El Arca de Noé del siglo XXI no navega ni transporta animales, va llena de semillas y está enterrada en una isla noruega. La Bóveda Mundial de Semillas de Svalbard es el mayor archivo de diversidad vegetal del mundo. Su objetivo es preservar una copia de seguridad de todas las especies cultivables del mundo para evitar su pérdida por desastres naturales, conflictos armados, mala gestión u otras amenazas.
Svalbard no es el único organismo con esta misión: es, más bien, el último eslabón de una cadena de bancos de semillas que trabajan desde el ámbito local hasta el internacional. La pérdida de biodiversidad agrícola es un problema reconocido globalmente. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que, desde 1990, se ha perdido alrededor del 75% de las variedades cultivables conocidas. En Europa, la Política Agraria Común (PAC) incorpora entre sus objetivos la protección de la biodiversidad y la gestión sostenible de los recursos naturales, una meta directamente vinculada al trabajo de estos bancos.
España no es una excepción. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) advierte de que esta pérdida de diversidad genética “amenaza la estabilidad de los ecosistemas, el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria”. En este contexto, los bancos de semillas españoles forman parte de ese entramado internacional que busca preservar recursos fitogenéticos esenciales para el futuro de la agricultura.
Con la modernización del campo comenzaron a desaparecer las variedades locales: los bancos de semillas nacieron para frenarlo
La creación de los primeros bancos de semillas estuvo motivada por la preocupación de la comunidad científica por la pérdida de diversidad agrícola, tal y como cuenta a Maldita.es Isaura Martín, investigadora en el Centro Nacional de Recursos Fitogenéticos (CRF) del INIA-CSIC, institución coordinadora de la conservación del germoplasma agrícola en España. “En la primera mitad del siglo XX, la población empezó a crecer exponencialmente. Se necesitaba más producción de alimentos y las prácticas agrícolas se mecanizaron, entonces las variedades antiguas dejaron de adaptarse bien a las nuevas condiciones de cultivo”, explica.
En este proceso de industrialización del campo se produjo lo que la comunidad científica denomina erosión genética: la pérdida de numerosos genotipos (variantes genéticas) debido al abandono progresivo del cultivo de las variedades locales tradicionales, generalmente de menor rendimiento. Ante esta regresión, comenzaron a formalizarse proyectos de recolección y preservación del material vegetal.
El primer banco de semillas fue el Instituto de Botánica Aplicada de Leningrado, fundado en la Unión Soviética en 1921 bajo la dirección del científico Nikolai Ivanovich Vavilov. A partir de entonces, estas instituciones se expandieron por el mundo, especializándose en la recolección y almacenamiento de semillas de cultivos locales y silvestres. “La conservación de recursos fitogenéticos se inició a escala mundial en los años 60 del siglo pasado, auspiciada sobre todo por la FAO y motivada por la pérdida acelerada de diversidad que estaban sufriendo los cultivos”, explica Martín.
Existen varios tipos de bancos, y en muchos la conservación no es su única función, también son esenciales para la investigación y la mejora genética. “Son lo que llamamos bancos activos, abiertos al uso. Investigadores o agricultores pueden solicitar los recursos genéticos”, explica Martín.
Las semillas duran entorno a 100 años disecadas y a -20º, después tienen que ser replantadas
En España existen 35 centros integrados en la Red de Colecciones del Programa Nacional dedicados a la conservación de recursos fitogenéticos. Es un sistema descentralizado, adaptado a las características de cada territorio. Por ejemplo, hay un banco de cítricos en Valencia, uno de hortícolas en Zaragoza y un banco de olivo en Córdoba. El CRF coordina toda la red y también aloja un banco base, encargado de conservar duplicados de seguridad de todas las colecciones. Actualmente la red conserva entorno a 86.000 muestras, el 80% de ellas en forma de semillas y el resto en colecciones de
plantas en campo.
Las semillas llegan a los bancos mediante expediciones o donaciones de agricultores y empresas. Tras la recolección se siembran para comprobar su viabilidad y luego se conservan. “Siempre que se puede, el germoplasma —material genético— se conserva en forma de semillas ya que es la forma de conservación más eficaz y económica. La mayor parte de las semillas aumenta de forma extraordinaria su longevidad si se conservan en seco y en frío”, añade.
Para la conservación a largo plazo, las semillas se disecan y se conservan a temperaturas próximas a -20ºC bajo cero. “Con estas condiciones se estima que la mayoría de las semillas puede vivir incluso más de 100 años, aunque esto puede variar según las especies”, explica.
Una vez pasa el tiempo máximo en el que pueden estar conservadas y comienzan a perder su capacidad de germinar hay que “rejuvenecer” la semilla. “Se debe hacer una regeneración en el campo y obtener un nuevo lote de semillas rejuvenecido", cuenta la investigadora. “Es fundamental mantener la originalidad genética, por lo que usamos aislamientos o grandes distancias para evitar la polinización cruzada”, añade.
La red nacional se integra en el sistema europeo y, a su vez, en la bóveda mundial de Noruega
A nivel europeo, el Programa Cooperativo Europeo de Recursos Fitogenéticos (ECPGR) coordina desde 1980 el trabajo de los organismos nacionales para gestionar de forma conjunta estos recursos. Administra EURISCO, una base de datos unificada con los registros de cada país participante. Según este portal, Reino Unido (40,1%), Francia (45,81%) y Rusia (9,49%) aportan la mayor parte del material conservado. La contribución de España equivale a un 3,8%
El último eslabón de esta cadena es la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, excavada a 130 metros de profundidad en una montaña de permafrost. Está diseñada para resistir erupciones volcánicas, terremotos de magnitud 10 y radiación solar. En caso de fallo eléctrico, el propio permafrost actúa como refrigerante natural. Tiene capacidad para 4,5 millones de muestras, y ya conserva más de 1,2 millones de casi todos los países del mundo, incluidas 9.758 españolas.
En 2015 Svalbard demostró por primera vez su utilidad: tras años de guerra en Siria, el Centro Internacional de Investigación Agrícola en Zonas Áridas (ICARDA) retiró 128 cajas con más de 116.000 muestras para reponer cultivos perdidos en el banco de germoplasma de Alepo. Fue la primera vez que la bóveda cumplió su propósito original: restaurar la biodiversidad agrícola perdida.
Antes de tener que abandonar el banco sirio, ICARDA había duplicado en Svalbard más del 80% de su colección. Tras la retirada, esos duplicados abandonaron Svalbard y sirvieron para reconstruir la colección y reanudar la distribución internacional de semillas desde los nuevos bancos de germoplasma que la organización estableció en Marruecos y Líbano. Una década después, en junio de 2025, ICARDA envió 2.707 muestras al banco noruego para volver a empezar a construir su copia de seguridad.