Se han puesto de moda y se hacen en muchas farmacias. Son tests que, normalmente con un poco de sangre (aunque también los hay de saliva), nos dicen a qué alimentos entre decenas o cientos somos intolerantes y es mejor que los excluyamos de nuestra dieta para solucionar problemas como el sobrepeso, las migrañas o los problemas digestivos entre otros.
Con el propósito de comer mejor y mejorar nuestra salud, es posible que mucha gente sopese la idea de someterse a uno de estos test ahora que empieza un año nuevo. Desde aquí solo podemos aconsejarte que te los ahorres.
Estos tests se basan en la detección de un tipo de proteínas llamadas inmunoglobulinas G (IgG) que se generan como reacción a los alimentos que, en teoría, nos producen esas intolerancias. Una vez detectados los alimentos problemáticos, se retiran de la dieta y mejoran los supuestos síntomas.
Pero lo cierto es que estos test tienen poco de científico, así que no deberían utilizarse para modificar la alimentación de nadie, y menos sin el consejo y la supervisión de un médico.
Para empezar, porque el número de intolerancias alimentarias científicamente reconocidas y estudiadas es muy limitado: a la lactosa, al gluten (la celiaquía, aunque no se trata de una intolerancia alimentaria estrictamente hablando, sino de una enfermedad autoinmune) y la hipersensibilidad a los sulfitos (más minoritaria y con menos síntomas).
Y para seguir porque cada una de esas intolerancias se detecta y confirma tras una sospecha razonable por parte de un médico, con una prueba específica y no con un test único para todas ellas.
Por eso, la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas publicó un documento titulado Los tests de sensibilidad alimentaria no son una herramienta útil para el diagnóstico o el tratamiento de la obesidad u otras enfermedades, en la misma línea que se pronunció el Comité de Salud de la Cámara de los Comunes Británica en este informe y la Academia Americana de Alergias, Asma e Inmunología en este artículo, entre otras asociaciones médicas internacionales que mantienen la misma postura.
Hacerse uno de estos tests no tendría mayor repercusión que el gasto que conlleva, que a veces es considerable, si no fuese porque puede tener algunas consecuencias negativas. La primera es que excluyamos alimentos que en realidad no nos suponen ningún problema. La segunda es que retrasen el diagnóstico correcto de alguien que padezca problemas digestivos reales.
Puedes leer más sobre el tema en este artículo de El Comidista, y el nutricionista Julio Basulto hablaba del tema en su sección de Gente Despierta (puedes escucharlo aquí).