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Erosión genética o por qué cada vez se cultivan menos especies distintas

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Tiempo de lectura: 14 minutos
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En corto:
  • Los recursos fitogenéticos para la agricultura y la alimentación (RFAA) son las distintas especies de plantas —cultivadas o silvestres— que aportan la diversidad genética necesaria para la producción agrícola y la alimentación
  • Los RFAA constituyen la base de la seguridad alimentaria ya que de ellos dependen la mejora de los cultivos, la adaptación a nuevas condiciones climáticas y la resistencia a plagas y enfermedades
  • Desde la introducción de la agricultura intensiva estos recursos se han visto gravemente amenazados, y numerosos informes internacionales coinciden en señalar que la pérdida de diversidad genética va en aumento 

Hay un problema con la biodiversidad agrícola y de ella depende lo que llega a tu plato. Esto es lo que concluye la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en sus últimos datos disponibles de 2019: por entonces el 66% de la producción agraria mundial provenía de solo nueve especies vegetales. El problema con que todo el mundo quiera consumir productos similares es que cada vez hay menos variedades disponibles porque muchas han desaparecido. Ya en 1996 la FAO estimaba que desde el comienzo del siglo XX se habían perdido alrededor del 75% de las variedades cultivables conocidas.

Las opiniones y puntos de vista expresados solo comprometen a su(s) autor(es) y no reflejan necesariamente los de la Unión Europea. Ni la Unión Europea ni la autoridad otorgante pueden ser considerados responsables de ellos.

EsEsta concentración de cultivos y la reducción de la diversidad agrícola son el resultado de un largo proceso de sustitución de variedades tradicionales por cultivos comerciales uniformes, junto con la destrucción de hábitats, la pérdida de especies silvestres y la desaparición de conocimientos locales. El crecimiento demográfico a comienzos del siglo XX es una de las claves para comprender este cambio: la necesidad de alimentar a una población cada vez mayor impulsó la búsqueda de variedades más productivas, lo que llevó a abandonar muchas variedades tradicionales que hoy ya han desaparecido.

Aunque no existen inventarios completos que permitan cuantificar con exactitud la magnitud de la pérdida, el consenso internacional es claro: la diversidad disponible hoy es mucho menor que en el pasado. En la comunidad científica, este proceso de disminución se denomina erosión genética: la pérdida de genes individuales y de combinaciones de genes como por ejemplo las encontradas en variedades adaptadas localmente.

 

Fuente: Informe del Estado de la Diversidad (2019). FAO | Infografía: Maldita.es

El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) advierte de que este fenómeno representa “una grave amenaza para la estabilidad de los ecosistemas, el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria mundial". A nivel europeo, los objetivos de la Política Agraria Común (PAC) recogen esta preocupación a través de ayudas y programas para proteger la biodiversidad agraria, las variedades y razas autóctonas que están en riesgo de desaparecer. Pero, ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La primera revolución verde modernizó el campo y dejó atrás miles de variedades de cultivos autóctonos 

Una de las principales causas de la pérdida de variedad de los productos agrícolas ha sido la introducción de los cultivos intensivos que necesitaban de semillas muy estables y productivas, en lugar de los cultivos tradicionales, generalmente menos productivos y más variables. Según explica a Maldita.es Eliane Ceccon, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialista en conservación y restauración ecológica, la primera revolución verde fue el nombre que se dio al proceso de modernización de la agricultura, donde el conocimiento tecnológico comenzó a suplantar al conocimiento empírico determinado por la experiencia práctica del agricultor.

Esta revolución, que comenzó tras la Primera Guerra Mundial pero vivió su expansión global después de la segunda, tuvo como principal soporte tecnológico la selección genética de variedades de alto rendimiento. “Se pasó a un modelo intensivo basado en el uso masivo de riego, fertilizantes, pesticidas químicos y maquinaria pesada”, cuenta Ceccon.

Además, explica que uno de los motivos fue que las grandes industrias —especialmente en Estados Unidos— acumularon durante la guerra una enorme cantidad de innovaciones tecnológicas militares sin un mercado civil inmediato. Muchas de esas innovaciones se adaptaron rápidamente: los tanques dieron paso a los tractores, y los fertilizantes o pesticidas químicos desarrollados para uso bélico se transformaron en herramientas agrícolas. 

“En la primera mitad del siglo XX, la población empezó a crecer exponencialmente; se necesitaba más producción”

La situación demográfica fue otro aliciente para la tecnificación del campo, tal y como explica a Maldita.es Isaura Martín, investigadora en el Centro Nacional de Recursos Fitogenéticos (CRF) del INIA-CSIC. “En la primera mitad del siglo XX, la población empezó a crecer exponencialmente. Se necesitaba más producción para abastecerla, así que empezaron a generar unas pocas variedades mejoradas que comenzaron a sustituir a cientos de miles de variedades tradicionales”, cuenta.

Algunas organizaciones como el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) aseguran que el planteamiento original de la Política Agraria Común (PAC) también contribuyó a la erosión genética en Europa. WWF afirma que “la capacidad del medio natural de proporcionar servicios a los ecosistemas en las tierras agrarias se ha visto dañada severamente por los rápidos cambios de las prácticas agrícolas a través de Europa, en parte impulsado por la PAC”, un cambio que ha provocado “la pérdida de muchos hábitats y elementos del paisaje, la degradación de los recursos naturales y un declive de la biodiversidad funcional”.

Algunos estudios respaldan esta afirmación y señalan medidas concretas de la PAC han intensificado la pérdida de biodiversidad agrícola. Entre ellas destacan: los incentivos para aumentar los rendimientos, que impulsaron un uso intensivo de fertilizantes, pesticidas y maquinaria; el fomento de la simplificación de los sistemas agrarios, que redujo la diversidad del paisaje y reemplazó los mosaicos tradicionales por monocultivos; y las políticas que favorecieron el abandono de tierras menos fértiles y la concentración de la producción en las zonas más productivas.

El Ministerio de Agricultura español aseguraba en un informe de 2007, que “la PAC ha sido tradicionalmente motor de un modelo de actividad agraria altamente agresivo con la biodiversidad”, añadiendo que la reforma de la PAC de 2003 perseguía el objetivo de “favorecer un cambio en el sector facilitando oportunidades para la disminución de los problemas ambientales asociados a la agricultura y para la preservación de la biodiversidad en el medio agrario”.  

Con la estabilización de las semillas se pierde la resiliencia de los cultivos ante plagas y fenómenos climáticos

Pedro Carbonel, ingeniero agrónomo y especialista en mejora genética, explica en un estudio la diferencia entre variedades locales y las utilizadas en las explotaciones industriales: “El concepto de variedad tradicional suele aplicarse a las especies locales desarrolladas a lo largo del tiempo por los propios agricultores, mientras que las variedades híbridas modernas son el resultado de programas de mejora genética iniciados en la segunda mitad del siglo XX”.

La clave para entender la diferencia entre los cultivos tradicionales y los que se utilizan en las producciones agrícolas a gran escala está en la llamada “estabilidad genética”. En los cultivos tradicionales, los agricultores conservan las semillas de su propia cosecha y seleccionan, año tras año, las plantas con mejores características —sabor, tamaño, resistencia o productividad—. Estas semillas no son genéticamente estables, es decir, las plantas pueden diferir entre sí. Esa variabilidad es una ventaja evolutiva: favorece la adaptación al entorno y la resistencia frente a plagas o fenómenos climáticos.

En cambio, las semillas utilizadas en la agricultura industrial o de exportación —introducidas durante la revolución verde— son sometidas a procesos de estabilización genética para garantizar uniformidad: mismo tamaño, color y sabor, y alta productividad. Para la industria, esto resulta más eficiente; los productos se adaptan mejor al transporte y a las exigencias del mercado.

“Si se produce un cambio en el clima, va a afectar a todo el ecosistema agrario”

La uniformidad de las semillas tiene un alto costo genético: al compartir la misma base genética, las plantas son igualmente vulnerables. Si una plaga o sequía las afecta, el daño puede ser total. “Las variedades que cultivamos actualmente y que son nuestra fuente de alimentos han sido desarrolladas para unas determinadas condiciones ecológicas. Si se produce un cambio en el clima, va a afectar a todo el ecosistema agrario y las variedades actuales probablemente ya no se adapten a las nuevas condiciones”, cuenta Isaura Martín. 

Uno de los factores de riesgo para la diversidad agrícola señalados es la pérdida de conocimientos heredados. Cuando un agricultor deja de sembrar las semillas que él o su comunidad han adaptado a su entorno durante generaciones, ya sea por falta de relevo o por abandono de la actividad, esa variedad deja de cultivarse y acaba desapareciendo, junto con el conocimiento necesario para reproducirla y cuidarla.

Frente al cambio climático, la biodiversidad agrícola es una herramienta de resiliencia 

La FAO subraya que la biodiversidad agrícola es una de las mejores defensas frente a la incertidumbre climática, ya que es la base que permite a los cultivos seguir evolucionando y “adaptarse a los desafíos que traerán las próximas décadas”. Isaura Martín añade que esos cultivos tienen que estar preparados para soportar soportar “más calor, distintas condiciones de agua o nuevas razas de patógenos”. “Los rasgos que harán posible esa adaptación solo podremos encontrarlos en la enorme diversidad genética que guardan las variedades tradicionales y los parientes silvestres de los cultivos”, afirma.

Para ello, existen instituciones dedicadas a la recuperación y conservación de recursos fitogenéticos. Estos bancos de material genético son archivos que almacenan y mantienen fértiles copias de semillas y variedades. Existen redes locales, nacionales e incluso un banco mundial —como el Svalbard Global Seed Vault, en Noruega—, cuyo objetivo es proteger el patrimonio genético de la agricultura global.