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MALDITA CIENCIA

Pérdida del olfato, dificultad para concentrarse y dolor de cabeza: las posibles secuelas neurológicas de la COVID-19

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La COVID-19 puede dejar secuelas respiratorias, cardiovasculares o bucodentales. Además, algunos pacientes que han superado la enfermedad pueden también experimentar secuelas neurológicas, es decir, que afectan al sistema nervioso central y periférico. Por ejemplo, hay personas que perdieron el olfato hace seis meses y todavía no lo han recuperado. También hay quienes tienen dolor de cabeza, dificultad para concentrarse y problemas de memoria. Os contamos lo que sabemos al respecto. 

Pérdida del olfato, quejas cognitivas y dolor de cabeza, entre las posibles secuelas de la COVID-19

Un estudio publicado en la revista Brain indica que la COVID-19 puede ser la causa de complicaciones neurológicas como psicosis y delirio. Además, advierte de las secuelas que puede tener a largo plazo la infección por SARS-CoV-2 en el cerebro de los enfermos y destaca la necesidad de realizar estudios de seguimiento. La preocupación ahora para los investigadores es hasta qué punto las personas recuperadas tendrán daños neurológicos y déficits cognitivos. 

Tomás Segura, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Universitario de Albacete, cuenta a Maldita Ciencia que los pacientes con secuelas neurológicas sufren sobre todo de anosmia (pérdida del sentido del olfato) y disgeusia (un trastorno por el que se tiene un mal sabor persistente en la boca) no recuperada: “En torno al 80% sí se han recuperado, pero un 20% permanece sin capacidad olfatoria o con disosmia (percepción distorsionada de un olor bien en presencia del mismo o en su ausencia)”. Además, según cuenta, muchas personas tienen mialgias (dolor muscular). 

Por otro lado, hay quienes afirman que no se concentran igual que antes o han perdido memoria. Jorge Matías-Guiu, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, cuenta a Maldita Ciencia que los pacientes se quejan sobre todo de persistencia de cefalea (dolor de cabeza) y de que sufren alteraciones de memoria.

Durante la fase aguda de COVID-19, Segura indica que algunos pacientes mostraron encefalopatías (pérdida de la función cerebral) que iban desde el simple aturdimiento hasta la bradipsiquia (lentitud en el proceso cognitivo) o incluso el estupor”. “Algunos de estos pacientes que estuvieron más graves, una vez recuperados, nos cuentan que meses después todavía no se encuentran del todo lúcidos”, añade.

El neurólogo considera que hay secuelas como la pérdida del sentido del olfato “que son más un engorro que otra cosa”. Pero la encefalopatía grave “puede ir seguida de cuadros disejecutivos (de no poder hacer a la vez varias cosas) que pueden limitar mucho el día a día familiar o laboral de una persona, más todavía si es joven y está en la época de mayor rendimiento profesional o mayor responsabilidad familiar”.

“Aunque los pacientes se quejan de dificultades cognitivas, los test que hemos podido pasar en la consulta son normales y en la neuroimagen no hay ninguna anomalía”, indica Segura, que también es profesor titular de Neurología de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Daños en el nervio óptico o crisis epilépticas en algunos pacientes

Además, se han diagnosticado algunos casos de neuritis óptica. Esta dolencia se produce cuando el nervio óptico, que lleva las imágenes de lo que ve el ojo al cerebro, se hincha o inflama, lo que puede causar una reducción repentina de la visión en el ojo afectado. 

Pese a que algunos pacientes han experimentado el síndrome de Guillain-Barré, un estudio publicado en la revista Brain concluye que no existe una asociación significativa entre la COVID-19 y este trastorno que, según cuenta Segura, es “común en otras infecciones virales”.* Se trata de un problema de salud grave que ocurre cuando el sistema de defensa del cuerpo (sistema inmunitario) ataca parte del sistema nervioso periférico por error. Esto conlleva una inflamación de los nervios que ocasiona debilidad muscular o parálisis y otros síntomas.

Amaia Ochoa de Amezaga, experta en neurociencias y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, explica a Maldita Ciencia que algunos pacientes con patología grave de la COVID-19 también han sufrido crisis epilépticas sin tener casos en su historia familiar y otros desórdenes previos similares. 

“Estos casos muestran una correlación positiva con la ya conocidatormenta de citoquinas’, que puede provocar una hiperexcitabilidad neuronal que explicara estos fenómenos. Pero tampoco hay que rechazar la hipótesis de que estas crisis de ataques epilépticos puedan deberse a un efecto de los fármacos administrados para tratar la COVID-19, tales como el ritonavir o ribavirin en algunos de los casos”, indica.

Algunos pacientes graves pueden experimentar secuelas indirectas como trastornos del habla o de la sensibilidad en las extremidades

Por su parte, el neurólogo David Ezpeleta, secretario de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Neurología, indica a Maldita Ciencia que algunos pacientes experimentan secuelas indirectas. “Es decir, aquellas que no se deberían directamente a la COVID-19, sino a las complicaciones que la enfermedad produce (ictus, estancia prolongada en UCI, intubación…)”, afirma.

En una revisión de los trastornos neurológicos detectados durante la pandemia se indica que algunos pacientes sufren enfermedad cerebrovascular. En particular, accidentes cerebrovasculares isquémicos (también conocidos como ictus isquémicos). 

Además, como ya os contamos en Maldita Ciencia, las alteraciones vasculares y trombosis también están entre las secuelas de la COVID-19. Joaquim Gea, jefe del servicio de Neumología del Hospital del Mar de Barcelona, indicaba que esto puede provocar “problemas en los órganos que reciban poca sangre, que pueden ser el corazón, el cerebro, las extremidades o el pulmón”. 

Ezpeletea afirma que hay pacientes que han estado graves que experimentan secuelas debidas al ictus. Por ejemplo, debilidad de miembros, trastornos del habla o alteraciones del equilibrio y de la marcha. Los pacientes también pueden tener “secuelas debidas al ingreso prolongado en UCI, como trastornos de la fuerza o de la sensibilidad en brazos y piernas”.  

“Es ahora cuando empezamos a darnos cuenta de la importancia de estas secuelas neurológicas ya que el escaso tiempo transcurrido desde los primeros casos hizo que la investigación científica abordara antes el fallo cardiorrespiratorio. Afortunadamente, hoy sabemos que hay otras posibles consecuencias a nivel neurológico y cognitivo, que pueden llegar a resultar en eventos más graves, como el ictus o encefalopatías severas”, afirma Ochoa de Amezaga.

Una revisión de la literatura científica sobre esta cuestión indica que, aunque los síntomas neurológicos no son frecuentes en las epidemias de otros coronavirus, el alto número de pacientes con infección por SARS-CoV-2 puede explicar la mayor presencia del virus en el sistema nervioso central y aumentar la probabilidad de síntomas neurológicos de aparición temprana o tardía. Los autores aseguran que el seguimiento de los pacientes afectados por la pandemia de SARS-CoV-2 debe incluir una evaluación cuidadosa del sistema nervioso central.

¿Hasta qué punto es probable que una persona que ha sufrido la COVID-19 presente este tipo de secuelas? Ezpeleta indica que las complicaciones menos graves, como anosmia, cefalea o cansancio, es más probable que aparezcan en personas jóvenes o en edades medias. “Las complicaciones más graves como ictus o aquellas relacionadas con una estancia prolongada en UCI son más probables en personas de más edad”, afirma.

Por su parte, Matías-Guiu considera que los pacientes de más edad y con más factores de riesgo tienen más posibilidad de sufrir secuelas como la encefalitis, las crisis epilépticas, los ictus o la miopatía (enfermedad del músculo).

La mayoría de personas que han acudido al servicio de Neurología del hospital de Albacete porque presentan secuelas son mujeres menores de 60 años que no fueron hospitalizadas durante la pandemia, según cuenta Segura. De entre los que sí estuvieron hospitalizados, aquellos que han sufrido un ictus o encefalopatías graves “siempre tienen secuelas”.

Hacen falta más estudios para concretar cuánto pueden durar estas secuelas

Aún es pronto para saber con certeza cuánto pueden durar las secuelas neurológicas. “La probabilidad de que persistan más allá de los seis meses creemos que es baja”, indica Ezpeleta. Aun así, los estudios que las investigan a medio plazo son limitados y hay que tomarlos con cautela. Para saber las que quedan a largo plazo, habrá que esperar a que pase más tiempo y se realicen más investigaciones.

Lo que ya se está comprobando es que la pérdida del sentido del olfato se recupera en la mayoría de los pacientes antes de cuatro semanas, según Segura. Pero en algunos tarda hasta tres meses. “En aquellos que la sufrieron hace seis meses y aún no han recuperado el olfato, hay que decirles que es probable que nunca lo recuperen, ya que actuamos por analogía con esta secuela en otras infecciones víricas”, admite Segura. 

“Menos bulos, más rigor científico” es un proyecto de DKV Salud con contenido editorial de Maldita.es.

* Actualizado el 14 de diciembre de 2020 con un estudio publicado en la revista Brain que no encuentra una asociación significativa entre la COVID-19 y el síndrome de Guillain-Barré.

Primera fecha de publicación de este artículo: 15/10/2020.

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Primera fecha de publicación de este artículo: 11/11/2020

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