A este tipo de accesorios inteligentes también se les llama wearables porque los llevamos puestos y toman datos de nuestro cuerpo (y por eso hay que configurarlos de la forma más segura posible). Quizás la última tanda de regalos incluía un smartwatch (reloj inteligente) o una pulsera de actividad que cuenta tus pasos, calcula tu ritmo cardíaco y te dice si has pasado o no una buena noche pero, ¿hasta qué punto son fiables?
“La respuesta rápida a la pregunta es que las mediciones no son exactas, no se pueden considerar un instrumento médico en el que exista una precisión muy buena”, asegura a Maldita Tecnología Julian Beltran, ingeniero residente en China que ha trabajado en el desarrollo de wearables de marcas como Google, como las Google Glass.
Este especialista incide en que si necesitamos que los resultados que nos dan estas pulseras y relojes sean certeros no podemos esperar que sean “tan cómodos de llevar, ni tan económicos, ni se podrían llevar con una pequeña batería en la mano. Te dan una aproximación y se cuenta con que el margen de error es aceptable".
Cómo registran la información que miden de nuestro cuerpo
Este tipo de dispositivos hacen esas aproximaciones gracias a sensores y luces que toman datos de nuestro flujo sanguíneo, nuestra posición y el que estemos en movimiento o no.
Por ejemplo, para calcular los pasos que das, el dispositivo lleva incorporado un acelerómetro, que detecta su posición y con ella la oscilación de la mano al andar. Con esa información, un algoritmo interpreta cuánto nos movemos. Nos puede dar un número aproximado, pero también es fácil de trucar. Beltran pone como ejemplo una ocasión en la que iba montado en un autobús que pasaba por un camino de piedras y uno de estos gadgets contó el trayecto como si hubiera hecho una carrera.
Para medir cosas como la saturación de oxígeno en sangre o nuestro ritmo cardiaco, estos accesorios usan unos pequeños diodos que emiten pequeñas luces en nuestro brazo, según nos explica un maldito especializado en ingeniería electrónica y robótica que trabaja en Silicon Valley y nos ha prestado sus superpoderes, Ángel Hernández.
Lo que hacen es parpadear junto a un sensor óptico que actúa como una especie de cámara que se encarga de medir el reflejo de esa luz en nuestra piel y el color que adquiere: “El color de tu piel, aunque para ti sea imperceptible, cambia cuando le llega un bombeo de sangre, de forma que cuando tu corazón late, la empuja por todo tu cuerpo y hace que el reflejo de esa lucecilla verde cambie un poco. Con los cambios en el reflejo de la luz en el tiempo, puedes deducir la velocidad a la que está bombeando sangre tu corazón. Ahí tienes la medida del pulso”, explica este ingeniero.
Para que sea más fiable, Hernández recomienda que nos estemos muy, muy quietos a la hora de hacer la medida, ya que la posición y los movimientos bruscos la dificultan, que el reloj esté bien apretado contra la piel y que estamos en un entorno oscuro (como en los hospitales, que se pone este sensor tapando el dedo índice).
En cuanto a la detección de las horas y la calidad del sueño, el sensor principal que usa un reloj o pulsera inteligente para medir la calidad y cantidad del sueño es el acelerómetro, que registra si estamos en posición horizontal, cuánto rato llevamos así y cuánto nos movemos. “No deberías poner la mano en el fuego por este dato porque no es fácil de medir, pero como vende mucho, las marcas de relojes se inventan maneras ingeniosas para hacer una conjetura al respecto”, admite Hernández.
Esto es porque entra en juego la fase REM, en la que soñamos, nos agitamos algo más y puede aumentar el riego sanguíneo. Estos dispositivos también tratan de medir estas variaciones pero pueden llegar a “subestimar” sus efectos, según algunos estudios científicos y, por tanto, perder efectividad.
“Si el reloj tiene pulsómetro, se puede usar ese dato de un modo similar: nuestro corazón está tranquilo y regular hasta que entramos en fase REM, donde suele haber variaciones fáciles de detectar. Tampoco es infalible, pero si vas juntando todas esas conjeturas, aumentas la probabilidad de acertar”, indica Hernández.
No se consideran productos sanitarios y los datos no se deberían utilizar como un análisis médico
Al final depende del uso que quieras darle a este tipo de dispositivos y la calidad que necesites en las mediciones que hace. "Para tener un aproximado de circunstancias normales, vale. Pero si quieres una fiabilidad por tema médico o de ejercicio, necesitarías algo más complejo y con más certificaciones”, asegura Beltran.
Al no ser productos sanitarios como tal, estos wearables necesitan menos certificaciones y revisiones que otros dispositivos: sí requieren el certificado CE europeo como otros productos tecnológicos, pero si por ejemplo nuestra pulsera inteligente se vuelve loca y marca más de 200 pulsaciones por minuto, no podremos hacer responsable al fabricante por un tema médico.
Como gran parte de los productos tecnológicos, los hay de infinidad de marcas y precios: nos pueden sonar más los smartwatch de Apple o de Samsung, las pulseras de deporte de Fitbit o Garmin o las chinas Xiaomi y Huawei, pero también son artículos que encontramos de ‘marcas blancas’ a precios más reducidos. Beltran asegura que tendemos a pensar que “hay más probabilidades de que si es más caro es más fiable”, pero en el mercado actual no tiene por qué ser así, sino que depende mucho de las marcas y las prestaciones.
Todos estos accesorios suelen funcionar a través de una aplicación controlada por el móvil: ahí podemos ver los registros, configurar lo que queremos que haga el wearable, marcarnos rutinas de entrenamiento, etc. Eso significa que va conectado a Internet y, por tanto, es hackeable, como cualquier otro dispositivo. Aquí te dejamos algunas pautas para configurar para mayor seguridad tanto el propio accesorio como la aplicación.
En este artículo han colaborado con sus superpoderes el maldito Ángel Hernández.
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