Qué se dice: Las vacunas “causan autismo”, según un “estudio” del sistema Medicaid de Florida (Estados Unidos) con la participación de 47.000 niños de nueve años y publicado en enero de 2025.
Qué narrativa difunde: Estas afirmaciones refuerzan la falsa idea de que las vacunas provocan o se relacionan de alguna manera con el autismo y de que son perjudiciales para la salud.
Verificación: El documento al que se refieren los contenidos desinformadores concluye que es más probable que se diagnostique autismo a niños vacunados que a no vacunados, pero su diseño y metodología muestran importantes fallos y limitaciones. El comité editorial de la revista en la que se publicó trabaja para una organización que difunde desinformación sobre las vacunas. Además, no está incluida en buscadores de literatura científica como PubMed y fue financiada por organizaciones críticas con las vacunas. La literatura científica no ha encontrado vínculo entre las vacunas y el autismo.
Los fallos del “estudio”, resumidos
El trabajo ignora los fallos de confusión que pueden explicar la asociación que se encuentra entre vacunarse y un diagnóstico de autismo. Entre ellos, que es posible que entre los no vacunados se incluyesen vacunados, que los padres de vacunados suelen llevar sus médicos a sus hijos con más frecuencia y que los niños estudiados provienen solo de familias de bajos ingresos.
La evidencia científica acumulada no ha encontrado relación entre vacunas y autismo
El origen del bulo acerca del supuesto vínculo entre el autismo y las vacunas se remonta a 1998, cuando se publicó en la revista The Lancet un artículo que relacionaba, sin ninguna evidencia válida, la vacuna triple vírica (contra sarampión, rubéola y parotiditis) con el autismo. Su autor, el exmédico Andrew Wakefield, no tiene permiso para ejercer la medicina desde 2010 por falta de ética. Al conocerse las circunstancias en las que había sido publicado, los fallos metodológicos del trabajo y el hecho de que este incluía datos falsos, el resto de autores retiraron sus firmas y The Lancet lo retractó.
Ninguna investigación ha encontrado relación entre las vacunas y el autismo: los resultados del trabajo fraudulento nunca fueron replicables. Por ejemplo, un estudio sobre la vacuna triple vírica de 2019 con todos los niños nacidos en Dinamarca de madres nacidas entre 1999 y 2010 no encontró un mayor riesgo de autismo entre los niños vacunados, incluidos entre aquellos con factores de riesgo como tener hermanos con autismo.
El “estudio” tiene numerosos fallos metodológicos
‘Vacunación y trastornos del desarrollo neurológico: un estudio de niños de nueve años afiliados a Medicaid’. Este es el título de un trabajo publicado en enero de 2025 en la revista Science, Public Health Policy and the Law (Ciencia, Política de Salud Pública y Derecho) que, con numerosos fallos y limitaciones, asocia la vacunación con una mayor proporción de trastornos del desarrollo neurológico. Especialmente en el caso del trastorno del espectro autista.
Los datos, procedentes de niños de nueve años de Florida, se obtuvieron a partir de las reclamaciones reportadas en Medicaid, un programa de seguros de salud del Gobierno de Estados Unidos para personas con bajos ingresos.
Entre las limitaciones del documento está el hecho de que se contó como niños vacunados a todos los que habían acudido a una cita médica en la que se hubiese emitido el equivalente a una receta para una vacuna, sin aportar información sobre qué vacuna era ni se consideraba la posibilidad de que los niños se hubiesen vacunado fuera del sistema Medicaid. Ambas cosas podrían haber influido en las conclusiones.
Además, el documento “ignora todos los factores de confusión que podrían influir tanto en la predisposición a vacunarse como en la tendencia a ser identificado con un trastorno del desarrollo neurológico”, según explicaba Jeffrey S. Morris, director de la división de bioestadística de la Facultad de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania en declaraciones a los verificadores de FactCheck.org.
En este caso, entre los factores de confusión se encuentra el hecho de que normalmente los progenitores que vacunan a sus hijos suelen buscar atención sanitaria con más frecuencia, de que no se tuvieran en cuenta las circunstancias que predisponen a los trastornos de desarrollo neurológico (como los antecedentes familiares), de que los niños que se acogen al programa Medicaid forman parte de familias de bajos ingresos y recursos y de que no haya datos reales sobre cuántas y qué vacunas se administraron, como explican la inmunóloga y microbióloga Andrea Love y la epidemióloga Katie Suleta.
Morris añade que tampoco la raza se tuvo en cuenta. Además, los autores ni siquiera verificaron si el diagnóstico ocurrió antes o después del primer registro de vacunación y citan un estudio previo suyo que fue retirado, destaca Morris.
Los datos no permiten concluir que las vacunas causen autismo
Otra de las limitaciones del documento es que sigue un método observacional y, por lo tanto, no puede establecer una causalidad entre la vacunación y el diagnóstico de autismo u otro tipo de trastorno de desarrollo neurológico. Dado que los datos no están controlados, no se puede saber cómo se relacionan ambas variables, como indican Andrea Love y Katie Suleta, ni si tal relación realmente existe.
Aunque los resultados del documento hablan de asociación (y no de causa) entre la vacunación y una mayor probabilidad de trastorno de desarrollo neurológico, los autores concluyen que estos “sugieren que el calendario vacunal actual podría estar contribuyendo a varias formas de trastorno de desarrollo neurológico”.
La revista que lo publica no está indexada en bases de datos de literatura científica y está formada por críticos de las vacunas
La revista que publicó este documento no está indexada por PubMed, la base de datos bibliográficos más utilizada para buscar literatura biomédica. Tampoco está disponible en Google Scholar, un motor de búsqueda de bibliografía científica.
En palabras y desde el punto de vista de Love y Suleta, se trata de una web “disfrazada de revista académica” creada en 2020 “por opositores a la ciencia para difundir artículos que no se publicarían en revistas creíbles o que ya habían sido retirados”.
De hecho, el equipo editorial está formado por conocidos activistas críticos con las vacunas que trabajan para Defensa de la Salud de los Niños (CHD, por sus siglas en inglés), la organización de Robert F. Kennedy Jr., nominado a secretario de Salud y Servicio Humanos de los Estados Unidos y considerado, tanto él como su organización, como parte de la “Docena de la Desinformación” (o los 12 mayores difusores de información incorrecta sobre las vacunas contra el COVID-19 en línea) del Centro para Combatir el Odio Digital.
Además, a dos de los médicos miembros del comité editorial de la revista (Peter McCullough y Paul Thomas) se les suspendieron sus licencias por desinformar sobre las vacunas. También forma parte de este comité Dolores Cahill, autora de afirmaciones falsas o sin evidencias científicas sobre la pandemia.
El documento cita “trabajos” similares que fueron retirados por fallos metodológicos
El trabajo está firmado por Anthony Mawson y Jacob Binu. Mawson se presenta como presidente del Instituto de Investigación Chalfont en Mississippi cuya web no funciona. Mawson y Binu fueron coautores en 2017 de un trabajo ya retirado que también relacionaba la vacunación con autismo en base a 415 entrevistas a madres de niños que no iban a la escuela.
Este estudio fue retirado por sus fallos metodológicos. Posteriormente se publicó en una revista predatoria de la que volvió a retirarse. Sin embargo, una nueva versión del mismo documento logró finalmente publicarse en esta última revista predatoria.. El “trabajo”, aun habiéndose retirado dos veces, se cita en el documento de enero de 2025.
El trabajo fue financiado por organizaciones antivacunas
El documento indica que el trabajo fue financiado por el Centro Nacional de Información sobre Vacunas (NVIC, por sus siglas en inglés), una organización que afirma dedicarse a “prevenir lesiones y muertes por vacunas” y que difunde desinformación sobre estos fármacos, según la Academia Estadounidense de Pediatras. También indica que el coste de publicación fue parcialmente compensado, además de por NVIC, por IPAK, la misma organización que edita la revista.