Cómo nos gusta dormir y qué poco el momento de despertar, ¿verdad? O al menos eso parece, según algunas de las dudas que nos planteáis. Por la mañana (o en el momento que nos toque despegarnos la sábana del cuerpo), entre las muchas cosas que nos pueden resultar molestas, a unos más que a otros, es que el entorno en el que nos despertemos sea muy luminoso o que, sin serlo, nos topemos sin esperarlo con una fuente de luz intensa.
Nos habéis preguntado, esta vez a través de nuestra página web, si percibir esta molesta claridad puede ser perjudicial para los ojos. Lo cierto es que, en principio, no debería suponer un daño ‘real’, siempre que el motivo sea la exposición repentina a intensidades lumínicas que nos proporcionan las bombillas de nuestros hogares o la luz solar y siempre que nos refiramos a personas que no padecen enfermedades neurodegenerativas de la retina.
Como explica a Maldita.es Natalia Martínez, investigadora en el grupo de Neurobiología del Sistema Visual y Terapia para Enfermedades de la Retina de la Universidad de Alicante y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, “aunque sea una situación incómoda o incluso dolorosa, el deslumbramiento y las molestias asociadas a él son adaptaciones que nuestro sistema visual ha desarrollado para regular la cantidad de luz que llega a nuestra retina”.
Rubén Pulido, oftalmólogo y también miembro de nuestra comunidad de malditos, coincide con Martínez y afirma a Maldita.es que no hay evidencias que digan que exponernos a luz brillante o intensa al despertar pueda ser perjudicial. “De hecho, el ojo tiene un sistema bastante efectivo para protegerse, comenzando por el cierre de los párpados y la disminución del tamaño de la pupila (miosis). Así, pasados algunos segundos y tras el deslumbramiento inicial, los ojos se adaptan a la iluminación del ambiente”, explica. Así lo confirman estudios como este, publicado en la revista Ophthalmic and Physiological Optics.
Cuando nos despertamos con una luz intensa de forma repentina, la pupila tarda sólo unos 200 milisegundos en contraerse. ¿Qué ocurre entonces? ¿Por qué nos deslumbra y molesta tanto ese ‘fogonazo lumínico'? Porque, en esas pocas fracciones de segundo, como explica Martínez, la cantidad de luz que ha llegado a la retina ha sido suficiente para activar a los fotorreceptores (las neuronas especializadas de nuestra retina), provocando su sobreestimulación y explicando tal deslumbramiento”.
¿Profundizamos? Profundizamos: como explica a Maldita.es Conchi Lillo, bióloga, doctora en neurociencias y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, todas las mañanas, antes de que salga el sol y abramos los ojos, los fotopigmentos (pigmentos que sufren un cambio químico cuando absorben luz) que usan los fotorreceptores para captar la luz se renuevan. Se ‘ponen a punto’ mediante fagocitosis, el proceso por el que una célula ‘engulle’ a otra.
“Es decir, literalmente se comen trozos de estos fotorreceptores, en los que se encuentran los pigmentos, y se encargan de reciclarlos”. Como este proceso de puesta a punto no es instantáneo, al abrir la persiana “nuestros ojos aún no están preparados para ello y les pegamos un chute de información… Los fotorreceptores se saturan y nos deslumbramos”, explica la experta.
En cuanto a la sensación física de molestia o incluso dolor que a veces sentimos en los ojos en situaciones similares, “parecen estar vinculados a la actividad de los músculos extraoculares que facilitan el parpadeo”, señala Martínez. “Como resultado, y a modo de protección, de forma involuntaria apartamos la mirada de la fuente de luz e incluso cerramos los ojos”.
Aunque estos momentos de deslumbramiento no causen daño a los ojos, no hay que olvidar que la luz directa del sol sobre ellos sí puede hacerlo, debido a la cantidad de radiación ultravioleta (UV) “Por eso necesitamos usar gafas de sol para bloquear la luz UV (que no la azul), durante el día”, matiza Lillo.
En este artículo han colaborado con sus superpoderes Natalia Martínez, investigadora en el grupo de Neurobiología del Sistema Visual y Terapia; Conchi Lillo, bióloga y doctora en neurociencias; y Rubén Pulido, oftalmólogo.
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