Este reportaje de Jesús Méndez ha sido publicado en la agencia SINC.
Lo ideal sería que el nuevo coronavirus no existiera. O que hubiera una vacuna accesible y protectora. O un tratamiento barato y erradicador. Lo primero ya no es posible. Mientras esperamos a la segunda o a la más que improbable tercera opción, lo más eficaz es cortar las cadenas de contagio. Y la mejor forma para ello es aplicar el latiguillo que repetidamente pronuncia Tedros Adhanom, el director general de la Organización Mundial de la Salud:
Test, test, test (and trace and isolate).
(Pruebas, pruebas, pruebas —y rastrear y aislar—).
El problema es que esas pruebas —las famosas PCR— son costosas, necesitan reactivos mundialmente demandados y personal y equipamientos especializados. Eso limita la capacidad de hacer campañas masivas y periódicas de detección en busca de infectados, especialmente de asintomáticos, reduciendo la posibilidad de cortar las cadenas.
Ahora, la FDA —la agencia reguladora de medicamentos de los Estados Unidos— acaba de aprobar por vía urgente un nuevo test de detección basado en saliva.
Desarrollado por la Universidad de Yale y en colaboración con la NBA de baloncesto, SalivaDirect es un protocolo abierto y sin fines comerciales que permite un diagnóstico bastante fiable en muestras fáciles de obtener, sin necesidad de personal especializado para su recogida, de forma más barata y eliminando la necesidad de los reactivos más demandados. No es todavía el test ideal, pero abre la puerta a realizar campañas más amplias de detección, especialmente ante la vuelta a las escuelas y los trabajos.
“Esta podría ser una de las primeras revoluciones (game-changer) en la lucha contra la pandemia”, escribió entusiasmado Andy Slavitt en un hilo explicativo en Twitter. Slavitt estuvo a cargo de los programas de seguro médico durante el mandato de Barack Obama y se ha convertido en uno de los principales impulsores mediáticos de SalivaDirect.
Los resultados del test en comparación con la PCR tradicional se han publicado en forma de preprint: la concordancia de resultados fue de un 94 %. Eso pareció convencer a la FDA, cuyo comisionado Stephen Hahn declaró que “este tipo de flexibilidad es revolucionario en términos de eficiencia”. Además se ha estado probando en la NBA —la liga estadounidense de baloncesto— mientras los jugadores se encuentran disputando el final de la competición en la llamada burbuja de Orlando, aunque los resultados no aparecen por ahora en la prepublicación.
“Este tipo de análisis supondrían una gran ventaja, porque no solo disminuyen el precio, sino también la complejidad. Eso daría la posibilidad de hacer más pruebas, que además necesitan hacerse periódicamente”, apunta Jordi Vila, jefe del Servicio de Microbiología del Hospital Clínic de Barcelona y presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica.
Desde la Universidad de Yale ofrecen el protocolo en abierto, pero piden una comunicación con los laboratorios que lo soliciten para otorgar una certificación. De momento, lo restringen a Estados Unidos, aunque planean hacerlo extensivo.
Curiosamente, desde el laboratorio de Vila en el Hospital Clínic han desarrollado también un método muy sencillo para hacer PCR en saliva y sin necesidad de extracción, simplemente calentando la muestra durante 15 minutos. El trabajo está pendiente de aceptación para publicarse.
“Nosotros lo hemos hecho con una de nuestras plataformas y cada laboratorio tendría que hacer lo mismo en su caso, pero no es un proceso complejo —explica Vila a SINC—. La legislación no está muy desarrollada en este aspecto, pero si se hace una validación respecto a la PCR tradicional y se aplican los controles correspondientes, debería poder emplearse”.
Así se harían las pruebas masivas
Aunque con limitaciones, las PCR basadas en saliva permitirían aumentar el número de pruebas y hacer campañas más amplias y periódicas de detección. Ha habido críticas ante episodios de pruebas masivas como los efectuados en Torrejón (Madrid), pero estos eran muy diferentes: se trataba de pruebas serológicas que buscaban la presencia de anticuerpos, no del virus. Esos test de anticuerpos sirven para conocer quiénes han pasado la enfermedad, pero no son útiles para diagnosticar la infección activa y cortar cadenas de contagio, que es lo que se persigue.
Si se implantaran las PCR con saliva y los nuevos y más sencillos protocolos, no sustituirían a las tradicionales, sino que ambos métodos convivirían. “Ante un caso de sospecha clara o en el hospital necesitamos un diagnóstico lo más fiable posible, por lo que se seguiría usando la PCR en frotis nasofaríngeo”, explica Vila, “pero las muestras de saliva nos permitirían llegar a más gente y más veces”.
Si la prueba es positiva, no necesita confirmación porque en ese caso es muy fiable
- Si la prueba fuera positiva, no necesitaría un diagnóstico de confirmación, porque en ese caso es muy fiable. La persona debería aislarse y deberían rastrearse sus contactos. ¿Podría esto saturar el sistema, que ya está al límite? Vila no lo cree así. Por una parte, porque este debería ser dinámico y flexible, pero también porque “en la situación actual no es como al principio, la diferencia entre los casos que detectamos y los que se nos escapan es considerablemente menor”. Además, a medio plazo, cortar las cadenas de contagio invisibles disminuiría las tasas de transmisión y podrían aliviar el sistema de rastreo.
- Si la prueba fuera negativa sería importante comunicar que puede ser un falso negativo. Esto es así porque la prueba es algo menos precisa que la PCR tradicional, e incluso esta puede perderse hasta el 30 % de los infectados, especialmente en los primeros días, cuando el virus aún no se ha multiplicado lo suficiente. La persona con resultado negativo deberá seguir tomando las medidas de seguridad recomendadas: lavado de manos, mascarilla y distancia de seguridad.
¿Cuál sería el paisaje deseable? Uno en el que se hacen pruebas masivas y periódicas, captando la presencia invisible del virus. Deberían hacerse repetidamente, porque una PCR es solo una foto fija de una situación cambiante. Por ejemplo, en centros de trabajo. Por ejemplo, en escuelas. En este caso, donde cada clase se comportará como un grupo estable, podría simplificarse y abaratarse más el proceso acudiendo a la técnica del pooling.
Escupir, mezclar, detectar
Diseñada por el estadístico Robert Dorfman para detectar a los soldados estadounidenses con sífilis durante la II Guerra Mundial, consiste en mezclar varias muestras en una sola cuando la probabilidad de que sean positivas no es muy alta.
En el caso de una clase, se mezclarían las salivas de los alumnos y se haría la prueba: si es negativa, la clase continúa, pues la probabilidad de infección es muy baja. Si es positiva, todos los alumnos y sus familias deberían aislarse y los análisis se repetirían separadamente y en cantidades de mezcla decrecientes hasta encontrar al positivo o positivos. “Sería un buen método para reducir costes y tiempos y para llegar a más lugares”, apunta Vila. “Eso sí, no se deberían juntar más de diez muestras, porque a partir de ahí un posible positivo podría diluirse demasiado y quizás no se captaría la señal”.
En cualquier caso, la limitación de recursos no dejaría de despertar dudas éticas. En el caso de los colegios, ¿podrían los privados permitirse más pruebas y más frecuentemente? Quizá sí, lo que daría lugar a una desigualdad en la capacidad de diagnóstico. Además, en caso de transmisión comunitaria elevada y cierre de escuelas, algunos podrían apelar a realizar estos test y abrir las clases (o los centros de trabajo) donde fueran negativos.
Por otro lado, el hecho de que se hicieran más pruebas contribuiría a reducir la transmisión y a que el riesgo en aquellos que no puedan permitírselos también sea menor. “Es cierto que pueden darse paradojas”, asume Vila. “En cualquier caso, las instituciones públicas deberían trabajar para que estuvieran lo más ampliamente disponibles”.
Lo que está claro es que la clave hasta la llegada generalizada de la vacuna —y seguramente algo más allá— es, sin duda, cortar las cadenas de contagio.
Test, test, test (and trace and isolate).
(Pruebas, pruebas, pruebas —y rastrear y aislar—).
Hacer que todos nos parezcamos algo más, en términos del coronavirus, a un deportista profesional.
Ventajas de la PCR en saliva respecto a la PCR tradicional
- La muestra es saliva, y no un frotis nasofaríngeo tomado de la parte superior de la garganta, lo que hace que pueda recogerse simplemente escupiendo en un frasco o tubo. Al ser menos molesto, la gente estaría más dispuesta a hacerse pruebas repetidamente.
- No se necesitaría personal entrenado para tomar las muestras.
- Se precisarían menos medidas de protección porque la posibilidad de contagio durante la toma es mucho menor.
- Se ahorraría en la compra de los hisopos, cuya disponibilidad también puede ser un problema.
- Las muestras de saliva son muy estables incluso a temperatura ambiente, lo que simplifica el transporte. Los tubos de recogida son más baratos porque no necesitan llevar sustancias de conservación adicionales.
- El protocolo desarrollado elimina la extracción del ARN del virus. Los reactivos para la extracción son caros y son de los primeros en agotarse. En cuanto al resto de reactivos necesarios, han probado que funciona con multitud de marcas comerciales: el análisis no dependería de un proveedor concreto.
- El ahorro total sería enorme. En conjunto, estiman el gasto en reactivos por muestra entre 1,29 y 4,37 dólares. Ahora mismo, una PCR en España cuesta de media unos 30 euros (35,4 dólares).
Primera fecha de publicación de este artículo: 29/08/2020.