¡Buenos días una semana más, malditas y malditos! Poco a poco, en Maldita Ciencia volvemos a nuestra esencia, a lo de siempre y no podría ser de otra manera que contestando a todas vuestras dudas científicas (al menos las que estén en nuestra mano), ¡aunque no tengan que ver con el coronavirus! Sabemos que todavía hay mucha incertidumbre sobre él, pero si estos días te has estado preguntando cosas como si se puede comer la corteza del queso o si hay relación entre la calvicie y la herencia genética materna, (cuestiones que, por cierto, resolvemos hoy), no seas tímida o tímido, que estamos como locos por responderte.
"Y si tengo una pregunta, ¿qué hago?". ¡Como más rabia te dé! Nosotros te proponemos algunas opciones: envianoslas a nuestro WhatsApp (655 19 85 38), a nuestro e-mail ([email protected]) o a nuestras redes sociales (bien Twitter, o bien Facebook). Y ahora sí, ¡manos a la obra!
¿Es comestible la corteza del queso?
Te comes la piel del melocotón, el líquido de los yogures y "lo blanco" del jamón. Si encima no le haces ascos al juguillo del bote de garbanzos o a los plátanos un poco maduros, ya estás a otro nivel. Hoy vamos más allá, porque esta semana os habéis dejado de rodeos y nos habéis preguntado por el queso, ¿se puede comer su corteza o es mejor retirarla? Pues atentos, porque depende.
El porqué es sencillo: para elaborar la cubierta del queso (el origen de esa línea que se quedará al final del triangulito que elijas llevarte a la boca), pueden utilizarse alimentos como aceite de oliva, pimentón, pimienta, plantas aromáticas, vino o sidra, sí; pero también otros materiales en principio no comestibles, en el caso de los quesos madurados. Entre ellos, ceras, parafinas, materiales poliméricos y aceites minerales. Así lo establece el Boletín Oficial del Estado (BOE) y las normas de calidad para quesos y quesos fundidos.
"Pocos expertos en queso se aventuran a dar una cifra concreta de la gran variedad de quesos que existe en el mundo, pero está claro que son varios cientos, quizá miles", cuenta en su blog Miguel Ángel Lurueña, tecnólogo de los alimentos y por eso no se puede responder rotundamente la pregunta de si se puede o no comer la corteza del queso. "Para tratar de simplificar la respuesta, podemos hacer una clasificación de los quesos en función del tipo de corteza que tienen", añade Lurueña.
Según el recubrimiento que presenten, existen dos grandes tipos de queso: los de corteza natural, en los que esta se forma de manera espontánea durante la maduración, al desecarse su superficie (vamos, que su composición es similar a la del interior del queso) y los de corteza artificial, a los que se aplica a su exterior un material de manera intencionada (las ceras de las que hablábamos arriba) para preservar su interior y evitar el contacto con agente externos.
Sería fácil suponer, entonces, que los naturales pudiesen ser los comestibles (además de los quesos sin corteza, que se comen enteros, como el queso de Burgos) y los artificiales los que fuese recomendable no catar. Pero no es tan fácil, ya que tampoco todas las cortezas naturales se pueden comer: depende del origen y las características de esta.
Dentro de los quesos de corteza natural, la primera clase es la corteza natural fresca con mohos. "Algunos quesos cremosos, como los rulos de queso de cabra, presentan una superficie blanquecina, vellosa y con apariencia suave. Eso se debe a que tienen mohos en su superficie que pueden crecer de forma espontánea o añadirse de forma intencionada durante el proceso de elaboración", explica Lurueña. Añade que, en general, los quesos que presentan una corteza de este tipo se comen con ella (si se ha mantenido en condiciones óptimas de higiene y te gusta, claro).
Sin embargo, en los quesos de corteza natural seca con mohos, en los que esta es dura y seca, resultaría desagradable comerla, como el queso Manchego. "Además hay que tener en cuenta que muchos se comercializan sin envasar, ya que es la propia corteza la que protege el interior del queso de agentes externos que podrían contaminarlo [...] lo que podría suponer un riesgo para la salud", explica el tecnólogo de los alimentos. Por eso, es mejor deshacernos de esta corteza.
Lo mismo sucede con los quesos de corteza natural seca sin mohos o los quesos de corteza bañada, que cubren con agua, cerveza, vino o salmuera y en los que posteriormente se realiza un cultivo de bacterias que dan a la superficie del queso un aspecto grasiento. Tampoco es recomendable comer este tipo de corteza. A esta lista de quesos cuya superficie exterior no es recomendable comer se añaden los quesos de corteza artificial, como el Edam ya que está compuesta por materiales tan poco apetecibles como ceras, parafinas, materiales plásticos o papel de aluminio.
¿Cómo minimizar la posibles molestias al usar mascarilla?
Ahora que prácticamente convivimos con ellas, muchos de vosotros nos habéis contado que al poneros la mascarilla lo acabáis pasando realmente mal, os agobiais y que incluso creéis que os puede estar causando alergia. ¿Cómo sobrellevar mejor el momento de usar este complemento ahora obligatorio?
"Normalmente las mascarillas como las quirúrgicas están hechas con celulosa o polipropileno y hay gente que tiene menos tolerancia a estos materiales al contactar de forma tan estrecha con la piel", explica a Maldita Ciencia Sara Gómez Armayones, dermatóloga en el Hospital Clinic, en Barcelona. "Lógicamente es posible que alguien sea alérgico a alguno de los múltiples materiales que las componen, pero en cualquier caso no es algo frecuente", explica a Maldita Ciencia la farmacéutica y divulgadora Marián García.
Según García, lo que puede ser más frecuente es que las personas con problemas dermatológicos previos, como dermatitis o rosácea, noten alguna molestia adicional debido a la oclusión que supone el uso de la mascarilla. "Por ello es importante que las personas con la piel sensible se protejan con especial interés, hidratando la piel convenientemente". Gómez Armayones coincide: "Lo habitual es que las pieles más sensibles sí que presenten mayor riesgo de generar rozaduras o de que aparezcan granitos, al haber fricción con la mascarilla", explica la dermatóloga. "Además, la humedad que genera la propia respiración también haría que apareciesen o empeorasen este tipo de lesiones", añade
Para aquellas personas a las que el momento de ponerse la mascarilla suponga todo un suplicio y se agobien solo de pensarlo, García recuerda que las mascarillas tipo FFP2 o KN95, al tener un mayor ajuste facial y ser más oclusivas pueden resultar más incómodas para algunas personas. "Una mascarilla quirúrgica o higiénica suele ser más agradecida en este sentido, siendo estas últimas las recomendadas por el gobierno para las personas sanas", indica.
"En casos más graves, sobre todo en personal sanitario, que durante los momentos más críticos de esta crisis han estado utilizando mascarillas durante muchísimas horas seguidas, sí que hemos necesitado aplicar o recomendar corticoides tópicos u otro tipo de tratamiento, pero esto tiene que ser siempre bajo prescripción médica", explica Gómez Armayones.
Por último, García añade algunos consejos para evitar estas y otras incomodidades: reforzar la hidratación facial, especialmente en personas con la piel sensible o dermatitis; renovar la mascarilla en función de lo que indiquen las instrucciones (generalmente 4 horas en la quirúrgica o la higiénica) y, por último, cuidar la higiene bucal y consultar al farmacéutico por soluciones en caso de halitosis, ya que el mal olor que se puede generar si se respira exclusivamente por la boca es algo que puede generar rechazo al uso de la mascarilla.
¿Es verdad que los hombres tienen que mirar al abuelo materno para saber si serán calvos o no?
Si habéis llegado a esa edad en que cada mañana os miráis en el espejo la melena, contando a cuántos pelos de distancia estáis de la calvicie, o ya directamente os sentís identificados con Filemón, don Limpio o el calvo de la Lotería, seguro que habéis escuchado mucho la afirmación que nos habéis hecho llegar: ¿es toda culpa de los genes del abuelo materno?
Para contestar a esta pregunta, hemos hablado con la dermatóloga Inés Escandell González, maldita que nos ha prestado sus superpoderes.
Escandell nos ha explicado que “lo que la gente conoce como calvicie común es lo que los dermatólogos llamamos alopecia androgenética, que puede ocurrir tanto en hombres como en mujeres (aunque es más frecuente en los primeros) y es el subtipo de alopecia más frecuente en la población”.
Ahora bien, el origen de la calvicie no es único, e intervienen varios factores. Y sí, eso de las hormonas que también habéis escuchado es cierto: “Sobre todo está implicada la sensibilidad a las hormonas androgénicas (que son las hormonas sexuales ‘masculinas’: testosterona, dihidrotestosterona androstendiona…) y la predisposición genética”, dice nuestra maldita dermatóloga.
Y añade: “Los folículos pilosos son sensibles a los andrógenos circulantes, y cuando estos andrógenos interaccionan con sus receptores del folículo, se producen ciertos cambios de manera progresiva que van haciendo que ese folículo sea cada vez de menor tamaño hasta que el pelo se convierte en vello e incluso desaparece. No todos los folículos del cuerpo son igual de sensibles a los andrógenos, y lo habitual es que los más sensibles sean los de la región temporal (las ‘entradas’) y el vertex (donde aparece la típica calva en la coronilla), por eso son estas zonas donde suele comenzar a verse la pérdida de pelo”.
¿Si el astronauta Luca Parmitano luce una hermosa bola de billar en el espacio es culpa pues de su abuelo (materno)? No exactamente.
“La frase de ‘fijarse en el abuelo materno’ tiene cierto sentido, ya que el gen que codifica el receptor de andrógenos está en el cromosoma X y, por tanto, las mujeres lo pueden heredar de cualquiera de los progenitores, pero los hombres solo de la madre. El problema es que éste no es el único gen implicado, y la genética no lo es todo. Si un hombre tiene familia materna afectada por alopecia androgenética, tiene más posibilidades de desarrollarla, sí, pero no tiene por qué desarrollarla necesariamente”, asegura Escandell.
El también maldito Antonio Marco Castillo, profesor de biología de la Universidad de Essex en Reino Unido nos confirma que hay muchos factores genéticos que intervienen en la calvicie, no solo el de la parte materna: “Este tipo de alopecia tiene un componente genético complejo: técnicamente, decimos que es una condición poligénica. Esto es, son muchos los genes que tienen un efecto, y además la acción de estos genes está influenciada por otros genes (lo que se llama epistasis en términos técnicos) y también por factores ambientales”.
¿Y qué es lo que la genética nos dice sobre la calvicie? “Que si en una familia hay muchos casos de alopecia hay más probabilidades de que nuevos hijos acaben desarrollando alopecia que si en la familia hubieran pocos casos”, explica Marco. “Sabemos que la acción de los andrógenos tiene un papel importante, aunque a edades avanzadas, a pesar de bajar la producción de andrógeno las alopecia sigue progresando. Y lo más importante, sabemos que no es una condición debida a un solo gen localizado en el cromosoma X”. Aquí una revisión de 2017 en la revista Endocrine sobre todo lo que sabemos hasta la fecha de los mecanismos moleculares y de la patofisiología de la alopecia.
La creencia que todo depende del abuelo materno no es moderna: tiene más de 100 años, de hecho. “Un artículo publicado en 1916, ya proponía que la alopecia se heredaba de forma mendeliana (esto es, debido a la transmisión de un gen único), lo que hizo que la comunidad dermatológica creyera durante mucho tiempo que ese era el caso. Esta creencia, que yo mismo tenía por cierta cuando era estudiante, no está contrastada científicamente,” confiesa Marco.
¿Y qué pasa si no nos sentimos cómodos como Jean Luc Picard con nuestro tobogán para piojos?
Pues, dice Escandell, algo sí que se puede hacer. “Los tratamientos que más utilizamos en la actualidad son los fármacos antiandrogénicos (finasteride y dutasteride), que son capaces de frenar la progresión en un gran porcentaje de pacientes e incluso recuperar parcialmente la densidad en muchos casos, y el minoxidil, aunque existen muchos más tratamientos.”, explica Escandell. Y concluye: “Para poder hacer algo con la alopecia, lo primero es acudir a un dermatólogo o a una dermatóloga para que la diagnostique adecuadamente, ya que no todos los tipos se tratan igual, y para que proponga un tratamiento. En muchos casos conseguiremos resultados más que aceptables”.
Si en el ser humano las razas no existen, ¿de dónde sale la idea de que los negros son más altos pero nadan peor?
Nos habéis preguntado que si la idea de raza carece de base científica, tal y como os contamos aquí, “por qué los negros son más altos pero nadan peor”. “No es cierto que todos los negros sean más altos, naden peor, corran más rápido, toquen mejor el saxofón ni tengan cocientes intelectuales más bajos o penes más largos que los demás”, afirma a Maldita Ciencia el genetista italiano Guido Barbujani.
Se trata, según explica, de estereotipos que circulan de forma recurrente y con los cuáles se ha llegado a hacer estudios. El experto insiste en que “decir que las razas no existen en los humanos no significa que todos seamos biológicamente iguales, lo cual obviamente no es el caso”. Más bien, significa que “ninguna de las definiciones científicas o populares de las razas corresponden a lo que vemos en los genes de las personas”.
Cuenta que cualquier grupo humano, sin importar si se define en función del color de la piel, la geografía, el nivel de colesterol en la sangre, el idioma o la pasión por las telenovelas, difiere de un modo u otro de cualquier otro grupo.
“Entre los partidarios del Real Madrid y el Atlético de Madrid, ciertamente hay diferencias en el porcentaje de fontaneros, zurdos, diabéticos, fanáticos de la ópera, insomnes o personas que han visto Lo que el viento se llevó más de una vez. ¿Esto significa que pertenecen a diferentes razas?”, añade.
Esto no quiere decir que no exista la diversidad genética entre poblaciones. Las diferencias entre unos seres humanos y otros se deben a mutaciones aleatorias en el ADN, la selección natural, migraciones y casualidad, tal y como os explicamos aquí.
“Por supuesto que la forma de nuestro cuerpo tiene algo que ver con la forma en que corremos, nadamos, saltamos, jugamos al tenis... Y, de hecho, los velocistas jamaicanos han ganado más carreras en los últimos 20 años que, por ejemplo, españoles o italianos”, recuerda Barbujani.
El genetista italiano no dice que las diferencias no existan, si no que para comprenderlas, el concepto de raza “es una herramienta primitiva y ahora inútil”. “Si queremos entender cómo la biología afecta lo que somos o hacemos, no podemos comenzar clasificando a las personas en grupos (blancos, negros, asiáticos) que corresponden a categorías sociales en los EE UU, pero no a unidades biológicas reconocibles”.
Si bien es cierto que en competiciones como las Olimpiadas, la mayoría de nadadores que han conseguido medallas son blancos, no es posible establecer una relación causal, ya que además pueden contribuir múltiples factores más allá de la genética.
Por ejemplo, en países sin recursos es más fácil dedicarse a deportes que no requieren infraestructuras como el atletismo. Mientras tanto para nadar suele ser imprescindible la existencia de piscinas.
Hace unos años Doris Corbett, que era profesora y socióloga deportiva del departamento de salud, desempeño humano y estudios de ocio de la Universidad de Howard (EEUU), afirmaba que "una explicación completa incluiría factores sociológicos como la geografía, el acceso al entrenamiento individual, los costos asociados con la participación, oportunidades de socialización, la disponibilidad de modelos a seguir y las posibles recompensas financieras en deportes específicos”, según recoge The Guardian.
¡Eh, eh! Espera...
Antes de despedirnos, hay algo que queremos (y debemos) recordarte las veces que haga falta: no somos médicos, somos periodistas. Puedes contar con nosotros para todo aquello que esté en nuestra mano, ¡por supuesto! Pero si lo que necesitas es un diagnóstico concreto y o tienes dudas médicas específicas, la mejor opción será que recurras a un profesional sanitario que estudie el caso y te recomiende la solución o tratamiento más adecuado. ¡Gracias por leeros y buen finde!
Para la redacción de este artículo, nos ha prestado sus superpoderes la dermatóloga Inés Escandell González y el biólogo Antonio Marco Castillo.
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