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MALDITA TECNOLOGÍA

¿Podemos hablar de adicción a la tecnología y a las redes sociales? Todo lo que sabemos, lo que no y lo que todavía no tiene respuesta

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Claves
  • El uso del móvil se ha incrementado y se tiende a utilizar la expresión ‘ser adicto’ a la tecnología o a las redes sociales con ligereza, cuando detrás debe haber un diagnóstico médico
  • No es lo mismo hacer un uso abusivo del móvil o el ordenador que tener una dependencia que genera problemas de ansiedad, autocuidado y abstinencia
  • Sin embargo, pese a que hace años que se mencionan en la literatura científica, estas adicciones no están recogidas oficialmente como ‘enfermedad’ y el debate sigue abierto
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¿Has escuchado o dicho alguna vez este tipo de comentarios? «Mi hijo es adicto al móvil», o, «mi compañera de trabajo está enganchada a TikTok, está todo el día viendo vídeos». Nos hemos acostumbrado a usar la palabra “adicción” a la ligera, pero hay que ser cautos con ella. Sobre todo si hablamos de la tecnología, las redes sociales y todo lo online, y vamos a ver por qué.

Los especialistas subrayan que hay que diferenciar si hay un uso abusivo o si realmente se está hablando de adicción y dependencia, pero, además, entre toda esta madeja de términos, hay uno más que sigue a debate en la comunidad científica: si considerar a este tipo de adicciones sin sustancia como una enfermedad o no.

Nuestro uso del dispositivo móvil y el tiempo que pasamos en Internet ha aumentado

Si todo esto está en la conversación pública y académica es porque ya es una situación genérica que siente la población: a medida que ha evolucionado la tecnología, su uso se ha disparado. Hay distintos informes que lo confirman, aunque las cifras varían. Según el informe State of Mobile in 2022, el uso diario del móvil subió en 2021 hasta las 4 horas y 48 minutos de media, un 30% más que en 2020. Los datos del estudio Digital Consumer by Generation dicen que la media es de 3 horas y 40 minutos.

Este último informe también recoge que la Generación Z (nacidos entre 1998 y 2004, según sus datos) son quienes más lo utilizan, y que la mitad del tiempo lo emplean en redes sociales: más de dos horas al día. Un consumo que también se está estudiando en la Universidad de Málaga, donde además investigan los efectos que causa entre los jóvenes estar privados del móvil.

De hecho, los jóvenes suelen ser los más señalados, a menudo con palabras mayores. Por ejemplo, en la encuesta Norton Cyber Safety Insights Report 2022 se recogió que el 90% de los adultos españoles encuestados pensaba que los menores de 18 años tienen ‘adicción’ a las pantallas.

Pero los jóvenes no son los únicos que abusan de los dispositivos tecnológicos: las personas de edad más avanzada han aumentado su uso, especialmente desde la pandemia de la COVID-19. Digital Consumer by Generation recoge que, entre los 35 y 44 años, lo utilizan especialmente para el comercio electrónico; entre 45 y 54 años, para los juegos móviles. Además, según el Pew Research Center, cerca del 80% de los estadounidenses de 55 años o más se conectan a Internet de manera habitual y, dentro de ese grupo, la web Think with Google calcula lo que ellos catalogan como ‘séniors digitales’: un 86% pasan seis horas al día conectados.

Adicción a qué: ¿dispositivos, pantallas, Internet, redes sociales, notificaciones…?

Como término genérico, se suele hablar de adicción a la tecnología o a las nuevas tecnologías (TIC). Ya en el año 2000 encontramos referencias en publicaciones científicas y en España empiezan a recalar en 2006, 2010 y 2012. En estas publicaciones se habla de adicción a Internet, a los ordenadores, y más tarde empezarían a mencionarse las redes sociales. ¿Es todo lo mismo?

Lo primero que hay que entender es que hablamos de adicciones sin sustancia o comportamentales, que es la diferencia principal con las adicciones más conocidas y estudiadas donde sí interviene alguna, como alcohol o drogas. “A nivel psicopatológico y de tratamiento serían equivalentes la adicción a las redes sociales y la tecnología a la adicción al juego, pero luego cada una tiene sus particularidades que tienen que ver con el acceso o la legitimación social”, explica a Maldita.es Mónica Moreno, profesora de Psicología en la Universidad Nebrija.

Las opiniones son diversas. Para José María Ruiz, profesor e investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), hay que hablar de adicción a usar tecnología, y subraya el uso del verbo: “Debemos ser muy cautelosos en no caer en atribuir a la sustancia o al dispositivo de turno la capacidad de generar una adicción. La adicción se genera en la persona cuando ejecuta una conducta que es incapaz de controlar, en este caso, cuando se abusa de la tecnología”.

Dentro de esto, el especialista engloba un conjunto heterogéneo de situaciones: “Adicción a usar dispositivos, como móviles, ordenadores o cualquier cosa con pantalla. A navegar por Internet. A utilizar redes sociales y, en particular, a hacerlo por el subidón del feedback y las notificaciones”.

El uso de móviles y redes sociales ha aumentado en todas las franjas generacionales de la población.

¿Puede la tecnología en sí misma ser vehículo y a la vez objeto de la adicción? Los especialistas coinciden en que los dispositivos tecnológicos suelen ser vehículo facilitador de estas adicciones. Por ejemplo, “la adicción al juego o la ludopatía antes implicaba un desplazamiento al bingo o al casino, pero ahora se han disparado las cifras porque la tecnología e Internet facilitan el acceso”, indica Moreno. Es lo que hemos analizado que está pasando en Twitch, donde influencers de esta plataforma incitan a jugar y apostar, también a menores.

El doctor Francisco Ferre, jefe de Psiquiatría de adultos en el Hospital Gregorio Marañón, considera que hay que separar las nuevas tecnologías como tal y las adicciones comportamentales. “No tiene sentido hablar de adicción a Internet y al móvil, no se puede demonizar a las nuevas tecnologías. Es como decir que alguien es adicto a un bar o a la cajetilla de tabaco. Son vehículos que nos llevan a la nicotina y el alcohol. Tanto Internet como el móvil no son adictógenos, son los vehículos que nos llevan a adicciones como las compras online, el sexo en Internet, a los videojuegos, las redes sociales y las apuestas online”, afirma Ferre a Maldita.es.

Teresa Sánchez, directora del título Experto Universitario en Intervención en Adicciones Tecnológicas y Drogodependencias de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) e investigadora principal del grupo de investigación Psiconline de UNIR, coincide y lo representa con un ejemplo: “Si se utiliza de una manera compulsiva, incontrolada e impulsiva la aplicación de Instagram en un teléfono móvil, si posteriormente se eliminara dicha aplicación, el uso del teléfono móvil disminuiría. La persona buscaría entonces dispositivos alternativos (por ejemplo, ordenador o tablet) para continuar obteniendo el reforzamiento de dicha red social”. Es decir, que dejar de usar el móvil tampoco es una alternativa si nos vamos a buscar la vida para darle al dedito en Instagram en otra pantalla.

No todo es adicción: ¿qué diferencia hay con un uso abusivo y con la dependencia? ¿Cuándo se empieza a hablar de un comportamiento adictivo?

Usar con frivolidad la palabra adicción puede sobredimensionar un comportamiento que puede que solo sea social o educativo, y no clínico. Por eso, hay que tener cuidado con los términos que se utilicen, y diferenciar entre adicción y consumo abusivo.

“Si estás en Instagram durante diez horas un domingo porque no tienes nada mejor que hacer, y al día siguiente te vas a trabajar o estudiar, no lo usas y no pasa nada, lo que has tenido es un comportamiento abusivo”, detalla Moreno, de la Universidad Nebrija, que añade que es algo que hacemos una gran mayoría de usuarios.

La diferencia está en qué sucede cuando desaparece el estímulo, en este caso, la red social. “Se considera adicción cuando hay dependencia y una necesidad irrefrenable de acceder a ello. Encontramos problemas de ansiedad, de autocuidado (por ejemplo, no tengo tiempo para ducharme porque he estado toda la tarde en TikTok), falta de descanso por incapacidad para dormir (porque me he acostado a las 3 de la mañana viendo YouTube) y afecta a nuestras relaciones personales”, enumera la especialista. O sea, que si el móvil es necesario para disfrutar, pasarlo bien o sentirse bien, mal vamos. Vimos esta situación exacta al hablar de la adicción a los videojuegos, que sí está reconocida como tal a nivel clínico.

Pero no pensemos que todo este cúmulo de sensaciones que se van repitiendo sucede solo a nivel psicológico, también está ocurriendo algo en nuestro cerebro, a nivel neurobiológico, que va acumulándose hasta llegar a la adicción: “En términos cerebrales esto se corresponde con una desadaptación de los neurotransmisores, de manera que la persona necesita ejecutar la conducta, sea la que sea, porque no hacerlo le produce displacer”, añade Ruiz de la UCM.

Ojo, tampoco se pueden usar indistintamente dependencia y adicción. “La dependencia (en estos casos psicológica) sería una característica que se desarrolla en una adicción en la que se siente un deseo irrefrenable de llevar a cabo la conducta, se necesita cada vez más tiempo de uso o una mayor intensidad y la priorizamos frente a las obligaciones de la vida diaria”, explica Sánchez. Es decir, de la adicción deriva la dependencia.

Dos miembros de la Unidad de Adicciones Comportamentales de la clínica AdCom del Hospital Gregorio Marañón.

Con todo esto, para analizar el riesgo de que una persona pueda tener una adicción comportamental, se hace un proceso de evaluación y tratamiento que nos explica Ferre del Hospital Gregorio Marañón. Primero, se tiene que dar que “el paciente cometa la conducta de forma abusivamente frecuente”. En segundo lugar, se analiza la tolerancia, es decir, “que una persona necesite consumir o ejecutar la actividad de manera cada vez más frecuente para alcanzar el nivel de satisfacción que busca; por ejemplo, usar seis veces al día las redes sociales”. Por último, la abstinencia: “Cuando a una persona se la priva de acceder al móvil, a Internet o a las redes sociales, el paciente adicto tiene una respuesta de malestar físico y psicológico”.

Ferre también es coordinador de la Unidad de Adicciones Comportamentales de la clínica AdCom del hospital, el primer centro público para la prevención, tratamiento e investigación en estas adicciones en el que se prueba este tipo de proceso.

También empieza a hablarse de otras patologías, como el conocido como FOMO (fear of missing out) o temor a perderse algo si, por ejemplo, uno no tiene cuenta en Instagram y se pierde los planes o el círculo social que puede crear un grupo de conocidos en la red social.

La adicción a la tecnología no está recogida aún como enfermedad. ¿Cambiaría en algo que se considerara como tal?

Pese a todo lo analizado y a que cada vez se hable de ello en los foros y publicaciones científicas, la adicción a las nuevas tecnologías o a las redes sociales no está recogida como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud dentro del CIE-11, acrónimo de clasificación internacional de enfermedades. Si uno busca en esta larga lista, podrá encontrarse la categoría “Trastornos debidos al consumo de sustancias o a comportamientos adictivos”, los últimos definidos como “comportamientos específicos y repetitivos de búsqueda de recompensa y de refuerzo”. Dentro de estos, se incluyen el trastorno por juego de apuestas y el trastorno por uso de videojuegos, y especifican que incluye “comportamientos tanto en línea como fuera de línea”; es decir, en Internet.

Es el único momento de la clasificación de la OMS en la que aparece el término Internet. No está sin embargo redes sociales, ordenador, teléfono ni pantalla en lo que se refiere a enfermedades.

Captura del CIE-11 donde se recoge el trastorno por uso de videojuegos.

En el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” (elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y que está considerado como el documento de referencia al respecto), actualmente el DSM-5, de nuevo no aparece mención a la adicción a las nuevas tecnologías, pero sí, dentro de los trastornos no relacionados con sustancias, al juego patológico.

Sección del DSM-5 donde se habla de los trastornos adictivos; en particular, los comportamentales.

¿Cuál es la situación actual? ¿Qué haría falta para que se clasificaran este tipo de adicciones como enfermedades? ¿Es realmente necesario? El debate sigue servido, pero recogemos las opiniones de los especialistas.

“Para que una clasificación internacional, como la CIE-11 o la DSM-5, admita que una circunstancia clínica es una enfermedad, deben transcurrir muchos años de investigación. Habría que identificar un grupo suficiente de pacientes que se agrupe en torno a esos criterios diagnósticos, hacer un seguimiento para ver que evolucionan de forma homogénea y que tienen un tratamiento parecido. Si no, no se puede considerar una enfermedad”, explica Ferre.

Como hemos visto, las adicciones comportamentales de adicción al juego de apuestas y a los videojuegos sí están reconocidas, pero “las compras compulsivas, sexo y redes sociales están en vías de serlo porque aún no tienen el reconocimiento científico necesario”. El especialista dice que son las que más cerca están de ser reconocidas científicamente, y por eso están incluidas en los servicios de la clínica AdCom.

Las opiniones empiezan a alejarse entre sí cuando se analiza si esto sería útil o no.

Teresa Sánchez de la UNIR lo ve como algo que podría repercutir positivamente en los tratamientos y procesos: “Aunque ya se están llevando a cabo intervenciones terapéuticas específicas en centros de referencia (como el Servicio de Adicciones Tecnológicas de la Comunidad de Madrid), la consideración como categoría diagnóstica permitiría establecer protocolos a más amplia escala y darle más cabida tanto en el ámbito clínico como en el investigador”.

Sin embargo, José María Ruiz de la UCM, cree que el que la adicción a las TIC entrara en el CIE-11 o la DSM-5 no se traduciría en una mejor situación, sino que esa categorización sería perjudicial para las personas y lo empeoraría: “Cuando abordamos en el proceso a personas adictas que han sido convencidas de que están enfermas tenemos el doble de trabajo. Se desplaza el foco de control fuera y la etiqueta enfermedad exime de responsabilidad al paciente, la familia, el paciente e incluso la clínica. De hecho, no estamos ni seguros de que las adicciones con drogas sean una enfermedad”. En resumen, categorizarlo así sería incluso “pernicioso para el tratamiento”, añade.

Además, puede contribuir a aumentar el estigma y a tratarlo solo desde un punto de vista médico, según el especialista: “No hay que pensar en un primer lugar en el tratamiento farmacológico, sino en generar alternativas y recordar a la persona que tiene amigos, deporte, ocio, cultura…”.

Mientras se llega a un acuerdo en el paradigma científico, en el social la situación es clara. Como hemos comentado, cada vez se usan más las redes sociales y los dispositivos móviles, y cada vez se genera una sensación mayor de “estar enganchado” a ello. Enfermedad o no, la adicción al uso de las TIC es un problema no baladí que conviene mencionar con prudencia.


Primera fecha de publicación de este artículo: 10/10/2022

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