En Maldita.es ya hemos contado la importancia de consumir los alimentos en la temporada que correspondan. Ahora, explicamos la proximidad, el concepto que hace referencia a aquellos productos que recorren la mínima distancia posible entre la granja o la cosecha y la mesa donde se consume. Algunos ejemplos clásicos de productos de proximidad en España son los plátanos de Canarias, los aguacates de Vélez-Málaga, los pimientos de piquillo de Lodosa, la miel de la Alcarria o los tomates rosas de Barbastro.
Uniendo ambos conceptos, alimentación de temporada y de proximidad, ofrecemos un fuerte apoyo a la economía local y a una forma sostenible de producir alimentos.
La huella de carbono de los productos de proximidad
Una de las primeras ventajas que se plantean sobre la compra y consumo de alimentos de proximidad es que cuentan con un impacto menor en el medio ambiente: a diferencia de los productos importados, que recorren grandes distancias desde los lugares de producción y suman emisiones de CO2 por kilo de producto (la unidad estándar para medir la huella de carbono de un producto); los alimentos de proximidad mitigan esta huella ecológica al reducir el transporte. Esto, que en la mayoría de los casos es así, puede tener algunos matices que explicaremos más adelante.
Enrique Baquero, director del Departamento de Biología Ambiental de la Universidad de Navarra, explica a Maldita.es que una de las principales ventajas de la alimentación de proximidad es que “evitan añadir gasto de energía porque reducen el transporte”.
Si los productos han requerido un transporte más corto —o incluso nulo—, Baquero plantea que “deberían ser más económicos al no haber costes indirectos”. Pero esto no siempre es así. ¿Por qué?
El tecnólogo de alimentos Miguel Ángel Lurueña explica en su libro Que no te líen con la comida que, en general, “los costes de producción son muy bajos”, por lo que los alimentos de proximidad sí suelen resultar mucho más baratos para el consumidor o más rentables para el productor original. Pero su camino de la huerta a la mesa no siempre es el más ecológico ni rentable.
Luis Lassaletta, investigador en agricultura sostenible en el Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales (CEIGRAM), ejemplifica a Maldita.es situaciones en las que un producto de proximidad emite más CO2 por kilo que otro venido de más lejos: “En los cargueros gigantescos que vienen de Nueva Zelanda o América meten tal cantidad de producto que, aunque sean diez mil kilómetros de transporte, la emisión de dióxido de carbono por kilo de producto asociada al transporte por mar es muy baja”. A su vez, puede haber casos de productos de proximidad que requieran ser almacenados para que se conserven y consuman en otro momento del año, lo cual también tiene un impacto ambiental a considerar.
Es por ello que el investigador incide en que analizar exclusivamente el impacto ambiental de un producto supone un análisis incompleto y no debería ser lo que más pese a la hora de escoger productos de proximidad, “a pesar de que, intuitivamente, pudiéramos pensar que es mejor desde el punto de vista del transporte”.
Importados y locales son igual de saludables, pero la proximidad garantiza una mejor trazabilidad
Los productos importados —y los locales, por supuesto— deben cumplir con unos altos estándares de calidad para que puedan ser comercializados en la Unión Europea, por lo que su consumo no supone ningún peligro para la salud. Beatriz Robles, dietista-nutricionista y tecnóloga de alimentos, incide en este artículo de El Comidista en que la diferencia entre consumir producto de España o foráneo “no tiene que ver con la calidad nutricional, ya que, si hay alguna diferencia, es irrelevante”.
Por lo que sí que pueden sacar pecho los productos de proximidad es porque cuentan con muchas más garantías en su producción y permiten una trazabilidad más exigente.
“Al consumir productos locales o, al menos, de la Unión Europea, tenemos una serie de exigencias que en un producto de fuera desconocemos”, apunta Lassaletta, recordando que algunos sistemas de producción de alimentos pueden esconder “mano de obra esclava, desplazamientos forzados, fumigaciones masivas a escala regional y una deforestación brutal”. Por otro lado, un producto en España, aunque existan ejemplos negativos bastante conocidos como el Mar Menor o los abusos a las temporeras de la fresa de Huelva, "tiene una mayor trazabilidad y una serie de garantías”.
Además, Baquero destaca que la proximidad “facilita que los alimentos que se produzcan sean los propios de la zona, permitiendo que los productos que dependen de la maduración lleguen con mayor calidad al mercado”. Robles recuerda que la madurez comercial (en cuanto a sabor, color, textura, aroma, etc.) “es más apreciada por los consumidores”, lo que hace que disfrutemos más de los alimentos.
Mejor educación ambiental gracias a los productos de proximidad
Otra de las grandes bazas que destacan los expertos es que la alimentación de proximidad ayuda a que la población se interese por lo que come y cómo se obtiene. “Algo que viene de fuera suele dar igual, pero los productos locales fomentan una conciencia ciudadana que se interesa por el origen de las cosas, lo que tiene un valor pedagógico”, apunta Lassaletta.
El consumo de especies nativas de una región, destaca Baquero, “lleva a una buena defensa de la biodiversidad” e involucra a los consumidores a conocer los modos de producción de su comida, “algo que consigue un mayor grado de educación ambiental y favorece los buenos hábitos”.
La alimentación de proximidad, además, ayuda a incentivar los agrosistemas españoles, impide el despoblamiento del medio rural “favoreciendo que agricultoras y agricultores se queden” y fomenta un impacto social positivo en el mundo rural y urbano.
Este contenido es apoyado por la iniciativa “Alimentando el cambio” de DANONE en el que Maldita.es colabora elaborando contenidos independientes según su metodología
Primera fecha de publicación de este artículo: 23/09/2021