Que si las nueces, curan el cerebro; el tomate sana el corazón; el apio protege los huesos y las setas, los oídos. Estas, entre muchos otros ejemplos, son las relaciones que establece este artículo (y otros parecidos) entre frutas, frutos secos y/o vegetales y órganos cuya forma es similar ya que, supuestamente, "la apariencia de estos alimentos es igual a los órganos que curan”. Pero que quede claro: no hay ningún estudio, indicio o evidencia que avale esta conexión aleatoria entre forma física y beneficios para la salud.
"Esto es una tontería como una catedral", opina Daniel Ursúa, dietista nutricionista, a Maldita Ciencia. "El parecido de un alimento con un organo es subjetivo y los beneficios de cada uno de ellos no son exclusivos de un órgano", añade.
Otra cosa es que, en general, los alimentos que menciona el texto tengan propiedades nutricionales interesantes que pueden repercutir positivamente en el órgano con el que se relacionan, y en el cuerpo entero. Ahora bien, esto no quiere decir que la nuez cure el cerebro o que el aguacate cure el útero (etc., etc.), sino que sus componentes resultan beneficiosos para el cuerpo en general. Al fin y al cabo, los alimentos mencionados son el apio, las naranjas, el jengibre, la zanahoria, las judías...
"Además, podemos encontrar alimentos insanos que se parezcan a organos y no son precisamente buenos", ejemplifica Ursúa. "Nada se parece mas al cerebro que los sesos de algunos animales y se sabe que su consumo no sólo no aporta nada concreto al cerebro sino que es perjudicial su consumo habitual".
Es más: ¿qué ocurre con la forma del alimento cuando lo masticamos? Exacto, desaparece, hecha puré. "Cuando digerimos un alimento pierde su forma y, al pasar al torrente sanguíneo, va a distintos lugares que no tienen porque corresponderse con el órgano al que se parece", indica Ursúa.