¿Cuántas de las cosas que usamos a diario están conectadas al internet? Nuestros smartphones, una TV inteligente o incluso un robot de cocina son parte de lo que conocemos como el Internet de las Cosas (IoT). Sin embargo, la tecnología ya no se limita solo a conectar objetos con el entorno digital.
Durante los últimos años, se ha popularizado el uso de dispositivos que conectan nuestros cuerpos con la web, como los smartwatches. Esto se conoce como el Internet de los Cuerpos (IoB) o cuerpo conectado y consiste en el uso de dispositivos externos (primera generación), implantados (segunda generación) o fusionados (tercera generación, aún en desarrollo) con el cuerpo que monitorizan y recogen nuestras constantes vitales y datos biométricos.
Estos pueden suponer beneficios, como seguir más de cerca nuestra actividad física en el caso de los wearables (artículos que llevamos encima) o recuperar capacidad auditiva con dispositivos cocleares, por ejemplo, sino que también conllevan riesgos de privacidad por el posible tratamiento de datos o brechas de seguridad.
El Internet de los Cuerpos (IoB) es el uso de dispositivos que conectan nuestros cuerpos con la web
Ya sea porque hemos escuchado sobre Neuralink, el proyecto de Elon Musk sobre un implante que conectaría el cerebro con dispositivos electrónicos (del cual no hay datos ni registros todavía) o porque preferimos supervisar nuestras salidas a trotar con un smartwatch, el Internet de los Cuerpos (IoB) o cuerpo conectado es cada vez más común. El término se refiere al “uso de dispositivos conectados a Internet que monitorizan y/o actúan sobre todas o algunas de nuestras constantes vitales y otros datos biométricos”, según la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD).
A lo largo de los años, el Internet de los Cuerpos ha evolucionado y, junto a ello, ha cambiado el grado de acoplamiento (el ajuste al cuerpo) que tienen este tipo de dispositivos. La AEPD los divide en las siguientes categorías:
Primera generación: dispositivos externos al cuerpo. En esta categoría caen los wearables, como pulseras o smartwatches, que son los que más solemos ver. Se utilizan para monitorizar la actividad física (por ejemplo, pulso, ritmo cardíaco, calorías quemadas, etc.) e interpretar la actividad cerebral .
Segunda generación: dispositivos dentro del cuerpo. Según la AEPD, destacan los dispositivos con fines médicos como marcapasos o implantes cocleares. Su uso no es nuevo pero la conexión a internet de ellos, sí.
Tercera generación: dispositivos fusionados con el cuerpo. Aún en desarrollo, como el Neuralink, este tipo de aparatos busca lograr una interfaz de comunicación para “actuar sobre los propios elementos biológicos”.
El IoB tiene muchas ventajas pero también supone peligros para la privacidad e integridad física de los usuarios
El uso de artículos tecnológicos de cuerpo conectado puede tener múltiples ventajas: los dispositivos de segunda generación pueden dar respuesta a problemas médicos, como los marcapasos o implantes, y en el día a día, los dispositivos de primera generación nos pueden ayudar a seguir más de cerca nuestras constantes vitales. Sin embargo, tenemos que tener presente que, como la mayoría de los dispositivos tecnológicos, estos recopilan y tratan nuestros datos.
“A pesar de pertenecer al ámbito del IoT, no monitorizan ‘cosas’, sino que cuantifican personas”, afirma la AEPD. De acuerdo a la Agencia, el tratamiento de datos biométricos (rasgos físicos que nos identifican, como la huella dactilar o cara) y de salud que hacen los dispositivos IoB pueden conllevar riesgos para la privacidad o pueden comprometer la integridad física de la persona usuaria.
“Los datos biométricos se pueden tratar de forma masiva y pueden sacar mucha más información de lo que se piensa. Ejercen un gran poder de control sobre las personas”, detalla Luis de Salvador, director de la División de Innovación Tecnológica de la AEPD en la Twitchería de Maldita Tecnología. Según la AEPD, el tratamiento de los datos recogidos por los dispositivos de cuerpo conectado deben cumplir con el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).
También existe la posibilidad de que la tecnología que utilizamos sea víctima de un ataque que ponga en riesgo nuestra privacidad e incluso salud. Para evitar estas situaciones, la AEPD hace un llamado a las empresas tecnológicas a apostar por la fiabilidad y robustez en el desarrollo para evitar ciberataques y posibles filtraciones de datos.
A nivel individual, podemos protegernos haciendo un uso responsable de estas tecnologías. Según las recomendaciones de la Oficina de Seguridad del Internauta (OSI), si usamos wearables debemos revisar sus políticas de privacidad, usar contraseñas robustas y seguras, controlar las publicaciones y permisos que damos a las apps del aparato, apagarlos cuando no los usemos y resetearlos si queremos deshacernos de ellos.