En los meses de marzo, abril y mayo de 2021, grupos antivacunas y negacionistas de la COVID-19 comenzaron a viralizar mensajes afirmando que los vacunados contra esta enfermedad morirían unos meses después de la inoculación. Apuntaban a diferentes posibles causas de muerte, supuestamente provocadas por las vacunas: una tormenta de citoquinas, enfermedades autoinmunes, fenómeno dependiente de anticuerpos (ADE)... Incluso muertes repentinas sin razón o causa aparente. Un año después del comienzo de la difusión de estos mensajes, ninguna de estas predicciones se ha cumplido.
Sin noticias de la tormenta de citoquinas: la vacuna no solo no la provoca, sino que ayuda a prevenirla
En torno a marzo de 2021 comenzó a viralizarse un contenido que apuntaba que el 30% de las personas vacunadas contra la COVID-19 con ARN mensajero morirían a lo largo de los 3 o 6 meses siguientes por una tormenta de citoquinas. Este problema de salud es una respuesta inflamatoria desmesurada en la que está implicado el sistema inmune.
A día de hoy sigue sin haber ninguna evidencia científica de que las vacunas contra la COVID-19 produzcan una tormenta de citoquinas. África González Fernández, catedrática de Inmunología de la Universidade de Vigo, explicó a Maldita.es que, de hecho, estos fármacos consiguen justo lo contrario. El porqué es que la tormenta de citoquinas es una de las complicaciones más graves de la COVID-19, y precisamente las vacunas contra el coronavirus son muy eficaces evitando que se desarrollen las complicaciones más graves de esta enfermedad, aquellas que requieren hospitalización o pueden acabar con la vida.
En España, a fecha de 12 de abril de 2022, 40.292.719 personas han recibido la pauta completa de vacunación, según los datos publicados por el Ministerio de Sanidad. Si la predicción del cartel fuera cierta, habrían fallecido más de 12 millones de personas tras vacunarse, a causa de una tormenta de citoquinas, algo que no ocurrió ni en septiembre de 2021 ni a día de hoy. Esta supuesta cifra superaría al total de casos de COVID-19 notificados en España (11,66 millones de personas) y al total de fallecidos (103.266 personas) desde el inicio de la pandemia.
Ni seis meses ni un año: no hay enfermedades autoinmunes que estén matando a “gran parte de la población” tras la vacuna
A finales de mayo de 2021 aparecieron contenidos que apuntaban que las personas vacunadas morirían “por una enfermedad autoinmune” (sin especificar cuál o cuáles) en un periodo de “6 o 7 meses”.
Las enfermedades autoinmunes son condiciones de salud en las que el propio sistema inmunitario se ataca a sí mismo. Son muy variadas y de causas no siempre claras. Algunos ejemplos son la artritis reumatoide, lupus o la esclerosis múltiple.
Desde el momento que se comenzaron a administrar las vacunas contra la COVID-19, distintas agencias sanitarias han recogido datos de diferentes efectos adversos que, al darse en muy pocos casos, no se han podido observar en los ensayos clínicos de las vacunas.
Así, la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés) ha identificado que las vacunas de Janssen y AstraZeneca, que usan una plataforma de adenovirus, tienen entre sus efectos adversos muy poco probables (1 caso por cada 10.000 personas o menos) la trombocitopenia inmune y el síndrome de Guillain-Barré, dos condiciones autoinmunes.
Por otro lado, hay evidencia de pacientes que, tras ser diagnosticadas con COVID-19, han desarrollado una enfermedad autoinmune como Guillain-Barré, trombocitopenia inmune, síndrome antifosfolipídico, vasculitis entre otras. Teniendo en cuenta esto, la vacuna, al ser capaz de proteger de una COVID-19 grave, podría prevenir que se desarrollen estas enfermedades.
El fenómeno ADE de las vacunas contra la COVID-19 sigue sin encontrarse, por mucho que se busque
En agosto de 2021 comenzó a circular un vídeo en el que una persona, que se identifica como el ‘Dr. Sean Brooks’ (comentando que tiene “48 publicaciones, incluyendo 23 libros” pero sin presentar evidencia de que son suyos), decía que “a cualquier persona que haya recibido la vacuna le ocurrirá un fenómeno dependiente de anticuerpos”, ADE por sus siglas en inglés (Antibody-Dependent Enhancement). En ese mismo vídeo, esta persona lanzaba otros bulos relacionados con vacunas como que debilitan el sistema inmunitario, provocan esterilidad o que producen abortos en las mujeres que la reciben. Nada de esto es (ni ha sido) cierto.
José Manuel Jiménez Guardeño y Ana María Ortega Prieto, investigadores del Departamento de Enfermedades Infecciosas del King’s College de Londres, explican en tribuna del portal Vacunacovid que el ADE es un fenómeno no deseado y bastante raro que ocurre con algunas enfermedades infecciosas: “Se da cuando la presencia de anticuerpos frente a un agente infeccioso empeora la enfermedad cuando la persona se infecta, en lugar de mitigarla”.
Sin embargo, Jiménez y Ortega recalcan que no se ha encontrado ningún caso o indicio de fenómeno ADE asociado a las vacunas contra la COVID-19. “El ADE puede sonar a ciencia ficción o a un fenómeno muy difícil de identificar. Sin embargo, la realidad es que prácticamente cualquier laboratorio donde estudien virus y tengan la infraestructura necesaria puede estudiarlo”.
En este sentido, explican que todos los intentos que se han hecho para buscar el fenómeno ADE asociado a vacunas han fracasado. En cultivos celulares, que usan anticuerpos de SARS-CoV-2 con o sin el suero de personas vacunadas “no se ha visto ningún indicio de ADE por mucho que se ha buscado”; en modelos animales con anticuerpos del virus a los que se infecta posteriormente “no se ha visto ADE en ningún caso”; y con la población ya vacunada, en la que si ocurriera el ADE “podríamos ver que desarrollan formas más graves de la enfermedad, pero ocurre justo lo contrario”.
Por último, existen vacunas de los años 60 para otras enfermedades en las que sí se detectó rápidamente que provocaban un fenómeno ADE. Es el caso de un proyecto de vacuna para el virus respiratorio sincitial (un virus que causa infecciones respiratorias, con síntomas parecidos a los de un resfriado, aunque en ocasiones puede derivar en una bronquiolitis). En los ensayos clínicos, se observó que había niños que tenían más riesgo de desarrollar neumonía o fallecer tras infectarse de este virus, por lo que se detuvo y el proyecto nunca pasó a siguientes fases de investigación.
Algo similar ocurrió con una versión inicial de la vacuna del sarampión que provocaba que, cuando el niño vacunado volvía a infectarse, desarrollara fiebre alta, erupciones inusuales y una neumonía atípica. Por ello, tuvo que retirarse y se recomendó emplear la vacuna contra el sarampión que se usa a día de hoy.