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Chips y otras tecnologías de control mental: en qué punto estamos para manejar cosas de nuestro entorno con el cerebro

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Si has visto la película de Matilda recordarás cómo, tan sólo con el poder de su mente, la niña prodigio conseguía levantar objetos y hasta ponerse leche en los cereales. El poder de nuestra mente no tiene límites, dirían algunos gurús. Bueno, esto es una ficción basada en el libro de Roald Dahl, pero hay emprendedores más optimistas (Elon Musk, por ejemplo) que prometen otras proezas relacionadas con la mente y la tecnología. En concreto, que usando nuestro cerebro podríamos controlar cosas de nuestro entorno e incluso interactuar con algunos sistemas tecnológicos. Vamos a analizar bien qué quiere decir esto, cuánto de verdad hay en ello y cómo avanza la investigación científica y tecnológica en este sentido.

Los titulares de Neuralink y otras empresas: ¿personas con parálisis que podrían controlar objetos con la mente?

Primero, un poco de contexto. Hace ocho años, en julio de 2016, Musk creó Neuralink, una empresa de neurotecnología que desarrolla chips con el objetivo de conectar el cerebro humano y diferentes dispositivos, como un ordenador, a través de inteligencia artificial. El propio Musk lo bautizó como un “FitBit en tu cráneo” (FitBit es una compañía que comercializa relojes inteligentes y otros dispositivos que miden parámetros de salud). Las promesas que ha hecho desde entonces giran en torno a ideas como controlar cosas externas con la mente y curar condiciones físicas, como la ceguera o la parálisis corporal.

En particular, Musk asegura que una persona con parálisis podría controlar el ratón de una computadora utilizando las ondas cerebrales impulsadas por Neuralink y que sus microchips podrían hacer las veces de prótesis de visión. En 2019, Musk ya dijo que la compañía había conseguido implantar un chip en un mono y que, gracias a él, este era capaz de controlar un ordenador (fue de los pocos casos que funcionaron); en 2020 mostró los avances en el desarrollo de un implante cerebral para leer la actividad neuronal de cerdos.

De momento, Neuralink ha ido avanzando en torno a polémicas y fechas incumplidas, como os hemos contado en Maldita.es. La última fue el pasado 6 de diciembre de 2022, cuando la agencia Reuters publicó que el Departamento de Agricultura de Estados Unidos estaba investigando a la empresa por el trato que le estarían dando a los animales durante los ensayos y pruebas, algo que los propios empleados habrían denunciado, contabilizando las muertes de hasta 1.500 animales.

Musk no es el único enzarzado en este tipo de retos. Este 2022 también hemos podido leer titulares sobre una tecnología china “pionera” en controlar la mente con ondas cerebrales y que “saca ventaja” a Estados Unidos, sobre dos investigaciones chinas que persiguen los mismos objetivos: crear interfaces cerebro-ordenador para controlar acciones y objetos de forma remota.

La tecnología para modular ondas cerebrales con aplicaciones médicas se lleva estudiando tiempo; otra cosa es que conecte con la respuesta motora

Más allá de estas afirmaciones, ¿son este tipo de promesas algo realmente nuevo para la ciencia y la tecnología? Pues la realidad es que no; al menos, en su visión general. “La capacidad de sensar, interaccionar con el cerebro y modularlo ya existe y se utiliza desde hace 20 o 30 años. Por ejemplo, hay tecnologías de estimulación para tratar la enfermedad de Parkinson y el temblor con las que se modulan las ondas cerebrales. Técnicamente, hace años que esto está resuelto”, explica a Maldita.es Álvaro Sánchez Ferro, portavoz de la Sociedad Española de Neurología (SEN). También se utilizan dispositivos para ayudar a personas con lesión cerebral a mover brazos robóticos e implantes de electrodos profundos para la predicción de crisis epilépticas.

¿Dónde está entonces la novedad prometida? Hay un par. Por un lado, “el cambio de paradigma es que, en vez de colocarlo de manera profunda, se pueda hacer de forma superficial. Aunque con esto también hay que romper el hype porque, de nuevo, se hace desde hace muchos años para monitorizar epilepsia”, especifica Sánchez Ferro.

Otra novedad reside en “poder sensar y, en base a eso, producir una respuesta motora e integrar esas capacidades para unas funciones concretas del cerebro”, según Sánchez Ferro. Por ejemplo, que “pensando en cómo mover la mano seas capaz de controlar el movimiento o incluso hacerlo en un espacio virtual para gente que tenga capacidades motoras limitadas”. Esto podría aplicarse en personas con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), pero no es algo que esté en funcionamiento todavía.

El experto recuerda el caso de la empresa Synchron, ‘competidora’ de Neuralink, que sí tiene el permiso de la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) para probar implantes de chips cerebrales en seres humanos en Estados Unidos (Musk aún no, a pesar de haber anunciado que en 2023 lo haría). Antes de eso, ya han hecho pruebas en Australia con cuatro pacientes y “han demostrado que, técnicamente, es factible sensar una actividad cerebral y producir una respuesta”: “Por ejemplo, han visto que estos pacientes son capaces de hacer compras online o revisar el correo”, indica Sánchez Ferro.

Es decir, lo más novedoso a día de hoy sería que los implantes se hicieran de forma superficial, mucho más finos y pequeños, y que se generara una respuesta externa. Lo demás no es nuevo, como señalaba también la neurocientífica del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Liset Menéndez de la Prida en este artículo: “No es nuevo que se pueda leer la actividad de cientos de miles de neuronas a la vez, ni decodificar su mensaje, sobre todo si este es relativamente simple u obvio como mover las extremidades de una manera automática. Tampoco es nuevo que se puedan implantar sistemas inalámbricos, aunque eso sí, con muchos menos canales, más aparatosos y aparentemente menos eficientes. No es nuevo que se pueda estimular grupos de neuronas de manera localizada”.

El potencial de las interfaces cerebro-máquina tiene limitaciones y retos pendientes de resolver

Entonces, ¿hasta qué punto se puede "controlar" o modificar la actividad cerebral de manera externa mediante tecnología? ¿Podrían estas novedades prometidas convertirse en realidad? Jon Andoni Duñabeitia, director del Centro de Investigación Nebrija en Cognición (CINC) de la Universidad Nebrija, explica a Maldita.es los tres obstáculos que encuentra.

Primero, “el principal escollo que debe salvar esta tecnología es el funcionamiento cerebral en red para muchos procesos cognitivos superiores”. Más despacio, ¿qué significa esto? El experto explica que las áreas motoras (las que se encargan de gestionar el movimiento) sí que están muy bien delimitadas en el cerebro humano, y por tanto se pueden desarrollar interfaces cerebro-computadora de forma concreta y focalizada. Pero este no es el caso de aspectos más abstractos (esos procesos cognitivos superiores que menciona), como por ejemplo “el pensamiento, la imaginería mental o el lenguaje, donde el foco de análisis cerebral de las interfaces cerebro-computadora se diluye y amplía, lo que dificulta su desarrollo”, indica. Es decir, que lo de “controlar” el cerebro ni siquiera está muy claro qué puede significar ni ‘qué’ es lo que se va a controlar, ¿qué es la mente? Es el mismo tipo de duda filosófica que surge con la conciencia de la inteligencia artificial.

En segundo lugar, Duñabeitia señala que no todos los individuos somos iguales y por eso no es tan fácil crear una interfaz general que sirva para todos: “Pese a que compartimos una base cerebral común y un procesamiento neural muy similar, las diferencias físicas y de procesos tanto a nivel cortical [de la corteza cerebral] y como subcortical [debajo] hacen que no todo el mundo pueda utilizar algunas interfaces cerebro-máquina, y que el diseño de interfaces que no estén individualizadas y tengan un alcance más amplio sea una quimera”. O sea, que tendría que pensarse más bien en interfaces personalizadas.

Por último, el director del CINC señala al componente bioético: “La implantación de estos sistemas invasivos mediante cirugía para fines no clínicos o terapéuticos podría ser cuestionable y abre la puerta a un debate neuroético. Aunque haya contextos donde sea útil, también podríamos imaginar escenarios en los que se intente modular la conducta de las personas con otros fines más cuestionables”.

La neurocientífica del CSIC Menéndez de la Prida coincide, como señala a Maldita.es, y da posibles ejemplos de malos usos: “Las interfaces pueden ser la solución para casos como la paraplejia y permitir controlar motores externos que ayuden a reponer la función motora, por poner un ejemplo; pero las mismas estrategias pueden permitir volar drones con objetivos ilícitos o controlar dispositivos externos con fines delictivos”. La verdad es que no queremos imaginarnos a los padres de Matilda haciendo un uso indiscriminado de sus poderes de control mental.

Como siempre en lo tecnológico, ojo a la privacidad y protección, en este caso, de nuestros datos cerebrales

En este escenario, no sólo habría que tener en consideración el aspecto ético y moral, como con toda tecnología. También habría que poner la vista en la protección de datos; en este caso, en los que pueden obtenerse de nuestra cabeza. “La señal que se obtiene de este tipo de interfaces tecnológicas refleja la actividad cerebral del individuo y aquí no hay marco regulatorio alguno. ¿Es ético usar o compartir mi actividad cerebral?”, se pregunta Menéndez de la Prida. De hecho, algunos países se empiezan a plantear formas de regular los “neuroderechos”, los relacionados con este tipo de datos.

“Del mismo modo que la sociedad se ha volcado en la concienciación sobre la importancia de la protección de datos de carácter privado, el avance de las interfaces cerebro-máquina nos debe hacer replantearnos la privacidad de nuestros datos cerebrales y el uso que se les pueda dar”, recalca Duñabeitia del CINC.

En resumen, queda bastante por avanzar tanto en aspectos técnicos como éticos y normativos para que seamos una Matilda capaz de mover el ratón del ordenador con la mente. Si volvemos a los titulares gestados por Neuralink & cia, Menéndez de la Prida cree que “hay un fuerte punto sensacionalista en la inminencia de estos resultados” pero, por otro lado, coincide con Sánchez Ferro y Duñabeitia en que se trata de un enfoque con gran potencial, por lo que tener cuidado durante su desarrollo es vital. La experta concluye: “Las neurotecnologías son el futuro, pero debemos ser serios en su consideración”.

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