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‘Pájaros’ y lágrimas congelados, gente que no siente el frío y sal de lavavajillas. Llega el 205º consultorio científico

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¿Que qué es el arte? Morirte de frío, ¿no? *Badabadum chasssss*. Abrimos con este malísimo chiste haciéndoos un poco de referencia, dado que tres de las cuatro preguntas que nos habéis planteado esta semana tienen que ver con la congelación y el frío. No te preocupes: la cuarta tiene que ver con los lavavajillas, para no saturar el ambiente… La cuestión es que, un viernes, más estamos dispuestos y preparados para contestar esas dudas científicas que os rondan el coco.

Seguro que se te ocurren más preguntas que podamos resolver el próximo viernes, y el siguiente, y el siguiente. ¡No te las guardes! Anímate y mándanoslas por Twitter, Facebook, correo electrónico ([email protected]) o por nuestro chatbot de WhatsApp (¡guárdate el número! +34 644 22 93 19). Por el momento: luces, cámara y… ¡al melón!

¿Qué sabemos de este vídeo de ‘pájaros’ congelados?

Su duración es tan solo de 13 segundos pero, aún así, acumula millones de reproducciones en TikTok. Se trata de un vídeo en el que una persona golpea lo que parecen ser tres pájaros posados en el suelo con el objetivo de eliminar la capa de hielo que les recubre. Después, estos parecen volver a moverse.. Pues no: no se trata de pájaros de verdad. De hecho, estos animales no se congelan (y mucho menos ‘vuelven a la vida’ tras un golpe ‘quita-hielos’).

En un vídeo anterior del mismo usuario, @lilcarts, se observa numerosas figuras con forma de pájaro. De nuevo, no son aves vivas, sino señuelos artificiales, posiblemente de cazadores. “Se utilizan para atraer a aves de la misma o de otra especie para abatirlas”, indica a Maldita.es la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife).

En cualquier caso, las aves no se congelan vivas, porque “el plumaje es posiblemente el mejor aislante térmico que existe en los seres vivos”. “Un ave puede congelarse pero, al ser un animal de sangre caliente, fallece y no revive con el calor, como ocurre con insectos o reptiles, de sangre fría. Estos entran en latencia con el frío y se activan con el calor, pareciendo que estaban muertos y resucitan”, aclara SEO/Birdlife.

¿Hay gente que no siente el frío?

Una maldita nos ha remitido una pregunta muy propia de estas fechas en el hemisferio norte: ¿hay algún humano que no sienta el frío? Aunque sería un mecanismo ideal para los días más gélidos, no hay literatura científica que explique de manera detallada algún caso en el que una persona careciera absolutamente de sensibilidad ante el frío (o de la percepción del mismo). Pero sí que hay notables casos de resistencia extrema a las temperaturas más bajas, y de estudios que han explorado esta tolerancia, que merece la pena contar.

Empezando por los casos más generales, tenemos que hablar de la proteína alfa-actinina 3. Sobre ella, no solo se ha explorado su implicación en el ejercicio físico, también en la resistencia al frío. Las conclusiones de un estudio publicado en la revista American Journal of Human Genetics apuntan que las personas que carecen de esta proteína —concretamente, que tienen una mutación en el gen que les impide expresarla— tienen una mejor capacidad para mantener su temperatura corporal cuando se exponen a situaciones de bajas temperaturas, como las inmersiones en aguas frías.

Esto no quiere decir que las personas que carecen de ella no sientan el frío, sino que cuentan con una mayor tolerancia a este. De hecho, se estima que hay 1.500 millones de humanos que no cuentan con este gen, casi una por cada cinco personas. La principal hipótesis es que las mutaciones en este gen han ayudado a que los ancestros humanos que emigraron de África a otros continentes más fríos (como Europa) sobrevivan a estas temperaturas.

Otro caso en el que se ha centrado la investigación sobre el frío es en aquellas personas que deciden vestir ropa que ‘cubre’ poca piel a pesar de que haga un frío destacable. Un curioso estudio, titulado “Cuando lucir ‘caliente’ significa no sentir frío” y publicado en el British Journal of Social Psychology, investigó a mujeres que iban a fiestas en pleno invierno en Reino Unido vistiendo ropa que era poco abrigada. La hipótesis que planteaban es que aquellas fiesteras que se auto objectificaban —es decir, que eran conscientes de su apariencia desde el punto de vista y el interés de otras personas, en lugar del propio— eran capaces de tolerar más el frío, cosa que también ocurriría al contrario, las que no se auto objectificaban eran más conscientes del frío que hacía.

Para comprobar si esta hipótesis era cierta —spoiler: lo lograron, pero con muchas limitaciones—, los investigadores acudieron a discotecas en búsqueda de mujeres que vestían poca ropa y evaluaron, por un lado, su sensación subjetiva de frío y su percepción subjetiva de auto objetificación. Con 98 respuestas —una muestra relativamente pequeña— encontraron una correlación entre la baja auto objetificación y tener más percepción del frío. Como principal limitación del trabajo, las autoras destacan que todos los valores que se estudiaron son “subjetivos y complicados de comprobar” y con mucho sesgo demográfico.

En el apartado de casos extremos tenemos a Wim Hof, un hombre que ha batido varios récords gracias a su resistencia extrema al frío y al calor: ha escalado el Everest y el Kilimanjaro usando únicamente pantalones cortos, ostenta el récord del nado más largo bajo hielo y ha logrado correr una media maratón a través del desierto del Namib sin beber agua. Tal es el interés que suscita este individuo que, para investigar su caso, un trabajo científico le hizo una resonancia magnética durante una exposición al agua fría y encontró que su cerebro es capaz de inducir una respuesta de estrés que le ayuda a resistir el frío. Los autores afirman a la revista de divulgación Smithsonian Magazine que “por accidente o por suerte, Hof ha encontrado una manera de ‘hackear’ su sistema fisiológico y puede sentirse eufórico en un ambiente de frío extremo”

Ginés Viscor, profesor de Fisiología del Ejercicio y de la Altitud de la Universitat de Barcelona y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, nos ha echado un cable para buscar bibliografía sobre casos de estudio de humanos con una carencia total de sensibilidad al frío de forma innata. Como decimos, no parece haber literatura científica publicada sobre tal caso, pero sí hay evidencias anecdóticas de personas que han demostrado una resistencia extrema, sobrehumana incluso, al frío.

Publicación en la revista 'Anales de medicina y socorro en montaña', no disponible en internet. En este trabajo se intenta comprobar si mediante inmersiones repetidas en el agua fría del río Miño se puede preparar el organismo de una persona para el frío. Aunque lograron demostrar la hipótesis, los autores creen que hubo al menos tres factores de confusión que impiden concluir que esto es posible. 

Es el caso de dos publicaciones informativas —no revisadas por pares— en la revista Anales de medicina y socorro en montaña, donde se recogen casos particulares de personas que dicen tener una resistencia extrema al frío para hacer experimentos con ellos. En el primero, se investigó el caso de una persona que había realizado repetidas inmersiones en agua fría del río Miño para estudiar si es posible forzar una aclimatación al frío. En el segundo, se hace una reflexión sobre el caso de otra persona acostumbrada a subir semidesnuda, “calzado, calcetines, pantalón corto y gorrito”, a varias montañas del mundo, como el Kilimanjaro o el Kibo Hut; pero no logró alcanzar el pico del Aconcagua por problemas psicológicos.

Publicación en la revista ‘Anales de medicina y socorro en montaña’, no disponible en internet. Se reflexiona sobre el caso de un hombre acostumbrado a subir grandes picos del planeta sin apenas vestimenta de abrigo, pero sin lograr alcanzar la cima del Aconcagua por problemas de comunicación con su equipo.

Manuel González Ávila, doctor en Fisiología y Biofísica y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, también nos ha respondido asegurando que no ha encontrado en la literatura científica algún caso de mamífero que no contara con termorreceptores de frío o calor. Sin embargo, añade, "sí es posible que una persona tenga un impedimento o una lesión en el sistema nervioso que le impida reconocer la señal neurológica". En este caso no sería que se carezca de la sensibilidad, sino que la señal neurológica no 'llega' al cerebro y no se logra interpretar.*

¿Se pueden congelar las lágrimas?

Otra de las preguntas que nos habéis hecho llegar esta semana está relacionada con el invierno y el fresquete que lo caracteriza: ¿Podrían congelarse nuestras lágrimas en caso de llorar a la intemperie, a muy baja temperatura? Lo cierto es que no existe literatura concreta al respecto, así que, para contestar, lo haremos desde el punto de vista de la química de las lágrimas.

Rubén Pulido, oftalmólogo y maldito que nos ha prestado sus superpoderes explica por qué es precisamente desde el punto de vista de la química desde el que podemos intuir la respuesta a vuestra pregunta: “Sabemos que, en condiciones ideales, el agua se congela al alcanzar la temperatura de 0° C. Las lágrimas, si bien están constituidas en su mayor parte por dicho elemento, tiene en su composición otros tales como proteínas y sales. De hecho, su sabor es salado”, señala Pulido. Por este motivo, “su punto de congelación debe ser más bajo: sería necesario someterlas a temperaturas más bajas para lograr alcanzarlo”, añade.

La cosa no queda aquí, sino que, al no existir un solo tipo de lágrima (hay lágrimas basales, reflejas, emocionales…) su composición también varía. “Por lo tanto, también lo hacen su punto de congelación y la temperatura a la que sería necesario someterlas para congelarlas”, señala el experto. “De ahí que sí sea posible congelar lágrimas, en tanto dispongamos de los medios para hacerlo”.

Pero vamos un paso más allá… Es cierto que no existen estudios que corroboren si, en el momento mismo del llanto, una lágrima se pudiese o no congelar (aunque sí fuera de ese contexto, como explica Pulido). Pero, ¿qué pasa con los ojos? ¿Podría, en algún caso, congelarse nuestro globo ocular? De nuevo, depende de si lo llevamos puesto, vivitos y coleando (guiño, guiño, nunca mejor dicho) o de si hablamos del globo ocular aislado.

Si nos referimos a la congelación ocular en una persona viva, esta no llegaría a producirse. “El ojo está dentro de la cabeza, y la cabeza se mantiene a temperatura corporal. Es decir, [los ojos] nunca se enfriarían lo suficiente como para congelarse”, explica la página web sobre ciencia, tecnología y medicina The naked scientists, gestionada por un equipo de científicos, médicos y comunicadores.

Si hablamos de los ojos en un cuerpo sin vida, “claro que es posible congelarlo en su totalidad”, indica Pulido: solo debemos contar con el medio adecuado para bajar la temperatura hasta el nivel requerido. “La mayor parte del globo ocular está compuesta por el humor vítreo, compuesto por más de un 99% de agua”, señala el experto. Tal y como sucede con las lágrimas, también incluye otros componentes que hacen variar su punto de congelación respecto del agua pero, como propone de ejemplo el oftalmólogo, “si nos fijamos en los ojos de un cordero o de un lechón en el congelador, veremos que estos pueden congelarse tanto como el resto de los tejidos”.

“Los ojos en un cadáver se congelarían pero, mientras estés vivo e irradiando calor, esto no puede pasar”, añaden en The naked scientists. Para poner la guinda, terminan con la siguiente afirmación: “Incluso las lágrimas no se congelan inmediatamente, ya que son muy saladas y la sal reduce el punto de congelación”.

¿Cuál es exactamente la función de la sal del lavavajillas y en qué se diferencia de la sal normal?

Una maldita muy atenta a nuestro consultorio nos ha preguntado cuál es la función de la sal del lavavajillas y si se diferencia de la sal normal —intuímos que por si se da el caso de quedarse sin el producto específico para el lavaplatos, a 0,39 €/ kilo aprox., pueda tirar de la sal común, a 0,29 €/kilo—. La respuesta rápida es que la sal de lavavajillas permite ablandar el agua que emplea el lavavajillas mediante un mecanismo en el interior de la máquina que contrarresta la presencia de cal, típica de aguas duras; y que, aunque la composición química es la misma que la sal de mesa (cloruro sódico), el tamaño de los gránulos de ambas sales es diferente (el de la sal de lavavajillas es más grande).

Para que los componentes del lavavajillas funcionen correctamente —y durante más tiempo—, es necesario emplear un agua que sea más ‘blanda’, esto es, con menor presencia de sales de magnesio y calcio. Como no todas las aguas domésticas de todas las ciudades son iguales, los lavaplatos requieren de un sistema que permita ablandar este líquido. Y este sistema, precisamente, se ‘alimenta’ de la sal de lavavajillas.

La clave está en una resina de intercambio catiónico, un medio por el que pasa el agua dura, rica en partículas de calcio y magnesio (iones de carga positiva). Lo que consigue esta resina junto a la sal de mesa es reemplazar estas partículas por iones de sodio (también de carga positiva), mucho menos problemáticos para el aparato que los iones de calcio y magnesio de la sal dura.

Ilustración del blog de educación de Oxford University Press donde se muestra una resina de intercambio catiónico en forma de columna.

Esta sal de lavavajillas, como decimos, tiene la misma composición química que la sal de mesa que se emplea en la gastronomía: cloro y sodio, cloruro sódico. Pero no es exactamente el mismo compuesto: los gránulos de sal de lavaplatos son algo más grandes que los de la sal comestible, para garantizar que estos se disuelvan más lentamente. Al tiempo, la sal de mesa puede contener agentes antiaglomerantes con presencia de calcio para que esta no se apelmace en los saleros por la presencia de humedad. Tampoco ocurre en el caso contrario: la sal de lavavajillas no es apta para consumo humano, así que ni se os ocurra echarla al cocido.

*Este artículo ha sido actualizado el 23 de febrero de 2023 para agregar unos comentarios de Manuel González Ávila.

En este artículo ha colaborado con sus superpoderes los malditos Ginés Viscor, profesor de Fisiología del ejercicio y de la altitud de la Universitat de Barcelona, el oftalmólogo Rubén Pulido y Manuel González Ávila, doctor en Fisiología y Biofísica.

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