Las aplicaciones de móviles para complementar el rastreo de contactos (del que te hablamos aquí) están disponibles en algunos países que salen de las fases de confinamiento por el coronavirus. Básicamente son herramientas tecnológicas que pueden ayudar a los rastreadores humanos a saber con quién hemos estado en contacto directo si se descubre que tenemos la enfermedad, pero, para que funcionen, hace falta no sólo que nosotros la tengamos instalada, sino también nuestros contactos. En España, la última noticia (a 15 de mayo) es que el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital está probando proyectos piloto con las comunidades autónomas para comprobar si funcionan o no, mientras que el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, recalcó (min. 16:25) a principios de mayo que sólo se usarían si mostraban un “valor añadido” a las medidas sanitarias para combatir el virus.
La eficacia de una medida tecnológica así depende en gran parte de que la población se la descargue y se comprometa a usarla y hacerle caso. Como experimento social, la implicación en algo así es un gran reto, por lo que hemos hablado con dos psicólogas especializadas en el impacto de nuevas tecnologías y una especialista en ingeniería social e interacción entre el factor humano y la tecnología, que creen que la gente la descargaría para salir del todo de las restricciones impuestas por la COVID-19, a pesar de que hubiese personas que no la entendieran del todo.
¿Cómo convencer de que hay que usarla? Algunos países dan “incentivos” a la población para que lo hagan
“Es crucial que la app sea transparente con la información [de las interacciones entre personas], por responsabilidad y honestidad, pero también para no generar situaciones de falsa seguridad, como las asociadas con los tests rápidos o con llevar guantes. La app podría indicarnos que estamos libres de riesgo y que ese juicio nos volviera menos cuidadosos con el distanciamiento social”, explica Ujue Agudo, doctoranda en psicología y el impacto de las decisiones algorítmicas en la Universidad de Deusto, del laboratorio Bikolabs.
En algunos países como Alemania, se busca incentivar que la gente la descargue con pequeños premios como dar más libertad a la hora de viajar o ir a un restaurante. En Australia, se hace con mensajes que dicen que la descargues si quieres volver al fútbol.
Cristina Tarrida, ingeniera industrial y especialista en ingeniería social y hacking psicológico coincide con Agudo: “La transparencia es fundamental para poder llegar a la gente. La situación actual, sumada a la desconfianza que determinadas decisiones y falta de claridad a la hora de comunicarlas ha provocado, hace que se parta de un escenario muy desfavorable para convencer a la población”.
“Confío más en apelar a las emociones y a los valores (compasión, solidaridad, responsabilidad social...) que a premiar por la descarga, que, dadas las suspicacias actuales y la desconfianza en las instituciones, puede ser totalmente contraproducente y ser percibido como una manipulación o, incluso, una infantilización de la sociedad”, señala.
“El ejemplo del grupo es muy poderoso”: ¿la descargarías si la descarga el de al lado?
El país más sonado cuando se habla de las aplicaciones de rastreo de contactos es Singapur porque fue el primero que implantó una con el modelo que funciona por bluetooth. En esa app para móviles se fija todo el que quiere hacer una comparación con las que se han diseñado posteriormente e incluso allí no ha ido del todo bien: un mes después de que se lanzara, se la había descargado un 20% de la población. Un estudio académico (que la Unión Europea usa como referencia) fija en alrededor de un 60% el grado de penetración que tendría que tener en la población para funcionar.
“No ha funcionado, por un lado por la desigualdad. Dieron por hecho que cualquier persona con teléfono ya era punto de contagio, pero el gran foco fue la gran capa de población en caso de infravivienda”, resume Aurora Gómez, psicóloga especializada en comportamientos digitales. En el caso de España, señala que la gente se la podría descargar por ver que lo hace el de al lado y entender que eso puede hacer que las restricciones por COVID-19 acaben.
“El ejemplo del grupo es muy poderoso porque, cuando es (o parece) generalizado, el comportamiento se transforma en una norma social que hay que respetar e imitar”, explica Agudo. “Sí que es verdad que nuestra confianza en ellas [las apps] parece ser frágil y descubrirlas errando puede provocar que perdamos la confianza en su criterio”.
El asunto de que la app sea más respetuosa o menos con la privacidad podría ser un factor menos relevante para el grueso de la población, que lo que quiere es libertad para moverse y relacionarse. Por ejemplo, el año pasado fue protagonista de un escándalo FaceApp, la aplicación que nos mostraba una versión de viejo de nosotros mismos, porque los datos y las imágenes que almacenaba terminaban en Rusia. Eso no evitó que la gente dejara de usarla, pese a que los medios de comunicación avisaron de los riesgos.
“Un gran sector de la población se descargaría la app, pero sin saber si funcionaría o no. Mi madre y la tuya no saben la diferencia entre una aplicación y otra. Lo único que saben es que la autoridad, por medios de comunicación le van a decir que se la tiene que instalar”, dice Gómez.
Ojo: una tecnología concreta no va a salvarnos del problema
La idea es que estas aplicaciones sean complementarias a otras medidas sanitarias. Para las especialistas consultadas, estas apps corren el riesgo de dar la impresión de que una tecnología, por ser nueva, podrían salvarnos del problema de los contagios. De ahí que se recalque que esta tecnología se trata como una opción complementaria.
“La auto-magia que transmite la tecnología no resuelve la complejidad de un problema aunque lo aparente. Aún en las más óptimas condiciones de despliegue, existirán ciertos márgenes de error y se producirán cierto porcentaje de falsos positivos y negativos. Y todo esto sin tener en cuenta los usos maliciosos que se podrían producir dado que al no ser modelos probados no se conoce su alcance”, dice Agudo.
Gómez ve que es difícil contar con la parte de la población que tiene menos nivel en tecnología, sobre todo si el uso real que se le diera a una hipotética aplicación fuese porque es lo único que hay disponible y así lo creyese la gente: “A cualquiera que le propongas una gran solución fácil frente a un montón de pequeñas soluciones que implican un esfuerzo por su parte, va a decir que sí. Es la misma razón por la cual la gente se agarra a las pseudociencias: te prometen que con un pase mágico dejas de tener una afección”, continúa.