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MALDITA CIENCIA

CONSULTORIO 197º ESPECIAL HALLOWEEN: ¿Te puedes morir de sueño? ¿Y ‘cagarte’ de miedo? ¿Cuál es la diferencia entre este y los sustos?

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“Malditos, malditas y los demás, si os venís os vamos a enseñar algo extraño que hay aquí: el Consultorio de Halloween”. Si no es exactamente así, algo parecido dice esta bien conocida canción de la película Pesadilla antes de Navidad, un plan perfecto, si aún no tienes nada pensado, para la noche del lunes 31 de octubre al martes 1 de noviembre, la más tétrica del año. Como ya es tradición, esta entrega de nuestro consultorio no se queda atrás: hoy hablamos de sangre, miedo y enfermedades que, literalmente, ‘te quitarán el sueño’.

Si te quedas con alguna, sea tétrica o no (científicas siempre, eso sí) te animamos a que nos la mandes. Y como no nos cuesta nada recordarte cómo hacerlo, aquí lo tienes: tenemos Twitter, tenemos Facebook, tenemos correo electrónico ([email protected]) y TikTok. ¡Pero es que también tenemos un chatbot de WhatsApp chulísimo! Guárdate el número: +34 644 22 93 19. Puedes mandarnos tu consulta por donde más rabia te dé. Vamos a ello.

¿En qué se diferencian los sustos y el miedo?

‘¡No me da miedo, simplemente me ha asustado porque no me lo esperaba, nada más!’. Si tú también estás familiarizado o familiarizada con esta o alguna otra frase similar al ver una película de terror, por ejemplo, seguro que también se te ha pasado por la cabeza una de las consultas que nos habéis planteado esta semana: ¿qué diferencia el asustarnos de tener miedo?

Según la Real Academia Española (RAE), con ‘miedo’ nos referimos a una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. El concepto ‘susto’, por su parte, lo define como una “impresión momentánea de miedo causada por algo que aparece u ocurre de forma repentina e inesperada y que generalmente altera o agita la respiración”. Solo con ambas definiciones ya podemos entender la diferencia.

“Las emociones en los animales (y animales humanos) tienen todas su función”, recuerda a Maldita.es Aurora Gómez, psicóloga clínica. “El caso del miedo es alejarte de aquello que puede ser peligroso. Es decir, ante un determinado contexto, se dispara el miedo, produciendo una reacción fisiológica que ayuda a ejecutar los comportamientos que nos permiten afrontar la situación que nos aterra”, añade. El objetivo es tratar de centrar toda nuestra atención en ella, y conseguir alejarnos.

Poniéndonos algo más técnicos, podemos definir el miedo como una emoción causada por estímulos relacionados con la amenaza y que, a su vez, causa conductas adaptativas para evitar o hacer frente a esa amenaza, según describe un manuscrito sobre la biología del miedo publicado en la revista científica Current Biology.

Añade que, como emoción subjetiva que es, es complicado “especificar los conjuntos de estímulos que normalmente provocan miedo y los conjuntos de respuestas conductuales, autonómicas, endocrinas y cognitivas que causa”. De hecho, en Maldita.es ya explicamos que hay personas que incluso disfrutan de esta sensación.

La reacción de nuestro cuerpo ante un susto, ante una impresión repentina e inesperada que ‘amenaza’ (o pensamos momentáneamente que lo hace) nuestro bienestar es, de nuevo, ponerse alerta en un tiempo récord, gracias al sistema simpático: las pupilas se dilatan, para dar con el lugar a través del que podríamos huir; el corazón bombea más sangre para que a los músculos no les falte suministro; las glándulas suprarrenales secretan adrenalina y la respiración se hace más rápida. Según transcurren los segundos, tenemos la oportunidad de analizar si ese estímulo realmente es o no una amenaza y reaccionar de forma voluntaria.

Ahora bien, no hay que perder de vista que las emociones son variadas y tienen diferentes grados. “Entiendo que el susto, en el contexto de Halloween, es ese momento en el que sabes que la situación peligrosa no es real y disfrutas del ‘chute’ de la emoción. Como cuando vamos a la casa del terror, que sabemos que es un contexto seguro”, ejemplifica Gómez. “Pero aún así nos asustamos y disfrutamos de contagiarnos de las emociones de los demás”.

En palabras de la experta, este tipo de situaciones de ‘susto controlado’ son positivas porque nos permiten ver cuáles son nuestras reacciones y cómo podríamos actuar ante una situación amenazante de verdad.

¿Es posible ‘cagarse de miedo’?

Nos ‘meamos’ de la risa y nos ‘cagamos’ de miedo. Parece ser que nuestro vocabulario relaciona estos procesos fisiológicos básicos con emociones fuertes. No solo ocurre en español, en inglés también existe la expresión ‘scared shitless’ y en alemán, ‘scheißt sich vor Angst in die Hose’ (o ‘cagarse en los pantalones del miedo’).

Si tan universal es esta expresión, ¿existirán evidencias que sostengan que es posible hacerse caca por culpa del miedo? Pues sí, perder el control del esfínter anal temporalmente es una posible respuesta ante el estrés psicológico que puede provocar una situación en la que pasamos miedo o nerviosismo. Esta relación entre defecar y el miedo ha sido ampliamente explorada en animales, especialmente en ratas de laboratorio. Al tiempo, se ha intentado ofrecer explicaciones evolutivas de por qué los humanos y otros mamíferos actúan de forma similar ante una situación estresante.

Al igual que explicamos en la anterior consulta, la diferencia entre susto y miedo, el sistema simpático es el responsable de desencadenar la respuesta fisiológica ante una situación estresante. En ella, también se observa que los esfínteres se relajan y se excretan fluidos. Orina y caca, vaya, para qué esconderlo. En este artículo de El Confidencial de la periodista Rocío Benavente de 2015 se recogen algunas respuestas del organismo en situaciones que nos dan ‘cague’ (nunca mejor dicho) y en esta revisión de la revista científica Digestive Diseases and Sciences sobre la fisiología de la defecación humana también se reconoce que el estrés y la ansiedad a corto plazo afectan las ganas de ir al baño.

La literatura científica que ha explorado la relación entre pasar miedo e ir a visitar al señor Roca debe darle una medalla a las ratas de laboratorio, los animales con los que más se ha experimentado para obtener evidencia sobre este asunto. En el libro The Psychology of Fear and Stress, el psicólogo británico Jeffrey Alan Gray recopiló multitud de experimentos (de mediados del siglo XX) en los que se inducía miedo a las ratas de diferentes formas (sonidos, caídas repentinas, inmovilizaciones) y se comparaba resultados con otras ratas que no estaban expuestas a estas situaciones. Efectivamente, las ratas hacían más caca cuando pasaban por momentos angustiosos.

Un experimento algo más reciente (del 2001) comparó las respuestas de ratas de laboratorio que se habían entrenado para pasar miedo cuando se exponen a ciertos estímulos (mediante una práctica que se llama condicionamiento del miedo) y ratas que no se podían entrenar por daños en su amígdala, que es la parte del cerebro involucrada en las respuestas ante el miedo. En ambos casos se observó que los animales reaccionan de manera similar ante esta emoción: quedándose paralizadas, moviéndose inquietamente y excretando orina y caca. Experimentos aún más recientes (2021) han seguido investigando, de diferente forma, la relación entre miedo y heces en ratas.

Vale, ha quedado claro de que es posible cagarse de miedo. Pero, evolutivamente hablando, ¿qué sentido tiene? La periodista de ciencia Uta Schindler plantea en la publicación de divulgación alemana Spektrum.de dos posibles explicaciones. La primera es que los excrementos (la orina y las heces) de un animal pueden servir como sustancias que repelan o desincentiven a sus depredadores, evitando así ser cazados. La segunda es que se trate de un método rápido para ‘aflojar la carga’ y ser capaces de movernos con más agilidad.

¿Se puede morir de sueño?

Una película de miedo puede generar una noche de insomnio. También alterar el sueño con pesadillas. En definitiva: hay ocasiones en las que el miedo no nos deja dormir. Pero, ¿qué ocurre cuando no es un hecho externo lo que nos impide descansar, sino una enfermedad? ¿Sería posible entrar en un círculo vicioso por el cual no lográramos dormir y muriésemos de puro sueño? Esa opción existe y tiene un nombre: insomnio familiar letal, una enfermedad genética muy rara que termina por destruir nuestro sistema nervioso.

Los síntomas de esta enfermedad aparecen, de media, en torno a los 50 años. Entre los más comunes se encuentran el insomnio y la demencia que empeoran con el tiempo, al ser consecuencia de una patología neurodegenerativa progresiva. El insomnio familiar letal acaba reduciendo el número de neuronas en el tálamo, la parte del sistema nervioso que, entre otras funciones regula el ciclo del sueño. El gen que lo causa se hereda de forma dominante, por lo que una persona que lo tenga tiene un 50% de posibilidades de transmitir la enfermedad a su descendencia.

Una vez aparecen los síntomas, la supervivencia media es de sólo unos 18 meses. Es decir, actualmente no hay cura ni tratamiento que retrase la progresión del insomnio familiar fatal, aunque sí para aliviar sus síntomas.

En España, aproximadamente la mitad de los casos se concentran en el País Vasco. En los últimos 28 años y según datos del Instituto de Salud Carlos III, se han notificado 77 casos de insomnio familiar letal en todo el país.

Pero, ¿a qué se debe esta enfermedad? Su origen es la mutación de un gen. Esta mutación genera un prión, es decir, una proteína alterada, la causa última del inicio de la enfermedad.

El proceso es el siguiente: toda proteína, por definición, está compuesta por pequeños ‘piezas’, los aminoácidos, que están codificados en nuestro ADN. ¿Qué quiere decir esto? Que cada uno de los genes que conforman nuestro código genético codifica un aminoácido.

Basta que un solo gen sufra una mutación para que se produzca un cambio en el aminoácido que codifica, lo que hará que la proteína de la que forma parte sea diferente y ‘funcione mal’. Esta proteína sería nuestro prión.

En el caso del insomnio familiar letal, la mutación se encuentra en un gen llamado PRNP, el encargado de codificar la conocida como proteína priónica. Esta se encuentra presente tanto en el cerebro como en otros tejidos y aunque, actualmente, sus funciones no son conocidas, se cree que desempeña un importante papel en varios procesos de nuestro organismo.

Cuando hay una mutación en el gen PRNP, la proteína priónica es diferente: se dobla de forma anormal y sus funciones se trastocan. Pasa a denominarse prión y a protagonizar la causa de esta enfermedad.

Es cierto que se han reportado casos muy raros y concretos de personas con insomnio familiar fatal en los que no se encuentra esta mutación. La hipótesis para explicarlo es un cambio espontáneo de la proteína normal (proteína priónica) a la anormal (prión), sin existir un gen mutado que ‘fabrique’ el prión, ¿cómo es esto posible?

Ese prión espontáneo tiene la capacidad de alterar la forma correcta de las proteínas ‘sanas’ a la incorrecta de las proteínas ‘patológicas’. Así, provocan enfermedades neurológicas como la de Creutzfeldt-Jakob (conocida como la enfermedad de las vacas locas en estos animales y que se puede dar por el consumo de carne contaminada) y el kuru.

¿Aplicar sobre la cara tu propia sangre sirve como tratamiento antiedad?

Una de las preguntas que nos habéis enviado en esta semana pre-Halloween tiene que ver con uno de los motivos más frecuentes y referenciados durante estas fechas: la sangre. Pero los tiros no van por la causa por la hay gente a quien le aterra e incluso se desmaya al ver o pensar en este fluido, que ya hemos explicado en Maldita.es y que sería quizás la más habitual sobre ella, sino si es posible utilizarla como tratamiento facial antiedad. Sí, has leído bien: tu propia sangre en tu mismísima cara. Frente a todo pronóstico, sí existe un tratamiento cutáneo cuya materia prima es la sangre.

Ahora bien, antes de meterte un tajo y embadurnarte la cara de rojo pasión, ojo: en los tratamientos dermatológicos que la utilizan, la sangre nunca se aplica ‘tal cual’, sino que es necesario procesarla, hasta obtener lo que se conoce como plasma rico en plaquetas (PRP) y administrar este de una forma determinada. De hecho, lo habitual no es usarla de forma directa sobre la cara, como si se tratase de un sérum o una crema (aunque también hay algún que otro avance sobre ello). En realidad, suele aplicarse a través de pequeños pinchazos, una técnica conocida como mesoterapia. Además, por sí sola no consigue grandes resultados. Para lograrlo, la mejor opción es combinar la PRP con otras técnicas.

La PRP, en realidad, es un tratamiento que se utiliza en medicina desde hace bastante tiempo y tiene muchas aplicaciones como indica a Maldita.es Inés Escandell, dermatóloga que nos ha prestado sus superpoderes. “No solo se utiliza en dermatología, también en traumatología, para tratar las articulaciones con dolor, por ejemplo. También se puede infiltrar en cicatrices y, sobre todo, en úlceras, que fue el primer campo relacionado con la dermatología en el que empezó a utilizarse”, señala la experta. De ahí su uso para las marcas de acné, para el melasma (parches de piel oscura en zonas expuestas al sol) y como rejuvenecimiento en general.

Aunque se consiga a partir de la sangre, la PRP no se trata ni tiene la apariencia de este fluido, sino que es el resultado de haberla procesado de la siguiente manera: al extraer la sangre a un paciente, se centrifuga para separarla en sus diferentes fases o componentes, como señala la Academia Americana de Dermatología (AAD, por sus siglas en inglés). El resultado de esta acción es un suero que contiene más concentración de plaquetas que la sangre, del que se eliminan los glóbulos rojos que, en este caso, “no son interesantes”.

“El plasma que contiene las plaquetas (de ahí que se conozca como plasma rico en plaquetas) se utiliza sobre ciertas zonas o ciertas patologías. Así, contamos con la liberación de los factores de crecimiento propios de esos fragmentos de célula, lo que lo hacen muy útil, por ejemplo, para favorecer el cierre de heridas complejas o de úlceras”, continúa la dermatóloga.

Volvemos al inicio, el origen de vuestra pregunta: ¿tiene relación el PRP y el rejuvenecimiento facial? Lo cierto es que hay evidencias de que estos factores de crecimiento y otros mediadores de las plaquetas, al liberarse en la piel, activan diferentes mecanismos que sí pueden tener que ver.

En palabras de Escandell, el PRP consigue que “se vayan eliminando las fibras de colágeno más dañadas y se facilita que las propias células que tenemos en la piel vuelvan a sintetizarlo”. Por tanto, añade, sí que tienen capacidad de redensificar el tejido; “rejuvenecer el cutis”, como señalan desde la Academia Española de Dermatología y Venereología; y que, combinado con otros métodos, “desempeña un papel importante en el proceso de regeneración tisular (de los tejidos)”, en base a una carta al editor publicada en el Journal of the American Academy of Dermatology y una revisión de estudios publicada en Archives of Dermatological Research.

Pero, ¿tiene el PRP esta capacidad siempre e independientemente cómo se aplique? Negativo: no es la poción de la eterna juventud. Hay varias particularidades a tener en cuenta (además de que no se puede utilizar la sangre a secas), dado que conseguir que el cuerpo absorba el PRP no es tan sencillo, como tampoco lo es mantenerlo en el tiempo, al ser un producto que se estropea fácilmente.

“Lo habitual es aplicarlo [el PRP] mediante mesoterapia, es decir, a través de agujas muy finitas que se utilizan para infiltrar a un nivel muy superficial de la piel. Así también se combina su uso con el efecto rejuvenecedor de los propios pinchazos, que hacen que la piel tenga que cicatrizar y regenerarse”, continúa la dermatóloga. Es cierto que se sigue investigando para que la gente pueda aplicarse el PRP como si fuera crema facial, aunque no pretende ser lo habitual (habría que sacar la sangre al paciente, procesarla, utilizar material específico para evitar contaminaciones, guardar a cierta temperatura y utilizar solo un tiempo determinado).

Los resultados tras administrar PRP como único tratamiento rejuvenecedor son moderados: por ejemplo, no se pueden comparar sus efectos, como cuenta Escandell, con una infiltración o relleno con ácido hialurónico. De ahí su uso habitual junto a la mesoterapia u otras técnicas como el láser, por ejemplo. Eso sí, se trata de una técnica “muy segura”, que “no tiene prácticamente ningún efecto adverso, más que el de los propios ‘pinchacitos’”.

Antes del truco o trato…

Recuerda que este no es el primer consultorio científico halloweenero. Si eres fiel amante de esta celebración y temática, aquí tienes los de años anteriores, 2020 y 2021, donde hablamos, entre otras cosas, de ciervos zombies, amebas come cerebro y el proceso de descomposición de los cadáveres. ¿Tétrico, eh? 

Y como todas las semanas, llegados a este punto nos gusta recordaros que estamos aquí para resolver todas las dudas y preguntas que tengáis respecto a información científica pero, eso sí, si lo que te inquieta tiene que ver con un diagnóstico, tratamiento o afección personal, lo único que podemos aconsejarte es que acudas a un profesional sanitario que estudie tu caso y pueda tratarte adecuadamente. ¡Feliz Halloween!

En este artículo ha colaborado con sus superpoderes Inés Escandell, dermatóloga.

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