Nos habéis preguntado por las secuelas que deja haber padecido la COVID-19. Los estudios al respecto son limitados. Todavía es pronto para saber cuál es la gravedad de las secuelas y cuánto tiempo pueden durar. El cansancio, la pérdida y el dolor muscular o las alteraciones vasculares o psicológicas son algunas de las secuelas que experimentan personas que han pasado la COVID-19. Os contamos lo que sabemos al respecto.
Los estudios que investigan qué secuelas quedan a medio plazo son limitados y hay que tomarlos con cautela. Para saber las que quedan a largo plazo, aún habrá que esperar a que pase más tiempo y se realicen más investigaciones.
Algunos jóvenes tienen “un cansancio que no pueden ni vivir”
Iván Moreno, portavoz de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), cuenta a Redacción Médica que entre las secuelas están “un cansancio muy importante, con dolores musculares, a veces con febrículas persistentes a lo largo de meses, y otras con alteraciones del sueño y del estado del ánimo".
“Es una enfermedad seria”, insiste. Explica que cuando se empezó a hablar de la COVID-19 la discusión era si los pacientes morían o no o los efectos más graves. Pero, a medida que pasa el tiempo, ya no solo se trata de que se mueran o no se mueran, "es que los hay en la treintena que están meses incapacitados, con un cansancio que no pueden ni vivir”.
Pérdida de masa muscular, cuadros de estrés postraumático y otras secuelas
¿Qué otras secuelas puede tener una persona que ha padecido la COVID-19? Se han publicado pocos estudios revisados por pares que exploren el daño pulmonar duradero.
Joaquim Gea, jefe del servicio de Neumología del Hospital del Mar de Barcelona, explica a Maldita Ciencia que pueden tener fibrosis intersticial. Se trata de una cicatrización anómala del pulmón que, según Medline Plus, el servicio de la Biblioteca Nacional de Medicina de EEUU, puede causar inflamación y hacer que sea difícil obtener suficiente oxígeno. En general, esta secuela afecta a los pacientes “que han tenido una neumonía grave”.
Un grupo de investigadores de la Universidad del Sur de California en Los Ángeles comenzó a rastrear a algunos pacientes en enero mediante una tomografía computarizada para estudiar sus pulmones. Hicieron un seguimiento de 33 de ellos más de un mes después y sus datos, aún no publicados, indican que en más de un tercio la muerte del tejido había llevado a cicatrices visibles, según este artículo publicado en la revista científica Nature. El equipo planea seguir al grupo durante varios años.
La evidencia de personas infectadas con otros coronavirus indica que el daño puede persistir bastante tiempo. Un estudio publicado en febrero registró daños pulmonares a largo plazo en pacientes que padecieron el SARS (causado por el SARS-CoV-1).
Entre 2003 y 2018, algunos investigadores del Hospital Popular de la Universidad de Pekín rastrearon la salud de 71 personas que habían sido hospitalizadas con SARS. Incluso después de 15 años, el 4,6% todavía tenía lesiones visibles en los pulmones y el 38% tenía una capacidad de difusión reducida (sus pulmones eran deficientes para transferir oxígeno a la sangre y eliminar el dióxido de carbono de la misma).
Además de la dificultad respiratoria, la COVID-19 también puede dañar el sistema inmunitario. "Durante mucho tiempo, se ha sugerido que las personas que han sido infectadas con sarampión están inmunosuprimidas durante un período prolongado y son vulnerables a otras infecciones", afirma en este artículo de Nature Daniel Chertow, que estudia patógenos emergentes en el Centro Clínico de los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda (Maryland). Aún hacen falta más estudios para determinar hasta qué punto el coronavirus puede dejar secuelas en el sistema inmunitario. *
Además, Gea sostiene que algunos pacientes pueden padecer "alteraciones neuromusculares (pérdida de masa muscular y de fuerza)".
José María Molero, médico de familia en la Comunidad de Madrid y portavoz del grupo de trabajo en enfermedades infecciosas de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, explica a Maldita Ciencia que las secuelas físicas en muchas ocasiones son "consecuencia de la inmovilidad, fundamentalemente de los que han estado en las unidades de cuidados intensivos (UCI): "Se ha visto atrofia muscular, rigidez articular y pérdida de peso y muchas personas requieren de los equipos de fisioterapia".
Gea también menciona entre las secuelas las "alteraciones vasculares y trombosis”. Esto puede provocar “problemas en los órganos que reciban poca sangre, que pueden ser el corazón, el cerebro, las extremidades o el pulmón”. Pese a que esta secuela puede darse en cualquier paciente, Gea sostiene que es más común “en las personas obesas o con movilidad reducida.
Este estudio publicado en la revista Brain advierte de las secuelas que puede tener a largo plazo la epidemia del coronavirus en el cerebro de los enfermos. Según el mismo, la COVID-19 puede ser la causa de casos graves de complicaciones neurológicas, que incluyen episodios de psicosis y delirio.
Hay pacientes que han experimentado estos episodios durante la enfermedad. Ahora la preocupación principal para algunos expertos en la materia es si los pacientes recuperados tendrán daños neurológicos y déficits cognitivos.
Michael Zandi, investigador del University College de Londres y autor principal del estudio, recuerda a La Vanguardia el caso de la pandemia de gripe de 1918. Un millón de personas más tarde acabó desarrollando una enfermedad neurológica llamada encefalitis letárgica que provocaba fiebre alta, dolor de cabeza, fatiga o visión doble. Ahora, según señala, es importante prestar atención por si se produjera un fenómeno similar.
Jorge Matías-Guiu, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, cuenta a Maldita Ciencia que una de las manifestaciones neurológicas de la COVID-19 es la pérdida de olfato, que a veces perdura como secuela un tiempo después del alta. “Algunos de los cuadros clínicos pueden durar mucho. Por ejemplo, las alteraciones olfatorias, duran incluso dos meses pero suelen irse”, indica.
La COVID-19 también deja alteraciones psicológicas, especialmente en “las personalidades más frágiles”, según cuenta Gea: desde crisis de ansiedad a inseguridad e irritabilidad. En la misma línea se posiciona Moreno, que explica que algunas personas han experimentado cuadros de estrés postraumático: “No solo es que hayan estado en una situación entre la vida y la muerte, los hay que no han estado tan graves pero cuya vivencia de la enfermedad, que estaba siendo tan impactante en los medios, les daba la sensación de que iban a morir”.
Algunos pacientes pueden sufrir una pérdida exagerada de pelo por el estrés de la enfermedad
Además, algunos dermatólogos han constatado un aumento de las consultas por caída del cabello en las últimas semanas, según informa El Mundo o The Guardian. Pero aún no hay evidencias científicas que aclaren si se trata de una secuela de la COVID-19 o se debe al estrés asociado a las semanas de confinamiento.
Sergio Vañó, experto en Tricología y miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), cuenta a El Mundo que se trata de lo que se denomina efluvio telogénico, "una alteración del ciclo de crecimiento del pelo que produce una caída del cabello muy llamativa durante un período de tiempo limitado en el tiempo y reversible".
Pablo Fonda, dermatólogo del Hospital Gómez Ulla de Madrid y también miembro de la AEDV, comenta que "circunstancias como infecciones, cirugías, déficits de alimentación o momentos de mucho estrés pueden provocar esta condición".
En la misma línea se posiciona Molero, que explica que "cualquier enfermedad estresante aguda infecciosa como es esta puede producir una pérdida exagerada de los folículos pilosos de forma transitoria". "Esto se acaba recuperando pero durante dos o tres meses aumenta el número de cabellos que se pierden", afirma. Si normalmente "estamos perdiendo alrededor de 100 cabellos al día", en este caso esta cifra se puede multiplicar "por tres o cuatro".
El 87% de pacientes graves siguen teniendo secuelas a los dos meses, según un estudio
Este estudio publicado en la revista científica JAMA aborda la recuperación de 143 pacientes graves ingresados en un hospital en Italia. Una vez recuperados de la enfermedad, el 87% de ellos seguía teniendo secuelas al cabo de dos meses.
Tres de cada diez tenían una o dos secuelas. Cinco de cada diez, tres o más. Las más frecuentes eran fatiga (53.1%), disnea o sensación de falta de aire (43.4%), dolor en las articulaciones (27.3%) y dolor en el pecho (21.7%).
Algunas secuelas “desaparecerán en unos meses, pero otras serán permanentes”
Gea explica que entre un 7% y entre un 10% de personas que han padecido COVID-19 presentan secuelas. “No sabemos todavía cuánto durarán las secuelas. Algunas desaparecerán en unos meses, pero otras serán permanentes”, afirma.
Los pacientes con un cuadro más grave de la COVID-19 son los que más probabilidad tienen de experimentar secuelas, según Gea. No obstante, los que han tenido síntomas leves “también las pueden tener”.
La edad del paciente, las enfermedades previas y la gravedad de la infección influyen en las secuelas
Tampoco se sabe con certeza cómo afecta la edad a la hora de tener secuelas. Gea explica que “es ahora cuando estamos viendo muchos más pacientes jóvenes y, por lo tanto, no sabemos cómo quedarán. También existe la posibilidad de que 'no lo noten', ya que un joven tiene mucho margen de pérdida funcional, y que aflore cuando se hagan mayores”, sostiene.
Matías-Guiu explica que la edad del paciente, las enfermedades previas y la virulencia con la que le haya atacado coronavirus “contribuyen al cuadro clínico y obviamente a las secuelas”.
“Un paciente con una patología respiratoria previa tiene más posibilidades de dejar una secuela respiratoria”, indica. Pero aún hacen falta más estudios para sacar conclusiones sólidas sobre cómo influyen todos estos factores en las secuelas.
Recuperarse de la COVID-19 puede llevar mucho tiempo incluso en pacientes jóvenes sin enfermedades crónicas, según los CDC
Además de dejar secuelas, la recuperación de la COVID-19 puede ser muy larga. Molero explica que el tiempo medio de duración de los síntomas de la COVID-19 en un paciente leve está entre los ocho y los diez días. En los pacientes más graves, está “entre las tres y las cuatro semanas”.
Pero algunos estudios muestran cómo estos síntomas persisten en algunos pacientes durante mucho más tiempo. Los Centros para la Prevención y el Control de las Enfermedades (CDC) de Estados Unidos alertan de que “recuperarse de la COVID-19 puede llevar mucho tiempo, incluso en pacientes jóvenes sin enfermedades crónicas”.
Los CDC han realizado un estudio que analiza la duración de los síntomas de 292 pacientes leves o moderados que no han estado hospitalizados. De ellos, el 35% no había regresado a su estado de salud habitual cuando fueron entrevistados entre dos y tres semanas después de dar positivo en una prueba para detectar la enfermedad.
Tampoco lo habían hecho muchos jóvenes: “Entre las personas de 18 a 34 años sin afecciones médicas crónicas, uno de cada cinco no había vuelto a su estado de salud”, explican los CDC.Los síntomas más persistentes eran la tos (que persistía en el 43% de los casos), la fatiga (35%) y la dificultad para respirar (29%). Los síntomas duraron más en los pacientes más mayores o con enfermedades crónicas.
* Actualizado el 21 de septiembre con información sobre las posibles secuelas en los pulmones y en el sistema inmunitario.
Primera fecha de publicación de este artículo: 06/08/2020.