Seguro que alguna vez de las que te has enfrentado a la ducha, has descubierto que el bote de champú o gel está ya agotado mientras el otro está bien lleno. “Pues ale, hoy toca embadurnarse todo el cuerpo con el mismo producto. Total, si ambos limpian y hacen espuma, serán lo mismo”. ¿Es realmente así? No del todo.
Ambos cuentan con tensioactivos, un tipo de moléculas que disminuye la tensión superficial entre dos sustancias, y permite disolver la suciedad adherida al cuerpo. Pueden ser detergentes pero también hay espumantes, emulsionantes, solubilizantes, y un largo etcétera. La composición y proporción de estos tensioactivos, y el impacto que tienen en el cuerpo es la principal diferencia entre gel y champú.
Ambos productos emplean tensioactivos con poder detergente, ya que estas moléculas tienen una naturaleza dual: una de sus partes es hidrófila, esto es, se ‘pegan’ al agua; y otra hidrófoba, que se adhiere a la grasa, básicamente la suciedad que nos queremos quitar en nuestro cuerpo, detalla Carmina Alfonso, doctora en Química, experta en Tecnología de aplicación en Zschimmer & Schwarz y redactora de la newsletter Martes de Formulación, dedicada a la química cosmética. Un ejemplo de este tensioactivo es el Sodium Laureth Sulfate, “el ingrediente cosmético más usado en productos de higiene”.
Geles y champús también suelen contar también con tensioactivos con función espumante —literalmente, lo que iniciaba el chascarrillo de este artículo—. “Son verdaderamente apreciados en el cuidado personal, ya que la espuma forma parte de la experiencia sensorial cuando usamos un cosmético como un champú o gel”, afirma Carmina Alfonso. Como ejemplo de la lista de ingredientes, el Cocamidopropyl Betaine es un tensioactivo espumante.
En la lista común de ingredientes, geles y champús también suelen compartir cotensioactivos —que ayudan al tensioactivo principal—, viscosizantes (para dar textura), conservantes, colorantes, perfumes y solubilizantes (para que el perfume se mezcle con el resto del compuesto), señala Lucía Alfonso, doctoranda en Química médica, farmacéutica y maldita que nos ha prestado sus superpoderes. A partir de aquí, cada producto toma su camino singular y se diferencia del otro.
Inés Escandell, dermatóloga estética, miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, apunta a que una de las diferencias importantes es que los champús cuentan con agentes acondicionadores, algo que logran gracias a los tensioactivos o polímeros catiónicos: compuestos que aportan al pelo una carga eléctrica positiva, “que permite que las fibras del pelo estén más separadas entre sí, más brillantes y más suaves”.
Los geles también tienen acondicionadores, “pero están compuestos de glicerinas, ceramidas, manteca de karité… Humectantes o emolientes que, aunque retiren la grasa de la piel, también consiguen que esta quede parcialmente hidratada tras la ducha”.
¿Pasaría algo si, de manera habitual, se usa el champú como gel y viceversa? En opinión de David Saceda, dermatólogo y tricólogo de Grupo Pedro Jaén, “es bastante perjudicial tanto para la piel como para el pelo”. Según explica en Telva, “el gel busca limpiar y a la vez restaurar la barrera de grasa de la piel, creando una fina capa que la protege e hidrata; mientras que el champú busca arrastrar la suciedad fuera del cuero cabelludo”.
El impacto que tiene cada producto también es diferente, aunque en una ducha no lo apreciemos. Lucía Alfonso detalla que los geles “buscan limpiar la suciedad en el cuerpo, ya sean gérmenes u otros cosméticos aplicados, sin que esta limpieza deshidrate la piel”. Los champús, por su parte, “buscan un efecto limpiador controlando el nivel de irritación cutánea u ocular que pueden producir”, ya que al ser un producto que se usa en la cabeza, es mucho más probable que acabe en un ojo que un gel para el cuerpo.
¿Cómo se consigue esta diferencia de impacto? Combinando diferentes tensioactivos. La doctoranda en química expone varios ejemplos: “los tensioactivos aniónicos (que tienen carga negativa) son buenos limpiadores y espumantes, pero más irritantes; los anfóteros (cambian su carga según el nivel de acidez del medio), limpian menos que los aniónicos pero son menos irritantes; y los no iónicos (sin carga eléctrica), limpian aún menos pero son los que menos irritan”.
Por último, cada producto se promocionará con propiedades singulares (anticaspa, olor a coco, no irritante, etc.). Estas reivindicaciones no deben ser un mero ejercicio de marketing, y deben justificarse a través de la formulación de cada uno.
Este artículo es un despiece de nuestro 211º Consultorio de Maldita Ciencia.
En este artículo han colaborado con sus superpoderes Lucía Alfonso e Inés Escandell.
Alfonso y Escandell forman parte de Superpoderosas, un proyecto de Maldita.es en colaboración con FECYT que busca aumentar la presencia de científicas y expertas en el discurso público a través de la colaboración en la lucha contra la desinformación.
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