Hoy, 2 de abril, es el día que la ONU declaró como Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, con la idea de mejorar el conocimiento generalizado sobre este trastorno (denominado actualmente Trastorno del Espectro Autista o TEA) y con ello aumentar la calidad de vida de los que conviven con él.
Por desgracia, en torno al TEA circulan muchísimos bulos que no solo dificultan una mejor información sobre el problema, sino que en muchos casos buscan engañar e incluso estafar a los pacientes y sus familiares con supuestas curas sin evidencia científica. Estos son algunos de los que circulan por internet.
El método Tomatis: un timo que promete curar el autismo
Uno de estos bulos se refiere al método Tomatis, una supuesta terapia auditiva para curar, entre otras cosas, el autismo. Debido a la gravedad de estas afirmaciones y lo vulnerables que pueden ser ante cosas como estas los pacientes y sus familias, vamos a entrar aquí a explicar lo que es y por qué es un timo. Para profundizar más, os animamos a leer este texto que escribió José Ramón Alonso, neurobiólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca.
El método Tomatis fue creado por el médico otorrinolaringólogo Alfred Tomatis poco después de la Segunda Guerra Mundial. Se basaba en la idea (sin evidencias científicas detrás) de que algunos problemas vocales eran en realidad problemas de audición provocados por bloqueos cerebrales causados por una mala experiencia previa y que impedían captar determinadas frecuencias de sonido. Estos bloqueos podían causar también cambios en el comportamiento, lo cual explicaría al fin y al cabo el trastorno autista pero también la dislexia o la esquizofrenia.
Para “curar” todo esto, construyó un aparato que lograba que el cerebro volviese a captar esas frecuencias previamente bloqueadas emitiendo nuevos patrones de sonido, mejorando así todos esos trastornos y discapacidades. Esos nuevos patrones podían ser desde música de Mozart hasta la voz alterada de la madre del paciente.
Nada de todo esto parece tener ningún efecto real sobre los pacientes con autismo: el método Tomatis ni cura ni mejora sus problemas vocales o comunicativos. Una revisión de estudios realizada en 2004 concluía que era necesaria más investigación que pudiese demostrar los efectos de esta y otras terapias de sonido y un estudio de 2008 comprobaron que, al realizar uno de sus cursos los pacientes no mejoran más que los pacientes del grupo de control que recibieron una intervención placebo.
Las dietas restrictivas no curan el autismo
También es fácil encontrar páginas web que aseguran que el autismo puede curarse a través de la alimentación. Sin embargo, las evidencias científicas al respecto no son lo suficientemente sólidas como para poder asegurar que esto ocurra: una dieta restrictiva no es solución al autismo.
Durante los últimos años, numerosos estudios han investigado la posibilidad de que este tipo de trastornos estuviese de alguna forma ligado a problemas del aparato digestivo, dado que muchos síntomas de los pacientes de TEA están relacionados con complicaciones gastrointestinales.
Según esta revisión publicada en la revista Frontiers in Cellular Neuroscience, tanto los problemas gastrointestinales como el estreñimiento y la diarrea son más comunes en niños con TEA que en los grupos que no padecen este trastorno (un 42% frente a un 20%, respectivamente). Este problema repercute en su comportamiento: que un paciente con TEA sufran dolencias gastrointestinales puede influir en su nivel de ansiedad y ser la causa de agresiones tanto a sí mismos como a quienes le rodean.
Varios estudios han demostrado que la flora intestinal (conjunto de especies bacterianas, en su mayoría beneficiosas, que habitan en nuestros intestino) está directa o indirectamente asociada a los síntomas de los TEA. De hecho, los niños con este trastorno presentan una flora intestinal menos diversa. Este estudio explica que la normalización de este conjunto de especies bacterianas en personas con autismo podría mejorar muchos de sus síntomas conductuales.
Por ello, es habitual la discusión sobre cómo podría influir la alimentación en los pacientes con este trastorno y si, a través de la misma, podría minimizarse la gravedad de algunos de los síntomas. En concreto, se habla de posibles intolerancias alimentarias y alergias de estos pacientes y la correspondiente dieta carente de gluten y caseína o lácteos, es decir, eliminar de la dieta pan y bizcochos, yogur, crema, leche o helado, etc.
Sin embargo, si no existe un problema alimenticio concreto, como la celiaquía o la intolerancia a la lactosa, “el uso de dietas tan restrictivas, que eliminan alimentos propiamente infantiles, merman la inclusión social en niños que ya lo tienen difícil de por sí”, indica María José Mas, neuropediatra.
“Los niños con TEA tienen limitada su capacidad de expresarse, si algo no les sienta bien, la digestión es molesta o dolorosa, raramente lo expresarán de forma explicita”, explica Mas. “En estos casos, es buena idea investigar una posible intolerancia o alergia, pero con la cautela necesaria y siendo muy conscientes de que la dieta mejorará la digestión y por tanto el ánimo del niño, pero no mejorará su autismo“.
Esa es también la conclusión de este estudio del European Journal of Nutrition,que apunta que no existen evidencias suficientes para afirmar que una dieta restrictiva a sea beneficiosa para los síntomas principales de TEA en niños.
El MMS, la 'lejía gourmet' que no, tampoco cura el autismo
MMS son las siglas en inglés de Miracle Mineral Solution o Miracle Mineral Suplement (suplemento o solución mineral milagrosa), una disolución de clorito de sodio en agua. El clorito de sodio es un tipo de blanqueante industrial que se utiliza en la industria papelera y en la textil. También es uno de los compuestos que se utiliza, en pequeñas cantidades para potabilizar el agua.
Pero según los que promueven el uso del MMS, sus propiedades van mucho más allá y son milagrosas, de ahí el nombre. Ellos animan a beberse este compuesto porque se supone que es capaz de curar decenas de enfermedades, desde la malaria hasta el autismo, el cáncer, el sida, la esclerosis, intoxicaciones alimentarias, enfermedades parasitarias y muchas más.
El supuesto mecanismo de acción es el siguiente: el clorito de sodio se diluye en agua y se mezcla con un ácido suave (limón, o vinagre, por ejemplo), lo cual termina generando un gas, llamado dióxido de cloro, que tiene, en teoría un potente efecto desinfectante que destruye todas las bacterias y patógenos, protege las células y refuerza el sistema inmunitario. Para que quede claro: no hay ninguna evidencia científica de estos efectos.
Nada de todo esto tiene sentido desde el punto de vista puramente lógico: es imposible que una sola sustancia, por muy potente o eficiente que pueda ser, actúe contra todas esas enfermedades al mismo tiempo. Y más si tenemos en cuenta que la lista de enfermedades que supuestamente cura incluye enfermedades causadas por virus, bacterias, hongos y parásitos, enfermedades inmunológicas, enfermedades neuronales, cánceres…
Por otro lado, consumir esta sustancia puede tener efectos secundarios severos. El clorito de sodio y el dióxido de cloro en el que se transforma tienen una fuerte acción oxidante, y consumirlo puede producir dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea, intoxicaciones, fallo renal y alteraciones sanguíneas.
En el año 2010, la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios emitía una alerta sobre el MMS. En ella avisaba de la venta de este producto a través de internet y explicaba que “cuando se consume siguiendo las instrucciones citadas en esas páginas producen efectos adversos que pueden ser graves”. La FDA, la agencia del medicamento de Estados Unidos, se pronunció en el mismo sentido ese mismo año.
La terapia con delfines contra el autismo tampoco tiene evidencias
Una de las propuestas más peculiares para curar o mejorar a los pacientes con TEA es la interacción con delfines, que según los que la defienden puede influir positivamente en ciertos trastornos infantiles como el síndrome de Down, el autismo, la parálisis cerebral e incluso el coma.
Sin embargo, no hay evidencias científicas de que la terapia con delfines tenga efectos positivos fuera del placebo: hay que tener en cuenta que recibir este tratamiento supone viajar a un lugar nuevo, navegar por océanos tropicales y disfrutar de un ambiente de optimismo que podría influir en el estado de ánimo del niño. Gran parte de la información sobre los beneficios de esta técnica, además, procede de anécdotas personales o estudios científicos con métodos difusos e intereses económicos.
Entre las supuestas herramientas de curación de estos animales, según explica este artículo de Hal Herzog, profesor de Psicología en la Universidad de California, destacan los llamados “campos de fuerza de bioenergía” que generan al comunicarse entre sí, además de la capacidad de alterar directamente las ondas cerebrales humanas. Otras webs, añaden que estas señales “son capaces de afectar a la doble hélice genética y estimulan al sistema nervioso central del pacienteyla liberación de hormonas ligadas a la relajación y mitigación del dolor”.
Nada de todo esto tiene sentido científicamente, pero puede convertirse en la última esperanza de muchos padres dispuestos a hacer cualquier cosa y a cualquier precio para ayudar a sus hijas e hijos.
Y no, no hay evidencias de que las vacunas tengan la culpa
La idea de que las vacunas infantiles causan autismo es una de las desinformaciones más dañinas de todas: es uno de los motivos (aunque no el único) de que en algunos países estén bajando las coberturas de vacunación contra enfermedades que ya estaban controladas y en vías de erradicación. Además, puede hacer que muchos padres de niños con TEA sientan culpa por ser los responsables del trastorno de su hijo.
Por eso nunca está de más repetirlo: no, no hay absolutamente ninguna prueba basada en evidencia científica de que las vacunas produzcan autismo. Repetimos: ninguna. Las vacunas pueden tener algunos efectos secundarios que en la enorme mayoría de los casos son leves y poco duraderos, pero el autismo no se encuentra ni siquiera entre los más graves.
El origen de este bulo tiene nombre: Andrew Wakefield. En el año 1998 y este ya excirujano e investigador publicó un artículo en la revista The Lancet, de enorme prestigio, en la que relacionaba la vacuna contra la triple vírica (sarampión, rubeola y paperas) con la aparición de autismo y también de problemas intestinales.
La afirmación es gravísima y cundió el pánico. Equipos de investigadores de todo el mundo corren a cumplir con uno de los requisitos imprescindibles de la buena ciencia: debe ser replicable, es decir, que lo que un científico observa en su laboratorio deben poder observarlo todos los demás si repiten el mismo experimento... Algo que no ocurre en este caso: esa relación no se hace visible en ningún otro experimento.
Pasan varios años en los que la sospecha sigue en el aire. En 2004, una investigación periodística publicada en el Sunday Times revela que Wakefield tenía graves conflictos de intereses económicos en el momento de la publicación del artículo. Los coautores del estudio retiran su firma y Wakefield se queda solo con sus afirmaciones, que ya tienen vida propia y son creídas y repetidas por mucha gente que oyó el bulo pero no su puesta en duda y mucho menos su posterior desmentido.
La comunidad científica tomó medidas: el Consejo Médico General de Reino Unido abrió una investigación contra Wakefield y dos de sus colegas, no solo por sus conflictos de intereses no desvelados sino también por la falta de ética de sus investigaciones en las que sometió a niños con autismo a procedimientos dolorosos e invasivos innecesarios.
El 28 de enero de 2010, un tribunal compuesto por cinco miembros del Consejo Médico General halló probadas las acusaciones contra Wakefield. The Lancet retiró su artículo y publicó una retractación explicando que los datos habían sido falsificados. Wakefield perdió su licencia para ejercer la medicina.*
Un año después caía la última piedra del complejo fraude elaborado por Wakefield: un artículo y un editorial publicados en el British Medical Journal explicaba que el ya exmédico pretendía lucrarse del pánico creado a partir de sus revelaciones creando una empresa que realizase análisis médicos para procedimientos legales iniciados por todos aquellos padres convencidos de que las vacunas habían enfermado a sus hijos.
Pero a estas alturas miles de personas en el mundo ya se habían creído las mentiras de Wakefield. Las tasas de vacunación bajaron en Reino Unido (del 91% en 1996/1996 al 80% en 2003/2004 según The Health Foundation) y la tesis de que las vacunas son peligrosas y son una de las causas del autismo se extendieron poco a poco por el resto del mundo, afectando no solo a la triple vírica, sino a toda la vacunación en general.
*Hemos editado este párrafo para explicar de forma más precisa las conclusiones del CGM en su informe sobre Andrew Wakefield.
Primera fecha de publicación de este artículo: 02/04/2020