¡Ya llegó el viernes y el cuerpo lo sabe! Y lo sabe porque ha dado con el que ya consideramos el pistoletazo de salida hacia el fin de semana: ¡el consultorio semanal de Maldita Ciencia! ¿Que tienes ganas de conocer qué ha rondado la cabeza de los malditos y malditas esta semana? Evidentemente. Ronda de pistas por aquí: animales parlanchines, malos tragos durante el sueño, ejercicios para la vista y oídos.
Antes de empezar con la lectura, recuerda que nos puedes mandar cualquier duda que se te venga a la cabeza (siempre y cuando tenga que ver con la ciencia) por Twitter, Facebook, correo electrónico ([email protected]) o a través de nuestro chatbot de WhatsApp (¡guarda el número en tus contactos! +34 644 22 93 19). ¡Ahora sí, démosle caña!
¿Por qué pueden hablar algunos loros y cómo lo consiguen?
“¡Al loro, que no estamos tan mal!”. Esta frase no la dijo un loro, pero podría haberlo hecho. Esta semana, nuestra curiosidad animal va dedicada a los loros que hablan y cómo logran hacerlo: la clave está en un órgano llamado siringe (además, por supuesto, del cerebro de estas aves). Antes de explicar al detalle el mecanismo, os presentamos al loro Curro insultando en ‘granaíno’.
Los psitacoideos, el nombre técnico de estas aves, no tienen cuerdas vocales. Como muestra un estudio con el loro gris africano o loro yaco (Psittacus erithacus), los distintos sonidos se producen gracias a la siringe (un órgano vocal de las aves situado en la base de la tráquea) y la configuración de su tracto vocal a través de los músculos de la tráquea. Esto permite que ejemplares de esta especie, como Alex, puedan llegar a disponer de más de 100 etiquetas verbales para objetos, acciones y colores. Precisamente con este loro experimentó durante 30 años la psicóloga animal estadounidense Irene Pepperberg de la Universidad de Harvard (Estados Unidos).
¿Son capaces realmente de hablar los loros o sólo imitan los sonidos que escuchan a los humanos? Algunos científicos señalan que estas aves, en cautividad, imitan a los humanos, mientras que en la naturaleza toman como referente sonoro a otros miembros de su especie e incluso los dialectos vocales de otras aves.
Los loros de cerebro grande tienen proporcionalmente más neuronas que los primates de su mismo tamaño, especialmente concentradas en el palio o cerebro anterior. Esta es la base para la inteligencia aviar y su capacidad de aprendizaje vocal. Algunos autores hablan incluso de corteza cerebral como la que tenemos los mamíferos. Pero no tienen la semántica y la sintaxis que se encuentran en el habla humana ni su comunicación se refiere a elementos abstractos como hacemos las personas.
En cambio, otros investigadores como la ya mencionada Pepperberg, señalan que los loros como Alex son capaces de adquirir representación simbólica y, por ejemplo, diferenciar conceptos como igual-diferente.
¿Es cierto que existen ejercicios visuales para mejorar problemas de visión?
A través del formulario de nuestra página web (sí, esa cajita que aparece a la derecha de este texto, donde pone “mándanos tus preguntas”), nos habéis planteado qué hay de cierto en las recomendaciones que afirman que existen ejercicios visuales para mejorar los problemas de visión. Estos forman parte de una rama auxiliar de la oftamología llamada ortóptica, una especialidad encargada de la valoración y medición de las desviaciones leves, moderadas y severas de los músculos del ojo. Ahora bien, ¿qué entra en lo que denominamos ‘problema de visión’?
Según explica Rubén Pulido, oftalmólogo y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, “si estamos hablando de defectos de refracción como miopía, hipermetropía o astigmatismo, no existe ningún ejercicio que sirva para resolverlos o mejorarlos”. Y si hablamos de cataratas, degeneraciones retinales o problemas inflamatorios o infecciosos, “mucho menos”.
Para la fatiga ocular o vista cansada, Pulido destaca que hay una “falsa noción” de que se puede revertir mediante ejercicios de ‘enfoque’. “Pero no existe ninguna evidencia real de que esto sea factible, más bien todo lo contrario”. Cosa distinta es la recomendación de la Sociedad Española de Oftalmología (SEO) para aliviar algunas de las consecuencias de la vista cansada y la sequedad ocular: mirar a los lejos durante 20 segundos por cada 20 minutos de trabajo frente a un ordenador.
La Academia Americana de Oftalmología (AAO) ya emitió en 2017 un comunicado apuntando que no hay evidencias de que los ejercicios para los ojos funcionen de cara a tener una visión más nítida. En esta ocasión, la AAO ponía el foco en una serie de aplicaciones para móviles que decían “ayudar a los adultos a librarse de sus gafas para leer”. Estas apps no tienen ningún respaldo científico.
En cualquier caso, los problemas de visión para los que los ejercicios oculares podrían tener algo de efectividad son los de insuficiencia de convergencia. Esto ocurre, dice la AAO, en los casos en los que “los ojos no actúan al unísono cuando la persona intenta enfocarse en un objeto de cerca, lo que hace difícil leer, por ejemplo”.
Entre los tratamientos para resolver este problema están algunos ejercicios de enfoque ocular y lo que se denomina “pencil pushups” (algo así como ‘flexiones con lápiz’), que consiste en colocar una letra pequeña en un lápiz para que sea leído a medida que se acerca el objeto a la nariz. Estos ejercicios, concluye Pulido, “actúan sobre los músculos extraoculares, es decir, los que permiten a los ojos moverse en diferentes direcciones y que permiten la visión binocular”.
¿Son lo mismo las pesadillas que los terrores nocturnos?
Serpientes y arañas, monstruos y otras criaturas, crímenes y catástrofes e incluso exámenes sorpresa: qué mal rato pasamos cuando temas como estos protagonizan nuestros sueños y qué alivio al despertar y caer en que son justo eso, un producto de nuestra imaginación, pesadillas. Ahora bien, ¿son lo mismo estas que los terrores nocturnos? Lo cierto es que no, hay varias diferencias entre ambos: la fase del sueño en la que ocurren, el motivo que lo causa, el recuerdo del episodio a posteriori y la actitud de la persona cuando los experimenta.
Para empezar, mientras que las pesadillas afectan a mayores y pequeños, los terrores nocturnos son más comunes entre estos últimos: “Afectan a casi el 40% de los niños y a un porcentaje significativamente menor de adultos”, señala en su página web la Clínica Mayo. “A pesar de que son escalofriantes, los terrores nocturnos no suelen ser una causa de preocupación”, añade. De hecho, la mayoría de los niños los superan antes de la adolescencia.
Pesadillas y terrores nocturnos, además, ocurren en momentos diferentes del sueño: en la fase REM (Rapid Eye Movement o movimiento rápido del ojo) y en la de sueño profundo (N3) respectivamente. Esto hace que sea más probable que exista movimiento durante los terrores nocturnos, ya que en este momento todavía tenemos tono muscular, que durante las pesadillas.
Como explica Verónica Rico, psicóloga del Instituto Europeo del Sueño, tras una pesadilla lo habitual es despertarse sobresaltado, agitado, dado que hace solo unos instantes algo en el contenido del sueño estaba ‘amenazando nuestro bienestar’ en el mundo onírico. Además, recordamos ese ‘algo’ y somos capaces de hablar de ello. En el caso de los más pequeños, suelen llamar a los padres, pidiéndoles ayuda frente aquello que les asusta: hay conversación e interacción.
Esto no ocurre durante o después de los terrores nocturnos, que se caracterizan por la aparición súbita de episodios de llanto o grito inesperados, con una expresión facial de miedo o terror intensos en quien los experimenta. “Se suele acompañar de aumento de la frecuencia cardiaca, respiración y sudoración importante”, señala en su página web la Clínica Universidad de Navarra. “Lo normal es que el paciente permanezca sentado en la cama, profundamente dormido y sea difícil despertarle”.
“De pronto el niño emite un llanto, un grito, está despavorido. Nosotros acudimos enseguida. Está muy nervioso, sudando, con los ojos abiertos. Nos mira pero, en realidad, nos atraviesa [con la mirada]. No responde a nuestras caricias e incluso, si nosotros queremos calmarle, se pone más nervioso”, explica a Maldita.es el pediatra especializado en problemas del sueño y miembro del grupo de la Sociedad Española del Sueño, Gonzalo Pin.
Como explica el experto, durante el sueño no REM, “es como si estuviésemos ante un cuerpo despierto con un cerebro durmiendo, de tal manera que la parte afectiva del cerebro no está activa, no hay sufrimiento del niño, no hay recuerdo al día siguiente. Si nosotros actuamos, se nos verá como extraños”. De ahí su recomendación de que, frente a un terror del sueño, nuestro papel debe ser “de espectadores”: no actuar, sino vigilar por si el niño se despierta en ese momento (para protegerle). “Si estamos ante una pesadilla, sí tenemos que actuar: calmar al niño, porque lo necesita”.
Si el terror nocturno se repite más de una vez en la noche, si los eventos no son siempre (más o menos) a la misma hora, sino que van variando o si el niño se siente cansado, hiperactivo o irritable durante el día siguiente, el consejo de Pin es consultar a su pediatra.
¿Es verdad que podemos rompernos el tímpano al intentar destaponarnos los oídos?
Entre las sensaciones incómodas más comentadas en vuelos, momentos después de las inmersiones de buceo o viajes en coche en los que ascendemos o descendemos de altura en relación al nivel del mar se encuentra el taponamiento de oídos. Y entre los consejos para ponerle remedio, bostezar, masticar chicle o taparse la nariz y espirar fuerte, tratando de que el aire empuje con fuerza de dentro hacia fuera y resuelva nuestro problema. Ahora bien, parece que la siguiente duda ronda por vuestras cabezas: ¿pueden estos u otros trucos similares hacer que nos autoperforemos el tímpano? Es muy poco probable, salvo que se sufran alteraciones previas.
Recordemos, primero, qué es el tímpano: se trata de la fina membrana que separa el canal auditivo (la parte más externa de nuestro oído) y el oído medio. ¿Puede lesionarse? Afirmativo. Es entonces cuando hablamos de perforación del tímpano, un desgarro u orificio que puede causar dolor, pero que suele curarse en unos pocos días o semanas, como afirma la web especializada en salud KidsHealth. Añade que, en caso de que no se cure, se puede recurrir a la cirugía. Es cierto que una de las causas por las que puede ocurrir esta lesión es el cambio repentino de presión, conocidos como barotraumas.
“La mayor parte del tiempo, la presión de aire en el oído medio y la presión ambiental están en equilibrio. Pero algunas situaciones, como volar en avión, conducir en un camino de montaña o practicar buceo, pueden provocar cambios repentinos en la presión y perforar el tímpano”, explica el artículo de KidsHealth.
Algunas pistas que nos permitirán saber si nos ha ocurrido algo similar es la supuración del oído, la pérdida de la audición o zumbido (más conocidos como tinnitus) o la presencia de mareos o vértigo.
Sin embargo y respondiendo a vuestra pregunta, bostezar, masticar o tratar de compensar la presión espirando con boca y nariz tapadas, intentando deshacernos de la molesta sensación, no aumenta el riesgo de perforación de la membrana.
Según María Mata Ferrón, otorrinolaringóloga, “en principio y como norma general esto no ocurre”. “Si hay otras patologías, cirugías previas o alguna alteración, podría pasar, pero difícilmente”, añade la experta a Maldita.es.
Bajo el punto de vista de Braulio Correa, otorrinolaringólogo y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, rasgarse o perforarse el tímpano de esta forma es “bastante difícil”: “Sí puede ocurrir, por ejemplo, con una bofetada que ‘meta’ presión en el conducto. Pero por un Valsalva (exhalar aire con la glotis o con la boca y la nariz cerradas), por ejemplo, salvo que el tímpano estuviera previamente muy fragilizado, me parece enormemente difícil” y añade que, además, un tímpano sano que se rompe por un traumatismo “normalmente se regenera con facilidad y en poco tiempo”.
El otorrinolaringólogo del Hospital Universitario de Getafe (Madrid), Joaquín Yanes Díaz, hace un inciso a Maldita.es antes de dar su opinión ante esta pregunta: destaponar los oídos es ‘compensarlos’, mientras que romper el tímpano es perforarlo. Al compensar los oídos, como adelantábamos, sí podría producirse una perforación de esta clase, especialmente si “tenemos alguna enfermedad inflamatoria de las trompas de Eustaquio (que comunican el oído medio y la garganta) o ante unos tímpanos más adelgazados (otitis media crónica)”.
La razón, según el experto, es que aumentar bruscamente la presión en el oído medio puede hacer que el tímpano se perfore por un mecanismo de explosión, hacia el exterior. Esta situación también puede ocurrir en buceadores al compensar de forma intensa o personas con una cirugía del oído reciente. Sin embargo, coincide con Alejandro Harguindey, otorrinolaringólogo del Instituto de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello de Madrid, y Luis Lassaletta, presidente de la comisión de Otología de la Sociedad Española de Otorrinolaringología (SEORL), en que “al bostezar, masticar o movilizar la mandíbula que se pueda perforar el tímpano es anecdótico”.
Spini Roxana, médica pediatra otorrinolaringóloga, también se suma a esta opinión: “Bostezando no ocurrirá. Tapándonos la nariz y espirando (Valsalva) podría ocurrir si tenemos la membrana timpánica debilitada”. Sin embargo, añade que sería “raro”.
Algunas de las causas que sí pueden ser motivo de rotura del tímpano son el uso de hisopos de algodón, los ruidos muy fuertes (traumas acústicos), los traumatismos en la cabeza o en la zona del oído y del canal auditivo externo o las infecciones en los oídos.
Todavía no hemos terminado…
Antes de decir adiós, os recordamos una vez más: no somos médicos, somos periodistas. Puedes contar con nosotros para todo aquello que esté en nuestra mano, ¡por supuesto! Pero si lo que necesitas es un diagnóstico concreto y/o tienes dudas médicas específicas, la mejor opción será que recurras a un profesional sanitario que estudie el caso y te recomiende la solución o tratamiento más adecuado. ¡Gracias por leernos y buen fin de semana!
En este artículo han colaborado con sus superpoderes los malditos Rubén Pulido y Braulio Correa.
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