“Yo necesito un café. Hasta que no me tomo un café no soy persona”. El maravilloso (y siempre certero) clip de Pantomima Full inspira una de las preguntas que nos habéis enviado al consultorio mensual de Maldita Alimentación: ¿Es cierto que el café causa adicción? ¿Puede haber situaciones en las que la humanidad de una persona dependa de su mitad doble con leche del tiempo?
Es cierto, pero en parte: el café puede considerarse adictivo, aunque existe cierta controversia sobre si también se le puede considerar una sustancia capaz de provocar una adicción, como el tabaco o el alcohol. La responsable de esto (para sorpresa de nadie) es la cafeína, un compuesto con propiedades estimulantes del sistema nervioso central leves, vasodilatadoras y diuréticas, según recoge el Glosario de términos de alcohol y drogas (1994) de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Daniel Ursúa, dietista-nutricionista que echó un cable a Maldita.es para aclarar si el azúcar es adictivo, explica cómo funciona la cafeína para generar la estimulación: “En el cerebro se produce una molécula llamada adenosina, que sirve como señal para que las neuronas reduzcan su actividad. En condiciones normales, estas moléculas se unen a las neuronas y les dicen que bajen el ritmo, lo que se traduce en cansancio y somnolencia. La cafeína compite con la adenosina e impide que mande esta señal, por lo que nos estimula”.
El problema de emplear el término “adicción” es que tiene un significado diferente en el lenguaje coloquial que en el científico-médico. Para hacer referencia al segundo, deben cumplirse una serie de criterios.
El Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DMS-5, siglas en inglés y número de edición) incluye 11 criterios agrupados en cuatro categorías: falta de control (como fuertes ganas de consumirla o deseo o intento de cortar su uso), problemas sociales asociados (imposibilidad de completar tareas cotidianas), dependencia (aumento de tolerancia para obtener su efecto, síndrome de abstinencia) y consumo de riesgo (se sigue usando incluso cuando es peligroso para la salud y se conocen sus daños).
Efectivamente, la cafeína cumple sobradamente algunos de estos requisitos, como es el caso de la tolerancia: “Cuando una persona está habituada al consumo de café, necesita mucha más cantidad que cuando no lo estaba”, detalla Ursúa, y explica que esto se debe a que las neuronas son capaces de desarrollar otros receptores de adenosina “ante la presencia continuada de cafeína”.
Sin embargo, hay otros criterios que no se cumplen de una manera tan evidente como al hablar de drogas legales o ilegales. Además, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, siglas en inglés) ofreció en 2015 una opinión científica sobre la seguridad de la cafeína, donde indica que hasta 200 mg de cafeína en adultos sanos (o unos 3 mg por kilogramo) no suponen un problema. Como referencia, una taza de café de 200 mililitros equivale, aproximadamente, a 90 miligramos de cafeína.
En cierto modo, no es ‘justo’ situar a la cafeína al mismo nivel que el alcohol o el tabaco, cuyo consumo, aunque sea mínimo, sí conlleva un problema de salud. Un estudio de 1994 publicado en JAMA concluyó que la cafeína tiene características de una sustancia psicoactiva con capacidad de generar dependencia y un síndrome (un conjunto de síntomas), pero un editorial adjunto a este estudio advertía que no se puede quitar importancia a las consecuencias de otras adicciones mucho más dañinas: “El riesgo para la salud de un consumo moderado de cafeína es, por lo general, bajo”.
Por último, la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11, siglas y número de edición) recoge un apartado dedicado a trastornos por consumo de cafeína. Esta categoría incluye varias condiciones clínicas, como episodio de consumo nocivo de cafeína (efecto tóxico en los órganos del cuerpo o una administración perjudicial), patrón nocivo, intoxicación por cafeína (más de 1000 mg al día), síndrome de abstinencia de cafeína y trastornos mentales o del comportamiento inducidos por la cafeína.