Aunque se suele hablar indistintamente de anestesia y sedación, en realidad estas son técnicas utilizadas en situaciones con fines diferentes, al suponer distintos niveles de consciencia en el paciente en quien se aplican y, por lo tanto, también riesgos distintos.
¿Qué es la sedación y quién debe administrarla?
Normalmente hablamos indistintamente de sedación y anestesia para referirnos al estado de inconsciencia en una intervención médica, cuando ‘dormimos’ y no somos conscientes de lo que nos rodea o nos pasa. Pero en realidad la sedación debería referirse sólo a niveles menos profundos de inconsciencia, como la ansiolisis (por ejemplo, al tomar un lexatin para relajarse) o la sedación consciente (al tomar medicamentos para poder dormir).
En general, entendemos por sedación ese estado de calma, de relax, que generan ciertos medicamentos. De hecho, esta es su base principal: según el Real Colegio de Anestesistas de Reino Unido, consiste en administrar fármacos sedantes para ayudar al paciente a relajarse durante una intervención.
Es decir, con ‘sedación’ no solo hablamos de las técnicas utilizadas en quirófano para poder realizar una determinada prueba o intervención, también de lo que tu médico de cabecera puede recetarte, por ejemplo, ante una situación prolongada de estrés. En cualquier caso, si hablamos de administrar sedantes, la persona encargada siempre debe ser un profesional médico, algo que no dudamos si hablamos de quirófanos (médicos anestesistas) pero con lo que quizá no habíamos contado en otros contextos o clínicas.
La situación dependerá del grado de sensibilidad del paciente al sedante y de a qué nivel de sedación vaya a recurrirse. Según la Sociedad Estadounidense de Anestesiología, existen cuatro niveles de sedación: mínima, moderada o consciente, la sedación profunda y la anestesia general. El ‘sueño profundo’ en el que caemos durante las pruebas más invasivas y dolorosas será consecuencia o bien de una sedación profunda o bien de una anestesia general.
En opinión de Javier García, presidente de la Sociedad Española de Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor (SEDAR), es más efectivo explicar estos cuatro niveles en dos bloques: “Hay una línea roja que separa los niveles uno y dos (ansiolisis y sedación consciente) del tres (sedación profunda) y el cuatro (anestesia general)”, explica a Maldita.es.
Los cuatro niveles de sedación: de la ansiolisis a la anestesia general
“¿Te anestesiaron?”, “Sí, me sedaron”. Ojo, no es lo mismo: ni el nivel de conciencia tras la administración de los fármacos es igual ni lo son el equipo que se necesita para el apoyo respiratorio durante su efecto ni los posibles efectos secundarios relacionados con la sedación profunda o la anestesia general. En cualquier caso, según García, no se puede establecer “una diferenciación clarísima” entre ambas prácticas. Lo que sí se establece es una escala de niveles, en función del estímulo que se necesita para que el paciente responda bajo los efectos de la sedación.
En el primer nivel lo ocupa la sedación mínima o ansiolisis (por ejemplo, tomar un valium o un lexatin). En este caso, aunque el paciente está más tranquilo, abre los ojos con solo escuchar su nombre, sin siquiera tocarle.
La sedación consciente, el segundo nivel, es muy similar e igual de seguro. “Basta con llamar y tocar al paciente. Abre los ojos sólo con rozar su mano o establecer un ligero contacto”, explica García. En este nivel hablaríamos, por ejemplo, de los fármacos (generalmente orales) que pautan los profesionales sanitarios para poder dormir: “Te duermes, pero si alguien llega y te toca o te llama, te despiertas”.
El nivel tres, la sedación profunda, y el cuatro, la anestesia general, se utilizan en exploraciones invasivas y dolorosas (por ejemplo, meter por la boca o el ano un endoscopio, un cable de hasta dos centímetros, insuflar con aire y hacer biopsias). Mientras que en la sedación profunda se contempla lo que desde SEDAR llaman una respuesta del paciente “lógica a estímulos repetidos o dolorosos”, en la anestesia general el paciente no reaccionará ni siquiera a estos estímulos desagradables: “En una anestesia general, el paciente no responde aunque se le haga daño”, aclara García.
Mientras que en la sedación profunda se intenta que el paciente “siga respirando normal”, por sí solo, en la anestesia general se induce una parada respiratoria, ya que los medicamentos paralizan el diafragma e impiden la respiración natural. Esto hace necesario que haya que intubar y conectar al paciente, que no tiene respuesta ante estímulos dolorosos, a un respirador artificial. “Las confusiones entre sedación y anestesia vienen precisamente por creer que esta es la diferencia entre ambas, estar o no intubado, cuando la verdadera diferencia está en la cantidad y tipo de fármaco y el riesgo de parada respiratoria”, explica García. “Si tú no respondes ante un estímulo doloroso, es que estás en una anestesia general, aunque el paciente siga respirando por sí sólo”.
Por último y en palabras del experto, “es muy importante diferenciar el tipo de fármaco que se utiliza”: “Hay fármacos sedantes (benzodiacepinas, neurolépticos…) y fármacos anestésicos generales (gases anestésicos o propofol)”. Aunque, en caso de no controlar su dosis, todos ellos pueden suponer riesgos, son los segundos son “los verdaderamente peligrosos” al ser capaces de producir una parada respiratoria.
¿Qué profesional debe encargarse de la sedación profunda y la anestesia general?
A pesar de que es la anestesia general la que ocupa el cuarto nivel de sedación, la SEDAR considera imprescindible que sea un médico anestesista quien se encargue tanto de esta como de la sedación profunda (nivel 3).
Según la sociedad médica, una sedación profunda, por definición, debe tener la misma consideración clínica que una anestesia general. El motivo, argumenta, es que durante ambas “se emplean fármacos anestésicos con los que se produce una ausencia completa de conciencia”.
También deben tenerse en cuenta los efectos que los fármacos anestésicos tienen en la sangre, “que pueden provocar complicaciones graves en función de la patología asociada del paciente”. “Por este motivo, la sedación con agentes anestésicos (propofol o gases anestésicos) es un acto con potenciales complicaciones graves, incluso mortales, que debe ser controlado por médicos con competencias y experiencia en Anestesiología y Reanimación”. “Todo lo demás reducirá el nivel de seguridad para el paciente”, concluyen.
El derecho de los pacientes a preguntar y ser informados
Como recoge la Ley General de Sanidad en relación a los Derechos del Paciente, es importante que la persona que vaya a someterse a un proceso de sedación sepa que tiene derecho a preguntar qué se le va a hacer (anestesia general o sedación), en qué consistirá la intervención, cuáles son los posibles riesgos y qué profesional lo llevará a cabo.
Además, tiene el derecho de hacerlo de forma individualizada y no a través de consentimientos generales. “No es suficiente con un ‘firme usted aquí para realizarse una endoscopia’. La firma de la sedación profunda o anestesia debe ser independiente”, recuerda García. “De hecho, en el consentimiento informado lo de menos es firmar un papel: lo importante es haber hecho un esfuerzo en explicar al paciente todo lo relacionado con la intervención y con la sedación. Y esto, ahora mismo, es un problema complejo”.
“En SEDAR, recibimos reclamaciones de pacientes que afirman haber sido conscientes durante una operación o una endoscopia y haber experimentado dolor. Pacientes que piensan que el anestesista no hizo bien su labor y que la culpa es nuestra, sin saber siquiera si la persona que lo llevó a cabo fue un especialista en anestesiología”, señala el experto. “Se da por supuesto que todos los actos anestésicos los hacen médicos anestesistas pero, por desgracia, no está siendo así. La salida a todo esto es que los pacientes pregunten. Tienen el derecho y la obligación de hacerlo”, concluye.