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Leche de paloma, dolor menstrual tras dar a luz y lavar a mano o utilizar lavavajillas. Llega el 196º consultorio de Maldita Ciencia

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Navegando por la red, navegando en Internet. Navegando tú encontraste el consultorio 196º de Maldita Ciencia, ¡suertaza! Acercándonos a las dos centenas (esperamos vuestros tirones de orejas virtuales en unas cuantas semanas), hoy hablamos de leche de paloma… De paloma, sí… También sobre si el dolor menstrual es menor al dar a luz, si es más eficiente lavar los platos a mano o usando el lavavajillas o el porqué de que la luz nos moleste tanto al estar recién levantados.

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¿Es perjudicial para los ojos la luz o claridad repentinas al despertar?

Cómo nos gusta dormir y qué poco el momento de despertar, ¿verdad? O al menos eso parece, según algunas de las dudas que nos planteáis. Por la mañana (o en el momento que nos toque despegarnos la sábana del cuerpo), entre las muchas cosas que nos pueden resultar molestas, a unos más que a otros, es que el entorno en el que nos despertemos sea muy luminoso o que, sin serlo, nos topemos sin esperarlo con una fuente de luz intensa.

Nos habéis preguntado, esta vez a través de nuestra página web, si percibir esta molesta claridad puede ser perjudicial para los ojos. Lo cierto es que, en principio, no debería suponer un daño ‘real’, siempre que el motivo sea la exposición repentina a intensidades lumínicas que nos proporcionan las bombillas de nuestros hogares o la luz solar y siempre que nos refiramos a personas que no padecen enfermedades neurodegenerativas de la retina.

Como explica a Maldita.es Natalia Martínez, investigadora en el grupo de Neurobiología del Sistema Visual y Terapia para Enfermedades de la Retina de la Universidad de Alicante y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, “aunque sea una situación incómoda o incluso dolorosa, el deslumbramiento y las molestias asociadas a él son adaptaciones que nuestro sistema visual ha desarrollado para regular la cantidad de luz que llega a nuestra retina”.

Rubén Pulido, oftalmólogo y también miembro de nuestra comunidad de malditos, coincide con Martínez y afirma a Maldita.es que no hay evidencias que digan que exponernos a luz brillante o intensa al despertar pueda ser perjudicial. “De hecho, el ojo tiene un sistema bastante efectivo para protegerse, comenzando por el cierre de los párpados y la disminución del tamaño de la pupila (miosis). Así, pasados algunos segundos y tras el deslumbramiento inicial, los ojos se adaptan a la iluminación del ambiente”, explica. Así lo confirman estudios como este, publicado en la revista Ophthalmic and Physiological Optics.

Cuando nos despertamos con una luz intensa de forma repentina, la pupila tarda sólo unos 200 milisegundos en contraerse. ¿Qué ocurre entonces? ¿Por qué nos deslumbra y molesta tanto ese ‘fogonazo lumínico'? Porque, en esas pocas fracciones de segundo, como explica Martínez, la cantidad de luz que ha llegado a la retina ha sido suficiente para activar a los fotorreceptores (las neuronas especializadas de nuestra retina), provocando su sobreestimulación y explicando tal deslumbramiento”.

¿Profundizamos? Profundizamos: como explica a Maldita.es Conchi Lillo, bióloga, doctora en neurociencias y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, todas las mañanas, antes de que salga el sol y abramos los ojos, los fotopigmentos (pigmentos que sufren un cambio químico cuando absorben luz) que usan los fotorreceptores para captar la luz se renuevan. Se ‘ponen a punto’ mediante fagocitosis, el proceso por el que una célula ‘engulle’ a otra.

“Es decir, literalmente se comen trozos de estos fotorreceptores, en los que se encuentran los pigmentos, y se encargan de reciclarlos”. Como este proceso de puesta a punto no es instantáneo, al abrir la persiana “nuestros ojos aún no están preparados para ello y les pegamos un chute de información… Los fotorreceptores se saturan y nos deslumbramos”, explica la experta.

En cuanto a la sensación física de molestia o incluso dolor que a veces sentimos en los ojos en situaciones similares, “parecen estar vinculados a la actividad de los músculos extraoculares que facilitan el parpadeo”, señala Martínez. “Como resultado, y a modo de protección, de forma involuntaria apartamos la mirada de la fuente de luz e incluso cerramos los ojos”.

Aunque estos momentos de deslumbramiento no causen daño a los ojos, no hay que olvidar que la luz directa del sol sobre ellos sí puede hacerlo, debido a la cantidad de radiación ultravioleta (UV) “Por eso necesitamos usar gafas de sol para bloquear la luz UV (que no la azul), durante el día”, matiza Lillo.

¿Existe la leche de paloma? ¿Se considera un alimento como otros tipos de leche o tiene otros usos?

Esta pregunta del consultorio semanal nos la ha podido enviar dos tipos de persona: o los aficionados a la colombofilia o un seguidor de la saga Animal Crossing. Uno de los personajes de este videojuego es, precisamente, un palomo que trabaja en una cafetería y que sirve cafés. En varios momentos del juego, Fígaro (que es como se llama el palomo) ofrece servir el café con leche de pichona, y una pichona es precisamente la cría de la paloma doméstica.

No más vueltas, vamos con la pregunta. ¿Existe la leche de paloma? Sí, se le denomina leche de buche y es una secreción de las palomas que se produce en los primeros días que nacen sus pollos. ¿Se considera un alimento de consumo humano como otros tipos de leche? No. ¿Tiene otros usos? Correcto. Os contamos.

Según explica Virgilio Beltrán, biólogo experto en aves y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, esta ‘leche’ es “una secreción del buche (una especie de ‘bolsa’ muscular del sistema digestivo de las aves, donde se almacenan los alimentos para que se reblandezcan) que está compuesta por lípidos y proteínas que se sirve para nutrir a los pichones en los primeros días de vida”. Otros ‘ingredientes’ interesantes de esta leche son carbohidratos, minerales (calcio, potasio, sodio y fósforo), anticuerpos y bacterias, según detalla este artículo publicado en la revista científica PLoS One en 2012.

Esta leche de buche, que se ‘entrega’ por el pico, no es exclusiva de las palomas hembra, también la producen los machos. Tampoco es exclusiva de la Columba livia, la paloma doméstica típica de ciudad: se cree que los flamencos y los pingüinos emperadores también la producen, aunque hay muy pocos datos sobre estos procesos.

Esta secreción no es un alimento como lo es la leche de vaca o de oveja. “Por el tamaño del animal (la paloma), la producción de esta secreción no es comparable a la de ningún mamífero doméstico de los que producen leche”, precisa Beltrán. A esto se añade que la localización del buche, dentro del cuerpo del ave, lo hace mucho más complicado de extraer que en los mamíferos, que tienen su leche en las glándulas mamarias.

Por otro lado, además del uso ‘natural’ que tiene ese buche para los pichones recién salidos del cascarón, Blas Molina, biólogo del área de Ciencia Ciudadana de SEO/BirdLife, detalla que también se venden compuestos alimenticios para aves “con características similares a la leche de buche natural”.

Estos compuestos alimenticios, precisa Molina, “no deben usarse para la alimentación humana, pues la composición irá destinada al desarrollo y alimentación de un ave y no de una persona”. “Esto no significa decir que no contenga nutrientes que puedan servir a un ser humano, pero biológicamente está preparado para aves y no para mamíferos”, concluye.

¿Es más sostenible lavar a mano o usar el lavavajillas?

¿Prefieres tirar de grifo, estropajo y jabón? ¿Optas por el lavavajillas? ¿O eres de los que friega los platos a mano para luego colocarlos en el lavavajillas? La pregunta del consultorio de esta semana tiene que ver con el lavado de la vajilla, una tarea que —esperemos, por el bien de vuestra higiene y seguridad alimentaria— debe hacerse todos los días. ¿Qué es más sostenible, hacerlo a mano o en el lavavajillas? La verdad es que las preguntas relacionadas con sostenibilidad se pueden ampliar hasta el infinito, así que nos vamos a centrar en tres parámetros claros para dar una respuesta completa: gasto de agua, energía y huella de carbono. Os adelantamos que la respuesta es más compleja de lo que parece si lo que buscamos es un argumento para decantarnos por una u otra opción.

En primer lugar, un curioso estudio de la Universidad de Bonn (Alemania) realizado en 2017 comparó el uso de agua, la cantidad de energía empleada y la eficacia (esto es, cuán limpios se quedan los platos) de dos lavavajillas con etiqueta energética A (la más eficiente en la escala europea) y de 117 participantes de siete regiones europeas, entre las que se encontraba la península ibérica, que lavaron a mano.

A los participantes se les dispuso 140 piezas de vajilla (vasos, platos, cubiertos, etc.) que estaban sucios a causa de diferentes alimentos. Se les pidió que fregaran a mano esos platos “como si estuvieran en su casa”, disponiéndoles una especie de cocina estandarizada con piletas, grifo de agua fría y caliente y espacio para que los platos se secasen. A los lavavajillas, por su parte, se les dio el mismo número de piezas de vajilla, igualmente sucia.

La principal conclusión que extraen los investigadores es que hay muchas diferencias individuales en la manera de lavar los platos a mano, lo que dificulta poder comparar entre una manera ambas formas de dejar reluciente la vajilla.

Aun así, establecen tres categorías de limpiadores de platos: los que se esfuerzan en que la vajilla quede extremadamente limpia, invirtiendo para ello muchos recursos de agua y jabón; los que economizan los recursos, priorizando este ahorro en lugar de la limpieza de la vajilla; y los que lavan sin cuidado alguno, que no se preocupa de un buen resultado de limpieza y malgasta recursos inútilmente (incluso dejando correr el agua cuando está colocando los platos para su secado).

En cualquier caso, ninguno de estos participantes logró ‘vencer’ a los parámetros alcanzados por estos lavavajillas. Si la media agua usada en este experimento fue de 103 litros a mano, el de la máquina fue de entre 15 y 22 litros (dependiendo de si el programa era normal o intensivo). En cuanto a la energía invertida, los 2,5 kilovatios por hora (kWh) del lavado a mano (procedentes del uso del agua caliente) superaron a los del lavavajillas, que invirtió entre 1 y 2 kWh. La cantidad de jabón utilizada al lavar manualmente también fue superior: 35 gramos de jabón frente a los 30 del electrodoméstico (aunque con composición química diferente). Además, la percepción media del resultado final al valorar la limpieza de la vajilla fue de un 3,3 sobre 5 en la fregada por los humanos frente al 3,3 - 4,3 (de nuevo, dependiendo del tipo de lavado) de la máquina.

Otro estudio del Instituto del Medioambiente y la Sostenibilidad (Universidad de California en Los Ángeles, Estados Unidos) propuso un análisis del ciclo de vida al lavar los platos a mano, usando estudios como el de la Universidad de Bonn y estadísticas del Departamento de Aguas y Energía de Los Ángeles; y un lavavajillas del año 2008 con una eficiencia energética relativamente mala (teniendo en cuenta, según las autoras, que el tiempo de vida promedio de este electrodoméstico es de 15 años y que la mayoría de hogares de EE. UU. tiene un lavavajillas relativamente viejo). Este análisis estaba más enfocado en conocer el gasto energético y el impacto en emisiones de gases de efecto invernadero de ambos procesos.

Así, constató que el lavavajillas es un electrodoméstico que, durante su uso, es capaz de emitir menos gases de efecto invernadero y usar menos agua que lavar los platos a mano a una temperatura aceptable (de unos 35 ºC), pero que gasta más energía que el método manual. Ahora bien, ¿qué ocurre si no calentamos el agua con la que lavamos los platos a mano?

Precisamente, Mike Berners-Lee, consultor e investigador sobre la huella de carbono, y Duncan Clark, investigador de energía del University College de Londres (Reino Unido), estimaron en este artículo de The Guardian en 2010 que la huella de carbono al lavar los platos a mano usando agua fría era “prácticamente cero”. Teniendo en cuenta, eso sí, que la vajilla no quedará completamente limpia.

Si el consumo de agua al fregar a mano era austero y controlado, si se utilizaba agua ‘no muy caliente’, esta huella energética sería, por lavado, de unos 540 gramos (g) de dióxido de carbono equivalente (CO2e), una unidad empleada para comparar gases de efecto invernadero, más allá del CO2,. Un lavavajillas completo a 55 ºC tendría un impacto de 770 g de CO2e; y un lavado a mano usando el agua sin reparos, como si fuera infinita, podría alcanzar los 8.000 g de CO2e de impacto.

En resumen, la literatura científica apunta a que, si tenemos en cuenta condiciones similares, lavar los platos con un lavavajillas resulta mejor en cuanto a gasto de agua y emisiones de gases de efecto invernadero que hacerlo a mano; mientras que en el gasto energético no queda del todo claro si se compara un lavado a mano con agua caliente frente a un ciclo estándar de lavavajillas.

¿Es cierto que, después de dar a luz, el dolor menstrual disminuye?

Mal de muchas, sin ninguna duda, es el dolor menstrual o dismenorrea: dolores palpitantes o cólicos en la parte baja del abdomen que, por si fuera poco, en ocasiones deciden ponerse de acuerdo con el dolor de la parte baja de la espalda, las náuseas, la diarrea y los dolores de cabeza. Todo un concierto coordinado de molestias ‘por la cara’ una vez al mes. Esta semana nos habéis preguntado si el dolor menstrual se reduce después de haber dado a luz de forma natural (sin haber pasado por una cesárea).

Lo cierto es que puede existir un alivio transitorio por dos motivos: “El primero es que existe una laxitud de la musculatura uterina que hace que el dolor que se provoca con la expulsión de coágulos y demás sea menos intenso; el segundo, que las mujeres que tienen determinadas patologías, como endometriosis, por ejemplo, han tenido los síntomas de esta ‘en reposo’ al no ovular durante casi 10 meses”, explica a Maldita.es Patricia Isabel Carazo, ginecóloga, obstetra y maldita que nos ha prestado sus superpoderes.

Añade que, además, en caso de madres que dan el pecho, aunque se sangre durante la menstruación “muchos de esos ciclos son anovulatorios”, lo que puede hacer que las reglas “sean menos dolorosas”. El motivo es que, para producir leche, el cerebro aumenta la cantidad de una hormona, la prolactina, que impide la ovulación.

Pablo Tobías, también ginecólogo y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, coincide en que existen artículos que encuentran disminución en el dolor menstrual postparto, así como en pacientes con endometriosis, al menos durante los primeros ciclos.

Por ejemplo, el publicado en la revista científica Journal of Midwifery & Reproductive Health en 2017 que concluye que “el parto podría alterar el patrón de dismenorrea primaria, incluyendo severidad, duración, calidad y localización, así como los síntomas asociados” y que, por tanto, “el parto podría aceptarse como un factor que influyen en el patrón de dismenorrea primaria”. Eso sí, entre las limitaciones del estudio, se encuentra el reducido número de participantes encuestadas: 124 mujeres.

Ahora bien, no en todas las mujeres que dan a luz se reduce el dolor menstrual. Al igual que hay casos en los que estos se mantienen tras dar a luz, según explica en la página web de la Clínica Cleveland la ginecóloga y obstetra Diane Brown-Young, “algunas mujeres experimentan un dolor más fuerte y prolongado tras tener un bebé”: “Estos cambios pueden estar relacionados con una cavidad uterina más grande, lo que ocasiona se desprenda más endometrio (la mucosa que recubre el útero).

Antes de que os vayáis...

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En este artículo han colaborado con sus superpoderes Virgilio Beltrán, biólogo experto en aves; Natalia Martínez, investigadora en el grupo de Neurobiología del Sistema Visual y Terapia; Conchi Lillo, bióloga y doctora en neurociencias; Rubén Pulido, oftalmólogo; y Patricia Isabel Carazo y Pablo Tobías, ginecólogos y obstetras.

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