¡Otra de fobias por aquí! Seguimos con las cuestiones halloweeneras que nos habéis planteado estos días: esta vez sobre las criaturas u objetos que son similares a los humanos pero que realmente no lo son: cadáveres, robots humanoides, zombies, muñecos malvados, marionetas siniestras, criaturas de forma humana pero con deformidades... ¿Por qué nos incomodan o nos dan miedo? La respuesta nos la da la hipótesis del valle inquietante (uncanny valley), que sostiene que, cuanto más humana es la apariencia de algo que no lo es, es más susceptible de causar un sentimiento de rechazo.
El término fue propuesto por Masahiro Mori, profesor de robótica en el Instituto de Tecnología de Tokio (Japón), en 1970. Mori escribió un ensayo sobre cómo imaginaba las reacciones de las personas a los robots que parecían y actuaban casi como humanos.
"En particular, planteó la hipótesis de que la respuesta de una persona a un robot similar a un humano cambiaría abruptamente de la empatía a la repulsión a medida que se acercaba, pero no lograba, una apariencia realista", explica un editorial publicado en IEEE Xplore, una base de datos de investigación académica que proporciona acceso a artículos y trabajos sobre Ciencias de la Computación, Ingeniería Eléctrica y Electrónica.
¿Y por qué sucede esto? Según la hipótesis de Mori, entre las fuentes que consideramos “de peligro” se incluyen los cadáveres y los miembros de diferentes especies y otras entidades a las que podemos asemejarnos, y según su explicación esa reacción de rechazo es una parte de nuestro instinto de conservación y supervivencia: “Cuando morimos, no podemos movernos; el cuerpo se enfría y la cara se pone pálida”.
Es decir, la apariencia física se va aproximado a la de estas criaturas no humanas (como los robots, las figuras de cera, las muñecas o los maniquíes). De ahí la importancia que la gráfica proporciona al movimiento: si encima esa especie de “cadáver” se mueve, el rechazo sería todavía mayor, al recordarnos, según la gráfica, a un zombie (evidentemente, una amenaza mayor).
"Para sentirnos seguros, debemos movernos en un contexto conocido y sin incertidumbres. Y una de las cosas con las que estamos acostumbrados a ver son las caras humanas: sabemos reconocer los patrones de similaridad entre ellas", explica Gómez. "Pero cuando encontramos seres humanos que tienen grandes divergencias con lo que solemos entender como humano, se despierta un desasosiego, porque podría suponer un peligro", añade la psicóloga.
Según Gómez, este detalle lo podemos ver en muchos de los monstruos que nos dan miedo (la cara sin nariz de Voldemort (Harry Potter), el cuerpo alargado del monstruo de El laberinto del fauno, los colmillos raros de los vampiros, la apariencia semihumana de los zombies...). "Otro tema clave es que es que, en la mayoría de los monstruos, no sabemos si estos están vivos o muertos y si tienen alma y conciencia, lo que nos plantea grandes dilemas éticos a la hora de actuar", continúa la experta.
No hace falta pensar en muertos vivientes. Las simples expresiones y movimientos faciales también pueden resultar espeluznantes en una criatura no humana. Esto pudo observarse en la Exposición Mundial de 1970 en Osaka (Japón) en un robot con 29 pares de músculos artificiales en la cara, que le permitían "sonreír de forma humana".
Según el diseñador, una sonrisa es una secuencia dinámica de deformaciones faciales y la velocidad de las deformaciones es crucial. Cuando esta se reduce a la mitad para que el robot muestre una sonrisa más lentamente, en lugar de parecer feliz su expresión se vuelve espeluznante. Esto muestra cómo, debido a una variación en el movimiento, algo que ha llegado a parecer cercano a un humano podría caer fácilmente en el valle inquietante.
Primera fecha de publicación de este artículo: 5/11/2020.
Primera fecha de publicación de este artículo: 05/11/2020