Con flores, con azufre o con productos fitosanitarios, la lucha contra las plagas ha acompañado a la agricultura desde el principio de su desarrollo. Encontrar la forma de mantener a raya a estos pequeños invasores fue uno de los grandes objetivos del sector durante su etapa de tecnificación, lo que impulsó el uso intensivo de productos fitosanitarios. Estos permitieron controlar muchas enfermedades y plagas, pero también generaron resistencias, impactos ambientales y riesgos para la salud.
También existen estrategias de control biológico, basadas en aprovechar los propios procesos naturales para regular los agroecosistemas. Un ejemplo claro son las bandas florales, que utilizan plantas auxiliares para atraer insectos que pueden ayudar a proteger el cultivo. Desde la visión agroecológica, el manejo de plagas se centra en rediseñar los sistemas agrícolas para recuperar sus mecanismos de autorregulación mediante un aumento selectivo de la biodiversidad. Este enfoque encaja directamente con uno de los objetivos específicos de la Política Agraria Común (PAC): proteger el medio ambiente promoviendo prácticas agrícolas más sostenibles, que conserven la biodiversidad y reduzcan la dependencia de productos químicos.
Aunque las bandas florales no son un sustituto total de los productos fitosanitarios químicos, los investigadores señalan que a menudo funcionan como complemento de otras buenas prácticas agrícolas.
Una pelea cuerpo a cuerpo en la huerta
Las bandas florales son uno de los mecanismos utilizados para aumentar la biodiversidad en los cultivos, tanto vegetal como animal, cuyo objetivo principal es frenar las plagas. “Se trata de alineaciones de plantas –denominada flora funcional– que se colocan en los márgenes de los cultivos o en el perímetro de la finca o parcela, y de las que no esperamos cosechar nada”, explica a Maldita.es Francisco Javier Olivares, profesor de jardinería y maldito que nos ha prestado sus superpoderes.
Estas plantas, distribuidas de forma estratégica por la huerta, funcionan como un reclamo para atraer nuevos insectos. Y es probable que te preguntes: si queremos controlar una plaga ¿por qué querríamos tener más “bichos” en la huerta? La respuesta es sencilla: el control biológico de plagas funciona como una lucha cuerpo a cuerpo entre insectos que da como resultado la regulación de las poblaciones que habitan en el cultivo.
En otras palabras, los agricultores buscan insectos que sean depredadores o alimento de aquellos que dañan sus plantas. Estos pequeños guardianes de la huerta se denominan insectos auxiliares.
“En la medida en que haya más insectos auxiliares, tendremos menos plagas”
“En la medida en que haya más insectos auxiliares, tendremos menos plagas”, añade Olivares. Muchos de los insectos que conforman esta fauna auxiliar como crisopas, moscas florícolas y mariquitas, necesitan polen y néctar para alimentarse y reproducirse. Si el cultivo (especialmente los monocultivos) no les ofrece estos recursos, estos insectos se irán a otros lugares y puede que no regresen, lo que reduce su capacidad de controlar las plagas, por eso la clave está en la biodiversidad.
Para elegir qué tipo de plantas son útiles en un cultivo determinado es necesario tener en cuenta las características propias del cultivo y del territorio. Olivares señala tres criterios principales:
Motivos agronómicos: que las plantas seleccionadas no sean muy exigentes en cuanto a suelo, agua y que no sean delicadas frente a plagas o enfermedades. Es decir que sean fáciles de cultivar.
Que no sean especies invasivas, para evitar que roben nutrientes o recursos al cultivo que tienen al lado.
Que atraigan los insectos auxiliares que nos interesan. Por ejemplo, si buscamos tener sírfidos y avispas deberíamos tener néctar en abundancia. Si queremos tener mariquitas y crisopas puede interesar una planta propensa a los pulgones (de los que se alimentan).
Esta técnica no solo se usa en cultivos hortofrutícolas, también se aplica a cualquier otro tipo de explotación agrícola. Juan Ramón Crespo Sarmentero, experto en sector agrícola y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, explica que en los cultivos leñosos (árboles o plantaciones como viñedos) se deja crecer la vegetación entre las líneas o se siembra una mezcla de trébol y gramíneas. “También se combinan pequeños arbustos, como romero o tomillo, con plantas herbáceas compatibles”, añade.

La incorporación de bandas florales no sólo es eficaz para la lucha contra las plagas, también genera otros beneficios a la explotación. La flora funcional también sirve como fuente de presas alternativas para los insectos auxiliares cuando el cultivo principal no tiene plagas disponibles. Además, les ofrece refugio durante su etapa adulta para protegerse de condiciones ambientales adversas.
“Que haya flores en épocas diferentes a las de la floración del cultivo también ayuda a que existan polinizadores habituales en la explotación. Ya que si no es así, en muchas ocasiones los agricultores tienen que trasladar colmenas de un lugar a otro para tener esos polinizadores tan necesarios para algunos cultivos”, cuenta Olivares.
Además de la polinización, Sarmiento señala otros beneficios de este incremento de biodiversidad en los cultivos: “Las bandas florales también mejoran el suelo. Aumentan la infiltración del agua, reducen el impacto de la lluvia, bajan la temperatura, disminuyen la erosión y aportan más materia orgánica y aireación. Además, ayudan a reducir ciertas enfermedades por hongos y sirven como refugio para insectívoros, pequeños mamíferos, aves y murciélagos”.
No son una solución mágica: tienen beneficios pero también limitaciones
La eficacia de este recurso depende del contexto y presenta limitaciones. Así lo explica Rosa Sánchez Lucas, ingeniera agrónoma y especialista en mejora vegetal: “Bien diseñadas y gestionadas, pueden reducir la dependencia de plaguicidas, mejorar la biodiversidad, favorecer a los polinizadores y mantener la salud del suelo. Pero no son una solución mágica: su eficacia depende fuertemente del contexto, del diseño, del mantenimiento y de una correcta selección de especies”.
Debido a la importancia de las características específicas del terreno para su funcionamiento, en España su aplicabilidad es menor que en otros países europeos: “En España, la competencia por el agua y los incendios forestales obligan a manejar con prudencia cualquier cobertura vegetal, incluidas las bandas florales, a diferencia de otros países donde se implantan sin grandes restricciones. Para países donde el agua y los incendios no son un factor limitante, las bandas florales son una herramienta poderosa para una agricultura sostenible”.
“Para países donde el agua y los incendios no son un factor limitante, las bandas florales son una herramienta poderosa para una agricultura sostenible”
Uno de los factores importantes a considerar por los agricultores antes de incorporar las bandas florales a sus cultivos es la rentabilidad, y esta también está condicionada por las características del terreno. “Las bandas florales pueden ser rentables, especialmente en cultivos como hortalizas, viñedos, frutales, cítricos o almendros en los que puede reducir tratamientos insecticidas y favorecer a los polinizadores. Sin embargo, en secanos duros o en cultivos extensivos de bajo valor, como el cereal, su implantación se convierte en un delicado equilibrio entre aportar beneficios ecológicos y no comprometer la seguridad del terreno”, cuenta Sánchez.
A efectos prácticos la distribución de estos tipos de cultivos dependen de la zona en la que se asientan, según explica la investigadora: “En zonas húmedas del norte funcionan de forma similar a otros países europeos y suelen ser una buena inversión. En la mitad sur, funcionan cuando están bien diseñadas, incorporan especies de clima mediterráneo, se manejan de forma preventiva en verano y se integran dentro de un sistema agrícola que realmente se beneficia del control biológico”.
La existencia del primer plaguicida se remonta 2.500 años antes de Cristo
Lo que entendemos por plaga tiene que ver directamente con las necesidades y valores humanos. Se define como “un conjunto de organismos que reducen la disponibilidad, calidad o valor de recursos valiosos para los humanos”, según la definición de Manuel Carballo y Falguni Guharay, investigadores especializados en el manejo integrado y control biológico de plagas. Fue el propio ser humano quien determinó qué poblaciones se consideran plagas al amenazar sus recursos y, en consecuencia, también quien tuvo que idear cómo combatirlas desde los inicios de la agricultura. La primera muestra documentada del uso de un plaguicida para agricultura se remonta a 2.500 años antes de Cristo, cuando los sumerios comenzaron a emplear un compuesto de azufre para erradicar insectos y ácaros.
Las técnicas de control de plagas se siguieron desarrollando en China, con la primera aplicación práctica de control biológico. En el año 300 después de Cristo, los chinos establecieron colonias de hormigas depredadoras en sus plantaciones de cítricos, para combatir a los gusanos que las atacaban. Los nidos de hormigas fueron colocados estratégicamente en diferentes lugares de las plantaciones conectadas por caminos y puentes hechos de bambú, que permitían que las hormigas llegaran a los palos infestados.
En China también desarrollaron métodos de control químico como el uso de arsénico blanco en plantaciones de arroz. La mejora de los mecanismos de control de plagas fue de la mano del incremento de la producción agrícola. La sofisticación del control químico se benefició paralelamente del desarrollo de mejores equipos de aplicación, como por ejemplo con la incorporación de fumigación en aviones en 1921.“Este desarrollo del manejo de plagas, fue posible por el tradicional interés chino hacía una visión holística del mundo que incluía el estudio de las cadenas alimenticias y mecanismos de control natural de las poblaciones de plagas”, según explican en una publicación los investigadores Manuel Carballo y Falguni Guharay, mientras que “los métodos europeos se basaban menos en conocimientos biológicos y más en fé religiosa y superstición” (sic).
La tecnificación de la agricultura dio lugar al desarrollo de pesticidas químicos y con ellos nuevos problemas medioambientales y sanitarios
“Tras la Primera Guerra Mundial se pasó a un modelo intensivo basado en el uso masivo de riego, fertilizantes, pesticidas químicos y maquinaria pesada, en la llamada Primera Revolución Verde”, explica a Maldita.es Eliane Ceccon, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y especialista en conservación y restauración ecológica. Además, añade que las grandes industrias —especialmente en Estados Unidos— acumularon durante la guerra una enorme cantidad de innovaciones tecnológicas militares sin un mercado civil inmediato. Muchas de esas innovaciones se adaptaron rápidamente: los tanques dieron paso a los tractores, y los fertilizantes o pesticidas químicos desarrollados para uso bélico se transformaron en herramientas agrícolas.
Sin embargo, este desarrollo científico y tecnológico estuvo acompañado por la aparición de nuevos inconvenientes: los plaguicidas inorgánicos causaban problemas de salud por su persistencia y alta toxicidad y varios pesticidas, que habían sido muy efectivos, perdían su capacidad de controlar las plagas. Los científicos descubrieron que las plagas que sobrevivían a las fumigaciones daban lugar a nuevas generaciones resistentes a los insecticidas que antes las controlaban. El uso de productos químicos sintéticos tras la Revolución Verde del siglo XX, permitió incrementar los rendimientos pero también produjo riesgos ambientales y de salud.
En la actualidad, la Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea plantea una reducción progresiva y regulada del uso de pesticidas, promoviendo la sostenibilidad mediante límites de residuos, mayores controles y el fomento de métodos integrados de manejo de plagas, así como la protección de polinizadores y la reducción de plaguicidas más peligrosos.
En este artículo han colaborado con sus superpoderes el maldito Francisco Javier Olivares, profesor de jardinería con más de 20 años de experiencia, la maldita Rosa Sánchez Lucas, ingeniera agrónoma e investigadora y el maldito Juan Ramón Crespo Sarmentero, experto en sector agrícola.
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