El negacionismo climático ha centrado muchos de sus últimos ataques en la llamada ciudad de los quince minutos. Esta es una idea del urbanista colombiano Carlos Moreno que propone que las ciudades repartan los servicios básicos de manera que todos los ciudadanos los tengan a menos de un cuarto de hora caminando o en bici de sus casas. De esta manera, se evitarían desplazamientos innecesarios y se reducirían las emisiones perjudiciales para el medio ambiente.
Los negacionistas climáticos han aprovechado el debate sobre esta idea para hacer circular narrativas conspiranoicas que la atacan. Aseguran que es una excusa para prohibir a los ciudadanos que salgan de sus barrios. Los conspiranoicos han usado esas narrativas contra el plan para regular el tráfico en Oxford o el sistema de videovigilancia de Las Rozas. Aseguran, sin pruebas, que no tienen que ver con el tráfico o con la seguridad en las calles sino que son planes ocultos para acabar con las libertades de los ciudadanos. Pero, ¿de dónde salen estas teorías? ¿Se han usado antes estas narrativas? ¿Qué mecanismos psicológicos utilizan para intentar que su conspiranoia tenga éxito?
Para entender mejor cómo funcionan, hay que tener en cuenta dos conceptos: los confinamientos climáticos y los dragones de la inacción climática.
La evolución de la conspiración sobre los "confinamientos climáticos"
Algunos artículos periodísticos, como este de la revista Wired, sitúan las raíces de las teorías de la conspiración sobre la ‘ciudad de 15 minutos’ en 2020, durante la pandemia. Citan a expertos como Jennie King, investigadora del Instituto para el Diálogo Estratégico (ISD), que explica que los negacionistas llevaban mucho tiempo hablando de una supuesta “dictadura verde”. Era su manera de acusar al movimiento climático de querer acabar con nuestras libertades. Hasta 2020 era una idea abstracta pero, al llegar la pandemia y los confinamientos por la COVID-19, vieron su oportunidad de relacionarlo con lo que sucedía en la realidad. Empezaron a asegurar que las restricciones que estábamos sufriendo para evitar la propagación del coronavirus se repetirían con la excusa de que había que frenar el cambio climático y, para hablar de eso, usaron el término de “confinamientos climáticos”.
Un informe del ISD ha estudiado cómo apareció y se hizo viral la idea de esos “confinamientos climáticos”. Encuentran alguna referencia suelta desde el comienzo de los confinamientos en Wuhan en enero de 2020. Pero cuando se empieza a popularizar es en septiembre de ese año, a raíz de un artículo de la profesora Mariana Mazzucato del University College de Londres titulado “Evitando el confinamiento climático”. Aunque lo que pedía Mazzucato eran políticas más decididas contra el cambio climático, los negacionistas empezaron a difundir la idea de que lo que realmente quería el movimiento climático era imitar las restricciones que se tomaron para parar el coronavirus.
La idea se fue extendiendo entre negacionistas climáticos o figuras mediáticas como la presentadora de Fox News Laura Ingraham, que aseguraba en su cuenta de Twitter, con millones de seguidores, que “los confinamientos climáticos vendrán justo después de los confinamientos por la COVID”. De esta manera, ya estaba preparado el escenario para los ataques a la ‘ciudad de 15 minutos’. Si se pide a los ciudadanos que reduzcan sus desplazamientos para emitir menos gases contaminantes, los negacionistas pueden salir con aquello de “ya te lo dije” y asegurar que eso es el primer paso para volver a confinamientos como los de la pandemia.
Además, al conectar dos de los temas principales del negacionismo (el cambio climático y la COVID-19), las narrativas sobre los “confinamientos climáticos” las utilizan grupos negacionistas diferentes. Eso se comprobó, por ejemplo, en otro informe del ISD que analizó las desinformaciones que se difundieron en torno a la Cumbre del Clima COP27 celebrada en noviembre de 2022. El informe encontró referencias a esos “confinamientos climáticos” en las cuentas habituales del negacionismo climático, pero también en otras que se dedican habitualmente a difundir teorías de la conspiración sobre la COVID-19.
La psicología del negacionismo: qué dragones se usan contra la 'ciudad de 15 minutos'
Pero, ¿por qué son tan atractivas las narrativas sobre la ‘ciudad de 15 minutos’ para los conspiranoicos? ¿Por qué les funcionan? Los académicos que han estudiado los mecanismos psicológicos de la desinformación dan algunas pistas. El profesor de Psicología y Estudios Ambientales de la Universidad de Victoria (Canadá) Robert Gifford ha estudiado cuáles son las barreras psicológicas que nos llevan a no hacer nada ante el cambio climático. Él habla de los dragones de la inacción climática. No es que esté influenciado por “Juego de Tronos”, es un juego de palabras con la expresión inglesa “drag on”, que se puede traducir por ‘arrastrar’. Hay dos de esas teclas psicológicas de las que habla Gifford que nos arrastran a rechazar las acciones contra el cambio climático y que aparecen constantemente en las narrativas contra la ‘ciudad de 15 minutos’.
La primera es que nos gustan nuestros hábitos. El cambio nos da miedo, sobre todo, cuando afecta a alguna de nuestras rutinas. Dice Gifford que “muchos comportamientos habituales son extremadamente resistentes al cambio permanente”. En la ‘ciudad de 15 minutos’ se propone usar menos el coche y cambiar nuestra manera de movernos por la ciudad. Además, añade el académico, “los individuos pueden ser más propensos a cuidar un lugar al que sienten apego que uno al que no están apegados”. Por eso, la perspectiva de cambiar nuestra ciudad (si nos gusta) nos produce más recelos que si se trata de medidas que se plantean en otro lugar y no van a afectar a nuestro entorno más directo.
El otro gran dragón tiene que ver con la confianza. Las narrativas contra la ‘ciudad de 15 minutos’ ponen en el punto de mira a las autoridades que deciden hacer cambios en el urbanismo. Nos las presentan como organizaciones dictatoriales que quieren prohibirnos salir de nuestros barrios. Gifford explica que “la confianza es esencial para las relaciones sanas. Cuando está ausente, como ocurre a veces entre los ciudadanos y sus científicos o funcionarios del gobierno, la resistencia aparece de una forma u otra”. Esta falta de confianza se hace todavía mayor, según este profesor de Psicología, cuando de lo que estamos hablando es de la libertad. “Algunos reaccionan fuertemente contra medidas o políticas que parecen amenazar su libertad”, explica Gifford.
Es decir, las narrativas contra la ‘ciudad de 15 minutos’ dicen que unas autoridades despóticas pretenden acabar con la libertad de movimiento de los ciudadanos, cambiar sus hábitos a la hora de desplazarse por la ciudad y modificar cómo se organiza la ciudad en la que vivimos. Todos esos argumentos en los que insisten los conspiranoicos tocan teclas psicológicas que intentan despertar los recelos de los ciudadanos y llevarles a que rechacen estas medidas para reducir las emisiones de las ciudades.
Aquí hay más dragones: otros ejemplos de narrativas contra el cambio climático que usan las mismas barreras psicológicas
Esas barreras psicológicas que tratan de aprovechar los negacionistas contra la ‘ciudad de 15 minutos’ aparecen también en otras desinformaciones. Hay ejemplos muy evidentes, como el bulo que apareció a principios de año que aseguraba que la Unión Europea iba a decretar confinamientos climáticos para los países miembros que superen los niveles de contaminación. Era algo completamente falso pero, como los ataques a la ‘ciudad de 15 minutos’, ligaba las acciones contra el cambio climático con las experiencias desagradables que vivimos durante el confinamiento de la pandemia.
Pero hay otro tipo de bulos del negacionismo climático que, aunque no son tan parecidos, utilizan los mismos mecanismos psicológicos que los ataques a la ‘ciudad de 15 minutos’. Son los que dicen que las autoridades nos van a prohibir comer algo. Lo hemos visto en las falsas afirmaciones de que la Unión Europea ha pedido a la población que descarte el desayuno para preservar el medioambiente o el bulo de que Edimburgo prohibió la carne en los colegios y hospitales. Las teclas psicológicas que tocan estas desinformaciones son las mismas. Unas autoridades prohíben algo y te obligan a cambiar tus hábitos en nombre de la preservación del medioambiente.
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