Más de seis millones de personas mueren cada año en el mundo por contaminación del aire, según diferentes análisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Estudio de la Carga Mundial de la Morbilidad (GBD, siglas en inglés) y otros trabajos científicos. El 99% de la población del planeta respira aire considerado no saludable por la OMS. Sin embargo, la Clasificación Internacional de Enfermedades no recoge “contaminación del aire” como causa de muerte. ¿Cómo sabemos entonces cuántas personas mueren cada año por contaminación? ¿Y cuántas son exactamente?
Estas cifras son estimaciones no registros como se hace en las estadísticas de mortalidad del Instituto Nacional de Estadística. Cada una de ellas tiene su metodología, pero todas se construyen con la evidencia científica disponible sobre exponerse a contaminantes (partículas microscópicas, monóxido de carbono, ozono, etc.) y el aumento del riesgo de enfermedades (respiratorias, cardiovasculares, infartos, ictus, cáncer, etc.), así como los registros de mortalidad. En resumen, estas estimaciones consideran que mueren entre 6,7 y 8,8 millones de personas al año por contaminación del aire.
El análisis de este tema que hace la OMS, uno de los más citados a nivel global, se calcula combinando información sobre cuánto aumenta el riesgo de sufrir enfermedades tras la exposición a un contaminante y cómo de extendido está ese contaminante entre la población. Con estos datos, se obtiene la llamada fracción atribuible a la población, un indicador que nos dice cuántos casos de una enfermedad se pueden vincular al contaminante. Si tenemos el registro de mortalidad por enfermedades de un país y tenemos sus datos de calidad del aire, podemos estimar qué fracción de esas muertes se deben a la contaminación atmosférica. El GBD también usa la fracción atribuible a la población, con ligeros cambios de metodología.
Otros estudios acuden a modelos climáticos y los combinan con la evidencia de riesgo de enfermedad. Lo que hacen estos trabajos es recrear las condiciones de circulación atmosférica de los contaminantes según diferentes escenarios (por ejemplo, uno ‘ideal’, con la contaminación bajo mínimos, otro con proyecciones de cuánto emitirán los países en 2030) para obtener cuánta concentración de contaminantes habría en esos escenarios. Junto con esa evidencia de riesgo, se estima cuántas vidas se habrían salvado si los niveles de contaminación fueran más bajos, o cuántas personas fallecerían por contaminación en esos niveles.
Otras diferencias metodológicas son qué enfermedades analiza cada institución, en qué contaminantes se centra el trabajo, cómo de sólidos son los registros de mortalidad de la región que se analiza, qué fuentes de contaminación se consideran… etcétera.
Es importante destacar que la estimación de muertes no es el dato completo de los efectos que tiene la contaminación en la salud. Como recuerda el Grupo de Investigación en Cambio Climático, Salud y Medioambiente Urbano (GISMAU), la mortalidad atribuible es “sólo el pico de una pirámide”, hay numerosos efectos adversos que no tienen por qué causar la muerte, pero que reducen la calidad de vida, los años de vida y pueden empeorar otras enfermedades crónicas o letales.
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