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MALDITA CIENCIA

Aire acondicionado al dormir, por qué nos gusta explotar burbujas de plástico y consciencia en los animales. Llega a Maldita Ciencia el consultorio 188º

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¡Por la sombra, malditas y malditos, que os derretís! Si encuentras un lugar ‘a la fresca’, aprovecha y ponte cómoda o cómodo porque, junto al viernes, ¡llega el maldito consultorio científico! ¿Y de qué vamos a hablar en pleno julio sino de aires acondicionados? Bueno, y de parálisis del sueño, las burbujitas del plástico para embalar (y lo que nos mola explotarlas) y la consciencia de los animales, las claves para que te quedes un ratito por aquí, con nosotros, ¿a que sí?

Déjanos adivinar… Ha sido leer estas primeras líneas y plantarse en tu cabeza una de esas dudas que te hacen teclear inmediatamente en Google. Puedes decantarte por esta opción, pero también puedes mandárnosla, ¡que trataremos de responderte encantados! ¿Cómo? A través de Twitter, Facebook, correo electrónico ([email protected]) o a través de nuestro chatbot de WhatsApp (¡guardad el número en vuestros contactos! +34 644 22 93 19). ¡Ahora sí que sí, empezamos!

¿En qué consiste la parálisis del sueño y qué la causa?

En Maldita.es ya hemos hablado de las pesadillas y los terrores nocturnos, así como de las semejanzas y diferencias entre ellos. Entre las características que las distinguen, se encuentra el momento de la fase de sueño en el que tienen lugar. Como las pesadillas, la parálisis del sueño, problema por el que nos habéis preguntado esta semana, se asocia a la fase sueño REM (Rapid Eye Movement): ocurre cuando hay una desincronización temporal entre la consciencia del sujeto, que está despierto, y el control muscular, atonía típica de esta fase del sueño.

Esta parasomnia o trastorno de la conducta durante el sueño consiste en la imposibilidad de moverse y hablar durante un breve periodo de tiempo, que puede ocurrir al adormecerse o al despertar y que supone, en la mayoría de los casos, una experiencia extremadamente desagradable para el paciente, como señala la Sociedad Española del Sueño (SES).

“A lo mejor lo ha vivido alguna vez”, plantea en The Conversation Rául Quevedo-Blasco, doctor en Psicología en el Laboratorio del Sueño y Promoción de la Salud del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC) de la Universidad de Granada, antes de describir la posible situación: “Súbitamente se despierta y no puede moverse. Sus músculos no responden y no sabe por qué. Tampoco puede pedir ayuda, no le sale la voz. La angustia lo invade y, en ocasiones, esta viene acompañada por una presión en el pecho que aumenta el desasosiego. Es una experiencia breve, pero difícil de olvidar”.

Esto se resume en una parálisis muscular temporal mientras se está totalmente consciente y despierto. “A veces se presenta junto a algún tipo de alucinación de carácter multisensorial, es decir, vinculada a diferentes sentidos, como la vista o el oído”, añade el experto.

Para el diagnóstico de este trastorno, según la SES, se tiene en cuenta la imposibilidad recurrente de mover el tronco y las extremidades al inicio o al despertar del periodo de sueño, que la duración del episodio sea de segundos a unos pocos minutos, que los episodios causen significativa ansiedad o miedo a dormir y que los episodios no se deban a otro problema de salud.

Aunque, por el momento, no se conoce la causa exacta de este trastorno, como señala MedlinePlus, de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, parece que su origen está asociado a no dormir lo suficiente ni hacerlo en un horario regular, sufrir estrés o dormir boca arriba. También se asocia con ciertos problemas médicos, otros trastornos del sueño (como la narcolepsia), algunas afecciones mentales (como trastorno bipolar) o el uso de ciertos medicamentos (por ejemplo, para tratar los Trastornos de Déficit de Atención por Hiperactividad o TDAH).

No existe un tratamiento específico para la parálisis del sueño”, señala en su página web el Instituto Europeo del Sueño. Ahora bien, añade que controlar el estrés y mantener tanto un horario regular para dormir como buenos hábitos de sueño pueden reducir la posibilidad de esta parasomnia.

Por lo tanto, “si evitamos la presencia de luz y ruido en la habitación, mantenemos la temperatura adecuada, somos constantes a la hora de acostarnos y levantarnos, no consumimos ningún tipo de estimulante y estamos relajados, tendremos menos posibilidades de vivir un episodio de parálisis del sueño”, señala Quevedo-Blasco. También en Maldita.es hablamos sobre estos y otros gestos que facilitan una correcta higiene del sueño.

¿Es perjudicial para la garganta dormir con el aire acondicionado encendido?

En plena ola de calor, ¿cómo no vais a preguntar por las consecuencias que puede tener el dormir con el aire acondicionado durante horas o incluso toda la noche? Esta semana os inquieta si el fresco aire procedente de estos aparatos es poco recomendable para nuestra garganta. ¿La respuesta?: sí, ya que los dolores de garganta no siempre son consecuencia de estar enfermos, sino que también interfieren en ellos las condiciones de temperatura y humedad de nuestro entorno.

“Es cierto que la exposición frecuente y mantenida al aire acondicionado puede producir inflamación de estructuras faríngeas (faringitis, molestias e inflamación de la garganta)”, afirma a Maldita.es José Fuentes, médico de atención primaria y maldito que nos ha prestado sus superpoderes. La probabilidad es mayor si el aire lo utilizamos mientras dormimos “ya que, en determinadas ocasiones, lo hacemos con la boca entreabierta, lo que aumenta la exposición al aire acondicionado, a la vez de la cantidad de horas en las que no hidratamos la garganta al no ingerir líquidos”, señala el experto.

Tengamos en cuenta que el ser humano tiene una temperatura corporal que oscila entre los 35,5 y 37 ºC. “Todo aire que respiramos necesita ser filtrado, humidificado y calentado para alcanzar dicha temperatura”, contextualiza en Maldita.es Juan Carlos Casado, presidente de la comisión de Laringología, Voz, Foniatría y Deglución de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (SEORL-CCC).

Al estar en contacto con el aire acondicionado (a unos 22 - 24 ºC), nuestro cuerpo tiene que calentar ese aire. “Este calentamiento se realiza por unas estructuras que se encuentran en las fosas nasales denominadas cornetes. Si este aire frío entra por la garganta (porque el paciente respira por la boca) se irrita la mucosa de la orofaringe y laringe pudiéndose producir una faringitis, amigdalitis, otitis, laringitis aguda”, explica el experto.

Además, se ocasionan alteraciones en los sistemas de defensa naturales de la nariz y garganta, provocando que los cilios (estructuras que pueden moverse y permiten el desplazamiento de diversos fluidos y partículas) pierdan movilidad y que la circulación normal de la mucosa se vuelva más lenta o incluso cese por completo”, como señala el Instituto de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello de Madrid (IOM).

Esto, debido a la alteración de las defensas que realizan estos cilios, “hace que aumente el riesgo de que diversos microorganismos (virus en su mayoría) penetren en el cuerpo, por lo que quedamos expuestos a la infección y a los síntomas acompañantes, causando odinofagia (molestias a la deglución) e incluso disfonía o ronquera”, detalla Fuentes.

En definitiva, entre los factores que pueden provocar la inflamación del tejido faríngeo también se encuentran los cambios bruscos de temperatura, la baja humedad y el ambiente seco que generan los aparatos de aire acondicionado.

Pero hay más: según un estudio publicado en la revista International Journal of Epidemiology, el aire acondicionado no solo puede causar daños en la garganta, sino que “es un riesgo para el aumento del uso de los servicios de salud, en general, no solo al utilizarlo durante las horas de sueño. Entre una de las principales hipótesis, los autores señalan que la humedad en los sistemas de aire acondicionado y humidificación supone “exposiciones microbiológicas que causan efectos en la salud a través de mecanismos que son irritantes, tóxicos o alérgicos”. Esto también puede generar problemas en la garganta, esta vez a causa de patógenos.

De hecho, incluso los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos señalan que los sistemas de aire acondicionado son una de las posibles vías de entrada del moho en los hogares. Aunque puede no suponer problema alguno, los CDCs advierten que también puede ser al contrario: que los mohos provoquen síntomas del tracto respiratorio superior, tos y sibilancias en personas sanas; síntomas de asma en personas con asma y neumonitis por hipersensibilidad en individuos susceptibles a esa condición.

“Es aconsejable llevar a cabo una constante y adecuada hidratación para paliar la sequedad del ambiente, incluso con el uso de humidificadores en casa o en la oficina”, señalan desde el IOM y añaden que “una dieta equilibrada y medidas higiénicas básicas como el lavado de manos son también factores que nos ayudarán a mantener nuestra garganta en perfecto estado en verano”.

¿Por qué nos gusta tanto explotar burbujas de plástico?

Recibimos un paquete en casa que contiene un recipiente frágil y, dentro de la caja (de cartón, normalmente), un maravilloso envoltorio de burbujas de plástico protege nuestro pedido. Muchas malditas y malditos que se han visto en esta situación prestarán mucha más atención en explotar las ‘burbujitas’ del plástico antes que al producto pagado. ¿Por qué nos gusta tanto? ¿Hay algo de ciencia en esa satisfacción? Aunque no existe una respuesta definitiva (de hecho, no a todo el mundo le entusiasma), las evidencias parecen apuntar a que es una actividad relajante, desestresante y que ayuda a mantenerse entretenido.

Un estudio publicado en la revista Psychological Reports en 1992 experimentó con un pequeño grupo de 30 personas si explotar papel de burbujas ayudaba a reducir el estrés. En las autoevaluaciones que completaron, los participantes mejoraron su nivel de energía y se sintieron menos cansados y más relajados después de estallar diferentes burbujas de plástico, sin que el nivel de tensión descendiese de manera significativa. En conclusión: este pequeño experimento, tras una sesión de explotar burbujas, consiguió que los participantes redujeran su estrés.

Ahora bien, al mismo tiempo, otro estudio publicado también en Psychological Reports en 1994 comprobó que explotar plástico de burbujas también podría aumentar la ansiedad (evaluándola con el autoinforme de inventario de rasgos de ansiedad), en comparación con un grupo de control que no hizo nada durante el tiempo del experimento.

En la discusión del estudio —que contó con 36 participantes—, los autores consideran que estos resultados son “contrarios a lo esperado” tras el experimento de 1992, pero que puede deberse a que algunos aspectos del estado anímico (como puede ser la energía o el cansancio) son más maleables que la ansiedad, “que puede ser una característica más estable y, por tanto, más resistente al cambio”.

Sobre algo tan concreto como es explotar pequeñas cápsulas de aire preparadas para amortiguar golpes existe poca evidencia científica. Además, la que hay puede resultar contradictoria, poco sólida y con muestras reducidas (30 y 36 participantes).

Sin embargo, la evidencia sí encuentra resultados positivos en aquellas prácticas de movimientos con el cuerpo —normalmente las manos— e inconscientes que se hacen en tareas como una llamada, trabajar, esperar o estudiar una asignatura. Esto es lo que se denomina fidgeting, un término que no tiene traducción del inglés, pero que te explicamos con ejemplos: golpear un lápiz en una libreta, agitar una pierna, jugar con algún objeto del escritorio o mover los dedos con algún patrón específico. Por supuesto, explotar burbujas de plástico podría entrar en esta categoría.

A pesar de que realizar estas prácticas se ha asociado tradicionalmente con estar distraído, nervioso o desinteresado, un trabajo de fin de máster de la Universidad de Lund (Suecia) defendido en 2016 recopila literatura científica que probaba los beneficios de estas prácticas de fidgeting: una reducción de los niveles de estrés y ansiedad, un aumento de la concentración, y una activación voluntaria cuando se está aburrido o poco estimulado. Un artículo de 2013 publicado en Frontiers mostró que estas prácticas contribuyen a retener el conocimiento que se está adquiriendo.

¿Tienen los animales (auto)consciencia?

Esta semana, nuestro tema sobre curiosidades animales roza el campo de la filosofía. Nos habéis preguntado si los animales (no humanos, que las personas somos animales también) tienen consciencia. Se trata de un debate científico-filosófico con siglos de historia. A pesar de que antes de abordarlo hay que definir los términos, la respuesta corta es que sí, los animales tienen conciencia (al menos los mamíferos).

“No es lo mismo hablar de consciencia desde un punto de vista filosófico que biológico o físico”, aclara a Maldita.es Adán Arsuaga, licenciado en filosofía, profesor universitario y maldito que nos ha prestado sus superpoderes.

El catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Ignacio Morgado, define la consciencia como “el inteligible resultado del procesamiento de información que tiene lugar en el interior del cerebro”: “Es algo así como una pantalla mental donde el cerebro presenta continuamente la información que necesitamos conocer en cada momento para guiar el comportamiento.”

En cambio, el maldito Sergio Escamilla, doctorando en el Instituto de Neurociencias de la Universitas Miguel Hernández - Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), define la consciencia como la capacidad de ‘experimentar’ el mundo que, en el caso de los animales, puede sustituirse por ‘sentir’: “Si experimentas algo, lo que sea, estás consciente”. De ahí la frase del filósofo René Descartes: “Pienso, luego existo”.

Una corriente filosófica, el solipsismo, lleva esta máxima cartesiana al extremo y defiende que sólo uno mismo puede estar seguro de ser consciente, pero no puede saber que si el resto de humanos lo son. Por supuesto, tampoco los animales. “Desde el sentido común y con conocimientos básicos de evolución biológica y neurociencia se ve rápidamente que el solipsismo no se mantiene. Los seres humanos tenemos el mismo origen evolutivo, tenemos comportamientos muy similares y el mismo cerebro. Si yo soy consciente, ¿por qué no van a serlo el resto de humanos?”, señala Sergio Escamilla.

El experto aplica el mismo razonamiento a al menos parte de los animales no humanos para concluir que también son conscientes. Los mamíferos “tienen nuestro mismo origen evolutivo, un cerebro y un comportamiento muy similares, ¿por qué no deberían ser conscientes?”.

El también investigador del Instituto de Neurociencias Alejandro Gómez Marín destaca a Maldita.es que sigue siendo un misterio de dónde surge en los humanos la consciencia. Añade que, de hecho, hay varias teorías de la consciencia que tratan de ‘medirla’ de forma distinta. Para decidir qué animales o seres vivos tienen consciencia hay que escoger una teoría, lo que lo hace “algo arbitrario”. Un error habitual también es confundir inteligencia con consciencia.

El neurocientífico Alejandro Gómez señala que puede haber distintos grados y modos de consciencia pero el consenso en su campo es que está presente en casi todas partes en el reino animal: “Las neurociencias tienen mucho que decir pero, además de instrumentos de medida, se necesita un abordaje interdisciplinar que incluya también las humanidades”.

Además, hay multitud de experimentos en los que no sólo se demuestra la consciencia en mamíferos, sino que también se estudian sus mecanismos cerebrales, indica Escamilla. Por ejemplo, la consciencia visual en macacos está muy estudiada. En el caso de seres más diferentes a nosotros, como reptiles, cangrejos o gusanos, “hasta que no tengamos una teoría científica que explique la naturaleza fundamental de la consciencia y determine qué sistemas físicos son conscientes, no tendremos respuestas absolutas”.

Ahora bien, tanto algunos de los científicos más relevantes en el campo de la consciencia del mundo, como Christof Koch y Giulio Tononi; como algunos de los filósofos más relevantes de este campo, como Peter Godfrey Smith, también les atribuyen consciencia a reptiles, pulpos y cangrejos, como apunta Escamilla: “Esto no implica que un cangrejo se preocupe por el precio de la gasolina, sino que este no sólo tiene neuronas encargadas de procesar la información visual captada en la retina, sino que ‘ve’. No sólo tiene neuronas encargadas de procesar la información relacionada con el movimiento de corrientes de agua a su alrededor, sino que ‘siente’ ese movimiento”.

La bióloga y comunicadora científica Laura Camón señala a Maldita.es que los animales, con bastante seguridad, sí tienen consciencia. “Hay más controversia sobre cuán extendida está, sobre todo porque no tenemos ni idea de cómo se genera la consciencia realmente”.

Aún así, “no podemos experimentar la consciencia del animal, del mismo modo que no podemos llegar a experimentar la consciencia de los otros”. “Como decía Miguel de Unamuno, tal vez el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado mentalmente. Por lo tanto se queda en mera suposición”, opina el filósofo Adán Arsuaga.

La cuestión se vuelve más compleja si lo que queremos saber es si los animales tienen autoconsciencia, es decir, si son conscientes de que son conscientes. En líneas generales, la tradición científica y filosófica se ha decantado por atribuir esta capacidad exclusivamente a los seres humanos, según concluye el filósofo. Camón señala ejemplos de animales que sí tienen autoconsciencia, como los elefantes, los delfines o los cuervos.

¡Quietos paraos’!

Antes de decir adiós, os recordamos una vez más: no somos médicos, somos periodistas. Puedes contar con nosotros para todo aquello que esté en nuestra mano, ¡por supuesto! Pero si lo que necesitas es un diagnóstico concreto y o tienes dudas médicas específicas, la mejor opción será que recurras a un profesional sanitario que estudie el caso y te recomiende la solución o tratamiento más adecuado. ¡Gracias por leernos y buen fin de semana!

En este artículo han colaborado con sus superpoderes el médico de atención primaria José Fuentes, el filósofo y profesor universitario Adán Arsuaga y el doctorando en el Instituto de Neurociencias de la Universitas Miguel Hernández - Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Sergio Escamilla.

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