Muchas sustancias de uso cotidiano se degradan de forma natural cuando llegan al medioambiente. Por ejemplo, el papel, que tarda unos meses en descomponerse; o el plástico, aunque requiere de muchísimos más años. Sin embargo, hay un grupo de sustancias que, por sus características, son capaces de sobrevivir de manera indefinida en la naturaleza y resistir esta degradación natural: los PFAS, que reciben el apodo de “químicos eternos”.
Qué son exactamente los PFAS y dónde se encuentran
Las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS) son una familia de más de 4.700 compuestos químicos sintéticos ampliamente utilizados en procesos industriales y productos de consumo, explican la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) y la Agencia Europea de Medioambiente (EEA). Los primeros PFAS empezaron a usarse en la década de 1930 y se emplearon en muchos procesos industriales y productos en los 40 y 50.
Tienen algunas propiedades que los hacen muy adecuados para distintas industrias. Puesto que tienen enlaces entre átomos de carbono y de flúor, que es uno de los más fuertes de la química orgánica, resisten muy bien la degradación. Además, son muy estables frente a otros compuestos químicos y frente al calor, es decir, que no cambian ni se estropean a no ser que se sometan a temperaturas muy muy altas.
Por todo esto están presentes, entre otros, en repelentes de manchas y sustancias antiadherentes; en productos de limpieza; en materiales en contacto con alimentos como sartenes, envases, cajas de pizza, papel de envoltorios y utensilios de cocina; en la espuma de los extintores; y en material y ropa sanitarios, en alfombras y otros textiles. También se usan en los sectores aeroespacial, de defensa y de la construcción, en algunos componentes electrónicos, en los cosméticos, los pesticidas y los productos farmacéuticos, entre otros.
Esas cualidades pueden ser positivas para ciertos productos y procesos, pero tienen una contrapartida: cuando llegan al ambiente, pueden contaminar durante mucho tiempo y transportarse a grandes distancias por agua, suelo y aire sin degradarse. A esto se le suma que limpiar una zona contaminada con estos sintéticos es caro y técnicamente difícil, aunque hay investigaciones que exploran nuevas vías para eliminarlos.
Como decimos, hay muchísimos tipos de PFAS. Algunos ejemplos:
El ácido perfluorooctanoico (PFOA) y sus derivados y el sulfonato de perfluorooctano (PFOS) están prohibidos en la Unión Europea: no se pueden fabricar, comercializar ni usar y se está eliminando su uso progresivamente a los países que suscriben un tratado internacional. Son los dos PFAS más estudiados.
El ácido perfluoroheptanoico (PFHpA), en la lista de químicos peligrosos de la ECHA.
El ácido perfluorohexano sulfónico (PFHxS), agregado recientemente al mismo tratado internacional y por tanto también está prohibido en la UE.
Los impactos en el medioambiente de los PFAS
Una vez llegan al medioambiente, los PFAS no se degradan y se acumulan con el paso del tiempo. Así, es posible encontrar estos químicos en seres vivos (incluyendo a humanos), aguas superficiales y subterráneas y regiones remotas del planeta.
Julian del Campo, investigador en Seguridad Alimentaria y Medioambiental del Centro de Investigaciones sobre Desertificación, explica a Science Media Centre España que estas sustancias “tienen el potencial de bioacumularse [es decir, acumularse en los organismos vivos como los humanos, los animales o las plantas] y biomagnificarse [aumentar su concentración a lo largo de la cadena trófica, por ejemplo, cuando un pez pequeño con PFAS es comido por un pez más grande, también con PFAS]”.
La Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) explica que estas sustancias llegan al medioambiente desde fuentes directas e indirectas. Una fuente directa serían unas instalaciones industriales donde se fabrican o usan estos sintéticos, y una fuente indirecta sería el uso de productos que tienen PFAS y los vierten al ambiente, como cosméticos o ropa. En julio de 2023, Datadista publicó el primer mapa sobre la presencia de PFAS en España.
Una de las contaminaciones que más preocupa es la que afecta al agua. Se ha demostrado que hay aguas superficiales y subterráneas afectadas por estas sustancias que han llegado al agua para consumo humano e incluso al agua de lluvia. También se ha detectado en suelos y vertederos, en el polvo del interior de los hogares y en las regiones ártica y antártica.
Los impactos de los PFAS en la salud humana
Al igual que otros seres vivos, los humanos estamos expuestos a los PFAS. Estas sustancias tienen un impacto negativo en la salud, aunque se sigue investigando cómo afectan concretamente, qué cantidades de exposición pueden considerarse seguras y cuál es la relación causa-efecto entre estas sustancias y el desarrollo de ciertas enfermedades.
Hasta el momento, esto es lo que se sabe acerca de los efectos en la salud de los PFAS, según resumen la ECHA y la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU (EPA, siglas en inglés):
Ciertos niveles de exposición pueden derivar en problemas para la reproducción, como un descenso de la fertilidad o mayor presión sanguínea en las embarazadas
Problemas de desarrollo en edad infantil, incluyendo bajo peso al nacer, pubertad acelerada, alteraciones óseas o cambios de comportamiento
Aumento del riesgo de ciertos cánceres, como de los de próstata, riñón y testicular
Problemas en el sistema inmune, incluyendo un descenso en la capacidad para combatir infecciones o peor respuesta vacunal
Problemas en el sistema hormonal
Aumento de los niveles de colesterol o más riesgo de obesidad
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) explica que la principal fuente de exposición a los PFAS es la dieta, en particular el pescado, el marisco, la carne y los productos cárnicos, principalmente el hígado. Hay sustancias concretas, como los PFOS y PFOA, para los que la exposición por el aire, por el agua potable y por el contacto con utensilios de cocina y envoltorios también es una fuente de exposición importante.
Así, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha establecido un umbral de seguridad que indique cuánta cantidad de PFAS se considera seguro consumir con lo que se sabe sobre estas sustancias a día de hoy. Este umbral es de 4,4 nanogramos por kilo de peso corporal a la semana, lo que serían 308 nanogramos (0,000000308 gramos) que una persona de 70 kilos podría ingerir de forma segura en una semana. Como referencia, estudios en peces de España han encontrado una concentración media de 0,6 nanogramos de PFAS por gramo de producto (es decir, 600 nanogramos por kilo), con concentraciones máximas de hasta 4,92 nanogramos por gramo. La EFSA considera que parte de la población europea excede este límite.
¿Se puede evitar la exposición a los PFAS?
No completamente, pero hay varias cosas que podemos hacer para conocer si algo tiene PFAS y, en la medida de lo posible, evitar su exposición.
Por ejemplo, la EPA recomienda conocer si en el sistema de agua potable se hacen análisis de calidad que incluyan a estas sustancias. En el caso de España, la legislación exige que los controles incluyan análisis para una suma de 20 PFAS diferentes.
El Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO) aporta como consejos optar por menaje de cocina libre de PFAS, textiles y ropas que no tengan estas sustancias y evitar cosméticos que tengan entre sus ingredientes el PTFE o las sustancias con prefijo “fluoro-”. La EFSA, por su parte, aconseja reducir la ingesta de alimentos que tengan una mayor presencia de PFAS, como marisco, pescado, carnes y en particular, el hígado.