“AAAACHÚS-carte un antihistamínico”, decíamos en Twitch. ¿Por qué? ¡Porque hablamos de alergias! Esas reacciones del sistema inmunitario ante determinadas sustancias o alérgenos que no ocurren en la mayoría de las personas, al no representar realmente una amenaza para el organismo. Por concretar, explicamos la diferencia que existe entre estas y las intolerancias, qué pruebas existen para detectarlas, sobre si existe o no cura para ellas y qué pasa con algunas ‘mal-llamadas’ alergias (porque no lo son).
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¿Qué diferencia hay entre una alergia y una intolerancia alimentaria?
Comes algo y te sienta mal. Te entra la duda: ¿Estaremos ante una alergia o una intolerancia alimentaria? Y, de ser el caso, ¿cuál es la diferencia entre ambas? Sencillo: en las alergias, el mecanismo que actúa es el sistema inmunitario y, en algunos casos, son un serio riesgo para la salud; en las intolerancias no actúa el sistema inmunitario y no revisten gravedad, aunque ocasionan molestias.
Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, explicó en la Twitchería dedicada a alergias cómo es la clasificación de reacciones adversas a alimentos. Te dejamos un gráfico que lo explica de manera muy ilustrativa y a continuación detallamos en qué consiste cada una.
“Cuando tomamos un alimento y sufrimos una reacción adversa, esta se puede clasificar en dos tipos: las que perjudican a todo el mundo, tóxicas, y las que solo afectan a unas personas, hipersensibilidad”, detalla Lurueña. Como ejemplos de posibles reacciones tóxicas, el experto propone el pescado con arsénico o la fruta podrida.
En el cajón de la hipersensibilidad tenemos a las alergias y las intolerancias alimentarias. En el caso de las intolerancias, cuenta el tecnólogo, “no interviene el sistema inmunitario y no revisten gravedad, no comprometen la vida de la persona afectada”. Como ejemplo, la intolerancia a la lactosa, que se produce cuando el organismo no produce lactasa, la enzima que es capaz de digerir el azúcar de la leche (lactosa): “Ese azúcar se irá acumulando en el intestino, pudiendo causar molestias como gases y dolor abdominal, que pueden ser molestos, pero no son graves”.
En relación a las alergias, estas pueden ser de dos clases, en función si interviene o no en el proceso un tipo de anticuerpo llamado inmunoglobulinas E (IgE).
Las primeras, que se llaman alergias IgE mediadas, son las más comunes y a las que coloquialmente denominamos alergias: al huevo, a la proteína de leche, al pescado, al marisco, a los frutos secos, etcétera. Entre los síntomas, pueden aparecer problemas cutáneos, respiratorios, digestivos y anafilaxia (reacción alérgica grave).
Cuando entramos en contacto por primera vez con estos alérgenos (las sustancias que pueden provocar reacciones alérgicas), se produce lo que se llama sensibilización. La Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC) explica que, en este caso, la persona no sufrirá una reacción alérgica, sino que su sistema inmunitario reconocerá las proteínas a las que es alérgico y generará anticuerpos IgE específicos contra estas proteínas. Es a partir de la segunda vez a la que nos exponemos a la sustancia cuando se puede producir la reacción alérgica.
En el caso de las alergias no medidas por IgE, existe una reacción del sistema inmunitario pero no a través de esas inmunoglobulinas que, recordamos, son una clase de anticuerpo. Los síntomas, en este caso, aparecen más tarde y son digestivos: proctocolitis alérgica (inflamación del colon y recto), enteropatía (pérdida de proteínas del tubo digestivo) y enterocolitis (inflamación del tracto digestivo y del colon).
¿En qué consisten las pruebas para detectar alergias?
¿Cómo podemos saber si realmente somos alérgicos a esa sustancia que, literalmente, nos pone tan mal cuerpo? La respuesta está en las conocidas como pruebas de la alergia, diferentes pruebas cutáneas que sirven para conocer si una o varias sustancias provocan alergia y de qué sustancias se trata de forma rápida, fácil y con gran sensibilidad, además de cómoda y segura para el paciente. No solo proporcionan un diagnóstico fiable, sino que también sirven para analizar alérgenos menos frecuentes. Eso sí, no son útiles para prever futuras reacciones alérgicas.
Para realizarlas se usan extractos específicos procedentes de la materia prima a la que se tiene alergia. Estos pasan por un proceso para estandarizar un producto final de calidad, como explica Gabriela Zambrano, médica especialista en Alergología en el Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid en ‘El libro de las enfermedades alérgicas’. En función del tipo de reacción a estudiar, se utilizará una prueba u otra pero, ¿cuántas hay y en qué consisten?
En primer lugar, el prick test o prueba intraepidérmica, la más popular. Se aplica en la parte interna del antebrazo y se usa para detectar una posible reacción alérgica inmediata. Consiste en seleccionar las sustancias que pueden generar alergia en base a la historia clínica del paciente y, con una lanceta (un instrumento para obtener muestras pequeñas de sangre), realizar una punción sobre el extracto. Unos 15 minutos después, se comprueba si el paciente reacciona ante el alérgeno.
Otra de las posibles pruebas, el prick prick, se usa para chequear si existe alergia a alimentos o cuando el prick test no confirma un diagnóstico. En este caso, la lanceta se introduce en el alimento antes de hacerlo en la piel del paciente. También se esperan 15 minutos antes de obtener los resultados
La tercera posibilidad es la prueba intradérmica. Su objetivo es detectar reacciones a fármacos y venenos (de abejas, avispas y hormigas o himenópteros). Para llevarla a cabo, se utiliza una aguja muy fina que llega a la segunda capa de la piel, la dermis (a diferencia de las otras dos pruebas, que se quedan en la epidermis), impregnada con el extracto que genera alergia. En este caso, se puede hacer una lectura inmediata, a los 15 minutos, o tardía, entre las 24 o 48 horas posteriores.
La prueba de los parches o epicutánea se utiliza si se sospecha de posibles alergias a fármacos o de dermatitis de contacto. En ella, se aplican las sustancias a estudiar en apósitos especiales (el material que se usa para cubrir y proteger una herida, un tipo de parche en este caso) sobre espalda o brazos, sin necesidad de hacer punciones. Tras mantener los parches en contacto directo con la piel durante 48 horas, estos se retiran y se ‘leen' por segunda vez cuatro días después, como aclara ‘El libro de las enfermedades alérgicas’.
Ahora bien, no siempre una prueba cutánea positiva implica alergia. Para concluir que un paciente tiene alergia, debe haber manifestaciones clínicas asociadas más allá de la mera reacción en la piel, según Zambrano. Siempre se utiliza siempre un control positivo (como la histamina que genera siempre reacción) y un control negativo (el suero salino ante el cual el cuerpo no reacciona) que dan validez a las pruebas.
También existen los análisis de sangre o pruebas de laboratorio para confirmar una reacción alérgica, medir la cantidad de los mediadores liberados en la reacción e identificar el alérgeno causante de la reacción, para así poder establecer una relación causa-efecto. Estas pruebas se dividen en dos tipos: serológicas y celulares.
Las pruebas de exposición controlada con alimentos y medicamentos se usan cuando la historia clínica, las pruebas cutáneas y/o las pruebas en sangre no son suficiente para poder hacer un diagnóstico. Estas pruebas administran de forma controlada las sustancias que pueden producir la reacción alérgica. El estudio de las vías respiratorias también sirve para detectar alergias respiratorias. Entre ellas, la espirometría, la medición del óxido nítrico, la rinomanometría y la endoscopia nasal.
Las reacciones al sol, al sudor, al frío… ¿son realmente alergias?
¿Puede que hayamos dado por hecho alguna vez que una reacción ‘X’ se tratase de una reacción alérgica sin serlo realmente? Es probable que sí, sobre todo si atribuimos los síntomas, a una supuesta alergia, por ejemplo, al sol o al frío... Es cierto que estos agentes pueden causarnos reacciones como urticaria u otros cambios cutáneos, pero no por ello deben considerarse sí o sí una reacción alérgica. El motivo es que no siempre está involucrado en ella el sistema inmunitario (el origen de las alergias).
Al ser similares a las que percibimos en una reacción alérgica, “la gente relaciona las lesiones cutáneas, que normalmente suelen constar de enrojecimiento de la piel o de habones pruriginosos (que pican), precisamente con una alergia”, explicaba en Twitch a Maldita.es Sergio Quevedo, pediatra especializado en alergia y neumología pediátrica y miembro de la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica (SEICAP). “Sin embargo, eso no siempre es así”, ese no siempre es la causa de los síntomas, añadía.
Es cierto que el contacto con el agua o con el frío, por ejemplo, pueden generar lo que se conoce como urticaria desencadenada sin tener nada que ver con una reacción alérgica: “Es una reacción que se produce por una exposición a un agente estresante”, aclara Quevedo, quien añade que, para que se dé un diagnóstico de alergia, “tiene que haber una respuesta inmunológica al agente”, ya sea ambiental, un alimento, un medicamento…
Sobre la comezón que pueden causar las bajas temperaturas, por ejemplo, esta no se trata de una reacción alérgica como tal, sino de una urticaria por frío o ‘a frígore’, “un trastorno de la piel que consiste en la aparición de picor, enrojecimiento, habones y, en ocasiones, angioedema (hinchazón) tras la exposición a bajas temperaturas”, explica en su página web la SEICAP.
¿Qué pasa con la llamada alergia al sol? Tampoco este o el sudor se comportan como un alérgeno al que nuestro sistema inmunitario reaccione. “Este nombre engloba diversas alteraciones de la piel, que tienen como factor común la reacción de la misma ante el sol, aunque confunde porque ninguna de ellas tiene en realidad un mecanismo alérgico. La alergia al sol como tal, no existe”, aclara Mar Fernández Nieto, alergóloga, en el blog Alérgiate el día. Como señala la SEICAP, la sudoración excesiva y la exposición al sol pueden dar lugar a manchas rojas, urticaria o dermatitis en la piel, pero esto no se considera una reacción alérgica.
También existe lo que se conoce como urticaria crónica inducible por el agua (urticaria acuagénica), considerada una enfermedad rara, al afectar a menos de una persona por cada 2000, como cuenta en Muy Interesante la doctora en alergología Sherezade Moñino (@sherezade_mr). Los síntomas de esta reacción, que pueden ocurrir con cualquier tipo de agua, “son los típicos de cualquier urticaria: ronchas en la piel, picor, hinchazón y enrojecimiento” y su causa exacta, a día de hoy, se desconoce.
“Este tipo de urticaria es tremendamente incómoda para quienes lo sufren y supone un gran deterioro en su calidad de vida, ya que algunos deben reducir las veces que se duchan a la semana o incluso cambiarse de ciudad o país si viven en un clima con mucha humedad en el aire”, subraya Moñino. “Incluso aunque presenten unos síntomas leves, estas personas no pueden realizar actividades que consideramos tan normales como nadar en el mar, en la piscina o tomarse un simple baño”.
En este caso, todavía hacen falta evidencias para poder descartarla o ‘admitirla’ como una alergia. El motivo es que parece que el xolair “un compuesto que se encarga de secuestrar los anticuerpos IgE (inmunoglobulina E) de la sangre y que se usa en otros tipos de alergias”, resulta efectivo en algunos pacientes que la sufren. Esto “apoyaría la hipótesis de que se trata de una alergia clásica”, señala la experta. Aun así, concluye, “seguimos con la duda de qué le lleva al organismo a detectar como peligroso una de los elementos fundamentales de la vida”.
¿Se puede curar la alergia?
Cualquier persona que haya experimentado algún tipo de alergia puede dar fé de que sus síntomas son, al menos, molestos. ¿Cuánto? Depende (como sensación subjetiva que es), pero probablemente varíe según la gravedad de los síntomas. En este contexto, la cuestión que todos los alérgicos nos preguntamos es si existe una cura definitiva ante la reacción de nuestro cuerpo a un alérgeno determinado. Pues bien: ojalá poder dar una respuesta concreta.
“La alergia desaparece por completo en algunos casos; en otros, puede permanecer, pero se pueden mejorar muchos los síntomas”, explica en su página web la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica (SEICAP). Si hablamos de desaparición, esta se puede dar de manera espontánea o como consecuencia al tratamiento pautado. Hay incluso quienes, con el tiempo, desarrollan tolerancia a la sustancia a la que tenían alergia, y no necesitan ninguna precaución especial con ella. De nuevo, como vemos, la respuesta a si existe una cura definitiva es ‘depende’.
En caso de haberla a partir de un tratamiento, “las vacunas son el único capaz” de conseguirlo. “Su porcentaje de éxito es alto si se escoge bien el paciente y la vacuna que se va a administrar. Por este motivo es muy importante que sea un médico especialista quien las prescriba”, afirma la alergóloga Pilar Cots Marfil en el blog Alérgiate el día.
El tratamiento, conocido como inmunoterapia, consiste en administrar al paciente cada X tiempo cantidades cada vez mayores de aquella sustancia que causa los síntomas, de la molécula a la que se tiene alergia. De esta forma, lo que se pretende es conseguir “una pérdida gradual de la sensibilización”, como explica en The Conversation María Teresa Villalba Díaz, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Lo que esto supone es aumentar el límite (la cantidad, en este caso, de alérgeno) ante el que nuestro sistema inmune reacciona.
“La vacuna [el mecanismo mediante el que se aplica este tipo de tratamientos] consigue en un alto porcentaje de personas que nuestro organismo deje de reconocer esa sustancia como dañina y, por lo tanto, no se produce la reacción alérgica”, indica en su página web la Clínica Universidad de Navarra. Ahora bien, la inmunoterapia no es definitiva y será más o menos eficaz en función del tipo de alergia y alérgeno ante los que nos encontremos. “Aunque la cura para alergias como la del polen puede ser definitiva [y muy eficaz en otras como a las picaduras de avispa, ácaros y epitelios de animales], el distintivo de atópico (predisposición a desarrollar alergias) no se pierde fácilmente y muchos de estos síntomas pueden reaparecer misteriosamente”, añade Villalba.
Por ejemplo, ya que la alergia a los ácaros del polvo suele tener síntomas localizados en los ojos y vías respiratorias (además que, en ocasiones, es el único tipo de alergia del paciente), las personas con este tipo de alergia “son los candidatos ideales para recibir una inmunoterapia diseñada específicamente para re-educar al sistema inmunitario a que los ácaros del polvo no suponen una amenaza para el organismo”, explica en Muy Interesante Sherezade Moñino (@sherezade_mr), doctora en Alergología.
Por el contrario, una persona sensibilizada a numerosos alérgenos de polen, ácaros, animales… será un paciente con menor probabilidad de éxito tras el tratamiento. “Uno de los motivos es que presenta anticuerpos contra tantos alérgenos diferentes, que no se puede diseñar una inmunoterapia tan específica para todos ellos, y habría que seleccionar los más relevantes para la aparición de los síntomas”, señala la experta.
Esta selección lo que supone es que, tras finalizar la terapia, el paciente todavía pueda sufrir de alergia al exponerse a los alérgenos que no estaban incluidos en las preparaciones. “El procedimiento no sería peligroso para el paciente, pero un resultado negativo puede resultar en frustración y gasto de recursos para médicos y pacientes”.
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Primera fecha de publicación de este artículo: 09/06/2023