Uno entiende lo que sucede en Gaza cuando escucha el último discurso del rabino Eliyahu Mali, director de la escuela militar-religiosa Shirat Moshe, donde se forman militares del ejército. Mali ha pedido públicamente que se maten a niños, mujeres y ancianos. Sus palabras no dejan espacio a la duda: “No debes dejar a ningún niño vivo. Hoy es un bebé, mañana será un combatiente”. No es un exabrupto individual, sino la traducción más descarnada de la ideología que sostiene el genocidio: deshumanizar a la infancia palestina, convertir la piedad en crimen y el asesinato en virtud religiosa. Hacer de la crueldad un mandato divino. La historia nos ha enseñado que todo proceso de exterminio necesita de esta inversión de las palabras: transformar al verdugo en víctima y a la víctima en amenaza. Así actuó el nazismo, el apartheid sudafricano o las colonizaciones más crueles. Así actúa hoy Israel con la cobertura de Occidente. Estas declaraciones encajan en la definición jurídica de incitación al genocidio. Pero, más allá del derecho, nos interpelan como humanidad: ¿qué clase de abismo moral habitamos cuando se celebra la muerte de niños como acto sagrado? Judith Shklar recordaba que la crueldad es el peor de los males, porque destruye la raíz misma de lo humano. Y cuando se convierte en mandato religioso, revela hasta qué punto el mal puede disfrazarse de virtud. https://www.instagram.com/p/DOMJge_jCbo/?igsh=MTdheXVtM2N2d20waA%3D%3D https://www.instagram.com/reel/DN-woY_DafX/?igsh=OGVudmhzcHd1eGd4