Son duros, más o menos blancos y, aparentemente, muy parecidos a los huesos pero, ¿podemos incluir los dientes dentro de esta categoría? Lo cierto es que no. No solo por los materiales por los que están formados, sino por las características propias de esos materiales: mientras que los huesos están compuestos por tejidos vivos (como el colágeno) que les permiten repararse en caso de fracturas, el esmalte dental no tiene esa capacidad. Para ‘arreglarlo’ debemos acudir al dentista y que utilice materiales a instrumental especiales.
Aunque hay bastantes similitudes entre ambos, huesos y dientes, son estructuras muy diferentes. Mientras que los dientes están formados por tres tejidos duros (esmalte, dentina y cemento) y uno blando no calcificado (la pulpa, el centro del diente); los huesos los componen dos tipos de materiales diferentes, conocidos como hueso compacto, la parte sólida, y hueso esponjoso, lleno de médula ósea roja y amarilla.
La primera característica que hace que los dientes no pertenezcan a la misma categoría que las estructuras óseas es su capa externa y transparente: el esmalte. Se trata de la sustancia más dura de todo el cuerpo que, a diferencia de los huesos, no contiene ningún tejido vivo. Su función es proteger cada una de las piezas y dar a nuestra dentadura la resistencia adecuada para cumplir su cometido, la masticación.
Bajo él, se encuentra la dentina, la culpable de la sensibilidad dental al tomar alimentos muy calientes o muy fríos si el esmalte se desgasta. A continuación, la pulpa, el tejido blando en el centro de los dientes que alberga los nervios, vasos sanguíneos y tejido conectivo.
Además de su composición, otra de las diferencias entre los dientes y los huesos es cómo se reparan. Al rompernos un hueso, comienza un proceso de curación en el que el colágeno logra producir nuevo tejido. Esta sustancia da a los huesos un marco flexible que les permite resistir la presión y, con la ayuda del calcio, los hace suficientemente fuertes para soportar el peso del cuerpo.
Los dientes rotos, en cambio, no tienen la habilidad de sanarse solos, ya que el esmalte no contiene ningún tejido vivo. Este es el porqué de que si se fisura o rompe permanecerá así hasta que un profesional en odontología lo repare. Lo mismo sucede con las caries: una vez presentes, no desaparecerán por sí solas, por mucho que esperemos o nos lavemos los dientes.
Por último, la médula ósea de los huesos es capaz de producir glóbulos rojos y blancos, lo que no ocurre en los dientes.
Primera fecha de publicación de este artículo: 27/09/2021