¿Cuál es el primer alimento que se te viene a la cabeza cuando piensas en “dieta mediterránea”? Puede que sea el aceite de oliva, el jamón serrano, el pescado, las legumbres, el vino, los frutos secos… El concepto ya forma parte de nuestro vocabulario gastronómico y lo asociamos a beneficios como vivir más años, menor riesgo de desarrollar diabetes o prevención de enfermedades cardiovasculares.
Así, aunque el vino es uno de los componentes que forman parte de la dieta mediterránea tradicional —por lo que recordamos que ningún consumo de alcohol, por moderado o pequeño que sea, se puede considerar saludable—, es posible seguir este patrón alimenticio sin la necesidad de recurrir a esta bebida alcohólica. Os explicamos en qué consiste este patrón alimentario, su origen y lo que la ciencia sabe sobre sus beneficios e inconvenientes para la salud.
¿Existen algunos beneficios de salud asociados a la dieta mediterránea?
Ana Belén Ropero, profesora de nutrición y bromatología en la Universidad Miguel Hernández y maldita que nos ha prestado sus superpoderes, explicó en una Twitchería que dedicamos a la dieta mediterránea que el gran estudio donde se recogen los beneficios asociados a la dieta mediterránea es el Predimed, un ensayo clínico nutricional, multicéntrico y aleatorizado para la prevención de enfermedades cardiovasculares con 7.447 pacientes. En él, se concluyó que aquellos participantes a los que se les había asignado una dieta mediterránea (con suplementos de aceite de oliva virgen extra o nueces) mostraban una menor incidencia de problemas cardiacos que aquellos a los que se les había asignado una dieta baja en grasas.
Este ensayo, explica Ropero, trabaja con un cuestionario de 14 puntos en los que, en función de qué comas se considera que muestras una, mayor adherencia a la dieta mediterránea. “En esos puntos hay una serie de alimentos muy bien definidos, además de recomendaciones nutricionales, que sí que forman parte de una dieta saludable de forma incuestionable, como el aceite de oliva o la fruta, verdura y hortalizas, las raciones de legumbres semanales o los frutos secos al natural (sin azúcar ni sal añadida)”. Elementos que sabemos que son insaludables, como el vino o las carnes rojas, y que forman parte de la idea de una dieta mediterránea, quedan fuera de este cuestionario (no sumaban puntos), por lo que no se podía vincular estos consumos con beneficios para la salud.
Otra de las cuestiones que pueden estár influyendo para ver los posibles beneficios es que la dieta no es únicamente los alimentos que se ingieren, sino también el nivel de actividad física que (en principio) lleva aparejado, del que sí se tiene constancia que existe suficiente literatura favorable. “Si se puede dar consejos que estén al lado de lo que se considera dieta mediterránea y sean saludables, estos son: moverse muchísimo más, comer más vegetales y menos animales y consumir más productos de temporada”, resume Revenga.
El origen del concepto “dieta mediterránea”: unas investigaciones que relacionaban prevalencias de enfermedades y estilos de vida
Según explica a Maldita.es Juan Revenga, dietista-nutricionista y biólogo, existe una “desconexión” entre lo que científicamente se considera como saludable y el concepto dieta mediterránea, del que apunta que es “un constructo mediático, un ejercicio de mercadotecnia muy salvaje” que tiene su origen en una serie de investigaciones impulsadas por la Fundación Rockefeller (tal y como reflejan el balance anual de las investigaciones en salud pública que hacía esta institución en 1948, página 97).
Revenga cita al fisiólogo Ancel Keys como uno de los investigadores que notó que los problemas de salud prevalentes en Estados Unidos (principalmente las enfermedades del corazón) no ocurrían en poblaciones del Mediterráneo, que contaban con muchos menos recursos alimenticios. Esto, según postuló Keys en 1947, se debía a que en el Mediterráneo se daba un estilo de vida (no solo alimentación, también cuánto se movían o cómo vivían) que podría estar protegiendo a sus habitantes de los problemas coronarios.
Una de las principales investigaciones epidemiológicas que exploró esto, considerada la gran aportación de Keys a la literatura científica, fue el estudio de los Siete Países, un estudio observacional con unos 13.000 pacientes de 40 a 59 años de Estados Unidos, Finlandia, Yugoslavia, Japón, Países Bajos, Italia y Grecia. Este estudio vigilaba sistemáticamente diferentes variables como actividad física, dieta, nivel de colesterol en sangre, tabaquismo, capacidad pulmonar, etc. para observar cómo influían estos valores en la incidencia de enfermedades del corazón.
“Salió que aquellos países de influencia mediterránea tenían un mejor pronóstico respecto a las enfermedades cardiovasculares”, resume Revenga. Esto, que resultó novedoso por entonces, introdujo la idea que el estilo de vida mediterráneo podría proteger a sus ciudadanos de estas enfermedades no transmisibles. A esto se le suma que el propio Keys, convencido de los resultados de este estudio —a pesar de que contaba con grandes falacias, imprecisiones y errores metodológicos—, se trasladó a vivir a Cilento (Italia) y publicó junto a su mujer Margaret Keys dos libros de divulgación general sobre cómo comer y vivir bien “al estilo mediterráneo”.
En el párrafo anterior no aparece en ningún momento “dieta mediterránea” porque ni en los estudios originales de Siete Países ni en los libros del matrimonio Keys se hacía referencia a este concepto, ni siquiera estaba acuñado. Según Henry Blackburn, mano derecha de Ancel Keys en el mundo académico y con el que trabajó durante más de tres décadas, los especialistas en gastronomía, la industria alimentaria y los ‘entusiastas’ de la comida han sido los más interesados en acuñar un nombre atractivo a lo que comían estas poblaciones: “la dieta mediterránea”. Eso sí, sin recoger otras variables que sí se contemplaban en los estudios de Keys como actividad física o incluso consumo de sustancias insaludables como tabaco o vino, y únicamente centrándose en la comida.
Así nos quedamos con un término, dieta mediterránea, que se asocia únicamente a lo que comían las poblaciones mediterráneas que se investigaron en el estudio de los Siete Países —entre las que no estaba España al principio, aunque se agregaría en revisiones posteriores—. Según una de las investigaciones más citadas en las que se recoge la dieta mediterránea modelo, este patrón de alimentación destaca por la abundancia de vegetales (frutas, verduras, panes, cereales, patatas, alubias, frutos secos y semillas), fruta fresca como postre, aceite de oliva como principal grasa, lácteos (queso y el yogur) y el pescado y aves de corral consumidos en cantidades bajas o moderadas, de cero a cuatro huevos a la semana, carne roja consumida en cantidades bajas y vino consumido en cantidades bajas o moderadas.
Principales críticas a la dieta mediterránea: incluye una bebida alcohólica y no está bien definida
Una de las principales críticas que expertos y literatura señalan de la dieta mediterránea es la inclusión de una bebida alcohólica (el vino) dentro de este patrón. No nos cansamos de repetir que beber alcohol, sea la cantidad que sea (aunque sea moderada), es perjudicial para la salud y se asocia a un mayor riesgo de padecer enfermedades físicas y mentales. Tal y como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el documento Límites de Consumo de Bajo Riesgo de Alcohol del Ministerio de Sanidad de España, no existe un consumo “seguro” del alcohol, no consumir alcohol es lo único que evita sus efectos perjudiciales y ningún profesional o institución debe recomendar el alcohol para mejorar la salud, tampoco como parte de un patrón de alimentación supuestamente saludable como sería la dieta mediterránea.
Según detalla a Maldita.es Beatriz Robles, docente, tecnóloga de alimentos y dietista-nutricionista, “la evidencia epidemiológica no muestra que el consumo de vino y de cerveza, a pesar de contener sustancias que podrían ser potencialmente beneficiosas, tengan un efecto protector” sobre riesgos de desarrollar problemas de salud. “El vino es uno de los factores que caracteriza la dieta mediterránea, así que es un problema tenerla como referencia de dieta saludable”.
La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) se ha posicionado negativamente ante la dieta mediterránea y los reclamos saludables que se le asocian, concretamente para proteger de desarrollar enfermedades cardiacas. En una valoración científica de 2011 —un documento solicitado por la Comisión Europea en el que un organismo experto da su opinión sobre un tema citando literatura científica—, la EFSA señaló que no podía apoyar los reclamos de salud de una dieta que incluye entre sus elementos el vino y que no existe una caracterización adecuada de qué ingredientes la componen y en qué proporciones.
La EFSA destacó que la literatura científica consultada emplea “diferentes definiciones de dieta mediterránea” y que, por tanto, no queda claro a qué patrón alimenticio se le atribuyen las propiedades saludables; que “no está suficientemente caracterizada”; y que como resultado “no puede establecerse una relación de causa-efecto entre el consumo de una dieta mediterránea y el efecto [beneficioso] que se propone otorgar”.
*Una investigación publicada en agosto de 2021 y en la que participaron la Universitat Oberta de Catalunya y la Universidad Pompeu Fabra concluyó que la mayoría de alimentos y bebidas que se publicitan bajo el concepto "mediterráneo" no están incluidos en la pirámide nutricional de la dieta mediterránea y únicamente el 13,6% de los productos que se vendían con este reclamo tenían un valor nutricional alto. Según este paper, la mayoría de productos que recurren a este adjetivo son el tomate frito y las salsas, mientras que el 89% de bebidas que lo utilizan son alcohólicas.
¿Es posible seguir una dieta mediterránea en el siglo XXI?
Otro de los problemas que se valora de la dieta mediterránea es si es posible seguir este patrón alimenticio y estilo de vida en la actualidad. Según Robles, existe una “idealización”: “Vivir en países mediterráneos no es condición suficiente para que nuestra dieta pueda considerarse mediterránea, ya que la influencia cultural de otros lugares, especialmente Norteamérica, ha modificado nuestros hábitos, llevando a gran parte de la población a seguir una western diet, alta en grasas saturadas, hidratos de carbono refinados y azúcares simples y bajo contenido en antioxididantes y micronutrientes”. Esto queda reflejado en investigaciones como esta (de 2019) que estiman que el 32% de las kilocalorías de la dieta en España proceden de alimentos ultraprocesados.
“Pretender defender que alimentos como los cereales refinados o las carnes rojas forman parte de nuestro patrimonio alimentario y que, por lo tanto, son saludables, es una falacia. Tendemos a pensar que si lo comían nuestros ascendientes es lo natural y lo más sano, sin tener en cuenta otros muchos factores que han cambiado”, opina la experta.
Revenga se muestra en la misma línea y recuerda que los beneficios del estilo de vida mediterráneo que se plasmaron en el estudio de los Siete Países no provienen únicamente de lo que se comía, sino también de la actividad física a la que estaban sujetos estas poblaciones: “Se movían mucho para lo poco que comen. Eran personas que se partían el espinazo todos los días arando en el campo, trabajando en el mar, haciendo labores domésticas, etcétera”.
Las poblaciones de los años 50 sobre las que se vio un beneficio de salud no pudieron “elegir” la dieta mediterránea, sino que fueron las circunstancias y el contexto a las que estuvieron sometidas —muchos de ellos en transición nutricional, un cambio en la dieta vinculado al cambio político y económico de países que pasan de regímenes autoritarios a la democracia y, por tanto, a una mayor accesibilidad a ciertos alimentos—. “Ya no tenemos a personas en ese escenario, España ha superado más que de largo esa transición nutricional y está muy influenciado por Estados Unidos, nos jorobe o no reconocerlo”.
La dieta mediterránea es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco y recoge prácticas, rituales, tradiciones y símbolos de la alimentación
Desde 2013, la dieta mediterránea está inscrita en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Esto quiere decir que esta institución mundial reconoce la importancia de los conocimientos, prácticas, rituales, tradiciones y símbolos que esta parte del planeta (la cuenca Mediterránea) le otorga a cocinar, comer y reunirse en sociedad en torno a la comida. Es decir, le otorga a la dieta mediterránea un valor cultural, que no tiene por qué ser científico ni ser sinónimo de beneficioso para la salud, ni se queda en una mera lista de ingredientes.
Según explica a Maldita.es F. Xavier Medina, catedrático de estudios de ciencias de la salud en la Universitat Oberta de Catalunya y director de la Cátedra Unesco de Alimentación, Cultura y Desarrollo, la dieta “cabalga entre lo que consideramos nutricional y biológico, por un lado, y lo cultural y social por otro”. Esta designación como Patrimonio Inmaterial, detalla, se asigna porque existen determinadas maneras de cocinar y consumir de culturas que comparten el mar Mediterráneo.
En un artículo en The Conversation, Medina apuntaba que el sistema culinario de la dieta mediterránea no pretende ser una lista de ingredientes saludables que hay que consumir con frecuencia, sino que los alimentos que se consumen en estos entornos “son inseparables de su carga cultural”. “Hemos de observar la dieta mediterránea desde la perspectiva de aquello que realmente comemos hoy en día, y no solo del qué, sino también del cómo, cuándo, por qué o con quién”.
*Esta información ha sido actualizada el 8 de febrero de 2022 para añadir las conclusiones de un estudio sobre el empleo de la palabra "mediterráneo" como reclamo de productos y bebidas.
En este artículo ha colaborado con sus superpoderes Ana Belén Ropero.
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Primera fecha de publicación de este artículo: 02/02/2022