Si has montado en avión alguna vez, seguro que te has fijado en una de las señales de su interior, en concreto, del cuarto de baño. En un espacio tan reducido, es difícil pasar por alto este tipo de indicaciones de atención o peligro. Ya sea mediante dibujos o advertencias escritas, estos avisos, “do not flush while seated“ (no tirar de la cadena estando sentado) son, lo menos, inquietantes. Y es que, ¿por qué no puedo dar al botón sin haberme levantado del trono?
La conjetura principal, la que nos habéis preguntado, es si es cierto que, en el caso de ignorar este tipo de indicaciones, ese “vacío” que notamos al presionar el botón flush en un avión podría hacer tal fuerza hacia el interior del mismo que succionara las tripas de quien estuviese sentado.
Esto, lógicamente, no es cierto, no vas a ‘vaciarte’, ni mucho menos. Lo más probable es que tan solo sientas una intensa brisa en tus partes más íntimas. Por su puesto, el retretetampoco puede tragarse a una persona.
Según Will Simons, ingeniero aeroespacial y Thomas Farrier, piloto retirado de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, en el peor de los casos, una persona con sobrepeso podría sellar con su trasero todas las rendijas de la taza del váter y formar una especie de sello o tapón en la misma. “En esta situación, el pasajero se quedaría atascado al tirar de la cadena, pero solo hasta que el avión descendiese a una altitud en la que diferencia de presión fuese lo suficientemente reducida como para que se pudiese desatascar”, explica el experto.
Los aviones utilizan un sistema de vacío, patentado en 1975 por James Kemper e instalado por primera vez por Boeing en 1982, para eliminar las aguas fecales. La invención de Kemper, succiona el contenido del váter (mantiene un vacío parcial, con una presión de aire por debajo de la presión atmosférica). De ahí surge el estridente sonido que oímos al presionar el botón flush y la fuerza aspiradora. No puede utilizarse agua, como los aseos convencionales, por motivos obvios: en un tramo de turbulencias, se podría derramar.
Al presionar el botón, se abre una válvula que, tras aspirar el contenido, se sella automáticamente y lo transporta hasta un depósito en el interior del avión. Porque no, no hay trampillas que los hagan salir al exterior en el momento en que tiramos de la cadena: nuestras deposiciones no surcan los cielos, ni caen como lluvia. Un camión se encarga de vaciar el tanque una vez el avión ha aterrizado.
Si todavía tienes dudas, puedes echar un ojo a este episodio del programa Cazadores de mitos, en el que llevan a cabo el experimento. ¿El resultado? Todas las tripas en su sitio.