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Entender cómo impacta la luz solar en nuestra piel es complicado. La radiación del sol es esencial en el cuerpo humano: para nuestro ritmo circadiano, para que nuestros ojos se desarrollen bien, para sintetizar vitamina D… Pero, a su vez, una exposición prolongada y sin protección ocasiona daños como quemaduras y aumenta el riesgo de cáncer de piel. Para intentar dejar todo esto claro, hacemos un artículo paso a paso de qué ocurre en nuestra piel cuando nos da el sol, de menor a mayor exposición.
Por un lado, una exposición breve a la radiación solar es esencial para que el organismo sintetice vitamina D, una sustancia encargada de fijar el calcio a los huesos y con la que se previenen enfermedades como la osteoporosis, el raquitismo o la osteomalacia. De manera resumida, las células de la piel cuentan con una molécula orgánica (7-dehidrocolesterol) que, en presencia de la radiación ultravioleta del sol, se transforma en vitamina D (concretamente, en un nutriente llamado colecalciferol).
Según la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) y este trabajo científico sobre el metabolismo de la vitamina D, con recibir luz solar unos 5 o 10 minutos al día es suficiente para que esta síntesis se produzca, aunque esta cifra varía en función de la época del año o color de la piel.
Si la exposición se prolonga lo suficiente, comienza el bronceado. Cuando estamos expuestos a la radiación solar, entran en acción los melanocitos, unas células que se encuentran en la epidermis (capa más externa de la piel, aunque también se encuentran en otras partes del cuerpo) y que forman melanina, compuestos químicos que tenemos en la piel y que le dan un pigmento (color). Hay dos tipos de melanina: eumelanina, de color más pardo y oscuro; y feomelanina, más anaranjada.
Esta producción de melanina se activa en presencia de radiación ultravioleta en un proceso llamado melanogénesis, y tiene como objetivo filtrar y proteger el ADN celular de la radiación ultravioleta. Se estima que esta melanogénesis comienza a los 5-10 minutos de exposición a la radiación ultravioleta
Inés Escandell, dermatóloga y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, explica que esta melanina, por sí sola (es decir, sin fotoprotección), “confiere cierta protección solar, pero no es suficiente para evitar el daño a largo plazo”.
Más allá del bronceado, tenemos las quemaduras por exposición al sol. Estos daños ocurren porque la radiación ultravioleta tiene la suficiente energía para modificar las células de la piel, dañándolas y forzando al sistema inmunitario a que responda. La respuesta más directa es la inflamación, , que es lo que conocemos como quemadura. También se aumenta el grosor de la capa más externa de la piel, un proceso denominado hiperqueratosis, producción excesiva de queratina.
Si la cantidad de radiación ultravioleta excede el límite que puede soportar las células de la piel, estas comienzan su apoptosis (su mecanismo de autodestrucción) y se convierten en células quemadas por el sol, o células muertas. Al mismo tiempo, estas células envían señales que activan la reparación de otras células de la piel, la creación de nuevas o la muerte de las que están demasiado afectadas.
Además de todo lo anterior y sin necesidad de que se hayan producido antes otros daños, la radiación ultravioleta tiene la capacidad de dañar el ADN. La mayoría de estas lesiones son reparadas por un mecanismo que tienen las moléculas de ADN para corregir sus defectos, pero estos daños en el ADN se irán acumulando si la exposición al sol se hace sin protección y durante demasiado tiempo. Estos daños en el código genético, detalla Escandell, favorecerán el envejecimiento cutáneo y la aparición de enfermedades, “siendo la más relevante el melanoma o los distintos tipos de cáncer de piel”
Este artículo forma parte del 216º consultorio de Maldita Ciencia.
En este artículo ha colaborado con sus superpoderes Inés Escandell, dermatóloga.
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