Radio, microondas, infrarrojos, luz visible, rayos X, rayos gamma… Juntas forman el espectro electromagnético. Además, tienen una importante característica en común: no son perjudiciales para el ser humano, para nuestro organismo o para nuestra salud a los niveles a los que nos exponemos en nuestro día a día. De ahí que en Maldita Ciencia hayamos insistido en que no debemos temer, por ejemplo, a nuestro WiFi, teléfono móvil o a la nueva tecnología 5G.
Pero, ¿es siempre así? ¿Qué factores influyen? ¿Debe preocuparnos un tipo de radiaciones electromagnéticas más que otro?
Todos ellos podrían llegar a ser más o menos peligrosas en función de su intensidad. Por eso, agencias independientes fijan niveles máximos seguros que no solo deben tenerse en cuenta en el caso de los rayos X (que utilizamos en radiografías) o gamma (en radioterapia o para esterilizar equipos médicos y alimentos), que son las más energéticas y en las que tomamos más medidas de seguridad, sino en todas las radiaciones que comprende el espectro.
En esos casos, radiólogos y oncólogos deben controlar la dosis que reciben los pacientes para garantizar su seguridad. En el caso de las radiaciones de móviles o WiFi, que preocupan a mucha gente, en general, los niveles a los que estamos expuestos habitualmente, están entre 10.000 y 100.000 veces por debajo de los límites de seguridad, por lo que éstas no suponen un peligro para la salud.
¿Qué es el espectro electromagnético?
Como recuerda a Maldita Ciencia Alberto Nájera, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y vocal del Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS), actualmente vivimos inmersos en un océano de radiaciones electromagnéticas de muchos tipos: radiación de radiofrecuencia, microondas, infrarrojos, visible, ultravioletas, rayos X, rayos gamma…
Para agrupar y ordenar los diferentes tipos de radiaciones electromagnéticas utilizamos el llamado espectro electromagnético, un esquema que los clasifica y ordena en función de su energía.
Así, como se muestra en la figura, podemos ordenar las radiaciones de menor a mayor energía de la siguiente manera: la radiación de la radio AM y FM (izquierda), las microondas usadas por los hornos pero también por la red WiFi o los móviles, los infrarrojos, la luz visible, la radiación ultravioleta, la radiación X y gamma (derecha), extremadamente energéticas. Además, energía y frecuencia están directamente relacionadas, por lo que mayor frecuencia implica mayor energía y viceversa.
¿Cuáles son las radiaciones más peligrosas?
Precisamente esta característica, una mayor o menor energía de la radiación, permite establecer una primera clasificación, y así podemos diferenciar entre radiaciones ionizantes y no ionizantes. “Las ionizantes tienen una energía (y, por tanto, una frecuencia) suficientemente alta como para poder ionizar, es decir, interactuar con átomos y moléculas, pudiendo cambiar sus propiedades”, explica Nájera. A esta categoría pertenecen los rayos X y los rayos gamma. “Se trata de radiaciones sumamente peligrosas porque pueden dañar el ADN u otras estructuras de nuestras células, pero que podemos usar en Medicina sin problema si controlamos sus riesgos”, señala el experto.
Por ejemplo, al hacernos una radiografía, las imágenes de rayos X son las que nos permiten mostrar el interior del cuerpo en blanco y negro. Lo veremos de un color u otro dependiendo de los tejidos, que absorben diferentes cantidades de radiación: a causa de su densidad, los huesos absorben la mayoría de los rayos X, por eso se ven blancos. La grasa y otros tejidos blandos lo hacen en menor cantidad, de ahí que su tono grisáceo. Por último, el aire absorbe la menor cantidad, y esta es la causa de que los pulmones se vean negros puesto que mayor radiación alcanza la película “quemándola”.
Para protegerse frente a este tipo de radiación se utilizan delantales plomados que, según la Agencia Internacional de Energía Atómica, atenúa aproximadamente el 95% de la radiación dispersa que llega a quien lo utiliza. Por su parte el técnico de rayos se pondrá a buen recaudo para evitar la exposición innecesaria a esta radiación.
La energía de los rayos gamma es capaz de causar graves daños a las células y por eso se utiliza para acabar con aquellas indeseables que pueden estar dando lugar a un tumor, aunque también se suele aprovechar para esterilizar equipamiento médico o para eliminar posibles microorganismos en los alimentos sin que éstos sufran ningún efecto. En este caso, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, necesitaremos barreras de plomo, hormigón o grandes masas de agua para protegernos.
¿Cuáles son las que, generalmente, consideramos menos peligrosas?
Como hemos dicho, todas las radiaciones son susceptibles de afectar a nuestro cuerpo dependiendo de su intensidad y del tiempo de exposición (como con el microondas, que si lo pones al máximo calentarás la leche en un minuto pero si lo pones al mínimo, ya puedes esperar...). Las radiaciones no ionizantes (radio, microondas, infrarrojos, luz visible y ultravioleta) son aquellas que no tienen energía suficiente para romper o modificar la estructura de moléculas y átomos.
Sin embargo, alguna gente considera peligrosas las radiaciones de los móviles o las WiFi cuando en realidad estamos mínimamente expuestos a la mayoría de ellas (coincidiendo, además, con que son las que menos energía portan) y eso significa que es imposible que nos causen ningún daño.
Por ejemplo, tanto los hornos microondas como la WiFi funcionan con la misma radiación, de la misma frecuencia. Aunque la primera podría ser peligrosa (y por eso estos electrodomésticos llevan una cubierta metálica que retiene esa radiación en su interior), la segunda no, es inocua. La diferencia entre ambas es la intensidad, y de hecho por eso una permite calentar y cocinar alimentos, y la otra no. “El nivel de radiación al que estamos expuestos por la red WiFi es extremadamente bajo, entre 10.000 y 100.000 veces por debajo del umbral al cual se producirían efectos térmicos. “Aunque durmieramos abrazados al router, no pasaría nada”, asegura Nájera.
De hecho, como ya hemos explicado en Maldita Ciencia, existen unos niveles máximos, unos límites que las distintas partes del espectro electromagnético no deben sobrepasar, precisamente para asegurar que éstas no nos hacen daño.
Otro tipo de radiación bien identificada como peligrosa, o debería, es la radiación ultravioleta, por ejemplo la que recibimos del Sol, y ¿acaso no nos protegemos para evitar achicharrarnos en verano? En este caso no podemos modificar su intensidad, pero sí podremos protegernos evitando la exposición o utilizando cremas protectoras.
“También puede ser dañina la radiación visible”, es decir, la luz que vemos, incide Nájera, quien explica que “una luz suficientemente intensa podría dejarnos ciegos; al igual que una sobre exposición a infrarrojos en una sesión de rehabilitación podría quemarnos”.
Entre las radiaciones de menor frecuencia, situadas en la parte izquierda del espectro electromagnético, encontramos las que se utilizan para que podamos escuchar la radio y ver la televisión. Si avanzamos hacia la derecha, próximas a estas, se encuentran las que utiliza la telefonía móvil (también la nueva 5G, que usará algunas de las frecuencias que hasta hace poco usábamos en TDT).
“Los radares de aviones o las emisoras de los servicios de emergencia, también usarán frecuencias similares, pero también la resonancia magnética que nos permite ver una lesión de ligamentos o determinar la presencia de una sustancia en una muestra”, indica Nájera y recuerda que incluso el calor que recibimos de un radiador es una forma de radiación, la infrarroja, la misma que emite un mando a distancia de la televisión o nosotros mismos y que ocupa el siguiente lugar en nuestro esquema energético.
“Para todo el espectro, sólo tenemos unas antenas sintonizadas a un trocito muy pequeño: los ojos a la luz visible”, señala el vocal de CCARS. Según avanzamos hacia la derecha del espectro, hacia los tipos de radiación con más energía, encontramos los rayos ultravioleta, que tienen aplicaciones para desinfectar o para ver lo que con el ojo no ve, por ejemplo, en una escena de un crimen.
¿Cómo nos aseguramos de que estamos en un entorno seguro?
Para regular este contexto, existen organismos y comisiones internacionales independientes, como la Comisión Internacional para la Protección ante Radiaciones No Ionizantes (ICNIRP), creada a partir de la Asociación Internacional para la Protección contra la Radiación (IRPA), que revisa las evidencias científicas disponibles y establecen los límites de exposición seguros a la radiación desde muy baja frecuencia hasta los ultravioletas.
Por tanto, la pregunta que debemos plantearnos no es si hay radiaciones peligrosas y otras que no lo son, sino qué niveles de exposición podrían preocuparnos.
La respuesta, según Nájera, es que todo depende de cada tipo de radiación, de la intensidad y del tiempo de exposición. “Tomar el sol sin protección de forma continuada puede ser mucho más peligroso que hacerse una radiografía. Los límites de seguridad establecidos han demostrado ser seguros, tanto para radiación ionizante como para no ionizante, y, por tanto, en condiciones normales, podríamos decir que las radiaciones están bajo control y no afectarían a nuestro cuerpo… pero ni me metería en un microondas ni querría que me hicieran más radiografías o tomografías computerizadas de las estrictamente necesarias”, opina el vocal de CCARS, “por lo que vivo tranquilo con la WiFi de mi casa, durmiendo al lado del móvil o con las antenas que rodean a mi familia”
“Esos límites se suelen tomar como referencia para las legislaciones, tanto para el público en general como para trabajadores, y nos proporcionan la seguridad que años de vigencia han demostrado en su determinación y aplicación”, añade.
Si superásemos estos niveles, ¿cómo podrían los distintos tipos de radiaciones incidir en nuestra salud?
Como hemos indicado, la forma de interacción entre las radiaciones del espectro y nuestro organismo varía de un tipo de radiación a otro, los efectos que producen o su capacidad de penetración. En este punto, podemos introducir otra variable: la longitud de onda, es decir, el “tamaño” de la radiación. Esta es inversamente proporcional a la frecuencia: a mayor frecuencia y por tanto energía, menor es la longitud de onda. Así las radiaciones más energéticas tendrán las longitudes de onda más corta, las menos energéticas, mucho mayor.
“La radiación ionizante tiene una longitud de onda del tamaño de las moléculas y los átomos pudiendo, por así decirlo, entrar dentro de estas minúsculas estructuras e interactuar con ellas de forma directa”, explica Nájera, lo que sí podría causar problemas de salud diversos, algunos graves. En cambio, las microondas de móviles y WiFi, cuya longitud de onda es del orden de unos pocos centímetros a milímetros (de ahí lo de ondas milimétricas del 5G), no podrán modificar la estructura molecular y, si acaso, sólo podrán inducir un efecto térmico (calentarlas), aunque como hemos indicado, muy improbable a las intensidades habituales a las que trabajan.
“En cualquier caso, por debajo de los límites de seguridad, no deberíamos preocuparnos. Un radiólogo o un oncólogo radioterápico tendrá muy en cuenta las dosis de seguridad, los fabricantes de antenas, routers o móviles, también. Así los niveles habituales de funcionamiento de móviles, antenas o WiFi están entre 10.000 y 100.000 veces por debajo de los límites de seguridad, por lo que pensar en un efecto sobre la salud, es muy improbable”, recuerda el experto. Además en 30 años de uso generalizado de estas tecnologías, no se ha demostrado un efecto sobre la salud a las intensidades de exposición habituales.
Este artículo es una colaboración mensual entre Maldita Ciencia y el Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS).
Primera fecha de publicación de este artículo: 28/02/2021