible carcinógeno a las sustancias de las que hay evidencias limitadas de que pueden producir cáncer en humanos e insuficientes en animales. Aquí entran la bleomicina (un medicamento utilizado para tratar algunos tipos de cáncer), el café, las ondas de radio, trabajar en una tintorería, ser bombero o trabajar en la industria textil.
3) Se consideran no clasificables a aquellas sustancias de las que hay evidencias insuficientes en animales y en humanos. En este grupo están las fibras acrílicas, la electricidad estática, la fabricación de productos capilares y el empleo en la industria papelera.
En el grupo de probables hay 82 sustancias, en el de posibles hay 302 y en el de no clasificables hay 501. Los números son altos porque es complejo determinar con seguridad si una sustancia concreta incrementa el riesgo de cáncer, así que las sustancias de las que se tienen indicios y algunas evidencias, pero no las suficientes, van entrando en estos grupos y pasando de uno a otro a medida que avanzan las investigaciones.
¿Cómo vivimos con estas dudas?
Para evitar vivir con el miedo en el cuerpo y la idea de que todo da cáncer, es útil saber algo más sobre las sustancias que nos preocupan. Por ejemplo: ¿en qué dosis consideran los estudios que suponen un riesgo? ¿Y cómo de grande es ese riesgo? ¿Lo compensan su utilidad o sus ventajas en otros aspectos? ¿Es un riesgo igual para todas las personas?
Son preguntas pertinentes porque cada caso es único. Los estrógenos, por ejemplo, son útiles en el tratamiento de muchos desajustes hormonales, pero a su vez se incluyen en el grupo 1 de la IARC por que se ha demostrado que aumentan el riesgo algunos tipos de cáncer ginecológico. ¿Qué hacemos entonces? Pues seguir la recomendación de los médicos, controlar la dosis y evaluar los beneficios y riesgos del tratamiento.
Un caso paradigmático es el del glifosato, del que ya hablaremos detenidamente en otra ocasión. Este polémico herbicida está incluido en el grupo 2A (una decisión muy discutida) y por eso su uso asusta a mucha gente. Pero hay que tener en cuenta la dosis de riesgo, que es mucho más alta de la que llega a nosotros a través de los alimentos, y que, como en muchos otros casos, será diferente si tocamos, respiramos o tragamos el producto.