Este artículo es un especial para el Día de los Inocentes. A pesar de su evidente tono satírico, sigue estando sujeto a la metodología y buen hacer de Maldita Ciencia
Parte de las narrativas antivacunas de la pandemia dan por hecho que correlación es causalidad. O dicho de otra manera, que desde que se administran vacunas contra la COVID-19, ocurren cosas que no habían ocurrido antes a la población vacunada (ver ejemplos 1, 2 y 3). Sin ninguna evidencia, achacan estos acontecimientos a las vacunas, a pesar de que estos efectos pueden deberse a enfermedades previas, medicamentos que se toman a la vez o simplemente a una coincidencia. También hablan de ‘repentinitis’, un término inventado y que no alude a ninguna enfermedad para inventarse supuestas reacciones adversas fatales repentinas de estas vacunas.
Sin embargo, debemos darle a estos contenidos parte de razón: es cierto que hay gente que ha fallecido y que no se había muerto antes. Esto se debe a que fallecer es un proceso irreversible: una vez un organismo muere, no se puede ‘desmorir’, por lo que es imposible morirse dos o más veces. Este efecto [morirse] ocurría antes de la introducción de las vacunas contra la COVID-19, por lo que es altamente improbable vincularlo directamente a estos fármacos. Te contamos en profundidad.
No hay evidencias de que sea posible morirse más de una vez
En la propia definición de muerte en ciencias médicas se recoge que esta tiene que ser un punto de no retorno: es el cese irreversible de todas las funciones vitales de un ser vivo. Realizando una búsqueda en repositorios de literatura científica, no encontramos evidencias de personas que cesaron sus funciones vitales al completo y volvieron a la vida. Una vez que te mueres, es definitivo y solo se puede hacer una vez. Por tanto, es cierto que existen —más bien, existieron— personas que se han muerto y que no se habían muerto anteriormente.
Esto [morirse] ocurre tanto en personas que deciden vacunarse contra la COVID-19 como en quienes optan por no hacerlo. Por supuesto, hay que precisar que recibir esta vacuna reduce enormemente las posibilidades de fallecer por COVID-19 u otras complicaciones de salud vinculadas a esta enfermedad. Esto no quiere decir que recibir esta vacuna evitará la muerte de manera definitiva, ya que los humanos acabamos falleciendo al final de nuestra vida.
Aunque antiguamente sí se consideraba que un humano estaba muerto en determinadas situaciones, con las técnicas y tecnologías contemporáneas sería posible “rescatarle” de esa situación. Es el caso de pacientes que no respiraban y no tenían pulso —dos condiciones con las que, antaño, se certificaba la muerte de una persona— pero a quienes se lograba estabilizar y recuperar.
También hay casos en los que se emplea el término “muerte” en sentido figurado: morirse de risa, morirse de ganas, morirse por que te rompan el corazón o muerte por chocolate. Ninguno de estos términos hace referencia a la muerte clínica, que es de la que habla la narrativa antivacunas y a la que nos referimos en este artículo.
El caso de los cerdos que ‘resucitaron’: no es una evidencia de que la muerte sea reversible ni está vinculada a las vacunas COVID-19
Existe un caso de estudio muy curioso en el que neurocientíficos de la Universidad de Yale (Estados Unidos) lograron ‘resucitar’ los cerebros de unos cerdos que fueron sacrificados. Sin embargo, debemos aportar contexto a este trabajo científico, publicado en abril de 2019 en la revista Nature, que no es una evidencia de que sea posible ‘desmorirse’.
El trabajo logró que los cerebros de cerdos recuperasen algunas funciones de sus células, después de haber sido sacrificados y hasta cuatro horas después de su muerte. Como describen los investigadores, pudieron “restaurar y mantener la microcirculación y las funciones moleculares y celulares de un cerebro porcino intacto”.
La principal conclusión a la que llegaron es que “bajo las condiciones apropiadas, un cerebro mamífero aislado e intacto podría recuperar la actividad molecular y celular”. Las condiciones apropiadas son extremadamente específicas: extrajeron los cerebros de los cerdos y los conectaron a un sistema diseñado para seguir aportando oxígeno y sangre al órgano, como si fuera una especie de incubadora de órganos específicamente diseñada para el cerebro.
Pero, como decimos, los cerdos fueron sacrificados. En ningún momento volvieron a la vida —con todas sus funciones vitales—, por lo que se ciñe a la definición de muerte irreversible.
Para más inri, no existen vacunas contra la COVID-19 diseñadas para otros mamíferos o seres vivos que no sean humanos, por lo que la muerte de estos cerdos y de otros seres vivos no es posible vincularla a estos fármacos.