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MALDITA CIENCIA

No poder reconocer caras, ver de forma diferente los colores y moscas en el microondas. Llega a Maldita Ciencia el consultorio 179º

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¡Hola, hola, malditas y malditos! Siguiendo la tradición de cada viernes y para solucionar todo aquello que os trae de cabeza, llega una nueva entrega de nuestro consultorio científico. ¿Hay gente que no es capaz de reconocer caras? ¿Vemos los colores de forma diferente? Y, ojo: ¿qué le pasaría a una mosca que se cuela en el microondas si ponemos este en marcha? 

Seguro que se os ocurren más preguntas, muchas otras. ¡Pues no os las guardéis! Animaos y mandádnoslas por TwitterFacebook, correo electrónico ([email protected]) o nuestro chatbot de WhatsApp (¡guárdate el número! +34 644 22 93 19). ¡Empezamos!

¿Por qué hay quienes son incapaces de reconocer una cara?

No importa las veces que se haya topado, conversado o incluso hecho planes con una persona ni que esta sea un familiar, un amigo o una compañera de trabajo: hay quienes, por mucho que se enfrenten a una misma combinación de rasgos, a una cara determinada (puede que hasta a su propia tez), no son capaces de reconocerla a posteriori. Hablamos de pacientes con prosopagnosia o ceguera facial, un trastorno neurológico que dificulta la habilidad de distinguir una cara conocida y que puede darse con o sin daño cerebral.

La prosopagnosia suele afectar a quien la sufre desde el nacimiento y normalmente es una dificultad con la que la persona tendrá que lidiar toda la vida, según explica el Servicio Nacional de Salud de Reino Unido (NHS, por sus siglas en inglés). Sin embargo, hay casos en los que una persona puede sufrirla tras haber experimentado un daño cerebral, como un derrame o una lesión.

A pesar de que la persona con ceguera facial sabe que lo que está viendo es una cara, al haber perdido la conexión entre lo que ve y la parte de la memoria que se dedica a la identificación, no puede reconocerla. El porqué reside en la dificultad para distinguir los rostros: estos aparecen difuminados y sin rasgos distintivos, lo que provoca que todos se perciban como si fueran iguales.

¿Cómo distinguen, entonces, a su interlocutor? “Lo que hacen son reconocimientos deductivos por el tono de voz, el color del pelo, las gafas, la ropa... Pudiendo llegar a no ser conscientes del problema que tienen”, señalan los autores de un caso clínico publicado en 2013 en la Revista Científica de la Sociedad Española de Enfermería Neurológica.

Eso sí, “el reconocimiento de expresiones se mantiene, pudiendo así saber si la cara expresa alegría, tristeza o ira”. “También detectan el sexo, la edad y la raza e incluso distinguen las caras que les parecen atractivas de las que lo son menos”, añaden los invetigadores en el artículo. 

Como explicaba el vicepresidente y responsable del Área de Relaciones Institucionales de la Sociedad Española de Neurología (SEN), Jesús Porta Etessam, en CuídatePlus, “si la cara tiene un elemento llamativo, por ejemplo, una verruga, una nariz extremadamente grande o un bigote, las personas suelen ser capaces de reconocer la cara, pero no por el conjunto [...] sino por ese elemento aislado”. Para que esto ocurra, eso sí, el ‘detalle’ debe ser muy característico. 

Por motivos obvios, esta situación puede llegar a tener un gran impacto en la vida diaria de quien la sufre, desde obligándola a esquivar la interacción social a desarrollar, incluso, un trastorno de ansiedad social, el miedo abrumador a las situaciones sociales. 

El objetivo final para facilitar que estos pacientes sobrelleven el trastorno es tratar de ayudarles a través del entrenamiento de estrategias para hacer frente a distintas situaciones. 

“De esta forma se van acostumbrando y aprenden poco a poco qué gente se van a encontrar en cada uno de los círculos a los que acuden”, señalaba a CuídatePlus Joan Ferri, director general de Vithas NeuroRHB. “Para eso también se puede pedir a su círculo más cercano que siempre se presente y diga su nombre cuando se encuentre con la persona con prosopagnosia, así como evitar reuniones muy concurridas”, añade.

¿Pueden las moscas sobrevivir al microondas?

Vas a la cocina con la intención de calentarte un buen café en el microondas. Lo que no te esperabas es que, al abrirlo… ¡Sorpresa! Sale de él una mosca revoloteando. El cómo ha llegado ahí podemos imaginarlo pero, ¿por qué no ha terminado churruscada, si hay veces que el contenido que metemos a calentar en el electrodoméstico, literalmente, hierve? 

Hoy en curiosidades animales, insectos voladores que no se inmutan (aparentemente) ante un calentamiento. Hay vídeos que muestran a moscas tan ‘panchas’ aun habiendo estado varios minutos en un microondas activo.

Lo primero es aclarar que, aunque parezca increíble, sí que existe literatura científica sobre el efecto de las ondas microondas en moscas. Este estudio del año 2020 en moscas de la fruta (la famosa Drosophila melanogaster) observó que las microondas de longitud de onda 2,45 gigahercios aplicadas durante tres minutos no tienen un efecto térmico en el animal. De hecho, ninguna mosca murió durante el experimento, aunque sí dañara su material genético. 

Por otro lado, la mosca de la fruta es capaz de detectar el campo magnético terrestre y, durante el experimento, mostró repelencia a las microondas, tratando de permanecer dentro de un refugio cubierto con papel de aluminio durante la irradiación.

Otro experimento observó que el tamaño de los ovarios de las moscas de la fruta hembras era menor si había recibido radiación de microondas. En cambio, las larvas del moscardón Chrysomya megacephala mueren tras 30 segundos de exposición a microondas.

Aunque las moscas, por lo tanto, sí podrían sobrevivir al microondas, esto dependería de varios factores. "Cuando hablamos de ondas microondas estamos hablando de un rango muy amplio de radiaciones electromagnéticas de entre 300 y 30 megahercios, por lo que hay que especificar exactamente de qué frecuencia se trata: esta característica determinará muchas de sus propiedades. Además, habría que especificar el tipo o la especie de mosca, porque no todas tienen el mismo tamaño,", explica a Maldita.es el físico Alberto Nájera, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y vocal del Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS). 

Imagen de André Oliva

Las radiaciones, además de por su frecuencia, se caracterizan por su longitud de onda, que podríamos entender como el ‘tamaño de la radiación’ y,  por tanto, el tamaño del insecto importa.

Los hornos microondas usan una radiación de 2.450 megahercios a alta intensidad con un 'tamaño' o longitud de onda de unos 12 centímetros, añade Nájera. Este 'tamaño' de la onda está relacionado con las estructuras con las que pueden interactuar. Si son moscas domésticas, que miden entre 6 y 7 milímetros, "las moscas podrían escapar a esa radiación, al moverse o quedarse en un espacio en el que no sintiesen el calor generado por la radiación. No obstante, en caso de que el haz ‘pillase’ al animal directamente y durante el tiempo suficiente, sí se podría generar suficiente calor como para matarla", aclara el físico. En el caso de seres vivos más grandes que las moscas, se comportarían de forma muy diferente en un horno microondas, indica Nájera. Además, la cantidad de agua que su cuerpo tuviese  "sería crucial" a la hora de condicionar la absorción de radiación y, por tanto, el calor generado. *

¿Existe el ‘vértigo empático’? Es decir, sin temer a las alturas, ¿puedo sentir miedo si quien está ‘en lo alto’ es otra persona?

Para los despistados, dato: Maldita.es colabora diariamente en Julia en la Onda, el programa que presenta la periodista Julia Otero en Onda Cero. Hacemos este pequeño inciso ya que es precisamente el porqué de otra de las preguntas del consultorio esta semana. El tema surgió en una conversación en directo: ‘vértigo empático’ [min. 04:30]. ¿Qué es? ¿Existe ‘tal cual’ esa denominación? Lo cierto es que el concepto ‘vértigo empático’ como tal no se considera un trastorno mental ni se recoge en ninguno de los manuales oficiales que los recopila

Pero, situémonos: ¿alguna vez has sentido miedo por quien estaba limpiando los cristales de un edificio de altura considerable? ¿O por alguien cruzando un puente aparentemente inestable, también a bastante distancia del suelo? ¿O por quien se ha acercado demasiado al borde de un barranco? Si a pesar de que experimentar ‘en tus propias carnes’ situaciones similares no te asuste, sí te ‘acongoja’ ver en ellas a otras personas, sabes a lo que nos referimos cuando hablamos de ‘vértigo empático’. La causa, al no estar recogida en manuales médicos y según los expertos consultados por Maldita.es, podría ser la hiperempatía (es decir, de uno de los rasgos de la personalidad de quien lo experimenta). 

Lo primero es llamar a las cosas por su nombre. El término científico que designa el miedo a las alturas es ‘acrofobia’, no ‘vértigo’. El vértigo en realidad es esa sensación de pérdida de equilibrio y de mareo que puede ocurrir como consecuencia y síntoma de la acrofobia. Es decir, el miedo a las alturas puede incluir el vértigo, pero no son lo mismo

Hablando de clasificación, la acrofobia es un ejemplo de lo que la quinta y más reciente edición del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM V, por sus siglas en inglés) califica como ‘fobias específicas’ en referencia al “miedo o ansiedad intensa por un objeto o situación específica”. Entre los ejemplos propuestos, el DSM V incluye precisamente la fobia a las alturas, junto a otras como volar, a las inyecciones o a la sangre

Las consecuencias o síntomas de la acrofobia, como el resto de miedos irracionales, no son igual de intensas en todos los casos: pueden manifestarse en un rango que incluye desde  ciertas molestias o incomodidad hasta un trastorno de ansiedad importante, que afecte a la vida cotidiana (y que, eso sí, se puede tratar). 

Pero, ¿qué sucede cuando nosotros no tenemos miedo a las alturas pero sí nos asusta ver a una persona en esa situación? “Yo diría que es un ejemplo de exceso de empatía o hiperempatía, considerada una característica de la personalidad”, explica a Maldita.es Elena Herráez, psicóloga miembro del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COP). “Es propia de personas con una gran sensibilidad para captar las emociones y el sufrimiento de los demás, pudiendo verse afectados como si lo estuvieran viviendo de una forma directa”, añade. 

Precisamente ‘empatía’ es la respuesta que José de Sola, psicólogo en De Salud Psicólogos, propone a Maldita.es como explicación a situaciones similares. “La verdad es que, en el tema del vértigo, no lo había oído nunca, pero no digo que no exista: hay veces que copiamos o nos asustamos con los síntomas de otros y, más o menos, los reproducimos. Puede pasar en algunos casos, pero no es muy frecuente”, señala. 

Además, en cuanto a quiénes pueden experimentar esta sensación, coincide con el perfil que proponía Herráez: “La hiperempatía suele darse en gente hipocondríaca, miedosa, muy sensible o que se sugestiona con facilidad; gente que sí que puede observar dolores en otros y acabar sintiéndolos y reproduciéndolos por sugestión”. 

En caso de que nos encontremos en un contexto similar, en el que temamos por la altura a la que se encuentra otra persona, la recomendación de Herráez es intentar separar lo que son nuestras emociones de las que proceden del otro. Parece de cajón, pero esto supone intentar que su miedo o vértigo, en este caso, no nos contagie. “Y, sobre todo, si la situación sí que supone un peligro real para la persona que tenemos al lado, coger perspectiva para saber qué es lo que verdaderamente puedo o tengo que hacer en ese momento, sobre todo si necesita una respuesta rápida”, concluye la experta. 

¿Cada persona ve un mismo color de manera distinta?

Los ojos de los seres humanos perciben tan solo una pequeña ‘parcelita’ del espectro electromagnético, la única que son capaces de detectar e interpretar: el espectro visible. Los ojos reciben esas diferentes longitudes de onda del espectro visible, envían el estímulo a nuestro cerebro y este lo interpreta como un color determinado. Sin tener en cuenta el daltonismo, ¿somos capaces de ver todos el mismo color? ¿Puede que alguien aprecie el verde de Maldita Ciencia de una manera distinta? Ni sí ni no, sino todo lo contrario. Os contestamos.

Conchi Lillo, profesora titular de la Facultad de Biología e investigadora de patologías visuales de la Universidad de Salamanca, indica a Maldita.es que, teniendo en cuenta a las personas que no tienen ningún problema visual, se puede decir que sí, que “en general, se deberían ver los colores de la misma forma, ya que la distribución y número de fotorreceptores es la misma entre los seres humanos”. Los fotorreceptores son neuronas especializadas en convertir la luz en señales y enviarlas al cerebro, que es donde se interpreta esta información, como el color, explica la Academia Americana de Oftalmología (AAO).

Ahora bien, más allá del daltonismo, Lillo apunta que existen muchas otras razones que pueden alterar la percepción de los colores. Es el caso, por ejemplo, de personas con alteraciones maculares, “de la mácula de la retina, donde están los conos, que son células que nos dan la información del color” o con envejecimiento celular

Otra posible causa es la tetracromacia, una mutación que tiene lugar en muchas mujeres en la que, “en lugar de tres tipos de conos que distinguen rojo, verde y azul, tienen uno más entre el rojo y el verde. Esto les permite distinguir más tonalidades”. Sin olvidar la gente que experimenta sinestesia, una variación no patológica de la percepción humana; personas con acromatopsia, que ven en blanco y negro, “y un largo etcétera”.

“Casi que lo más difícil es que alguien vea los colores exactamente como los ves tú. En percepción, hay muchas generalidades y luego está las particularidades de cada uno”, concluye Lillo.

Por su parte, José Ángel Morales, doctor en Neurobiología del Departamento de Biología Celular de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, apunta a Maldita.es que, aunque el espectro visible es el mismo para todos, “no todos lo interpretamos exactamente igual”. 

Esto se debe a que nuestro cerebro está constantemente haciendo interpretaciones que dependen de la luz, las formas del objeto que se ve, el número de sombras, dónde está situado el objeto, los colores que hay alrededor, etc. “Parece ser que nuestro estado emocional también incide en la manera que tenemos de interpretar los colores”, agrega.

Antes de que os vayáis...

La semana pasada no os lo recordamos... ¡y nos pillasteis! Nos gusta saber que nos leéis hasta el mismísimo final. Eso sí, una y no más, ya no se nos escapa: llegados a este punto nos gustaría recordaros que estamos aquí para resolver todas las dudas y preguntas que tengáis respecto a información científica, pero que si lo que te inquieta tiene que ver con un diagnóstico, tratamiento o afección personal, lo único que podemos aconsejarte es que acudas a un profesional sanitario que conozca personalmente tu caso y pueda tratarte adecuadamente. 

* Actualizado el 30 de marzo de 2022 con las declaraciones de Alberto Nájaera.

En este artículo ha colaborado con sus superpoderes el doctor en Neurobiología José Ángel Morales.

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