La contaminación acústica es el exceso de sonido que altera las condiciones normales del ambiente de una determinada zona. Además, también afecta a nuestra salud. Pero, ¿influye de alguna forma en las aves? La respuesta es sí, y de manera bastante negativa.
La pandemia de COVID-19 llevó en 2020 a ceses de actividad humana sin precedentes. Eso supuso que los pájaros cantaran más bajo y se comunicaran mejor. Fue la conclusión de un estudio publicado en Science, que observó este efecto en los gorriones corona blanca (Zonotrichia leucophrys) en la bahía de San Francisco (California, Estados Unidos). Dado que el ruido del tráfico se produce dentro de un rango que interfiere con el mayor rendimiento y el canto más efectivo, nuestro ‘silencio’ en meses de confinamiento permitió a las aves llenar rápidamente ese vacío de forma más eficaz, según explican los autores.
Mientras que el silencio facilita el cante a las aves, parece que el ruido las hace más agresivas. Por ejemplo, se ha comprobado que los petirrojos europeos (Erithacus rubecula) urbanos son más agresivos que los rurales, como indica un estudio científico del año 2022. Los investigadores comprobaron experimentalmente que, al generar ruido, los petirrojos de campo se volvían más violentos. Los petirrojos urbanos también disminuyeron su ritmo de canto en respuesta al ruido, pero no los rurales.
“Las aves emiten sonidos para hacerse oír con el objetivo, por ejemplo, de enviar señales de alarma, atraer pareja, señalizar su territorio… Y el ruido de la ciudad resta eficiencia a las comunicaciones vocales”, explica a Maldita.es Luis Martínez Martínez, del Área Social y Biodiversidad Urbana de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife). Por ello, continúa, “algunas especies modifican sus cantos o sonidos”: “Por ejemplo emiten en frecuencias más agudas, que se transmiten mejor sobre el ruido urbano; a mayor volumen, al igual que hacemos las personas al hablar en entornos ruidosos; cantando mucho más temprano, cuando la ciudad duerme y permanece silenciosa; o invirtiendo más tiempo en cantar para compensar la pérdida de eficiencia” . En aves que utilizan las señales acústicas para localizar alimento enterrado, como en los petirrojos americanos, el ruido disminuye esta opción, añade el experto.
Además, al igual que en los seres humanos, se sospecha que el ruido causa en las aves varios efectos adversos, como estrés fisiológico, daño auditivo y exclusión de hábitats importantes. ”A nivel fisiológico, algunos estudios han encontrado que puede existir una correlación con una peor condición biológica y los entornos más ruidosos de la ciudad”, indica Martínez. Por ejemplo, un estudio publicado en Frontiers in Zoology concluyó que en los pinzones cebra (Taeniopygia guttata) expuestos a ruido de tráfico disminuyó la longitud de sus telómeros, los extremos de los cromosomas, cuyo tamaño es un indicador de la esperanza y calidad de vida, aclara Martínez.
Que el ruido de la ciudad enmascare los sonidos de las aves tiene repercusiones negativas para toda la población de pájaros, según el ornitólogo, puesto que el sonido de las aves generalmente está relacionado con situaciones de riesgo o con la reproducción. “La mayor parte de las aves viven en pequeñas ‘islas’ de vegetación no conectadas unas con otras (fragmentación del hábitat urbano), lo que puede tener repercusiones en el aprendizaje y el intercambio de los sonidos”.
Cantar más alto o durante más tiempo supone mayor gasto de energía y mayor exposición a los depredadores, que pueden detectar más fácilmente a sus presas. “El tiempo que dedican a cantar va en detrimento del tiempo que dedican a vigilar, lo que puede afectar a la supervivencia de los individuos”, añade el experto.
Primera fecha de publicación de este artículo: 14/03/2023