A raíz de las recientes protestas contra el racismo en todo el mundo por la muerte de George Floyd, nos habéis preguntado si existen diferentes razas humanas y qué hace que los humanos seamos diferentes entre nosotros. El concepto de raza carece de base científica. Las diferencias entre seres humanos se deben a mutaciones aleatorias en el ADN, la selección natural, migraciones y casualidad. Os contamos lo que sabemos al respecto.
El concepto de raza carece de base genética y científica
El genetista italiano Guido Barbujani explica a Maldita Ciencia que la idea de que existen diferentes razas humanas se ha creído durante siglos, pero finalmente ha sido descartada por la comunidad científica por dos razones: “En el curso de la historia, nadie ha podido establecer cuántas razas humanas hay y cuáles, con estimaciones que van de 2 a 200. En 1871, Charles Darwin ya lo había notado y afirmó que la clasificación racial es un ejercicio de arbitrariedad, con poco que ver con la ciencia”.
Además, según cuenta, el estudio de nuestros genomas ha demostrado que todos somos diferentes, pero estas diferencias son matices en un continuo de posibilidades y no vienen en paquetes raciales bien diferenciados: “Dos miembros de la misma población son a menudo un poco más similares que los miembros de poblaciones lejanas, pero hay un famoso estudio en el que un coreano resultó ser genéticamente intermedio entre dos europeos”.
Entre los humanos no existe una diferencia genética bien definida entre razas como sí sucede por ejemplo con los chimpancés, según afirma el genetista estadounidense Alan Templeton y recoge Materia.
En el caso de estos simios, la diferencia genética entre poblaciones es siete veces mayor que la que existe entre humanos que viven en distintas partes del mundo. La misma separación que existe entre distintas poblaciones humanas, muy progresiva y relativamente pequeña, no serviría para hablar de razas tampoco si se diese en otros animales.
Múltiples científicos han cuestionado el uso del término raza como una herramienta para entender la diversidad genética humana. Por ejemplo, así lo plantean cuatro investigadores en un artículo publicado en 2016 en la revista Science. “Creemos que el uso de conceptos biológicos de raza en la investigación genética humana, tan discutido y tan confundido, es problemático en el mejor de los casos y dañino en el peor. Es hora de que los biólogos encuentren una manera mejor”, afirman.
También Juan Ignacio Pérez Iglesias, catedrático de Fisiología en la Universidad del País Vasco, sostiene en The Conversation que, desde un punto de vista biológico, las razas humanas no existen.
Las diferencias entre seres humanos se deben a una combinación de “mutaciones aleatorias en el ADN, selección natural, migraciones y casualidad”
Los seres humanos (u homo sapiens) tienen su origen en África. Hace unos 60.000 años comenzaron a extenderse por todo el planeta. Todos pertenecemos a esta especie. Pero cada uno de nosotros es genéticamente único, excepto los gemelos monocigóticos (provenientes de un mismo cigoto), según explica el genetista Barbujani.
Las diferencias entre unos seres humanos y otros “son el producto de la evolución”. Concretamente de cuatro factores: mutaciones aleatorias en el ADN, selección natural de variantes genéticas que nos brindan las mejores posibilidades de sobrevivir (por ejemplo, una piel clara u oscura donde es útil), migraciones y casualidad.
Hay diferentes ejemplos de diversidad genética, según cuenta Pérez en The Conversation. Por ejemplo, los inuits (pueblos que habitan en las regiones árticas de América del Norte) toleran el frío mejor que otros seres humanos. Mientras tanto, una mutación en un gen permite a los bajau laut (los llamados “nómadas del mar”, que viven en las costas de Indonesia y Malasia) permanecer sumergidos en apnea hasta trece minutos.
La selección natural favorece los colores de piel oscura en áreas soleadas
¿Qué nos hace tener diferentes colores de piel? Barbujani explica que el color de la piel depende de al menos 70 genes diferentes. “La selección natural ha favorecido los colores de piel oscuros en áreas soleadas y los colores de piel claros en regiones donde la exposición a los rayos ultravioletas es menor. Pero los antiguos estudios de ADN muestran que la mayoría de los europeos tenían piel oscura (y ojos azules, una combinación poco común hoy en día) hasta hace 5.700 años”, afirma.
Buena parte de esa variación se correlaciona con la latitud, tal y como explica National Geographic. Cerca del ecuador, la insolación extrema convierte la piel oscura en un ventajoso escudo contra la radiación ultravioleta. Hacia los polos, donde el problema es la escasez de luz solar, la palidez fomenta la producción de vitamina D.
“A menudo pensamos que si conozco tu color de piel, sé otros detalles de tu persona. Por eso creo puede ser muy útil explicar que todos esos cambios que vemos se deben simplemente a que yo llevo una A en mi genoma donde otro lleva una G”, cuenta Heather Norton, antropóloga molecular de la Universidad de Cincinnati.
Las conclusiones del padre del racismo científico estaban sesgadas
La idea de que hay diferencias innatas en humanos, y que estos pueden ser categorizados y jerarquizados, está apoyada en procesos culturales e históricos y no en hechos biológicos. Además, el racismo científico se ha utilizado durante años para defender la idea de que había motivos biológicos objetivos para establecer diferencias entre razas.
Samuel Morton es considerado el padre del racismo científico. Coleccionaba cráneos humanos en el siglo XIX y llegó a la conclusión de que los seres humanos se dividían en cinco razas dependiendo del tamaño de las cavidades cerebrales.
Según defendía, los caucásicos eran la raza más inteligente porque tenían cerebros de mayor tamaño. Le seguían los “mongoles”, las personas del sureste asiático, los nativos americanos y, por último, los negros o “etíopes”.
Por aquel entonces, Morton era un experto reconocido en su campo. Pero un estudio publicado en la revista PLOS Biology en 2018 concluye que la interpretación de los resultados de Morton estaba sesgada.
Entre las limitaciones de la investigación, destacan que no tenía el mismo número de cráneos de cada categoría que había establecido y tampoco tuvo en cuenta el tamaño corporal de los individuos estudiados. Carlos Varea, antropólogo en la Universidad Autónoma de Madrid, explicó a ABC que “las personas de mayor tamaño corporal tienen mayor tamaño cerebral y eso no implica que sean más inteligentes”.
Bulos racistas descartados por la ciencia
No, no hay evidencias de que los negros sean menos inteligentes. Durante años se ha utilizado la craneometría (se realizaban mediciones craneales) para medir la inteligencia de los humanos. Concretamente para defender la idea de que el hombre negro tenía un cráneo más pequeño porque se encontraba a medio camino entre el hombre blanco y el mono y, por lo tanto, era menos inteligente.
Pero el tamaño del cráneo no determina la inteligencia de una persona. Varea sostiene que la inteligencia está asociada con la maduración del cerebro, que comienza a los seis años y medio y depende de la educación, los estímulos y los juegos.
“No está asociada con el tamaño del cerebro, sino con la conectividad de sus neuronas y la formación de redes neuronales. Todo esto depende de que haya unas condiciones ambientales que permitan llevar a cabo todos estos procesos”, afirma.
Barbujani insiste en que es importante desmentir que todo lo que somos está escrito en nuestros genes y, por lo tanto, “es una pérdida de tiempo y dinero invertir en educación pública porque aquellos que son genéticamente superiores sobresaldrán de todos modos”. “Esto es lo que llamamos determinismo biológico, un residuo de la pseudociencia del siglo XIX, pero que ningún estudio científico ha demostrado”, explica.
Pero para el genetista italiano, el principal bulo es que todos los miembros de un mismo grupo son iguales tanto física como intelectualmente: “Esto significa que, bajo una visión racista, las personas no son juzgadas por lo que son, sino sobre la base de algunas categorías abstractas sobre las cuales hay prejuicios. Solo tenemos que pensar que, bajo la categoría ‘austriaco’ clasificamos tanto a Wolfgang Amadeus Mozart como a Adolf Hitler para darnos cuenta de lo absurdo que es este punto de vista”.
Otra de las ideas que no cuenta con ninguna evidencia científica es que la migración supone “un riesgo para nuestras sociedades porque tenderá a modificar nuestra sangre pura”. “Compartimos con cada persona en el planeta el 99.9% de nuestro ADN y este porcentaje refleja los continuos movimientos migratorios de individuos y poblaciones. Técnicamente hablando, todos somos bastardos”, afirma.
También niega la pureza racial y la existencia de una sangre pura el genetista Adam Rutherford en la BBC: "Cada supremacista blanco tiene ancestros de Medio Oriente. Cada racista tiene ancestros africanos, indios, asiáticos, y lo mismo pasa con todos los demás", agrega.
El racismo científico pervive a día de hoy y está en auge “con el ascenso de la ultraderecha y los nacionalismos”
El racismo científico quedó desacreditado dentro de la propia comunidad científica tras la Segunda Guerra Mundial. Pero la idea de que existen diferentes razas sigue determinando las percepciones y las oportunidades de personas de todo el mundo. Barbujani considera que se debe a que el racismo es “conveniente” económica y socialmente para muchas personas.
La periodista de ciencia Angela Saini, que ha escrito el libro Superior al respecto, explica que el racismo científico va y viene según la política del momento. Ahora, con el ascenso de la ultraderecha y los nacionalismos, “esta gente se ha vuelto poderosa e intenta proteger su visión del mundo”.
“Algunos están muy bien educados e intentan encajar su racismo con lo que saben. Eso implica retorcer y manipular los hechos. Su arrogancia intelectual les hace pensar que entienden cosas que a la ciencia mayoritaria se le escapan”, cuenta en una entrevista de la agencia SINC.
Las teorías del racismo científico han seguido presentes en medios de gran repercusión incluso una vez descartadas, tal y como cuenta la revista Jot Down, que menciona los siguientes ejemplos.
En 1966 la revista Playboy entrevistó a George Lincoln Rockwell, fundador del Partido Nazi Americano, que justificó su convicción de que los negros son inferiores a los blancos por un estudio realizado 50 años antes que concluía que las habilidades intelectuales de los negros mejoraban según su porcentaje de ancestros blancos. Playboy lo publicó aunque después añadió una nota que explicaba que el estudio estaba desacreditado y que era una racionalización pseudocientífica del racismo.
En 1994 el político y columnista Charles Murray publicó The Bell Curve, un trabajo en el que defendía que son las diferencias en el cociente intelectual, y no la desigualdad de oportunidades, lo que marca la estructura social y el lugar que ocupa cada persona en ella.
Según su trabajo, si en la base de esa estructura social en Estados Unidos se encontraban los negros y los latinos, era porque sus capacidades mentales eran inferiores. Pese a que la teoría de Murray fue criticada por la comunidad científica, fue publicada en diferentes medios.
Lo mismo ocurrió con el libro publicado en 2014 A Troublesome Inheritance (Una herencia problemática) de Nicholas Wade, que había sido periodista científico del New York Times. En él, defendía que hay razas diferentes dentro del ser humano con profundas diferencias biológicas, que los cerebros de esas razas han evolucionado de forma diferente y que eso conlleva niveles medios de cociente intelectual muy dispares según la raza. Más de 100 científicos firmaron una carta acusando a Wade de malinterpretar investigaciones ajenas, pero hubo medios que se hicieron eco de ella.