Ahora que estamos en primavera, en temporada de alergias —una temporada que tiende a ser más severa y larga por la crisis climática—, es el momento de abordar esta duda: ¿Hay menos problemas de alergia al polen en los días de lluvia? La respuesta rápida es que sí, las precipitaciones provocan que los granos de polen se humedezcan, pesen más y se queden en el suelo, lejos de las vías respiratorias. La respuesta completa requiere más espacio para explicaciones, porque hay que mencionar otros alérgenos que pueden aumentar en días de lluvia e incluso algunas situaciones relacionadas con la lluvia que también pueden empeorar las alergias al polen.
Para empezar, tenemos que entender el fenómeno de la coagulación: ocurre cuando las gotas de lluvia se pegan a las partículas que hay en la atmósfera, ya sean contaminantes como las PM10 o PM2,5 (microscópicas de más de 10 y 2,5 micras, respectivamente) o las orgánicas, como el propio polen.
Así, cuando llueve en época de floración, que es cuando el polen está en la atmósfera, este polen absorbe la humedad de la lluvia, se hace más pesado y se deposita en el suelo. Esto, a corto plazo, se traduce en que las personas con alergias tendrán menos síntomas cuando está lloviendo, como explica la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC).
Pero la lluvia, a largo plazo, favorece el crecimiento de las plantas, “lo que contribuye a un mayor desarrollo y un aumento en la producción de pólenes, especialmente de gramíneas, que se van a dispersar por la atmósfera en su momento de floración, con un aumento de los síntomas alérgicos”, añade la SEAIC. Las gramíneas son un tipo de planta cuyo polen afecta a la mayoría de alérgicos al polen: la SEAIC estima que en España hay ocho millones de personas alérgicas al polen, y de estas siete millones son alérgicas a las gramíneas.
A su vez, hay ciertas situaciones de lluvia que también pueden empeorar la alergia al polen a corto plazo. Es el caso de algunas tormentas, con lluvias abundantes, repentinas, con aparato eléctrico y viento —esto último siempre ayuda a dispersar el polen en la atmósfera, lo que empeora las alergias—, que ayudan a que el polen vuelva a suspenderse en la atmósfera.
¿Por qué ocurre esto? No está del todo claro y hay varias hipótesis: puede ser que las partículas de polen, cuando llueve de esta forma, se hinchen demasiado y vuelvan a esparcirse; que las gotas de lluvia en las tormentas no sean tan eficaces causando la coagulación; que las corrientes ascendentes que causan algunas tormentas ayuden a llevar el polen de otros lugares junto a la lluvia; que justo antes de las tormentas haya unas condiciones idóneas de baja humedad, viento y calor; o incluso que el aparato eléctrico cargue a las partículas de polen y las haga más virulentas.
Independientemente de qué lo cause, sí se sabe que existe una correlación entre tormentas y casos de asma por alergia, con más ingresos hospitalarios por este motivo que la media diaria. A esto se le denomina “asma por tormenta”.
Por último, las lluvias son un caldo de cultivo ideal para el moho. Estos hongos difunden mucho mejor sus esporas en humedad más alta —como la que se da tras llover— y también son un alérgeno que provoca síntomas muy parecidos a la alergia al polen. A esto se le suma que, en los días de lluvia, se suele hacer más actividad humana dentro del hogar, por lo que estamos más expuestos a este moho si nuestro hogar no está bien preparado contra estos hongos.
Este artículo es un despiece de nuestro 211º Consultorio de Maldita Ciencia.