Bueno, ¿cómo están los máquinas? Lo primero de todo. ¿Estáis bien? No os vamos a preguntar si queréis una fotillo, lo que vamos a hacer es repasar rápidamente lo que, un viernes más, os trae a vuestras pantallas el consultorio de Maldita Ciencia: geles y champús, alergia al polen y lluvias, gorriones y sus relaciones ‘amorosas’ y exceso de sudor.
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¿Qué diferencia hay entre gel de ducha y champú?
Seguro que alguna vez de las que te has enfrentado a la ducha, has descubierto que el bote de champú o gel está ya agotado mientras el otro está bien lleno. “Pues ale, hoy toca embadurnarse todo el cuerpo con el mismo producto. Total, si ambos limpian y hacen espuma, serán lo mismo”. ¿Es realmente así? No del todo.
Ambos cuentan con tensioactivos, un tipo de moléculas que disminuye la tensión superficial entre dos sustancias, y permite disolver la suciedad adherida al cuerpo. Pueden ser detergentes pero también hay espumantes, emulsionantes, solubilizantes, y un largo etcétera. La composición y proporción de estos tensioactivos, y el impacto que tienen en el cuerpo es la principal diferencia entre gel y champú.
Ambos productos emplean tensioactivos con poder detergente, ya que estas moléculas tienen una naturaleza dual: una de sus partes es hidrófila, esto es, se ‘pegan’ al agua; y otra hidrófoba, que se adhiere a la grasa, básicamente la suciedad que nos queremos quitar en nuestro cuerpo, detalla Carmina Alfonso, doctora en Química, experta en Tecnología de aplicación en Zschimmer & Schwarz y redactora de la newsletter Martes de Formulación, dedicada a la química cosmética. Un ejemplo de este tensioactivo es el Sodium Laureth Sulfate, “el ingrediente cosmético más usado en productos de higiene”.
Geles y champús también suelen contar también con tensioactivos con función espumante —literalmente, lo que iniciaba el chascarrillo de este artículo—. “Son verdaderamente apreciados en el cuidado personal, ya que la espuma forma parte de la experiencia sensorial cuando usamos un cosmético como un champú o gel”, afirma Carmina Alfonso. Como ejemplo de la lista de ingredientes, el Cocamidopropyl Betaine es un tensioactivo espumante.
En la lista común de ingredientes, geles y champús también suelen compartir cotensioactivos —que ayudan al tensioactivo principal—, viscosizantes (para dar textura), conservantes, colorantes, perfumes y solubilizantes (para que el perfume se mezcle con el resto del compuesto), señala Lucía Alfonso, doctoranda en Química médica, farmacéutica y maldita que nos ha prestado sus superpoderes. A partir de aquí, cada producto toma su camino singular y se diferencia del otro.
Inés Escandell, dermatóloga estética, miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, apunta a que una de las diferencias importantes es que los champús cuentan con agentes acondicionadores, algo que logran gracias a los tensioactivos o polímeros catiónicos: compuestos que aportan al pelo una carga eléctrica positiva, “que permite que las fibras del pelo estén más separadas entre sí, más brillantes y más suaves”.
Los geles también tienen acondicionadores, “pero están compuestos de glicerinas, ceramidas, manteca de karité… Humectantes o emolientes que, aunque retiren la grasa de la piel, también consiguen que esta quede parcialmente hidratada tras la ducha”.
¿Pasaría algo si, de manera habitual, se usa el champú como gel y viceversa? En opinión de David Saceda, dermatólogo y tricólogo de Grupo Pedro Jaén, “es bastante perjudicial tanto para la piel como para el pelo”. Según explica en Telva, “el gel busca limpiar y a la vez restaurar la barrera de grasa de la piel, creando una fina capa que la protege e hidrata; mientras que el champú busca arrastrar la suciedad fuera del cuero cabelludo”.
El impacto que tiene cada producto también es diferente, aunque en una ducha no lo apreciemos. Lucía Alfonso detalla que los geles “buscan limpiar la suciedad en el cuerpo, ya sean gérmenes u otros cosméticos aplicados, sin que esta limpieza deshidrate la piel”. Los champús, por su parte, “buscan un efecto limpiador controlando el nivel de irritación cutánea u ocular que pueden producir”, ya que al ser un producto que se usa en la cabeza, es mucho más probable que acabe en un ojo que un gel para el cuerpo.
¿Cómo se consigue esta diferencia de impacto? Combinando diferentes tensioactivos. La doctoranda en química expone varios ejemplos: “los tensioactivos aniónicos (que tienen carga negativa) son buenos limpiadores y espumantes, pero más irritantes; los anfóteros (cambian su carga según el nivel de acidez del medio), limpian menos que los aniónicos pero son menos irritantes; y los no iónicos (sin carga eléctrica), limpian aún menos pero son los que menos irritan”.
Por último, cada producto se promocionará con propiedades singulares (anticaspa, olor a coco, no irritante, etc.). Estas reivindicaciones no deben ser un mero ejercicio de marketing, y deben justificarse a través de la formulación de cada uno.
¿Es verdad que hay menos problemas con la alergia al polen los días de lluvia?
Ahora que estamos en primavera, en temporada de alergias —una temporada que tiende a ser más severa y larga por la crisis climática—, es el momento de abordar esta duda: ¿Hay menos problemas de alergia al polen en los días de lluvia? La respuesta rápida es que sí, las precipitaciones provocan que los granos de polen se humedezcan, pesen más y se queden en el suelo, lejos de las vías respiratorias. La respuesta completa requiere más espacio para explicaciones, porque hay que mencionar otros alérgenos que pueden aumentar en días de lluvia e incluso algunas situaciones relacionadas con la lluvia que también pueden empeorar las alergias al polen.
Para empezar, tenemos que entender el fenómeno de la coagulación: ocurre cuando las gotas de lluvia se pegan a las partículas que hay en la atmósfera, ya sean contaminantes como las PM10 o PM2,5 (microscópicas de más de 10 y 2,5 micras, respectivamente) o las orgánicas, como el propio polen.
Así, cuando llueve en época de floración, que es cuando el polen está en la atmósfera, este polen absorbe la humedad de la lluvia, se hace más pesado y se deposita en el suelo. Esto, a corto plazo, se traduce en que las personas con alergias tendrán menos síntomas cuando está lloviendo, como explica la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC).
Pero la lluvia, a largo plazo, favorece el crecimiento de las plantas, “lo que contribuye a un mayor desarrollo y un aumento en la producción de pólenes, especialmente de gramíneas, que se van a dispersar por la atmósfera en su momento de floración, con un aumento de los síntomas alérgicos”, añade la SEAIC. Las gramíneas son un tipo de planta cuyo polen afecta a la mayoría de alérgicos al polen: la SEAIC estima que en España hay ocho millones de personas alérgicas al polen, y de estas siete millones son alérgicas a las gramíneas.
A su vez, hay ciertas situaciones de lluvia que también pueden empeorar la alergia al polen a corto plazo. Es el caso de algunas tormentas, con lluvias abundantes, repentinas, con aparato eléctrico y viento —esto último siempre ayuda a dispersar el polen en la atmósfera, lo que empeora las alergias—, que ayudan a que el polen vuelva a suspenderse en la atmósfera.
¿Por qué ocurre esto? No está del todo claro y hay varias hipótesis: puede ser que las partículas de polen, cuando llueve de esta forma, se hinchen demasiado y vuelvan a esparcirse; que las gotas de lluvia en las tormentas no sean tan eficaces causando la coagulación; que las corrientes ascendentes que causan algunas tormentas ayuden a llevar el polen de otros lugares junto a la lluvia; que justo antes de las tormentas haya unas condiciones idóneas de baja humedad, viento y calor; o incluso que el aparato eléctrico cargue a las partículas de polen y las haga más virulentas.
Independientemente de qué lo cause, sí se sabe que existe una correlación entre tormentas y casos de asma por alergia, con más ingresos hospitalarios por este motivo que la media diaria. A esto se le denomina “asma por tormenta”.
Por último, las lluvias son un caldo de cultivo ideal para el moho. Estos hongos difunden mucho mejor sus esporas en humedad más alta —como la que se da tras llover— y también son un alérgeno que provoca síntomas muy parecidos a la alergia al polen. A esto se le suma que, en los días de lluvia, se suele hacer más actividad humana dentro del hogar, por lo que estamos más expuestos a este moho si nuestro hogar no está bien preparado contra estos hongos.
¿Cómo evitar y a qué se debe el sudor excesivo?
La sudoración es una de las formas que tiene nuestro cuerpo para autorregular su temperatura. Es decir, es necesaria y permite que nos refresquemos en los momentos en los que percibimos que aumenta el calor, además de ser considerada la primera barrera de defensa cutánea. Esto, sin embargo, no quita que en ocasiones sea molesta, sobre todo cuando hablamos de exceso de sudor o hiperhidrosis. ¿Hay forma de evitarla? No existen ‘trucos’ ni tratamientos preventivos, pero sí tratamientos farmacológicos y cirugías mínimamente invasivas, en función del diagnóstico y la valoración previas de un dermatólogo.
Si nos referimos concretamente al ‘agüilla’ de más de nuestra cabeza y cara, hablaremos de hiperhidrosis craneofacial, que también incluye zonas como el cuero cabelludo, la frente, el cuello y el pecho (ya sea de forma alterna o simultánea). Estas son algunas de las zonas más comunes al hablar de exceso de sudor, pero también lo son, según la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), las palmas de las manos, las plantas de los pies y las axilas, por disponer de una mayor cantidad de glándulas sudoríparas que el resto del cuerpo.
¿En qué casos se da este ‘sudor de más’? Depende, pero, como casi siempre que sudamos, suele ocurrir a partir de “estímulos térmicos y emocionales, que desencadenan la respuesta de las glándulas sudoríparas, ocasionando así ese exceso de sudoración”, como explica la Clínica Universidad de Navarra en su página web.
Sobre las causas de esta condición, también depende. En este caso, de si hablamos de hiperhidrosis primaria, de aquella de la que no se encuentra el origen, o secundaria. La causa de la primera, como explica a Maldita.es la dermatóloga, miembro de la AEDV y maldita que nos presta sus superpoderes, Inés Escandell, “probablemente se trate de una predisposición genética, alteraciones ambientales o de alguna alteración en el sistema nervioso central en el control de la sudoración”. Suele aparecer en niños, adolescentes o adultos jóvenes.
La hiperhidrosis secundaria puede estar causada por razones fisiológicas (comienzo de la menopausia); por el consumo de algunos medicamentos, como los antidepresivos, o a consecuencia de determinadas enfermedades (tanto endocrinas como neurológicas, infecciones o cáncer). En general, en la mayoría de ellas la sudoración excesiva es un síntoma más entre otros muchos, posiblemente más importantes.
Aunque la hiperhidrosis en sí no suele ser grave, “sí deteriora de forma muy importante la calidad de vida de quien la padece”. De ahí la importancia de los posibles tratamientos, que pueden ser bien farmacológicos o bien recurrir a cirugía mínimamente invasiva. Ahora bien, el primer paso en cualquiera de los casos está claro: acudir a tu dermatólogo.
Sobre actitudes preventivas, Escandell señala que “es muy complicado” que funcionen. “En axilas y palmas se utilizan normalmente los antitranspirantes, que suelen incluir sales de aluminio, pero en la cara y en el cuero cabelludo no se toleran muy bien, por lo que no se suelen utilizar”. En casos en los que el origen esté en una situación de estrés, se podría intentar prevenir parcialmente a través de terapia psicológica, según Escandell: “Pero es muy complejo y no sirve para la gran mayoría de los pacientes”. Por lo tanto, “de preventivo, poco”, más allá de “controlar la exposición al calor y a situaciones que desencadenan este exceso de sudor”: “Después, tendríamos que recurrir a los tratamientos”.
Si hablamos de las posibilidades que ofrece el tratamiento farmacológico, la inicial es en ‘formato’ tópico, como señala la Clínica Universidad de Navarra. Este incluye medicamentos que ‘bloquean’ el conducto de las glándulas sudoríparas. Una segunda opción en algunos tipos de hiperhidrosis son los tratamientos tranquilizantes y sedantes. La toxina botulínica también se utiliza en determinados casos de sudoración intensa en manos o axilas. “Primero se realiza un test para conocer qué áreas son las que más sudan y así actuar de manera más selectiva, evitando efectos secundarios sistémicos”.
En relación a la cirugía, esta está indicada para los casos más graves en los que el resto de intentos han fallado y, como en cualquier otro tratamiento médico, debe decidir sobre él un profesional sanitario (en este caso, un cirujano). El proceso “consiste en efectuar una pequeña incisión de apenas 5 milímetros en cada lado del tórax para localizar y seccionar o comprimir mediante clips, en un punto determinado, la cadena simpática, que es la que controla la sudoración y el rubor facial”. Puedes leer más sobre los tratamientos de la hiperhidrosis en las páginas web de la AEDV y de la Clínica Universidad de Navarra.
Olor, color, sistema inmune… ¿en qué se fijan los gorriones para ligar?
Elegir pareja para aparearse es un momento importante en la vida de todos los individuos (en este caso nos referimos a animales no humanos, pero que cada uno se lo aplique como quiera), porque de la elección dependerán las características de la posible descendencia y con ello la progresiva evolución de la especie, aunque pocos individuos sean (o seamos…) conscientes de ello en ese momento. Aprender más sobre cómo eligen pareja las distintas especies nos da pistas sobre ese proceso evolutivo que hay detrás.
Los gorriones, por ejemplo, no usan el olor para escoger a sus posibles parejas, a diferencia de otros animales, como concluye un estudio publicado en PLOS ONE con investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN).
Para comprobarlo, los investigadoras introdujeron gorriones comunes (Passer domesticus) en cajas con el olor de pájaros del sexo contrario. También analizaron el sistema inmunitario de los individuos para poder evaluar cómo la diversidad inmunitaria influía en la elección sexual. Así, fueron conscientes de que la selección en función del olor era aleatoria y, por lo tanto, no escogían a una pareja con un sistema inmunológico más compatible, otra estrategia interesante que algunas especies desarrollan (buscan inconscientemente un individuo con un sistema inmunitario lo más diferente posible al propio para que la descendencia pueda defenderse frente a un mayor abanico de enfermedades y amenazas). De ahí que no se pueda atribuir al olfato un papel en la selección sexual de los gorriones, según el estudio.
“Tras descartar esta vía, se abre una gran cantidad de posibilidades sobre otros mecanismos responsables de esta selección de pareja, porque debe haber otra manera en la que los gorriones detecten el sistema más compatible para ellos en sus compañeros”, señala Luisa Amo, la primera firmante del estudio e investigadora en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid en declaraciones al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Los autores no descartan la posibilidad de que la similitud o variedad de sistema inmunitario sea un factor en la elección de pareja a través de otros mecanismos distintos del olfato. Los gorriones comunes se reproducen entre abril y agosto y ponen de dos a siete huevos en cada puesta, que realizan dos o tres cada año.
“En las aves, una buena parte de la elección de pareja se hace a través del color del plumaje. En los gorriones, el babero negro que presentan los machos sirve a las hembras para elegir machos de ‘mayor calidad’”, indica a Maldita.es Joan Carles Senar, jefe de investigación del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Se trata de un trabajo “sólido e interesante” que forma parte de una serie de trabajos de los autores sobre estos temas, aclara Senar.
Antes de que os vayáis...
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En este artículo han colaborado con sus superpoderes Lucía Alfonso e Inés Escandell.
Alfonso y Escandell forman parte de Superpoderosas, un proyecto de Maldita.es en colaboración con FECYT que busca aumentar la presencia de científicas y expertas en el discurso público a través de la colaboración en la lucha contra la desinformación.
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