Los superalimentos no existen. Las dietas milagro tampoco. Teniendo esto en cuenta es sencillo (y de cajón) deducir que el hecho de comer tejidos u órganos del cuerpo humano no vaya a mejorar de golpe y porrazo la salud. Tampoco si lo que se come es la placenta, por mucho contenido en redes sociales que diga que sí. Hasta la fecha, no existe evidencia científica que sostenga que la placenta, ya sea «vuelta y vuelta», encapsulada o preparada de cualquier otra forma, sea recomendable para absolutamente nada. Al contrario, su consumo puede suponer riesgos.
No hay evidencias de que comer placenta sea beneficioso…
Desde evitar la depresión posparto hasta beneficiarse de multitud de ventajas para la salud, como el equilibrio hormonal o el aumento de producción de leche materna: los motivos a los que diferentes contenidos en redes sociales hacen referencia para justificar el consumo de la placenta una vez se ha dado a luz son numerosos y completamente aleatorios. Además, estos mencionan todo tipo de opciones de preparación: cocida, cruda, encapsulada, en batido…
Ahora bien, ninguno de ellos aporta estudios o evidencias que respalden tales afirmaciones. “Hasta la fecha, no existe evidencia clínica científica sólida que demuestre beneficios significativos para la salud materna derivados del consumo de placenta (cruda, cocida o encapsulada)”, coincide Laura Garcés, miembro de la Comisión de Sanidad del Colegio Oficial de Dietistas-Nutricionistas de la Comunidad Valenciana (CODiNuCoVa).
“Aunque algunas madres afirman sentirse con más energía o experimentar mejoras en el estado de ánimo tras consumir su placenta, estos beneficios son subjetivos y podrían deberse al efecto placebo”, explica la dietista-nutricionista Júlia Farré, miembro del Colegio de Dietistas-Nutricionistas de Cataluña. “Además, no han sido confirmados por estudios clínicos controlados”, añade.
… y su consumo se relaciona con riesgos
Como recuerdan desde el Colegio Oficial de Enfermería, la placenta actúa como un filtro para absorber y proteger al feto en desarrollo de toxinas y contaminantes. De ahí que, además de no existir evidencias sobre los supuestos beneficios relacionados con su consumo, este se relacione incluso con riesgos para la salud.
En palabras de Farré, una de las principales preocupaciones son las infecciones, ya que la placenta o los productos derivados de su procesamiento (como las cápsulas) pueden contener bacterias susceptibles de afectar tanto a la madre como al recién nacido, si el tejido no se procesa adecuadamente.
“Hubo un caso reportado por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) en el que, al consumir una madre cápsulas de su placenta contaminadas con estreptococo del grupo B, el bebé desarrolló una sepsis neonatal grave”, señala Garcés.
Otro de los motivos por los que consumirla puede suponer riesgos es la acumulación de toxinas que se puede dar en este tejido. “La placenta actúa como barrera y filtro durante el embarazo, por lo que podría contener metales pesados u otras sustancias potencialmente tóxicas”, recuerda Farré. Según la evidencia científica disponible, los contaminantes pueden persistir tras la cocción o encapsulación.
Además, “algunos preparados contienen niveles residuales de estrógenos, progesterona y oxitocina, que podrían interferir con la lactancia, coagulación o incluso producir efectos adversos en personas sensibles”, añaden desde CODiNuCoVa.
Por último, el consumo de la propia placenta puede relacionarse con una falsa sensación de seguridad, según Garcés: “Las mujeres pueden confiar en la placentofagia como ‘prevención’ natural de la depresión postparto, retrasando el acceso a tratamientos probados y eficaces”.
En la misma línea, la Asociación Americana de Obstetras y Ginecólogos (ACOG) indica que la placentofagia “no tiene beneficios clínicamente probados y puede implicar riesgos”, por lo que no recomienda esta práctica. “Ningún nutriente ni hormona placentaria se retiene en cantidades suficientes después de la encapsulación de la placenta para ser potencialmente útiles para la madre después del parto”, añade.
Ante la duda, la recomendación es consultar a un dietista-nutricionista
Desde la experiencia de Farré, las consultas sobre el consumo de la propia placenta no son frecuentes. “La influencia procede de medios digitales, redes sociales e influencers o famosos que lo hacen. También por deseo de hacer algo ‘natural’ o ‘ancestral’ o de evitar medicamentos”, indica Garcés.
Otro argumento que se utiliza para intentar justificar este gesto es que es un comportamiento habitual entre los mamíferos no humanos, que parece tener efectos adaptativos y biológicos como favorecer el vínculo madre‑cría, actuar como analgésico natural o activar circuitos de cuidado maternal. Sin embargo, esto no es aplicable a humanos.
La recomendación de ambas expertas en estos casos es basarse siempre en la evidencia científica actualizada: “Explicar que no se ha demostrado que tenga beneficios reales en humanos, que puede suponer riesgos sanitarios serios y que existen otras estrategias seguras y efectivas para apoyar el posparto, como el apoyo emocional, una alimentación equilibrada, la suplementación específica y el descanso”, concluye Farré.
Este contenido fue publicado el 26 de agosto de 2025 en la web de Consumer.