Tomar de un organismo los genes que codifican una de sus características y utilizarlos en otro. ¿Para qué? Para ‘añadir’ al segundo ese ‘poder’, esa nueva ‘cualidad o capacidad prestada’. El resultado de este procedimiento o de activar/silenciar uno de sus propios genes para conseguir justo lo contrario (deshacerse de una característica propia), es lo que se conoce como un organismo modificado genéticamente (OMG). Si cambiamos ‘organismo’ por ‘alimento’, nos referiremos a aquellos alimentos que contienen o están compuestos por OMG o han sido producidos a partir de ellos. Esta semana nos habéis preguntado concretamente por las frutas modificadas, ¿suponen estas un riesgo para nuestra salud? La respuesta es clara: más allá de potenciales alergias (posibilidad que también puede darse con cualquier otro alimento), no.
Hay ocasiones en las que el argumento contra los alimentos transgénicos tiene que ver con el modelo económico de las empresas de biotecnología que producen esos organismos. En las siguientes líneas vamos a centrarnos exclusivamente en su relación con la salud, que es por lo que nos habéis preguntado.
“Los organismos modificados genéticamente son seres vivos (bacterias, levaduras, plantas o animales) cuyo material genético se ha alterado de forma deliberada”, explica el biólogo y dietista-nutricionista Juan Revenga en el podcast Factor Intrínseco. Una alteración, añade, que no podría haberse conseguido de forma tradicional (por ejemplo, a través de injertos o hibridaciones), sino solo en un laboratorio. Pero, ¿para qué iban a modificarse genéticamente los alimentos? Para que estos cuenten características consideradas interesantes para su supervivencia, mantenimiento o productividad.
Como explicamos en Maldita.es, el objetivo más común es obtener variedades que sean resistentes a distintos tipos de estrés que sufren habitualmente los cultivos, ya sean plagas de insectos, la acción de los herbicidas (que buscan terminar con las hierbas, consideradas competencia en cuanto a la obtención de agua y nutrientes del suelo) o la sequía, entre otros. Para ello, es necesario encontrar el gen que, en un ser vivo determinado, codifica la característica que nos interesa (normalmente una proteína), sacarlo quirúrgicamente y añadirlo a nuestro alimento, consiguiendo así un alimento transgénico, como indica Revenga.
Es el caso del maíz Bt, un tipo de maíz transgénico. La situación es la siguiente: los cultivos de maíz son potenciales víctimas de gusanos barrenadores del tallo, insectos que se dedican a devorar las hojas a través de las que la planta realiza la fotosíntesis (y, por lo tanto, sobrevive). Sin fotosíntesis, no hay planta. A este tipo concreto de maíz se le introduce un gen que le permite producir la proteína Cry, tóxica para estos insectos y que inicial y naturalmente produce el Bacillus thuringiensis (de ahí la denominación Bt de este tipo de maíz). Los insectos, al comer la hoja con tales proteínas, mueren. Por otro lado, sus hojas permanecen intactas, por lo que la planta prospera. La proteína no tiene ningún efecto sobre los humanos ni sobre otros animales.
Este proceso no es el mismo que el llevado a cabo en una hibridación, que consiste en ‘juntar’ especies normalmente compatibles, genéticamente hablando. “Si el resultado es satisfactorio, algo que sucede muy pocas veces, nos lo quedamos; sino, lo desechamos”, explica el experto. Ejemplos de este proceso son el tangelo (pomelo y mandarina), el grapple (uva y manzana), las pineberries (dos variedades de fresa con sabor a piña)... Se trata, en palabras de Revenga, de logros que han costado muchos años y experimentos. Lo mismo sucede con las sandías o las uvas sin pepitas. Yéndonos un poco más lejos, a los plátanos, que antaño también presentaban estos pequeños inconvenientes para nuestra masticación.
Si hablamos de peligros potenciales para la salud, no hay evidencias de ninguno, más allá de posibles reacciones alérgicas. Estas, sin embargo, no serían exclusivas de los OMG (de hecho, no se ha reportado ningún caso en los aprobados en el mercado), sino que lo son de cualquier alimento con trazas o compuesto por alguno de los 14 alérgenos alimentarios conocidos. ¿Acaso no hay personas alérgicas a los cacahuetes o a los frutos de cáscara, la leche, el apio, los huevos, la mostaza, etc. sin ser estos OMG?
“Gracias a la biotecnología tenemos la posibilidad de producir alimentos a partir de animales o plantas modificadas genéticamente, que son más resistentes a plagas (maíz, papaya), que crecen más rápido (salmones), que no se echan a perder rápidamente y se mantienen sin oxidarse más tiempo (patatas), que le aportan características organolépticas o dietéticas adicionales al alimento (sea una piña, un aceite o una cerveza)”, recordaba en Naukas Lluis Montoliú, biotecnólogo y divulgador.
Este artículo forma parte del 30º consultorio de Maldita Alimentación.